viernes, 8 de enero de 2016

SOMOS TEÓFOROS


Is 42,1-4.6-7; Sal 28; 1a. 2. 3ac-4. 9b-10; Hch 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22

Nuestra sociedad necesita dosis masivas de Espíritu Santo.

Raniero Cantalamessa

Quisiéramos iniciar recordando que en el ciclo C el Evangelio que vamos a considerar es el de San Lucas. «¿A qué corresponde la etapa… que la obra de Lucas expresa de manera tan privilegiada?... En esta etapa tenemos la formación del testigo. Cuando el cristiano ha aprendido a vivir en la comunidad como miembro responsable de ella, se pone la pregunta: ¿qué puedo hacer y decir a los otros, a los que no creen?... Lucas enseña al cristiano a llevar la Palabra a quien no cree, a quien piensa distinto.»[1] Esta orientación del Evangelio de San Lucas, nos ayuda a enfocar el relato del Bautismo de Jesús según se nos ofrece en el Tercer Evangelio, este Evangelio nos guía en la ruta de hacernos testigos, es decir, de vivir coherentemente lo que se anuncia.

El Domingo anterior hemos celebrado la Epifanía. Benedicto XVI nos recordaba en su JESÚS DE NAZARET que para la Iglesia oriental la epifanía es el día del bautismo dado que la “epifanía es la proclamación de la filiación divina por la voz del cielo” que es lo que precisamente sucede en el último versículo del fragmento del Evangelio que leemos en este Domingo en la fiesta del Bautismo del Señor: Σὺ εἶ ὁ Υἱός μου ὁ ἀγαπητός, ἐν σοὶ εὐδόκησα. “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Lc 3, 22d). «El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo, así se llaga a ser cristiano.»[2]


«Ahora ese Dios,… desciende definitivamente entre nosotros en la persona del Espíritu Santo, el Don de Dios. Espíritu significa “vida”, santo significa “de Dios”. ¡La misma vida de Dios se le entrega al hombre como un don! Es el soplo anunciado por Ezequiel 37, que anima y mueve los huesos áridos, rico en sabiduría e inteligencia, en consejo y fortaleza, en conocimiento y temor de Dios (Is 11, 2; cf. Sb 7, 22ss). No sabes de dónde viene y adónde va (Jn 3, 8). Es invisible, pero oyes su voz y reconoce sus efectos en sus frutos. Cambia radicalmente nuestra vida egoísta, triste, intolerante, malévola, malvada, infiel, dura y esclava con capacidad de amor, alegría, paciencia, benevolencia, fidelidad, mansedumbre y libertad (Ga 5, 22).»[3] El bautismo –es así- una entrega en donación de Espíritu Santo que se nos otorga para que seamos fieles testigos, y el fiel testigo “promueve con firmeza la justicia” (cf. Is 42, 3c).

«… todo cristiano en el bautismo se vuelve “corporalmente teóforo”, portador de Dios, a semejanza de Cristo. En efecto, “todos nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como un espejo la gloria del Señor, nos vamos trasformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2Co 3, 18).»[4]


El Espíritu hay que pedirlo, anhelarlo, ansiarlo con las mismas ansias con las que el ahogado tiene avidez de una bocanada de aire:

Un anciano – starets (padre espiritual)  fue visitado por un joven quien le pidió: “Padre, enséñame a orar”.
- Bien, le respondió.  - ¡Sígueme! El anciano se levantó, se fue a un profundo río y comenzó a entrar en el agua. El joven sin saber qué hacer, lo siguió. Cuando ya estaban en el medio del río y el agua les llegaba hasta la boca, el anciano agarro al joven por sus cabellos y lo sumergió.
El joven con un gran esfuerzo logró liberarse del anciano luego de una inmensa lucha y salió del río respirando profundamente. Salió también el anciano e interrogó al joven: - ¿Cómo te sentiste debajo del agua? Este le respondió: - Padre yo gritaba a Dios, con un grito mudo para que me dé al menos un respiro y para que me libre de la muerte.
Entonces el anciano le explicó: - El río que hunde a los hombres es la vida sin Dios. Si nosotros vamos a gritar y recurrir a Dios como tú lo hiciste debajo del agua, vamos a orar correctamente. La oración siempre nos libra de la muerte y como el respiro nos llena, no de aire, sino del Espíritu Santo: portador de Vida Eterna.[5]

El Evangelio según San Lucas pone el énfasis en la oración. La oración es derrotero para pasar por la ruta en que se derrama la Gracia que nos hace portadores de Dios. Esa oración es acción vocal y acción vital, esto es, ruta de fraternidad, solidaridad, servicio, amor y perdón, es la vía mismísima de la Misericordia. Eso es lo que se requiere de nosotros, poniendo a prueba nuestra fidelidad: expresar un corazón misericordioso, llevando a Dios en él y manifestándolo a través de nuestras acciones e inquietando a otros para que se enamoren de Dios. Ya que Dios acepta al que le teme y practica la justicia (cfr. Hch 10, 35). Esa gracia, insistimos, es don de Dios, Dios nos la entrega y, su punto de partida, en nuestra vida, es el bautismo. Alegrémonos por este Sacramento en el que baja “el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”. (Lc 3, 22ab)


Gracias por mi Bautismo

Señor, quiero darte gracias por el regalo que el día de mi bautismo me entregaste:
el amor del Padre, la  fuerza del Espíritu y la gracia de tu presencia.

El agua cayó sobre mi cabeza con el poder de darme vida nuevamente
que lava, sana, fortalece, vivífica, transforma.
Señor, quiero revivir ese momento para salir de la mediocridad,
necesito energía para ser testigo de la vida que Tú me entregaste.

Necesito fortaleza para no desanimarme,
para seguir adelante, para avanzar a pesar del miedo,
para no retroceder arrastrado por el ambiente,
para crecer  cada día en la fe.

Sé que el Espíritu habita en mi corazón de bautizado.
El, reanima mi vida y con su fuerza es posible vivir el Evangelio.
Sé que las aguas del Espíritu sobre mí derramadas
me permiten: seguir a Jesús como Señor y Salvador,
vivir la libertad de los hijos de Dios, ser profeta
que anuncia a Jesús sin miedos,
en cualquier ambiente y lugar.

Gracias, Jesús, por mi bautismo,
que muestre con dignidad y gozo,
a través de mis obras,
que soy hijo de Dios.[6]



[1] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p.24
[2] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. I Parte Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2007. p. 46
[3] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014. p. 89
[4] Ibid. p. 90
[5] Sviatoslav Shevchuk. LA ORACIÓN RESPIRO DEL ALMA. http://teoforos-orientecristiano.blogspot.com.co/ 2011_05_01_archive.html
[6] ORACIONES PARA TODAS LAS OCASIONES Ed. Lecat Bogotá-Colombia p. 273

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