sábado, 13 de mayo de 2017

QUIERO SER PIEDRA VIVA DE TU TEMPLO SANTO


Hch 6, 1-7; Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19 (R.: 22); 1Pe 2, 4-9; Jn 14, 1-12


Él es el Norte, el Centro y el Eje

La centralidad de Jesús, su importancia como eje existencial, el hecho de ser respuesta a todas nuestras preguntas es esencia y fundamento de nuestra fe. Y sin embargo, “importancia” y “centralidad” tienen que ser explicados y entendidos para que signifiquen algo, para que sea –más que una frase de cajón o una fórmula verbal que pretende decirlo todo y no dice nada- un eje práctico, aplicable, orientador, para que ser cristiano sea un llenar de sentido lo que de otra manera es un sin-sentido. En los momentos cruciales de nuestra vida cobra protagonismo la urgencia de entender cómo  es Jesús eje, meta, modelo y respuesta de los grandes interrogantes que la vida nos plantea.

Jesús es importante porque Él es Camino, Verdad y Vida. Jesús es una forma de vida, Jesús es inspiración para superar el gran vacío del “individualismo”. Jesús nos articula con los más cercanos, con nuestros prójimos, superando la abstracción del humanismo que idealiza al “Hombre” pero trata con desprecio y hasta con crueldad al ser de carne y hueso, al que está allí con nosotros, vive y sufre a nuestro lado, ese que no siempre colma nuestras expectativas, especialmente porque no es como nos lo imaginamos. Jesús nos muestra su cercanía, su aprobación, por el hombre con su lepra, con sus vicios y “pecados”, no nos habla de un hombre perfumado, emperifollado, nos habla de pescadores, de “funcionarios” estatales que recaudan impuestos, de prostitutas, de seres capaces de “traición”, en fin, escoge como última compañía, la de bandidos y muere a su lado. Y, sin embargo, todo lo ha hecho y todo lo ha apostado, precisamente por ellos. «Khalil Gibran escribe en el profeta: “A menudo escucho que os referís al hombre que comete un delito como si él no fuera uno de vosotros, como si fuera un extraño y un intruso en vuestro mundo. Más yo os digo que de igual forma que el más santo y el más justo no pueden elevarse por encima de lo más sublime que existe en cada uno de vosotros, tampoco el débil y el malvado puede caer más bajo de lo más bajo que existe en cada uno de vosotros”.»[1] Viene al caso tenerlo muy presente porque sobre esa potencialidad, tanto para el bien como para el mal, duerme nuestra solidaridad humana, que es la raíz de la fraternidad; aún el más “monstruoso pecador” lleva en sus venas algo de nuestra sangre, esa genética que nos enlaza como hermanos, misma genética –que a pesar de todo- nos permite, llegado el caso, decir Abba, dirigiéndonos a nuestro Creador y Amantísimo Padre.

Jesús nos propone, sin embargo, un proyecto no cerrado sobre esos cercanos, su propuesta no es ni exclusivista ni excluyente; no se conforma dentro de los límites de la cercanía; se abre, propone llegar más allá, ir donde otros, donde los diferentes, porque tienen otro idioma, quizás otra manera de vestir y de pensar, hábitos y costumbres diferentes. Pero su propuesta es “Llevar la Buena Noticia (εὐαγγέλιον) a todas las criaturas”; no se limita a un pueblo, ni a una raza, su amplitud es la de los brazos abiertos, la de la acogida al que es “diferente”, por todos los rincones del mundo (κόσμον). Es una propuesta católica (léase universal).


El da su vida, su propia vida para que nosotros tengamos vida, se entrega, sin guardarse nada. Su generosidad no da lugar a “cajas fuertes”, no escatima, no reserva nada, no se guarda, no esconde, ni acapara, supera con creces todo egoísmo, toda avaricia. Se da, se entrega. Y, precisamente da su vida para que nosotros tengamos vida, no cualquier clase de vida, sino vida a manos llenas, vida pletórica, plena y plenificada. La que Él nos propone es una vida abundante, sin menoscabos. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10, 10b). Entrega la propia para comunicar vida a los demás; para que los demás puedan gozar de la felicidad de estar vivos. Hasta el extremo de dar, no una vida provisional, sino dar la vida con continuidad ilimitada, la vida eterna. Por eso decimos sobre Él que ha vencido sobre la muerte y que la muerte ya no tiene dominio sobre Él cfr. (Rm 6, 9). Comiendo su carne y bebiendo su sangre, adquirimos vida nueva y participamos en la Resurrección (cfr. Jn 6, 54).

Él es “la Verdad”, pero una vez más, nada de abstractos. No es ni un tratado de filosofía, ni un diccionario, ni una enciclopedia. Ni siquiera escribió por su puño y letra alguna obra. Él se auto-propone –porque el Padre nos lo ha propuesto- como desciframiento de todos los enigmas, como contestación a los interrogantes, como norte en nuestro mapa. Sus acciones nos permiten formulas decisiones para nuestro quehacer vital-existencial.  Su verdad es tal que nosotros al obrar podemos lícitamente preguntarnos cómo lo habría hecho Él o qué habría hecho en tal o cual situación, y sin dudarlo, proceder encon el mismo estilo, con estilo Cristico.


Sin embargo, pensar y decidir según la manera de Jesucristo tiene un condicionante: Habernos compenetrado con Él, lo que logramos sencillamente por medio de un doble ejercicio a) la lectura y meditación muy frecuente de la Sagrada Escritura, meditación que no es un ejercicio de solo yo existo, de leer e interpretar según mi gusto, mi capricho, mi modo de ver y entender; ¡no!, se trata de procurar una lectura comunitaria, con el apoyo de un grupo Bíblico, de un sacerdote, de ti párroco, de un catequista debidamente preparado; y, b) rogar al Espíritu Santo para que me conduzca, me ilumine, me regale para esa lectura el Don de la Sabiduría.

Si adoptamos otra forma de leer puede llegar a ser, inclusive, peligrosa, desorientadora, más malo el remedio que la propia enfermedad. Lecturas solitarias –en vez de conducirnos por la vía salvífica- pueden sentenciarnos, definitivamente, al extravío. Y no olvidemos nunca que los documentos más confiables para conocer a Jesús son los Evangelios y el Nuevo Testamento integro, que nos habla de Él, aun en forma indirecta, mencionando lo que sus discípulos vieron y compartieron, y que Él les enseñó.

El Cuerpo Místico de Cristo (Señor, que sea capaz de salir de mi cascarón)

Jesús conquistó la vida eterna, no para sí mismo, porque Él ya la poseía desde toda la eternidad; la consiguió para nosotros, para compartirla. Así es todo lo de Dios, Quien nada necesita puesto que es el Dueño de todo y de nada carece, pero todo lo que tiene lo dona, Dios es generosidad, es abundancia, es plenitud.


Así nos incorpora en Sí, nos rescata y nos une a Él, nuestras vidas pasan a ser vida en Él, nuestro ser se hace célula de su Cuerpo Místico. Él es –para seguir una comparación arquitectónica- la piedra angular, pero nosotros tenemos la oportunidad de entrar a formar parte de ese Edificio-Viviente, pasando a ser Piedras vivas.

«Señor, Dios, que vienes a mí,
concédeme la gracia de sentirme y de vivir
como piedra viva de tu santo templo.
Concédeme la voluntad
de tomar parte en la vida de tu Iglesia
para caminar junto a ti y a mis hermanos
sin inútiles nostalgias
y con los ojos bien abiertos hacía el futuro.

Concédeme, Señor, la fuerza
para salir cada día de mi cascarón
para estar presente y participar activamente
donde se crea la vida,
donde se concretiza el amor,
donde se construye el camino de la libertad,
donde se ensancha el espacio de la justicia,
donde se hacen brillar hasta las migajas de la verdad,
donde se engrandecen
las habitaciones de la esperanza, de tal manera que contribuya
al nacimiento de un mundo unido
como Tú estás unido al Padre y al Espíritu Santo,
como Tú estás unido a cada uno de nosotros,
sin importar que estemos dispersos por el mundo.
Amén.[2]




[1] Citado por Vallés, Carlos G. sj. SIGLO NUEVO, VIDA NUEVA EL MILENIO DE LA ESPERANZA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 139
[2] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN T. 1. Ciclo A. p. 43

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