Gn 18, 20-21.23-32; Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13
En Jesús Dios nos ama
perdidamente, con el amor total del Padre hacia el Hijo.
Silvano Fausti
… orar no es entrar
en una iglesia, es entrar en una promesa y apoyarse en ella.
Jacques Loew.
… es para mí una
necesidad de amor el darme, el ponerme en tus Manos sin medida, con una
infinita confianza porque Tú eres mi Padre.
Charles de Foucauld
Dios
habla al hombre y el hombre le habla a Dios. Dios se manifiesta con diversa clase
de mensajes, no solamente verbales, sino con “signos” varios. Pero es central
en esta comunicación-trascendental que Dios “humaniza” su relación con
nosotros, se abaja a nuestra estatura y nos hace fácil acceder a Él. Sin
embargo, la vida diaria, en nuestro trato con nuestros semejantes, nos va
haciendo conscientes lo difícil que nos es la comunicación. Efectivamente, el
emisor quiere decir algo, pero el mensaje que le llega al receptor es diverso,
a veces, rotundamente otro.
Ocurre
en no pocas oportunidades que –refutando lo anteriormente dicho- nos parece que
el contacto alcanza una plenitud asombrosa. Pese a nuestras limitaciones, la
palabra tiende un puente maravilloso entre nuestras existencias. Todos hemos
vivido la situación de sentir que con determinada persona la comprensión mutua
es tan perfecta que casi exacta. Decimos entonces que nuestra sintonía es
maravillosa, que nuestra afinidad es incomparable y, logramos recobrar
confianza en el poder del hecho comunicativo. Aun cuando no siempre se alcance
tan feliz éxito comunicativo, no renunciamos a la comunicación, y –por el
contrario- nos esforzamos en potenciar la claridad de la emisión y, prestamos
mayor esfuerzo de atención para “entender” con mayor precisión. La palabra es
por excelencia un rasgo humano, define su naturaleza, la comunicación es
característica definitoria del ser humano, es lo que nos hace personas.
Aún
hay otro detalle curioso: Una de nuestras armas punitivas es precisamente la
suspensión del intento comunicativo. Con frecuencia oímos decir, refiriéndose a
personas que se han enemistado, que llevan “tal cantidad de tiempo sin
dirigirse la palabra”, estamos describiendo la “incomunicación” usada como
castigo. Y en tal conducta hay un
“mensaje” que se podría traducir en algo así como “usted no es digno de mi
entrega”.
Lo
primero que queremos destacar es que la comunicación se toma aquí como “entrega”,
seguramente porque al ofrecerle a alguien mi mensaje, de alguna manera estoy
poniendo algo de mi propio ser en sus manos, me estoy exponiendo, me exhibo, me
confieso. La entrega tiene sustancias que le son connaturales, entre otras es
preciso recordar que la entrega significa desasimiento, desprendimiento,
desacomodo, generosidad, capacidad de darlo todo: Alma, vida y sombrero. «Vida
acomodada, vida burguesa, vida regalada, vida de placer, vida de no faltar
nada, y oración, no se da. Porque la oración es una experiencia de Dios y todas
esas otras vidas son experiencias de nuestro egoísmo y egoísmo y Dios no se dan
juntos. Es preciso perder la vida para encontrarla»[1].
De
manera simétrica, cuando “confiamos” en alguien, no tenemos reparo en exponerle
y revelarle nuestros detalles y peripecias. El primer mensaje cuando le
hablamos a alguien es de elogio, da importancia, reconoce la validez del
“interlocutor”. En la Primera Lectura el Señor “dignifica” a Abrahán
escogiéndolo para relatarle sus intenciones, para manifestarle lo que va a
hacer. “Entonces el Señor pensó: ‘Debo decirle a Abrahán lo que voy a hacer, ya
que él va a ser el padre de una nación grande y fuerte. Le he prometido
bendecir por medio de él a todas las naciones del mundo. Yo lo he escogido para
que mande a sus hijos y descendientes que obedezcan mis enseñanzas y hagan todo
lo que es bueno y correcto, para que yo cumpla todo lo que he prometido.’”(Gn
18, 17-19). En el trasfondo alcanzamos a ver una especie de “petición de
permiso”, de solicitud de aprobación. Ya esto “declara” Quien es el Señor: Es
Alguien que elige al humano para hacerlo “partner”, su Misericordia es tan
Infinita, que “eleva” su criatura poniéndola –casi podríamos decir
hiperbólicamente- a Su Nivel. Esta faceta del “hacernos a su imagen y
semejanza” es fundamental para comprender la centralidad del ser humano en el
conjunto creatural.
Luego,
el Señor expone a Abrahán que Él va a obrar de cierta manera como consecuencia
de una serie de reclamos recibidos: זַעֲקַ֛ת סְדֹ֥ם וַעֲמֹרָ֖ה כִּי־רָ֑בָּה “El
clamor contra Sodoma y Gomorra es grande…”. El ser humano le ha puesto de
presente la perversión de aquellos pueblos. No se trata de algo que a Él le ha
dolido directamente; se trata de las זַעֲקַ֛ת
“quejas” (quejas que van
acompañadas de llanto, lamentos y gritos de
dolor), que las víctimas directas han denunciado en su Tribunal Santo.
Oír denuncias y aplicar la sanción pertinente indudablemente entra en el marco
de las acciones definidas como “actos comunicativos”.
El
dialogo-respuesta que da Abrahán es un “regateo”, una especie de “puja inversa”
(una subasta donde en vez de ir aumentando, va disminuyendo la oferta) para
lograr aplacar la ira del Señor –por el pecado demasiado grave, donde, desde
los más jóvenes hasta los más viejos, estaban entregados a la sodomía- con una
mínima presencia de “justos” en aquellas ciudades. Abrahán llega a “ofertar”
seis veces: cincuenta justos, cuarenta y cinco, cuarenta, treinta, veinte y,
finalmente, diez. Este regateo tiene como fundamento que los inocentes no
pueden ser destruidos junto a los culpables, que implica que Abrahán entiende
desde el primer momento del dialogo a su Interlocutor como un Dios-Justicia (y,
de paso, observemos cuántos “ídolos” fabrica nuestra cultura, promoviendo el
cinismo de los injustos, cuya única regla es su auto-conveniencia, su propio
interés, su codicia). Lo cierto es que no llega a solicitar el indulto por un
solo justo, (Porque él intuye que hay unos mínimos….!). (En el Nuevo
Testamento, la Salvación viene por ese Único Justo, porque se trata del
mismísimo Hijo de Dios).
Si
vamos a hablar del Único Justo vayamos sobre el Evangelio. La perícopa que
leemos este domingo (Lc 11, 1-13)
está estructurada en algo así como tres pisos, con un Portal de entrada.
Autónomos pero interconectados. Preliminar) La constatación de la COMUNICACIÓN
Padre-Hijo e, inmediatamente consecutivo, el deseo expresado por los discípulos
de “aprender a comunicarse tan perfectamente”. 1) Cómo hablarle al PADRE. 2) La
parábola del insistente peticionista de “Tres Panes”, cuya esencia radica en
enseñarnos a ser pertinaces en la oración, 3) La invitación a pedirle al Padre
Celestial que encierra una definición de Dios como el Infinitamente Generoso.
A
la especie humana no sólo le es propio hablar, sino que –además- le es propio
hablarle a Dios, actividad esta a la que llamamos “orar”. Pero orar requiere
renunciar a la autosuficiencia, es sabernos “limitados”, imperfectos, es
reconocernos seres creaturales, es reconocer nuestro “pecado original”[2], de otra manera no
podremos orar, no sabremos cómo. Por el contrario, tener que “pedir” algo
(porque todo aquel que “habla” está pidiendo
así sea tan sólo atención), nos permite entender nuestra naturaleza,
comprender mejor nuestra identidad, entender quiénes somos. Paralelo al
autoconocimiento se despliega el reconocimiento de la libertad del Otro a
responder o no, a callar, a conceder o no lo pedido, inclusive a obtener del
pedido algo distinto de lo requerido. Además, el “hablar” entraña
bilateralidad, incluso en el soliloquio, cuando el receptor es idéntico al
emisor.
Designar
Padre a Dios en el Primer Testamento es algo verdaderamente esporádico, sólo 15
veces. En cambio, y ¡qué gran cambio!, en el Nuevo Testamento, si vemos sólo
los Evangelios, la expresión se registra 180 veces. «La oración de creyentes es
experiencia de la paternidad de Dios, es participación en el camino de su Reino
en la historia, revelada en plenitud a través de le encarnación del Hijo, y es
conciencia nueva de la filiación, en el
Hijo, por obra del Espíritu Santo. El diálogo con el Padre se abre a los
valores inéditos del Evangelio y, al mismo tiempo, a la acogida del Espíritu,
el divino artífice del mundo interior del creyente. Él es quien hace entrar en
el ámbito de los familiares de Dios y hace sentir, en la fe, el calor de una
amistad liberadora y alegre. Así como el Espíritu obró la encarnación del Hijo
en el seno de María, así Cristo obra, en la oración, la unidad del creyente con
la vida de Dios, participándole el amor filial…. El Espíritu de filiación
significa liberación del espíritu del mundo, que es espíritu de esclavitud, por
un espíritu de libertad; de un espíritu de temor, por un espíritu de confianza;
de un espíritu de desorden, por un espíritu
de paz; de un espíritu de egoísmo, por un espíritu de comunión; de un espíritu
de miopía, por un espíritu de discernimiento»[3]. Todo este “cambio” de
espíritu es verdadera metanoia, es sincera conversión.
«La
pregunta que hacemos en este momento es ésta: ¿Se trata de hacer oración o ser
orante?... El orante hace de la oración un estado de vida. Lleva a Dios
presente en su vida y le dedica tiempos fuertes cada día. El que “hace oración”
busca en la oración compensaciones, o cumplimientos, o satisfacciones. Su juego
no es limpio al acercarse a Dios. No va a Dios por Dios. Va a Dios para
servirse de Dios… ser orante es estar determinado, decidido, haber optado por
la oración, la relación profunda con Dios, a pesar de todos los pesares, a
pesar de tener ganas o no, de estar ocupado o no. Ser orante es ser fiel a la
amistad con Dios, a tenerla presenta, actualizada, a ser consciente de que Dios
es Padre. Y permanecer en esa actitud, en ese estado de oración.»[4]
Ya
habremos oído que hay diversos tipos de oración: Oración de alabanza, Oración
de exaltación, Oración de Adoración -muy perfecta y perfectamente
desinteresada-, oración meditativa que por lo general se hace sobre un tema
propuesto, oración reflexiva, con la que se concluyen muchos ejercicios
procurando profundizar nuestro auto-conocimiento, Oración de intercesión, como
la que hemos visto que hace Abrahán, «Uno de los regalos más grandes que nos
podemos dar unos a otros es el de la oración. Este es el tiempo de orar por
otras personas. Orar por las naciones, los líderes, los pastores, y por todos
aquellos que tienen una posición de autoridad. Pide por los desamparados, por los bebés abortados, por los enfermos y
por los que han muerto. Pide por aquellos que no tienen a nadie que pida por
ellos. Pide por tus enemigos, pide por tu familia, tus amigos y asociados. Pero
más importante, pide al Espíritu Santo que te indique por quién orar. Él lo
hará. Los nombres probablemente continuaran llegando a tu mente en el trascurso
del día, ya que una vez te haces disponible al Señor, Él estará siempre
buscando por alguien dispuesto a interceder con la oración. Cuando esos nombres
lleguen a tu memoria, simplemente, elévalos hacia el Señor. Dile a Él que los
ayude, que los perdone, que los toque
con su amor, que derrame su poder
sobre ellos.»[5],
Oración de petición, Oración de liberación, oración de sanación, Oración
silente, («En el silencio, en cambio, reside la confianza. No urge llamar, no
se necesita alabar, no hay que repetir: Él bien lo sabe, está ahí. El silencio
es también una expresión firme de amor…»[6]). Muchos piensan que la oración
es «…ineficaz o que no sirve… La eficacia de la oración constituye, en cambio,
una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras
peticiones, que nuestras expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente”
diversa.»[7]
No
perdamos de vista el Evangelio del Domingo pasado (XVI Domingo Ordinario del
ciclo C), el de Marta y María, recordemos que «… Cristo no está en una
ocupación más que en otra: que no está en la oración más que en la acción. Está
allí donde nos ha colocado su divina voluntad: allí lo encontramos y allí se da
a nosotros. Y no se da siempre en lo que nos agrada, ni siempre en lo que nos
parece más grande.»[8]
Oremos
a Jesús, con un fragmento de la Oración de Pedro Damasceno, procurando un
corazón dócil y disponible, humilde y orante, diciendo:
«Dulcísimo Maestro,
Yo no soy ante Ti más que tu siervo
sin voz,
Sin obras, inerme en tu Presencia.
Pero espero en Ti la iluminación del
conocimiento,
porque Tú mismo lo has dicho:
‘Sin mí, nada podéis hacer? (Jn 15,
5).
Enséñame, pues, todo cuanto viene de
Ti.
Por ello me he atrevido a sentarme a
tus pies,
Como María, la hermana de Lázaro, tu
amigo:
Para escuchar cualquier cosa que venga
de Ti…»[9]
[1]
Mazariegos, Emilio L. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 3ª reimp. 2004. P. 110
[2]
«La expresión “Pecado original” señala la noción de esta separación primera, de
un distanciamiento trágico respecto de Dios situado en los orígenes de la
historia, antes mismo de que esta existiera». Javier Melloni Ribos, S.J. LOS
CAMINOS DEL CORAZÓN. EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL EN LA «FILOCALIA» Ed. Sal
Terrae. Santander –España 1995 p. 143
[3]
Masseroni, Enrico. ENSÉÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed.
San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1998 p. 93. 94.
[4]
Mazariegos, Emilio L. Op Cit. p. 112
[5]
Schubert, Linda. LA HORA MILAGROSA. Ed. María Santificadora Bogotá Colombia 23
reimp. 2010. P. 57
[6]
Alves, Rubem. EL PADRENUESTRO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2007. P. 64
[7]
Masseroni, Enrico. Op.Cit. pp. 89-90.
[8]
Peyriguère, Albert. DEJAD QUE CRISTO OS CONDUZCA. Ed. Nova Tierra
Barcelona-España 1967. P. 37
[9]
Melloni Ribas, Javier. S.J. Op. Cit. p. 162
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