Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9; Stg 2, 14-18; Mc 8, 27-35
San
Pedro refleja con su respuesta una comprensión de su Maestro que le permite
aproximarse a Él en la dimensión de reconocimiento que condiciona la relación
interpersonal; pero, el ser humano es de tal riqueza que reúsa ser captado en
trazos definitorios. Mucho había entendido al reconocer en Él más que un
profeta: Σὺ εἶ ὁ Χριστός. “Tú eres el Ungido”. Era un paso gigantesco identificar en
Jesús al Χριστός
“Ungido”, o sea al descendiente del Rey, o sea al Rey mismo puesto que esa
unigenitura de Jesús le da la calidad de Dios. Realmente Pedro avanzaba con
paso arrollador en cuanto a lo tocante a “entender” Quien es Jesús. Pese a lo
cual no lograba escapar a un esquema limitante. Ungido-Rey significaba poder
político, entre Ungido y Rey-Poderoso hay una continuidad humanamente lógica. ¿Cómo
podía aceptar que el Rey lo fuera a través de bofetadas y escupitajos hasta
ascender al trono de la humillación más alta, la muerte y muerte de cruz? ¿Cómo
podría alguien imaginar las rutas que Dios escoge para su Plan de Salvación?
Efectivamente, a Pedro le faltaba dar el salto del reinado humanamente
concebido al reinado del Siervo-Sufriente. Esa imagen cabe sólo en la locamente
enamorada mente de Dios; y Pedro como hombre que era, sólo podía pensar en
categorías humanas.
En
la Primera Lectura «… aparece así el aspecto más impresionante del Siervo que
ocupará amplio sitio en el poema: el Siervo de Dios sufre, es perseguido. Le
golpean en la mejilla como a un idiota (Jb 16, 7-11; 30, 8; Pr 10, 13; 19, 29);
a él, que es el sabio por excelencia por ser portavoz de la Palabra, le tratan
como un bufón (1Co 1, 17-25); así serán tratados Miqueas, hijo de Yimlá (1R
22.24) y Jeremías. El desprecio se vuelve agresivo cuando progresa y se
convierte en esputos, y en mesada de barba. Sin embargo, sale conscientemente
al encuentro de estas consecuencias de su ministerio, seguro de la victoria
(vv. 7-9; Rm 8,31ss) gracias a la cercanía de Dios (Sal 37, 33).»[1] “El Señor
Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás. He
ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me tiraban
la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y salivazos.
¿De
qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? «Como
Pedro, podemos entregar nuestro trabajo y todas las cosas, pero reservarnos en
nuestro fondo de egoísmo»[2] El verdadero discipulado entraña el compromiso con
el Reinado de Dios. Algunos especialistas señalan que Jesús no nos pide
semejante compromiso. ¡Qué clase de especialistas son! La frase no está
consignada como tal, pero con un mínimo
de entendimiento del conjunto,
inmediatamente se percibe que el hilo entreverado en toda la Revelación
es esta puesta en obra, pues la fe sin obras es inútil.
Tomaremos
los versos de Jesús Burgaleta para decirlo:
Tú, Jesús,
estás en mi torpe amor entregado a cuentagotas a mi hermano.
Tú eres el
que me llama a estar junto al que sufre,
junto al
que llora, junto al necesitado.
Tú eres el
de la cárcel, que no visito,
Tú eres el
que llama a mi puerta,
el que me
pide el pan que no comparto.
Tú eres el
que tiene hambre y sed de justicia por la que no lucho.
Tú eres el
que va desnudo
porque le
han quitado la ropa que yo me pongo…
«Es
posible que en algunas épocas y lugares esta enseñanza se debilitara en la
predicación ordinaria, o que los católicos en números significativos no fueran
coherentes, o que haya sido presentada en forma “espiritualista”, sin llevar a
las consecuencias sociales… Pero es innegable que la orientación más oficial
del magisterio de la Iglesia fue siempre esa.»[3]
Regresemos
a Isaías, y leamos un comentario que, sobre el Siervo Sufriente, hace Carlos
Mesters: «Un rostro no es para ser descrito. No se podría! Es para ser
descubierto, mirado y amado… Para nosotros hablar de Dios suele ser cosa
abstracta y distante que tiene que ver muy poco con los problemas concretos de
la vida del pueblo… Un rostro tiene muchos rasgos…destaco sobre todo cuatro:
amor desinteresado, poder creador, presencia fiel y …el Dios del pueblo es un
Dios santo: pide justicia, exige compromiso y envía a la misión… “Evangelizar”
es anunciar los hechos donde la gente observa a Dios venciendo la opresión y
liberando a su pueblo; se anuncia la victoria de Dios en hechos concretos que
están sucediendo aquí y ahora (Is 52, 7-10; 62, 11-12; 40, 9-11).»[4]
Por
mencionar una de las obras que nos compromete:
a)
Anunciar que Dios está vivo, que no está muerto, ni dormido, ni distraído
b)
Que Dios vence aquí y allá; que el Malo, por mucho que se haga propaganda, que
adule sus obras malévolas, está siendo vencido por el Bien. Claro que muchos no
lo ven, sólo ven hombres que parecen árboles. Nosotros tenemos que ser el
segundo pase de la Mano Sanadora de Jesús.
c)
Que no nos agote el pesimismo, que no nos cunda el desaliento, que no tiremos
la toalla solo porque algunos “desanimadores” profesionales tratan de hacernos
ver las cosas marrón oscuro, cuando la Claridad del Señor resplandece como
Alborada anunciada.
d)
Hagamos la tarea a conciencia: No busquemos a Dios venciendo con bayoneta
calada y misiles. Busquemos a Dios floreciendo por doquiera en ternura inmortal
y amor eterno.
«Los
profetas son las torres de Dios; se dejan conducir por el Espíritu Santo y, por
eso, son los primeros en captar los signos de los tiempos, las señales que Dios
hace a los hombres para que puedan encontrarlo y seguirlo»[5]
Tenemos
miles de obras por emprender, tenemos que permitirle a la fe que de sus
pasitos, que aprenda a caminar, hasta que tenga paso firme, y luego… caminar,
caminar y caminar. Correr, si se puede, mientras las piernas resistan, siempre
adelante, siempre en pos de Jesús, y jamás desfallecer: ¡anunciar y denunciar!
Pedro
pensaba como los hombres, nosotros hemos sido convidados a pensar como Dios.
Pensar como Dios, dice Averardo Dini “es comprometerse a realizar su proyecto,/
es buscar ante todo su voluntad,/ es gastar la vida por amor,/ es aceptar subir
al calvario,/. es escoger el último sitio en la mesa,…[6]
Arduo
muy arduo dejar a Dios que sea Dios, Aceptar su kénosis. Mientras el ser humano
debe procurar su elevación hacía las “alturas” divinas, Dios elije su
“descenso”, inclusive hasta las profundidades del abismo para rescatarnos, para
redimirnos; su permanente creación lo lleva a la coherencia de “hacerse uno de
nosotros” hasta en los mínimos detalles. Dios se auto-referncia humano para
crear al hombre de nuevo, para sacar del antiguo hombre el Hombre Nuevo, para
darnos paradigma de hermandad, de amor, de entrega, de generosidad, de
fidelidad.
Oremos
con Monseñor Martini:
«Permanece
en nosotros, Cristo Señor, por la fuerza de tu Espíritu, ora en nosotros, para
que podamos comprender la plenitud de nuestra llamada, los peligros que nos
amenazan, las acechanzas de Satanás sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre
nuestro tiempo, y para que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y
ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad. Te lo pedimos, oh
Padre, por medio de Cristo nuestro Señor. Amén»[7]
[1] Ravasi,
Gianfranco. LOS PROFETAS. Santafé DE Bogotá – Colombia 1996 p. 123
[2] Galilea,
Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia
1999. p. 18
[3] Ibid. p.
46
[4] Mesters,
Carlos O.C.D. LA MISIÓN DELPUEBLO QUE SUFRE LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN
EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Quito –Ecuador. 1993 pp. 58-67
[5] Estrada,
Hugo. sdb. PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed.
Salesiana Guatemala, 1998 p. 169
[6] Dini,
Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones
Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 80
[7] Martini,
Carlo María. Op. Cit. p. 14
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