Dan 12,1-3; Sal C-11); Heb 10, 11-14,18; Mc 13,
24-32
El Señor es mi
heredad y mi copa; mi suerte está en Su Mano”
Salmo Sal 16(15), 5
Cristo borra
definitivamente el verbo en pasado, para convertirse en la inaudita novedad del
presente y del futuro.
Enrico Masseroni
La
primera noticia que tenemos de Abrahán es que era hijo de Térah que –junto con
su clan- había salido hacía Ur de los caldeos y al pasar por la ciudad de Harán,
se instaló allí. Luego, “Un día el Señor le dijo a Abram: ‘Deja tu tierra, tus
parientes, y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar.
Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte
famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y
maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias
del mundo’ Abram salió de Harán tal como el Señor se lo había ordenado.”(Gn 12,
1-4a) La manera como se introduce la acción de Dios en la vida de Abraham es
esta, la encontramos plasmada así en la Sagrada Escritura. Dios se manifiesta y
simplemente ordena. La palabra clave, con la que Dios empieza su actuar
es una palabra de desarraigo, de ruptura, de riesgo, de “quiebre” existencial: לֶךְ־לְךָ֛ un hasta
aquí-y desde ahora. «El Dios de
Abrahán se presenta como alguien que tiene autoridad para ordenar: “Deja…
anda…, ve…”. Y al mismo tiempo tiene poder para prometer: “Haré de ti…,
bendeciré…, engrandeceré…, te daré…”. Es un Dios que pide y promete. Dios que
llama a cada uno por su nombre, pide despojo de las cosas, envía a cumplir una
misión, muestra el camino y da fuerzas para recorrerlo.»[1]
Pero la ruta de Abrahán no es un sendero de
delicias y seguridades, antes bien, «Aunque tuvo que abandonarlo todo, aunque
vivió como extranjero en la tierra prometida, aunque tuvo que ir por hambre a
Egipto con el riesgo de perder a su esposa (Gen 12, 10) aunque tuvo que
separarse de su sobrino Lot y quedarse en soledad, aunque la promesa tardaba en
cumplirse, aunque llagara a matar al depositario de las promesas, Abrahán
confía siempre en la palabra divina, admite lo incomprensible y se siente
seguro ante el futuro.»[2]
Si leemos la página de Abrahán en paralelo con
la ruta de Moisés encontramos esa experiencia de obediencia-vagabundeo intensificada,
se trata de 40 años de deambular, de ir tras la incertidumbre con la aspereza y
la aflicción del pueblo que –apesadumbrado- recordaba las cebollas, los
pepinos, los ajos y los melones que comía en Egipto; es decir la nostalgia de
la “esclavitud” que no vislumbra los valores superiores que se alcanzan en la “libertad”,
es una forma de “practicismo” que prefiere pan duro en la prisión a un manjar
imponderable que aún no ha saboreado, una forma de enfrentar la vida que
antepone –como lo ha condensado el decir popular- “pájaro en mano vale más que
ciento volando”.
Estos senderos se pudieron recorrer con el
sostén y soporte que la fe les brindaba. Pero la fe es don, es gracia. «Creer
no es soñar el cielo con imágenes humanas, es sumergirse en una tiniebla que
oculta la luz de Dios en lo más profundo de su oscuridad.»[3] La fe es un regalo divino que nosotros estamos
convocados a fortalecer, a nutrir, a cultivar. Su “suplemento alimenticio” está
–de forma muy especial- en la Sagrada Escritura, en el Sagrario, en la Comunión
asidua, y en nuestros hermanos, en nuestros prójimos –preferencialmente, como
tanto hemos insistido- en los marginados, en los pobres, en los que sufren. «…
cualquiera que tenga aunque sea una mínima experiencia de evangelización se da
cuenta de ello- los más disponibles al encuentro con el Señor son los
necesitados, los pobres, los que de verdad esperan una salvación, una liberación
que los otros ni siquiera desean porque, tal vez, creen que ya están liberados,
que ya están salvados.»[4]
No podemos desistir y cansarnos de repetir que la
fe no consiste en ir a misa, o bolear camándula, o simplemente peregrinar por
los santuarios, o apadrinar para los sacramentos de la iniciación cristiana, o
acompañar a los dolientes que nos convocan para las exequias o para las misas que
se ofrecen por el eterno descanso de los fieles difuntos. La fe se nutre día a
día, minuto a minuto, meditando y orando la Biblia; ejercitándola en la caridad
cristiana, como nos dice el Papa Francisco en Misericordiae Vultus, retornando
a la práctica de las obras de misericordia corporales así como espirituales.
No ha dejado de ser atractivo el cliché de las profecías
que anuncias a término fijo, la venida del Hijo del hombre; además atractivo
por su apariencia pintoresca. Muchos milenaristas andaban –calle arriba y calle
abajo- con sus zapatitos nuevos, anunciando el “fin del mundo” para el 2000.
Otros, muy confiados se pegaban al calendario maya, para tener “el dato”; «… todo
el tiempo y siempre en la historia hemos conocido a los anunciadores de
cataclismos. Cada cierto tiempo surge otro anunciador del “fin”. Gozan
adornando, con toques de ciencia ficción catastrófica, los negros días que
sobrevendrán. Y lo peor de esta actividad es que nos condena a la pasividad,
nos reduce a la impotencia. ¿Qué se puede hacer frente a la horrenda
destrucción de “rayos y centellas” que los adivinos de las tinieblas propagan.
¡Pues nada! Sentarnos a tenernos la cabeza a dos manos y lloriquear.»[5] O, aún mejor, meternos debajo de la cama a temblar
y rechinar los dientes. Seguramente, esos se sentirá muy orondos de contarse entre
los elegidos a quienes el dato fue –como
su nombre lo indica- entregado (de datum “dado”, el participio pasivo
del verbo latino “dare”). Se cuentan por miles los esotéricos que “descubren”
algún profeta que les da la pista precisa de dónde extractar el datum. Hoy
la enseñanza de Jesús en el evangelio nos pone de presente que esa clase de
informaciones son conocimiento exclusivo del Padre; y, ni siquiera, su
Mismísimo-Hijo, por participar de la naturaleza encarnada propia de los seres
humanos- puede acceder a ella.
¿Es, acaso, Dios-Padre un ser envidiosos que se
reserva y nos oculta tan vital información? ¿Y dónde queda nuestro derecho a “ser
informados”? Rotundamente ¡No! Vemos a través de toda la historia de Salvación
que Dios no esconde ni restringe –antes por el contrario- se entrega generoso,
se abre disponible, se dona abundante. Si hemos de evocar la historia de
Moisés, tenemos que ver en el principio de su revelación que no le oculta ni
siquiera su Propio Nombre: «Cuando Moisés le pregunta a Dios ¿cuál es tu
nombre?, Dios responde “Yo soy el que existo” (3, 14)… No se trata aquí de
categorías propias de la metafísica occidental. Ser, para un semita, es acción;
nunca una realidad estática. Significa estar ahí, estar-con. ‘Estoy acá como el
Dios que quiere ayudarte y establecer contigo una alianza’. Yavé es el único de
quien se puede afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es.»[6] Pero nos dijo por Boca de su Hijo lo que el
mismo Abrahán le respondió al rico epulón, lo que puede hacer el hombre que no
sabe aprovechar ciertos “saberes”: Hay conocimientos que “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán
aunque uno de los muertos resucite".
Muchos están afanados, y con ceño adusto nos
recriminan que ya van corridos –algo así como 1978 años. Ayer mismo, hemos
asistido, por vía noticiosa al atentado terrorista en seis puntos de Paris, que
la ¿yihad (IE)? se reivindicó. Es en este contexto que hoy por hoy tanteamos
las ramas de la higuera. ¿Están tiernas las ramas? ¿Le están brotando yemas? «Es
hora de darle una re-lectura a la historia y ver lo que se está derrumbando, lo
que se está desmoronando; cómo, lo que se tenía por inamovible, se ha venido a
pique; y, en cambio, aquí y acullá, brotan espiguitas esperanzadoras; hay Luz
en el fondo del túnel, es la Luz de Cristo que como un Faro resplandece
al final del camino, allá en el fondo.»[7] «La
esperanza cristiana no es ingenuidad, optimismo beato o falsa idea de la
providencia. El Señor no arreglará el mundo en lugar nuestro, no es a Él a
quien corresponde dar trabajo a los
parados o convocar conferencias internacionales para construir una difícil paz.
Pero la esperanza cristiana reposa sobre la fidelidad del Padre y por eso es “teologal”.»[8] «Si, según evoluciona la higuera, somos capaces
de vaticinar la llegada del verano; también el derrumbe de los gobiernos
in-justos nos permite vislumbrar –no el cuándo- que es potestativo del Padre
saberlo Él-Sólo; sino, entender que las tiranías explotadoras no duran por
siempre, que inevitablemente les llega la hora, más temprano que tarde. Detrás
de todo esto, podemos presentir al Aguardado, al Vaticinado, al que hemos
esperado generación tras generación. Y exclamar: “Marana- tha”(¡Ven Señor Jesús!).»[9] No
son esperanzas fáciles, ni un optimismo barato; no son predicciones de fanático
milenarista. Sacudidos de toda charlatanería, en esas coordenadas nos ubicamos
ahora, en el penúltimo Domingo Ordinario del ciclo (B), justo antes del Domingo
Último: Jesucristo Rey del Universo; y, ad-portas del Adviento (ciclo C),
tiempo privilegiado para pronunciar con todas las fuerzas de nuestra fe ese ¡Marana- tha!
[1]
Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN
LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. “Tierra Nueva”-Centro Bíblico Verbo Divino
Quito-Ecuador 2001 p. 16
[2]
Ibid
[3] Ferlay,
Philippe. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA EL CAMINO DE LOS CRISTIANOS. Ed. EDICEP. España
1989 p. 271
[4]
Bianchi, Enzo. LAS PARADOJAS DE LA CRUZ. Ed. San Pablo Bogotá D.C. Colombia.
2001. p. 91
[5] rianchab.blogspot.
com.co/2012/11/escatologia-motor-de-una-historia.html
[6] Caravias,
José L. s.j. Op. Cit. pp. 25-26
[8] Ferlay,
Philippe. Op. Cit. p. 293
[9] rianchab.blogspot. com.co
Loc. Cit.
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