Is
53, 10-11; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45
«El desprendimiento
ante el prestigio, ante la crítica, ante las diversas formas de “poder” y de
“hacer carrera” son formas de pobreza a las que Dios llama al cristiano –y
especialmente al apóstol- en las diversas etapas del itinerario de su misión.
El “pobre”, en definitiva, no se opone tanto al que “tiene” ciertas cosas sino
al suficiente, al orgulloso, al que ha puesto su centro de interés fuera de los
valores del Reino.»
Galilea, Segundo.
Iniciemos
con una parábola que tiene que ver –no tanto con el desprendimiento de las
ansias de poder- sino con el desprendimiento en general, donde se nos recalca
que no basta ser pobre, porque hay pobres “amarrados”, hay pobres acaparadores,
que desde la pobreza “retienen” sus “ídolos” idolatrizando la “autoridad”, los
títulos académicos, los puestos y cargos laborales. Esta parábola se titula:
“Dar de Corazón”[1]
«Hubo una vez un limosnero que
estaba tendido al lado de la calle. Vio a lo lejos venir al rey con su corona y
capa. Pensó, "Le voy a pedir, y de seguro me dará bastante". Y cuando
el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría -por favor- regalar
una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho
más. El rey le miró y le dijo: - " ¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no
soy yo tu rey?"
El mendigo no sabía que responder
a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada!". El rey
respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo
el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan
y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle,
así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dio al rey.
Complacido el rey dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de
oro, una por cada grano de arroz. El mendigo dijo entonces: "Su majestad,
creo que acá tengo otras cosas", pero el rey no hizo caso y dijo:
"Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".
Es fácil en esta historia
reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo a nosotros. Notemos que
este aún en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos
algo para así demostrarle que Él es el más importante. Unas veces nos pide ser
humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo
que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que
Dios devuelve el ciento por uno.
No sé qué te pida Dios en este
momento. ¿Confianza?, ¿sencillez?, ¿humildad?, ¿abandono en su voluntad? No lo
sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no
darle solamente unos pocos granos dale todo lo que tengas, pues sinceramente,
VALE LA PENA.»
La
Primera Lectura que nos propone la liturgia, viene del Deutero-Isaías donde
están «los cuatro cánticos del Siervo de Dios… esta parte fue escrita por un
discípulo de Isaías. Él vivía junto al pueblo, en el cautiverio de Babilonia,
alrededor del año 560 antes de Cristo, mucho después de la muerte del profeta
Isaías….Mucha gente se pregunta: ¿Quién es el Siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es
Jesucristo? ¿Somos nosotros? ¿Es alguno de los profetas? ¿En quién estaba
pensando Isaías Junior cuando escribió los cuatro cánticos? La respuesta más
probable es la siguiente: La idea del Siervo la sacó Isaías Junior de la vida
del profeta Jeremías, el gran Sufriente, que nunca bajó la cabeza delante de
sus opresores y que hizo tanto por mantener en el pueblo la esperanza. Isaías
Junior vio en él un ideal para el pueblo sufriente del cautiverio y se inspiró
en él para hacer los cuatro cánticos. Pero al hacer los cánticos, la
preocupación mayor de Isaías Junior… no era escribir la vida de Jesús, sino
presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la
figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios. Por tanto, para Isaías
Junior, el Siervo de Dios es el pueblo del cautiverio! Más tarde, Jesús se
inspiró en los cuatro cánticos del Siervo para realizar su misión aquí en la
tierra. Por eso, el Siervo, es también Jesús.»[2] En efecto, no es ni el
pueblo de Dios, ni tampoco, solamente Jesús, porque «Cristo nos representa a
todos, pero no nos sustituye”[3]
Tratemos
de entender esta dualidad, que –en realidad- no lo es: «Primero había sólo la
tierra, tierra de sufrimiento. Después apareció la semilla, semilla de
resistencia. De la semilla nació un tallito verde de la esperanza, esperanza de
liberación. De aquel hilito verde del tamaño del césped, surgió la espiga que
se fue llenando en la paciencia del tiempo, tiempo de lucha y espera. Sólo
después de todo esto, bien al final del crecimiento, apareció el fruto maduro
que, hasta hoy, alimenta el pueblo y lo ilumina en su caminar. Y el fruto es
este: El Siervo es Jesús, pero es también el pueblo este pueblo sufriente, que
imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.»[4] Esto es lo que nos subraya
y nos recuerda la Segunda Lectura, que Jesús se ha puesto a la cabeza de los
Anawin, haciéndose en todo igual, pero con una significativa excepción, que lo
perfecciona y hace de Él, el prototipo del Hombre Nuevo: “probado en todo;
igual que nosotros, excepto en el pecado”.(Hb 4, 15b)
Ser
prototipo en este caso significa también que Él es nuestro paradigma: «“Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por
el Evangelio, la salvará.” (Mc 8, 35)…Esa frase la debió haber dicho Jesús
probablemente, pocos días antes de su propia muerte. Y es una
autointerpretación de Él mismo, es decir, cómo entendió Él mismo su propia
vida. Jesús como que está diciendo: el ser humano al venir al mundo no tiene
sino una alternativa. O venir al mundo a recoger cosas o personas o a sí mismo
y una vez que retiene todo eso, se encierra en sí mismo. Entonces Jesús dice:
El que vino al mundo a eso, no vino a nada. Perdió la venida. Pero el que venga
a este mundo a pensar más en el otro que en sí mismo, a ser útil al otro, ese es
el que gana la vida y eso es lo que vale la pena en un ser humano. O sea,
tenemos una alternativa, o venir a darnos, o venir a rechuparnos sobre nosotros
mismos. Lo segundo es la frustración del ser humano, lo primero es la razón de
vivir. ¿Por qué somos así? Se ve que el ser humano es creado para que le ayude
a Dios a crear a su hermano. Cada ser humano es un instrumento de creación para
el otro. Por eso, ¿cómo hace uno para trasformar al otro? Así como Dios me crea
dándome su divinidad, no la puedo retener, sino que debo darla dándome a los
otros… Ustedes dirán, entonces cómo hago yo para participarle la divinidad al
otro. En qué forma. Hay una manera de hacer eso. La divinidad se participa
envolviéndola en un papelito que se llama servicio… en el cuerpo del Señor que
es la comunidad, cada una de las personas presta servicios. El niño, la niña,
el mongólico, el ancianito, todas las personas están dando divinidad. ¿Cómo?
Prestando servicios. O sea, los carismas son servicios en los cuales envolvemos
la divinidad que le damos al otro.»[5] En el texto marquiano se
contraponen dos maneras de obrar. De una parte están los que tiranizan, los que
oprimen. Están, de este mismo lado, los arrogantes, los prepotentes, los
déspotas, los que humillan, los que gozan con el dolor ajeno, los que sacan
partido y ganancia de los débiles. Aquí viene la frase de Jesús que nos invita
a la Conversión: “No debe ser así entre ustedes. Al contrario” nosotros lo que
debemos es actuar como siervos, entregados al servicio como consigna de la vida
cristiana; a la fraternidad, a la caridad, al tierno amor “ágape”, a la
solidaridad.
[1] Agudelo C., Humberto A. VITAMINAS DIARIAS
PARA EL ESPÍRITU. Ed. Paulinas 3ª re-imp. Bogotá –Colombia 2005 p. 43.
[2]
Mesters, Carlos
O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL
LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Ed. Vicaría Sur de Quito, EDICAY- Iglesia de Cuenca,
Centro Bíblico “Verbo Divino”. Quito – Ecuador 1993. p.13
[3] Beck, T. Benedeti, U. et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed
San Pablo Bogotá 1ª re-imp. 2009 p. 418
[5] Baena, Gustavo. S.J. LA VIDA SACRAMENTAL.
Col. Berchmans Santiago de Cali- Colombia 1998. pp. 21-24
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