viernes, 8 de julio de 2016

AMARAS A DIOS Y AL PRÓJIMO


Deut 30,10-14; Sal 69(68), 14.17. 30-31. 33-34. 36ab. 37; Col 1,15-20; Lc 10,25-37

Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista.
Dom Helder Câmara

¡Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué cosa significa? Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a aquel hombre, a aquella mujer, a aquel niño, a aquel anciano o aquella anciana que sufre, no me acerco a Dios.
Papa Francisco

La Parábola del Buen Samaritano es un auto retrato de Jesús. Jesús es el Buen Samaritano en toda le extensión de la Palabra. «Los Padres de la Iglesia han leído la parábola desde el punto de vista cristológico… el hombre que yace medio muerto y saqueado al borde del camino, ¿no es una imagen de “Adán”, del hombre en general, que “ha caído en manos de unos ladrones”? ¿No es cierto que el hombre, la criatura hombre, ha sido alienado, maltratado, explotado, a lo largo de toda su historia?... El camino de Jerusalén a Jericó aparece, pues, como imagen de la historia universal;…Si el hombre atracado es por antonomasia la imagen de la humanidad, entonces el samaritano sólo puede ser la imagen de Jesucristo»[1]. Todo lo cual nos remite al tema de cómo practicar nuestra religión porque nosotros no simplemente creemos, sino que vivimos según creemos. Es decir, nuestra existencia en la fe significa un estilo de vida. Si somos discípulos de Cristo-Jesús se implica una coherencia que exige vivir Jesúsmente. Así arribamos a la conclusión de que profesar la religión católica nos lleva no sólo a saber en qué creemos sino –igualmente- a aplicarlo siguiendo las “Huellas del Maestro”.

Jesús es la encarnación del irrevocable amor de Dios por el hombre. «… la característica fundamental de Dios, sus entrañas maternas se mueven de compasión a la vista del hombre, que es su hijo, al que no puede dejar de amar. El viaje del samaritano –la misión de Jesús es la misma compasión de Dios por sus hijos»[2]. En Jesús, «En sus palabras y gestos tomamos conciencia de lo que Dios es para el hombre: amor y perdón, denuncia y exigencia, donación y presencia, elección y envío, compromiso y fuerza…. La única forma en que nosotros conozcamos a Dios es reconociéndolo en el mismo Jesús. Él no revela “cosas” sobre Dios, sino que Jesús es la forma humana, vital, de decírsenos Dios…. El mensaje de Jesús consiste en afirmar que nada se adelanta en querer conocer a Dios en sí mismo, directamente…. En Jesús se nos ha comunicado de tal manera la presencia amorosa, perdonadora y regeneradora de Dios,… Él hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos los marginados de este mundo… Cristo es… el sacramento primero de Dios, pues Él es Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina.»[3]

«Según Pablo, la fe cristiana no se reduce a creer en una serie de “dogmas”, ni a cumplir una serie de leyes, ni a practicar ritos religiosos especiales. Su fe se centra en una persona. Jesús, a quien quiere conocer a fondo para poderlo querer de veras y ser capaz así de seguirlo cada vez más de cerca. Se trata de querer y seguir a alguien que es plenamente Dios y plenamente hombre, imagen humana de la divinidad, camino nuevo y vivo para llegar a Dios con confianza y seguridad.»[4] Así mismo nos lo explica la Carta a los Colosenses: “Cristo es la imagen de Dios invisible” (Col 1, 15). «Los cristianos de la ciudad de Colosas, junto con los de Laodicea y de Gerápolis, forman parte de la Iglesia de Asia que gira en torno a la metrópolis que es Éfeso. De hecho, la ciudad de Colosas, situada en Frigia, se halla en el valle del río Lico sobre el camino imperial que una a Éfeso con el oriente. Aquí se hacen sentir los diferentes influjos religiosos y culturales de cuño helenista y judío. En la comunidad cristiana de Colosas se tiende a conjugar la fe cristiana, el culto de las figuras mediadoras y de las potencias espirituales y la observancia de prácticas ascéticas»[5]. «…las extrañas ideas de los frigios fue la oportunidad para que se nos legara una idea universalista y cósmica de la fe, totalmente ajena ya a las cuestiones judías y considerando todo el universo como un inmenso territorio donde Dios ejerce su soberanía por medio de Cristo resucitado. Al mismo tiempo, la carta insiste en la figura central de Jesucristo visto no como un ángel especial sino como la misma imagen visible de Dios. Cristo es el Dios encarnado en medio de los hombres; más aún, es la Palabra, como dirá Juan, que dio origen al mundo, y el principio de una nueva humanidad renacida de las cenizas de la muerte. Es también universal el carácter de la redención, como obra reconciliadora de toda la humanidad y del cosmos entero, en paz con Dios y en armonía consigo mismo. Pero este ideal de reconciliación supone, como es obvio, una nueva estructura de la sociedad, un nuevo orden del que la comunidad cristiana debiera ser el prototipo.»[6]

Como ya hemos enfatizado el discipulado lleva implícito un “hacer”, un poner en práctica, «En el centro de la historia del Buen Samaritano se plantea la pregunta fundamental del hombre…: “Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”… “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27) Sobre esta cuestión Jesús enseña lo mismo que la Torá,… la palabra de la Escritura es indiscutible, pero su aplicación en la práctica de la vida suscitaba cuestiones que se discutían mucho en las escuelas (y en la vida misma). La pregunta en concreto, es ¿Quién es “el prójimo”?... Jesús respondió con la parábola del hombre que, yendo por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo saquearon y golpearon, abandonándolo medio muerto al borde del camino.»[7] La manera como resume la perícopa del Evangelio el Papa -ahora- Emérito, subraya el hecho de que el Doctor de la Ley estaba preguntando por la ortopraxis, pero que esta pregunta es una pregunta de validez intemporal. Así se desprende que el Buen Samaritano es Jesús, pero nosotros estamos llamados a vivir Jesúsmente, «La relación Iglesia-mundo la definen estas palabras de Jesús, que envía la Iglesia a continuar su misma misión como samaritano: “Vete y haz tú lo mismo”.»[8]  En griego reza así: Πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως. Aquí, el verbo ποιέω “hacer”, “Construir” está en presente de imperativo activo ποίει, así se resalta que el asunto se refiere a la praxis, al “deber hacer”. «Jesús cambia la prospectiva: no clasificar a los demás para ver quién es el prójimo y quién no lo es. Tú puedes hacerte prójimo de quien se encuentra en la necesidad, y lo serás si en tu corazón tienes compasión, es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro»[9].


Decía Helder Câmara: «Estoy convencido, sin embargo, de que, hoy día, el buen samaritano no se limitaría a cuidar de las víctimas de los bandidos y a subirlos no ya en su cabalgadura, sino en su coche. Hoy, el buen samaritano se ocuparía de las víctimas, cada vez más numerosas, de la injusticia. Estaría ahí –lo está, de hecho- para luchar pacífica pero valerosamente contra las estructuras de injusticia que oprimen a los hombres. Porque no basta con socorrer a las víctimas de la desdicha, sino que hay que atacar las raíces mismas de esa desdicha, que es inaceptable».[10]

Volvamos con el Papa Emérito: «La actualidad de la parábola resulta evidente. Si la aplicamos a las dimensiones de la sociedad mundial, vemos cómo los pueblos explotados y saqueados de África nos conciernen. Vemos hasta qué punto son nuestros “próximos”; vemos que también nuestro estilo de vida, nuestra historia, en la que estamos implicados, los ha explotado y los explota…les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que sólo importa el poder y las ganancias; hemos destruido los criterios morales, con lo que la corrupción y la falta de escrúpulos en el poder se han convertido en algo natural. Y esto no sólo ocurre en África»[11].

«Un día me invitaron a la inauguración de una gran empresa. Hacía muchísimo calor. Pero en el despacho del director había aire acondicionado, y los camareros ofrecían whisky. Una, dos, tres veces… Yo prefería tomar Coca-Cola, no por virtud, sino porque, aunque no me disgusta un poco de alcohol, ni me plantea ningún problema moral, no me cae bien…

En un momento dado se me acercó uno de los invitados y me dijo: “¡Hombre, Dom Helder! ¿Qué tal? ¿Cómo va su demagogia? A propósito, ¿cómo tiene el valor de decir constantemente que en Recife hay miseria y se pasa hambre?” envalentonados, se acercaron otros invitados a hacerme la misma pregunta. Entonces les dije: “¡Vaya! Estaba yo tan discretamente en mi rincón, y vienen ustedes a provocarme… Pues les daré respuesta: todos ustedes tiene aquí sus coches, ¿no es así?; pues bien, podemos montar en ellos y, en muy pocos minutos, les introduzco a ustedes de lleno en la miseria, en el hambre…”

Aceptaron el desafío. Al cabo de diez minutos nos hallábamos en uno de esos lugares donde el ayuntamiento hace quemar las basuras de la ciudad. Antes de quemarlas las distribuyen en montones por el suelo. Yo conocía aquello muy bien. Llamé a un amigo a quien llamaban “Doctor Podredumbre” y que es funcionario municipal. Es un verdadero experto en saber si los alimentos que han sido arrojados a la basura son aún comestibles. El distingue entre alimentos de primera clase, reservados a los funcionarios, alimentos de segunda clase, aptos para la gente que intenta vivir allí y para los cuervos, que picotean como gallinas, y alimentos de tercera clase, que se salan y después se venden en las tascas de cuarta o quinta clase, donde cualquier cosa sirve para acompañar un trago… El “Doctor Podredumbre” explicaba todo esto a aquellas decenas de empresarios que me habían seguido hasta allí. Yo pensaba que les impresionaría. Pero al día siguiente, uno de ellos me telefoneó: “¡Dom Helder, he tenido una idea formidable! ¡Se puede hacer negocio, se puede ganar dinero con el ¿Doctor Podredumbre’” ¡Terrible!

¿Cómo estamos tan lejos de tener el espíritu del buen samaritano?»[12]

Después de ver la anécdota de Helder Câmara conviene que retomemos –una vez más- a Su Santidad Benedicto XVI: «Ciertamente tenemos que dar ayuda material y revisar nuestras propias formas de vida. Pero damos siempre demasiado poco si damos sólo lo material. ¿Y no encontramos también a nuestro alrededor personas explotadas y maltratadas? Las víctimas de la droga, del tráfico de personas, del turismo sexual; personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la riqueza material. Todo esto nos afecta y  nos llama a tener los ojos y el corazón de quien es prójimo, y también al valor de amar al prójimo. Pues… quizás el sacerdote y el levita pasaron de largo más por miedo que por indiferencia. Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la valentía de la bondad; sólo la conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos “buenos interiormente, si somos “prójimos” desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de  mi existencia, y cómo puedo prestarlo yo»[13].


Hacerse prójimo es una tarea, no es una situación que nos “llueve” porque siempre correremos el riesgo de pasar indiferentes o inmóviles por el miedo; o –lo que es aú peor- impotentes porque hemos sido educados para la impotencia bien maquillada con pretextos. El Sacerdote y el Levita tuvieron por pretextos –muy seguramente- la pureza ritual; Papa Francisco lo dice así «La Ley del Señor en situaciones símiles preveía la obligación de socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa. El sacerdote, tal vez, ha mirado el reloj y ha dicho: “pero, llegare tarde a la Misa… Debo decir la Misa”. Y el otro ha dicho: “pero, no sé si la Ley me lo permite, porque hay sangre ahí y yo quedare impuro…”. Van por otro camino y no se acercan.»[14]. Nuestra sociedad –que el Malo usa como máscara- nos agencia un sinfín de justificaciones para evadir la samaritanidad. Pero el mandato de Jesús prevalece como guía para nuestra ortopraxis: Πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37d) 













[1] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET I Parte. Ed. Planeta 2da ed. Bogotá- Colombia 2007 pp.240-242
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2013. P. 392
[3] José Luis Caravias s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed Tierra nueva y Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito –Ecuador. 2001 pp. 174-175
[4] Ibid. p 207
[5] Fabris, Rinaldo. PARA LEER A SAN PABLO. Ed. San Pablo 2ª re-imp. 2006 Bogotá – Colombia p. 148
[6] Benetti, Santos. PABLO Y SU MENSAJE Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1994 p. 253
[7] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 237
[8] Fausti, Silvano. Op Cit. p.395
[9] Papa Francisco. AUDIENCIA GENERAL Vaticano, 27 Abril de 2016 
[10] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER CÂMARA. Ed. Sal Terrae Santander – España 1985 p. 130
[11] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 239
[12] Helder Câmara, Dom Op. Cit. pp. 129-130
[13] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 239-240
[14] Papa Francisco. Ibid

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