Hch 2,14a.36-41; Sal
22, 1-6; 1 Pedro 2,20b-25; Jn 10,1-10
¿Dónde pastoreas,
Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el
lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre,
para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna»
San Gregorio de Niza
“… esperar la potencia de este Dios que viene a consolarnos,
que viene con poder, pero su poder es la ternura, las caricias que han nacido
de su corazón, su corazón que es tan bueno que ha dado su vida por nosotros”
Papa Francisco
Nuestro Pastor vela
Uno
de los primeros elementos que nos entrega el kerigma es el encuentro con un
Dios que cuida, protege, defiende, vela, ampara. Esas son las funciones de un
pastor; así que nos encontramos con Dios-Buen-Pastor. Reflexionando en otro
momento sobre el Buen Pastor descubríamos en Él, en su Presencia protectora, el
antídoto contra toda zozobra: ¡No temáis!
Ese es el Dios que nos acompaña a nosotros en nuestro caminar, (el que
con tanto esfuerzo el enemigo se empeña en robarnos, porque ya sabemos que a
ese le gusta nuestra intranquilidad, nuestra preocupación, nuestro nerviosismo;
ese hace buenas migas con nuestro corazón desgarrado por los afanes y las
angustias; nos volvemos sus presas fáciles, es feliz cuando nos debilita con la
intranquilidad de lo que sobrevendrá …); cuando –en realidad- todo eso debe dejarse en
las manos de Dios. Si no somos dueños ni de la caída o permanencia de nuestros
cabellos pegados al cuero cabelludo, ¿qué podremos prevenir con afanarnos?
¡Insensatos!
En
cambio, si logramos aquietarnos en la paz que nos regala el Señor, ¡qué solaz!,
¡qué infinita dulzura de paz y serenidad! Comparable a la grey cuando sabe que
su Pastor la cuida, que está a cargo, que vigila al lobo y sus acechanzas, que
no lo dejará atacarnos. Y no, no es inconciencia, no es irresponsabilidad; por
el contrario, es comprensión clara de nuestros alcances, de nuestra fragilidad,
de nuestros límites. Es, también, conciencia humilde y justiprecio de
Quien-es-el-Todopoderoso. Él nos da la paz que el mundo no puede darnos y que,
por el contrario, se empeña en conculcarnos.
En
cambio, nuestro Pastor nos conduce hacia prados tranquilos, su vara y su cayado
nos dan seguridad. Y no nos sirve una copa mezquina, por el contrario, nos
sirve la copa rebosante que es la copa de la plenitud de vida, como lo afirma
en la última frase de la perícopa del Evangelio de este día.
«Como
un pastor guía a su grey, Así Dios guía a su pueblo, le da confianza en el
camino, por cuanto conoce sus requerimientos y sus necesidades. Él sostiene
nuestros pasos en el andar del tiempo, hasta que nos reúna en su reino, y
entonces será una sola grey y un solo pastor (cf. Jn 10, 16), en la casa de
Dios.»[1]
Sin coerción
alguna, bajo la más completa libertad.
Se
puede intentar construir el reino a la fuerza, por imposición, a sangre y
fuego, obligando por decreto a que se le acepte; pero ese no es el reino que
Jesús nos propone. Jesús en el Evangelio se auto-designa como “Puerta”: “En verdad os digo, que soy la Puerta por
donde pasan las ovejas”. Jn 10, 7b; y más adelante dice que “…quien entra por
mí se salvará; podrá entrar y salir…”(Jn 10, 9 b) y queremos enfatizar esta
posibilidad de “salir” porque nos recuerda la libertad bajo la cual se
construye el reino que Él nos propone. Si, podemos entrar, pero también si
queremos, podemos salir; como el “hijo prodigo”, podemos si queremos ir a pasar
fatigas, hambre e incomodidades, y podemos malgastar la herencia, y entregarnos
a la vida licenciosa, porque en la casa del Padre se vive por gusto, no porque
estemos amarrados a la pata de la cama.
Muchos
han visto la lentitud con la que los corazones maduran hacía la aceptación de
la propuesta de Jesucristo, muchos querrían el Reino para mañana (y nos dicen
que “para mañana es tarde”) y entonces, buscan como solución a su premura, las
vías impositivas dejando de lado la libertad del hombre. Nos argumentan con
tenacidad que cada minuto de tardanza es ventaja para el enemigo que no se detiene,
que aprovecha esa demora para fortalecerse y nos reprochan precisamente eso:
que “a cada instante el enemigo se hace más fuerte”, y que el enemigo jamás
estará dispuesto a renunciar a sus prebendas sino es por las vías de fuerza.
No
pensamos así, lo primero que responderemos es que ¡“para Dios no hay
imposibles”, recordémoslo bien, recordémoslo siempre! Después repetiremos, que
el reino no se puede construir a la brava y que no se puede imponer por vías de
hecho, tiene necesidad de tomar en cuenta el albedrio del ser humano, tiene que
conquistar el corazón y seducirlo; ha de ser aceptado, de otra manera siempre
será como un gusano que corroe, insatisfecho por las cadenas, estará codiciando
el pasado, reclamando las cebollas que comía en la esclavitud, cuando en Egipto
arrastraba las pesadas cadenas. Meditemos en aquello de la “jaula de oro”, pese
a que sea de oro, nada cambia respecto a ser una prisión que nos detiene el
vuelo.
Dios
nos creó con esa cualidad, (cualidad que para los impacientes es un despreciable
defecto) ¡ser libres! y la construcción del Reino (del Reino verdadero) tiene
que tomar en cuenta esa variable de nuestra personalidad, no nos podemos
extirpar la libertad, no la podemos amputar para poder vivir en “la jaula de
oro”, que por otra parte no tiene nada que ver con el Reinado de Dios. Si Dios
es el Dios del amor, ¿cómo podríamos gozar de un reino donde el amor es por la
fuerza? Sería como un Pastor que trata a su rebaño a palazos como ruta de su
“cuidado”, pero ¿qué cuidado es ese? ¿Bajo qué óptica puede verse la golpiza
como Paraíso? Sólo cuando tus ojos descubren qué es el paraíso, tendrás deseos
de entrar, y habitar en él, por años sin término.
En
esta perícopa del Evangelio según San Juan, Jesús nos habla del Buen Pastor,
pero también denuncia a todos los que, amparados en su autoridad religiosa o
política han obrado como “malos pastores” y se han cuidado de engordar ellos,
sus arcas y sus panzas, descuidando al rebaño: “Todos los que han venido antes
de mí son ladrones y bandidos; ...El ladrón no entra sino para robar y matar y
hacer estrago”; los denuncia como ladrones que han entrado sólo a saquear para
su propio beneficio. Por otra parte, también tiene en cuenta al otro grupo de
ovejas, a las ovejas díscolas, las que hacen oídos sordos y simulan que la cosa
no es con ellas, las que se niegan a entrar, pero en ningún momento se insinúa
que debamos hacerlas entrar a las malas. ¡Todo tendrá que ser con la fuerza del
amor!
[1] De
Capitani, Giorgio; Ambrosi, Olga. SALMOS DE LA TERNURA. Ed. San Pablo. Caracas-
Venezuela 1993. p. 15.
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