Hech 2,
14. 22-33; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35
«… el Ministerio del
Interior acaba de dar un comunicado donde se afirma que varios maleantes
robaron el cuerpo del mencionado delincuente, Jesús, precisamente para poder
confundir y engañar a la opinión pública…»
Héctor
Muñoz
“Escúchenme, israelitas: Les hablo de Jesús Nazareno, el
hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su medio los
milagros, signos y prodigios que conocen. Conforme al
designio previsto y sancionado por Dios, se los entregaron, y ustedes, por mano
de paganos,
lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte…”
Este discurso de Pedro, que se nos narra en los hechos de los Apóstoles, y que
forma parte de la Primera lectura de este III domingo de Pascua, es una formulación
sintética del Kerigma, y contiene la fórmula básica de la identidad de Jesús
como era entendida y expresada en los tiempos en que San Lucas redactó el
“Evangelio del Espíritu Santo”. Al decir que las ataduras de la muerte habían
sido vencidas se está declarando que en lo sucesivo, ya nada será igual. Desde
el pecado original hasta la resurrección de Jesús, la muerte detentaba su cetro
de poder; a partir de ese momento, Jesús la venció y en Él, somos también beneficiados
con tan gran deferencia.
En esta escena presenciamos y testimoniamos –sin lugar a
dudas- el importante papel y el rol de liderazgo que tocó a Pedro. Ese
liderazgo espiritual está reforzado por el carisma de la comprensión de la
Sagrada Escritura que le permite entender que en el Nazareno tienen cabal
cumplimiento las profecías que fueron pronunciadas en tiempos remotos, y que
siempre se pensaron referidas a los antiguos y San Pedro las comprende y la
explica como cumplidas hasta ahora en la Persona del Mesías-Jesús. San Pedro es
capaz de cristianizar el Primer Testamento, cumpliendo así el encargo-misión
que el propio Jesús le confió.
«El gran reto de la Iglesia de hoy… es… el de la “Nueva
Evangelización”… Una evangelización de corazones evangelizados antes por el
Evangelio orado; una evangelización que chorree verdad, transparencia y vida;
que sea un chorro de alegría, entusiasmo y gozo; una evangelización que toque
los corazones, que deslumbre las mentes, que de vigor a las voluntades
arrugadas. Una nueva evangelización donde el ser mero “informador” ya no “vale”,
sino ser “testificador”… La Nueva Evangelización clama correr la noticia de que
Jesús, el amado del Padre, nos ha amado tanto que entregó su vida en la cruz
para que nosotros fuéramos regenerados… Jesús, Él que asumió todas las miserias
humanas, se hizo pecado, murió como un maldito, subversivo, blasfemos y
endemoniado… Decirles que el Resucitado tiene una nueva morada: el corazón de
los hombres.»[1]
¿Cuál fue el precio que se pagó por nuestro rescate? Ese es
otro punto vital de nuestra fe. No se pagó un precio en oro o plata para
redimirnos. Sino la Sangre del Cordero Inmaculado. Ese es el tema en la Carta
de San Pedro, que es la Segunda Lectura; en ella se vuelve a insistir que
Dios-Padre resucitó a Cristo y, no se conformó con resucitarlo sino que además
le dio Gloria.
En el Salmo se hace mención de un magisterio que ejerce Dios
para nosotros: “me instruye internamente”, su magisterio se ejerce en todo
momento, hasta durante la noche Él se ocupa de enseñarnos, de enriquecernos, de
orientarnos. De esa manera, va mostrándonos “el sendero de la vida”. Esa
enseñanza es el motivo de la única que es verdadera alegría. Otros frutos nos
muestra el Malo, haciéndolos pasar por frutos apetecibles; y, nosotros con
frecuencia sucumbimos al engaño. Sólo las sendas del Señor son Camino cierto.
Sólo Él nos conduce con Amor y Verdad, sólo ese Amor y esa Verdad son gozo
real. Si andamos con Dios, no vacilaremos. El paso vacilante es un paso “de
borracho”, no puede caminar recto, sino que va de un lado al otro, sin poder
controlar el “rumbo”; podríamos decir que es un caminar con torpeza. La
expresión original en hebreo significa algo como “no me torceré”, “permaneceré
firme”. Sólo necesitamos vivir en la confianza plena que
Él-(YHWH)-está-siempre-a-nuestro-lado.
Al episodio “Camino de Emaús” podríamos intitularlo una
Verdadera Experiencia Eucarística! El momento cumbre se alcanza cuando a ellos
por fin se les caen las telarañas de los ojos y logran reconocer al Señor. Es
el momento de la fracción del Pan. Es el momento en que Él “tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”, entonces ¡fue el cuándo!
Atraviesan todo un proceso que los lleva del desaliento, «A menudo todos
nosotros nos parecemos a los dos de Emaús: estamos encorvados, doblegados,
inclinados sobre los acontecimientos cotidianos o sobre las realidades sociales
que nos rodean y que a veces nos pesan, nos entristecen, nos preocupan. La
misma realidad de Iglesia, si la miramos con ojo demasiado analítico,
hipnotizados por este o el otro aspecto, nos puede crear ese sentido de
pesadez, de incapacidad para acoger todo el designio de Dios que caracterizaba
a los discípulos de Emaús precisamente mientras caminaban teniendo a su lado al
Señor Resucitado»[2]. No nos ha abandonado pero
ese atafago de cargas y cotidianidades, la pesadez y el bloqueo, nos nublan su
Presencia nos incapacitan, nos anulan en la fe.
A ese estado depresivo del ánimo contrapongamos el luminosos
y entusiasta estado post-eucarístico: Ahora “«Corren, corren como si les
hubieran nacido alas como de águila. Corren, porque les quema la “llama de amor
viva” que llevan encendida en su corazón. Corren, corren porque es hora de
comunicar la noticia, hora de poner la luz sobre el candelero, hora de
comunicar el gozo y lágrimas de alegría. Corren porque les aguarda un camino
llenos de caminos que tienen que recorrer por todo el mundo para decir a TODAS
LAS GENTES: “¡Jesús ha resucitado y vive
entre nosotros. Si crees en Él, si lo aceptas como el señor y Salvador de tu
vida, si crees de corazón que el Padre lo resucitó con la fuerza de su Espíritu,
te salvaras tú y los de tu casa!”. Es la hora, al correr, de hacer del
Evangelio salvación para todos los pueblos y razas»[3].
En la Eucaristía el Señor dialoga con nosotros, nos habla,
nos enseña, nos reprende y corrige nuestra dureza de corazón y nuestra lentitud
para entender. Pero además, también nos escucha, nos acoge, nos abraza, y –como
si pudiéramos desear más- entra para quedarse con nosotros. Ese es el contenido
de la Experiencia Eucarística, que Él escoja nuestro corazón para entrar y
quedarse.
La experiencia eucarística «Es el momento de compartir
nuestras inquietudes, problemas y proyectos con quien amamos. Es el momento de
dejar caer la Palabra de Dios como semilla en el corazón; es el momento de
orar, de decirle a Jesús que entre en el corazón y cene conmigo, que participe
de esa cena “que recrea y enamora”; es el momento de hacer del día una
Eucaristía, una acción de gracias por tantas cosas bellas que hemos vivido.»[4]
¡Sólo hay que invitarlo! ¡Quédate con nosotros!
[1] Mazariegos,
Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia
2003. pp.152-155
[2]
Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA.
Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1995. p. 167
[3]
Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá, D.C.-Colombia 3ª
ed. 2001 p. 191
[4]
Mazariegos, Emilio L. ESTALIDOS DE GOZO Y DE ALEGRÍA Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia. 2003 p. 66.