Is
2, 1-5; Sal 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9; Rom 13, 11-14a; Mt 24, 37-44
Está cediendo ya la
noche. Pasó la parálisis del susto y el sopor del sueño. Se siente en la hora
como un deseo de despertar, o de volver a soñar con la Utopía del Día. Hay una
secreta luz encendida, “aunque es de noche” todavía.
José María Vigil.
… para ascender hay
que converger, para converger hay que ascender.
Luis Alonso Schökel
En
cualquier momento de la historia, siempre hay gente temblorosa, pegada al techo
o, escondida en el último rincón del cuarto de San Alejo. Se habla de los
niveles de delincuencia en las ciudades, de los topes alcanzados por la
violencia, de la corrupción y de la deshonestidad rampante, y de la
descomposición de la moral y las sanas costumbres. Los noticieros nos dan su
“terapia” de oscuridad y desesperación y contribuyen a elevar las tasas de
angustia y ansiedad. Y, no se quedan atrás todos los profesionales de la
oscuridad que saben que el miedo es la mejor “medicina” y el nutriente propicio
a la desunión y a la desesperanza que conducen al desaliento, la resignación y
la renuncia. ¿Es esa verdaderamente nuestra realidad?
A
la fecha, ¿de qué se trata? Se trata del Año Nuevo Litúrgico: Entramos en el
Adviento de este nuevo año que corresponde al Ciclo A. Adviento es una
celebración de la “Venida”, pero nuestra manera de celebrar corresponde a una praxis
de preparación, porque no nos
limitamos a mirar hacia atrás para celebrar que se encarnó y nació y puso su
“morada” entre nosotros, sino que nos preparamos mirando a su Segunda Venida,
cuando vendrá con toda su Gloria y Majestad, a juzgar a los vivos y a los
muertos.
Al
centrar nuestro pensamiento en la parusía, centramos nuestro pensamiento
en un prepararnos para su Llegada, y esa actitud se concatena con un dato revelado:
“no sabemos el día ni la hora”, así como les pasó en los tiempos de Noé, la gente
estaba distraída y ni se imaginaban; pero llegó en el momento más inopinado. Y,
entonces, ¿cómo vamos a estar preparados? Muy sencillo, y casi evidente, la
clave es estar siempre preparados.
Cuando
oramos podemos confiar en que, (como dice San Pablo en su Primera Carta a los
Corintios, “Maranatha” ¡el Señor viene! Y esa seguridad no nos conduce a vivir
en la zozobra, como el que vive al borde de un abismo, pendiendo de un hilo;
nosotros lo que hacemos es –vivir alegres y confiados- porque, así se nos
manifiesta en la Segunda Lectura, “nuestra salvación está más cerca que cuando
empezamos a creer”.
Sigamos
mirando el mensaje de la Carta a los Romanos que leemos en esta celebración,
porque contiene unas indicaciones muy precisas para poder dar esa “praxis
preparatoria”:
Ante
todo nos pide un estado de claridad de conciencia porque empieza llamándonos a Καὶ
τοῦτο εἰδότες τὸν καιρόν, ὅτι ὥρα ἤδη ὑμᾶς
“Darnos cuenta del momento en que vivimos”, aterrizar en nuestra realidad y no
vivir embobados, mirando hacia lo alto. A continuación nos dice: ἐξ
ὕπνου ἐγερθῆναι “¡despiértense del sueño!” El estado normal del
creyente no es estar adormilado, sino estar plenamente consciente, -como se
dice- ¡con los cinco sentidos!
A
continuación nos ilustra un poco caracterizando el momento que vivimos: ἡ νὺξ προέκοψεν, ἡ
δὲ ἡμέρα ἤγγικεν. La
noche ya se acaba, y el día ya va a sobrevenir. Esta es una voz de aliento muy
esperanzadora, no se regodea en prever calamidades, ni se refocila en susto y
espantos. Por el contrario, anuncia la llegada de la Luz, porque el Señor ya
llega, “regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud”, fue lo que
dijimos el Domingo anterior al celebrar a Jesucristo Rey del Universo. De eso es que tenemos que darnos cuenta y
despertar del sueño de los que temen cataclismos e invasiones de extraterrestres.
Y
es que estar despiertos y permanecer vigilantes no consiste en ponerse un
dispositivo para no poder cerrar los ojos, sino en darnos cuenta de sus
cercanía, saberlo percibir en todas las pequeñas cosas que son síntoma de su
Grandeza y su Victoria. Saberlo detectar y reconocer que Dios está en todas
partes, que su Presencia alcanza a todos los rincones de la tierra, en eso
consiste estar “despiertos” en verlo en cada nuevo ser humano, en cada hermosos
detalle, en cada gesto misericordioso, en cada acto de fraternidad, en cada
acto de amor y de perdón. En cada armonía y en el trasfondo de toda disonancia.
Descubrir
que su Amor está aquí, siempre a nuestro
lado, y notarlo en todo sabor, en un grato aroma, en cada nota musical. No
porque estemos de espaldas a la dura realidad, sino porque Él no cesa de
hacérsenos evidente. En eso radica la acción del Consolador, en dejarnos
entrever que Dios no está muerto ni es Dios de muertos; que en medio de todo el
dolor y la desesperación, allí se erige su Mano Poderosa y que su Mano de Amor
siempre nos cobija.
Celebremos,
pues, en este Primer Domingo de Adviento, porque en la hora que menos piensen
viene el Hijo del Hombre. No viene a dispersarnos en desunión y aislamiento.
Viene a congregarnos en la Nueva Jerusalén. Cada vez que pronunciemos la
palabra Jerusalén, no nos cansaremos de repetir que significa “Ciudad de Paz” y
que no estamos aludiendo a la geografía de Oriente Medio, sino a la generosa
Bondad de nuestro Dios que nos regala una Nueva Creación, un lugar paradisiaco,
donde el Señor nos lleva a confluir para que seamos uno como el Padre y Jesús
son Uno.
«El
mensaje de Navidad es de paz. Ni de fuerza, ni de ostentación de poder, sino
fuerza de convicción por la invalidez y sencillez. El hombre se amansa frente
al indefenso. Frente a un niño necesitado de ayuda se apaciguan los contrarios.
Es la indefensión la que desarma, no la violencia ni el poder. Esta Palabra de
Dios cae en el mundo como un menaje, como una divina utopía que es exigencia
para los hombres. Dios quiere poner en marcha los rios de la historia
encauzados por nuevo cauce, y no de golpe o por milagro, sino poniendo
convicción en ese centro de gravedad por el que el hombre quiere ser hermano de
los hombres y vivir en paz. Quiere desnudad ese centro de gravedad para poder
Él mismo tocar ese corazón y poner a los pueblos en marcha en esa dirección. El
mensaje de Navidad, y todo el mensaje de Dios-Padre, es mensaje de paz y
fraternidad.»[1]
[1]
Schökel, Luis Alonso y Gutiérrez, Guillermo MENSAJES DE PROFETAS. MEDITACIONES
BÍBLICAS. Ed. Sal Terrae. Santander-España. 1991 pp. 30-31