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8,2-4a.5-6.8-10; Sal 18,8.9.10.15; 1 Co 12,12-30; Lc 1,1-4;4,14-21
Pueblo de Reyes, Asamblea Santa, Pueblo sacerdotal,
Pueblo de Dios, Bendice a Tu Señor.
κηρῦξαι ἐνιαυτὸν Κυρίου δεκτόν.
“para proclamar el
año de gracia del Señor”
Lc 4, 19
La liturgia de hoy establece una conexión entre la Palabra de
Dios y su Misericordia; la Misericordia Divina ofrece la redención con mucha
antelación y, la impaciencia humana quiere siempre el cumplimiento inmediato,
fijándole a Dios caducidades. En este caso al hablar de redención nos referimos
al Jubileo que ofrecía rescate. Veámoslo:
a) Se
trata de un año Sabático, o sea año de descanso, de reposo. Durante este año
las tierras debía descansar y no se cultivaba en ellas.
b) Durante
este año se ponían en libertad a los esclavos –que habían llegado a serlo por
deudas- y podían regresar al seno de sus familias.
c) Se
le restituían las tierras a aquellas personas que por deudas las hubieran
perdido
d) También
se daba la condonación de esas deudas.
e) Como
no se sembraba, se consumía aquello que en la naturaleza y en los sembradíos
brotaba espontáneamente.
El jubileo es una celebración que se da al finalizar un
conjunto de “siete semanas de años” (siete veces siete años, en total 49 años,
cada 50 años caería Año Jubilar). Por tanto, esta “celebración” hunde sus
raíces en la cultura judía. El jubileo es una fiesta eminentemente religiosa,
tanto como que es, El mismo Dios quien la ordena, pero las acciones litúrgicas
que entraña, tienen como destinatarios a las personas, a los más débiles, y a
la propia tierra.
En la Primera Lectura encontramos un pueblo reunido en
asamblea para escuchar la lectura de la Ley. Se trata de gente de fe, gente con
ganas y gusto de oír a su Dios. Es un pueblo articulado por la voluntad de
escucha – obediente. Todas sus acciones así lo señalan. Y su respuesta. אוהב “Amén” ratifica la decisión de no permitir que las palabras
escuchadas se queden en puras palabras. Ellos bendicen al Dios que les habla y
quieren con su gracia, volver acción y vida lo escuchado. Ese es el significado
de la palabra Amén. Pero allí se nos da un precepto interesante: La Palabra de
Dios no ha de ser motivo de tristeza –sino, por el contrario- ha de inspirarnos
la felicidad de ser privilegiados con la “teofanía” de Dios que nos habla.
En esta línea, hemos vivido una serie “epifánica”, donde
Jesús es señalado como “Ungido”, el Cristo, con el encargo de construir el
Reino de Dios, o sea, de darle a Dios Padre una
Comunidad que responda a su Amor-Fiel. Fue epifanía la visita de los Reyes
magos, también lo fue el Bautismo de Jesús, en las Bodas de Caná y no menos se continua
hoy, en la sinagoga, cuando toma el rollo y se nos “manifiesta”: Es ahí, cuando
la Palabra, que aquí ya se entiende como Dios hablando por medio de lo Escrito,
declarando que “el Espíritu de Dios está sobre Él”, esto es una
“manifestación”, porque precisamente el “rollo” que se le “entrega” será el que
comunique que Él es su Ungido. ¿Para que ha sido Ungido por Dios” para que
actualice el Jubileo. Pero, examinemos los rasgos jubilares en los que centra
Isaías la caracterización de la Misión del Mesías (recordemos que Cristo,
Ungido y Mesias es lo mismo):
a) Dar
la Buena Noticia a los pobres.
b) Anunciar
la libertad a los cautivos
c) Dar
la vista a los ciegos
d) Poner
en libertad a los oprimidos
e) Proclamar
el año de gracia del Señor
Cinco rasgos, pero no idénticos a los del Libro del Levítico.
Nos conduce a cuestionarnos: ¿Qué tiene todo eso que ver con mi fe y mi vida
hoy, siglo XXI? Esta pregunta vuelve siempre porque la Palabra no es un “cuentito”
melifluo para arrullar al bebé y que “tenga dulces sueños”, ¡La Palabra tiene
que encendernos, activarnos, movernos! Pues que todos nosotros estamos llamados
a incorporarnos a la “Gran Asamblea” del pueblo de Dios, Asamblea que reconoce
su Reinado, que se pone bajo su Soberanía. Claro que, como nos lo aclara, la
Segunda Lectura, tomada de la I Cor, 12-30 ya que para tal fin de incorporación
hemos sido llamados al bautismo, para que seamos un solo Cuerpo, el Cuerpo
Místico de Cristo. Evidentemente, cada uno en una función, cada quien en su
propio lugar articulado con la Iglesia (iglesia y sinagoga tiene el mismo
significado: “Asamblea”): Bien sea Apóstol, Profeta, Taumaturgo, a los Diáconos,
a los que disfrutan de la glosolalia. Sin envidias, sin arrogancias, sin
jactancia, cada quien aporta a la totalidad del organismo su rol de pie, ojo,
mano, oído… Por eso somos Cuerpo, porque cada uno cumple su misión.
«Yo pienso que se emplea con mucha exageración la palabra
“profeta”, como si tan sólo un pequeño número de personas recibieran del Señor
la responsabilidad de serlo, siendo así que en la Iglesia, todos nosotros
tenemos una misión profética. Toda la Iglesia está llamada a ser profética, es
decir, a anunciar la palabra del Señor, así como a prestar su voz a los
sin-voz, a hacer exactamente lo que Cristo, al leer a Isaías, proclamó que era
su misión: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para proclamar
la buena noticia a los pobres, para abrir los ojos, para liberar…” esta es siempre
la misión de la Iglesia.»[1]
A todos nos cabe la gloria de ser profetas para anunciar que
ya llega el Reinado del Altísimo Señor; y, eso lo asumimos con radiante
modestia, con toda humildad. Sí, así es, nosotros también estamos para anunciar
el Año de Gracia de este Jubileo Extraordinario: “Misericordiosos como el
Padre”.
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