Sab 2,12,17-20; Sal
53, (3-8); Stg 3, 16-4:3; Mc 9:30-37
No quieras ser como
aquella veleta dorada del gran edificio por mucho que brille y por alta que
esté, no importa para la solidez de la obra.
-Ojalá seas como un
viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti
no se derrumbará la casa.
San Josemaría Escrivá
«De
hecho, en esta sección central del Evangelio de Marcos (tomamos la perícopa que
se lee hoy) Jesús predice tres veces su pasión, pero ve que sus discípulos
están ciegos a ese anuncio: después de la primera predicción Pedro le reprende
(Mc 8, 32); después de la segunda (Mc 9, 34), los discípulos discuten sobre
quien será el mayor;…»[1] Se toca el tema de la
fragilidad de los discípulos quienes andan tras las mayordomías, los discípulos
están presos de las “malas pasiones” de las que nos hablará Santiago en la
Segunda Lectura de este Domingo. Si Jesús es el Mesías, esto se entendía como
‘Rey–y–General’ de Israel (este es el contenido -desde aquel contexto- de la
palabra mesías. O sea que, según lo que ellos entendían, Jesús iba a instaurar
un reinado, ¿Quiénes serían los dignatarios de este reinado? Pues si ellos eran
los que andaban con Él y lo apoyaban, se podía esperar que nombraría de entre
ellos sus burócratas principales, ellos –según su entender- estaban señalados,
mejor dicho, predestinados a ser la corte real, habían dejado su oficio de
pescadores para recibir cargos reales, para “sentarse a la derecha” lo que pedirán
después del tercer anuncio.
Jesús,
iba por otro lado desde la confesión de Pedro, quiere concentrarse en la
educación, capacitación, formación de sus discípulos, ya no tanto ocuparse de
la gente en amplio, sino dedicarse más a sus discípulos porque ellos están
“llamados” a ser los continuadores de la tarea del “anuncio”(Mc 9, 30-31a). Jesús
anuncia su pasión por segunda vez (Mc 9, 31b-32) pero, como un mecanismo de
negación, ellos “se hacen los de las gafas”, Marcos lo presenta como un “no
entender”, a la vez que un “tener miedo”, lo cierto es que evaden el tema, se
dedican a otra cosa, se ponen a discutir otro asunto. Mientras Jesús les
reinterpreta la clase de mesianismo que Él va a practicar, el tipo de “trono”
en el que se piensa sentar que está lejos de ser un cómodo sillón, en cambio,
será una incómoda cruz, y procura hacerles ver por qué medios alcanzará la
“realeza”; ellos, por su parte, siguen en el tema del reparto de cargos y la
distribución de importancias.
La
propuesta que les hacía Jesús, que es la misma que nos está haciendo hoy a
todos nosotros, es despertar y darnos cuenta que el ansia de poder nos aleja de
un discipulado fiel. En cambio, se nos propone –como un Mandamiento- pero no en
términos de mandato sino en un lenguaje propositivo, óigase bien: Εἴ
τις θέλει “el que
quiera”. Esa es la oferta de Jesús, Él no procura encadenarte a su propuesta,
sino que lo oferta a nuestra decisión: “Si alguno quiere ser” (Mc 9, 35b) se
está refiriendo a la disponibilidad, a la apertura de voluntad. Es aquí donde
se nos hace ese llamado al servicio y Jesús nos aclara que el verdadero
discipulado, la gran importancia de la persona se alcanza descentrándose del
propio interés para concentrarse en el “otro”, en el prójimo, ἔσται
πάντων ἔσχατος καὶ πάντων διάκονος en
aquel que puede esperar algo de nosotros, nuestro “servicio”, no porque
nosotros tengamos que darle ese algo, sino porque se lo damos por gratuidad,
porque somos capaces de ver en él a un hermano, otro hijo de Dios como
nosotros, necesitado y vulnerable como todos los hijos de Dios. Resumiendo, la
propuesta es romper el cascarón del egoísmo y entregarnos al servicio.
Se
inserta en este lugar, de la manera más natural, la opción preferencial por los
más débiles, por los más necesitados. Jesús escoge al ‘más débil, desprotegido
y necesitado’ en aquella sociedad judía, de aquel tiempo. Escoge como prototipo
de Mesías al discriminado por excelencia, que nada tenía y que ni siquiera era
considerado persona en esa sociedad y esa cultura. Con gesto de Infinita
Ternura, lo abraza y teje una transitividad niño-Jesús-DiosPadre: Un niño es
como Él mismo, lo representa a Él; pero no para ahí, va más lejos, el niño
representa al Propio Padre Celestial. Si acogemos al indefenso, al débil, al
necesitado, al Anawin, estamos acogiendo al mismísimo Dios.
Adela
Cortina propone el término “aporofobia” para designar nuestro repudio y persecución
a los pobres; recogiendo el término podríamos extrapolar buscando su simétrico
y definir el discipulado de Jesús, el verdadero cristianismo, como la
aporofilia por excelencia; como una vocación de servicio que privilegia el
cuidado y la atención principalmente de los más pobres. ¿Qué es lo contrario de
la aporofobia? ¡La aporofilia!
En
cambio, el discípulo del Malo puede regurgitar un pretexto para lastimar y
matar al “justo”. Su dermis exuda aporofobia, su secreción más visceral tiene
asco de toda sencillez, de cualquier pobreza, nada hay para él más detestable y
repudiable que la condición del pobre, si un sus manos está, mejor matarlo.
Todo
malvado piensa, además, que el testimonio de alguien que obra rectamente para
lo único que sirve es para delatar la maldad de sus propias acciones. Nada hay
tan fastidioso para el pecador como el “justo”. El “justo”, de alguna manera,
se convierte en un “dedo acusador” que lo señala, aunque el “justo” no haga
nada, y ni siquiera se dé cuenta; este fenómeno es automático! Si, automático,
porque la conducta de un “justo” es como una especie de reflector que lo pone
en evidencia, que hace notoria la falta, la ofensa al Señor. “…nos echa en cara
nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en
que fuimos educados…” (Sab 2, 12c-d). Por eso el “justo”, en toda la historia,
incomoda, estorba, es perseguido a sangre y fuego.
Y
sin embargo, el “justo” es la semilla del Reino, algo así como el Reino en
estado embrionario. Matar al “justo” es una especie de “aborto del Reino”, se
trata de impedir que salga de su estado embrionario. Se trata de ahogar la
semilla del Reino porque sería el ocaso del dominio del Malo, el final de su
cuarto de hora. Por eso el Bien siempre será perseguido. Fácilmente podemos
reconocer los rasgos del “justo”, de quien Santiago en la perícopa de hoy de la
Segunda Lectura enumera las señas y a quien llama “poseedor de la sabiduría”:
a)
Son puros
b)
Son amantes de la paz
c)
Son comprensivos
d)
Son dóciles
e)
Están llenos de Misericordia
f)
También están llenos de buenos frutos (recordemos que por sus frutos los
reconoceréis (Mt 7, 16.20)
g)
Son imparciales
h)
Son sinceros
i)
Pacíficos, por tanto, siembran la paz y recogen frutos de justicia.
O
sea que “el justo” es un constructor de paz, porque todos sus rasgos lo
caracterizan como tal. Repasemos la lista y veremos patente y tangible la
descripción del que ama la paz y se deja conducir “como un manso cordero
llevado al matadero” (Jer 11, 19b). Pero su muerte es sólo provisional, ahora
lo sabemos, porque el Padre Celestial le hará Justicia, y lo resucitará el
“Tercer Día”.
Además
Santiago nos señala como ejerce el Malo su despotismo en nuestro corazón, cómo
logra el Malo aferrar su zarpa en nosotros? Nos enseña que lo hace por medio de
las “malas pasiones”. Y, ¿Cuáles son esas “malas pasiones”? La codicia, la ambición
y el derroche en placeres que son, y no por coincidencia, la cédula de
ciudadanía del aporofóbico. “Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay
desorden” (Stg 3, 16)
¿Ansiamos
primacías en el Reino de Dios? He aquí la vocación: Hagámonos los últimos entre
todos y los servidores de todos, ese es el verdadero discipulado. Aprendamos y
practiquemos la aporofilia, pero viendo en cada anawin el rostro de Jesús. ¡Ea
pues, vayamos por el aprendizaje de la abnegación. «Recordad que es Cristo
quien obra a través de nosotros, nosotros somos meros instrumentos para el
servicio. No se trata de cuánto hacemos, sino de cuánto amor ponemos en lo que
hacemos.»[2]
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