1R 19, 4-8; Sal 33,
2-3. 4-5. 6-7. 8-9; Ef 4, 30- 5, 2; Jn. 6, 41-52
De Jesucristo y de la
Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad
de ello.
Santa Juana de Arco
Sacramento es
transparentar en lo humano lo divino.
Gustavo Baena s.j.
El
signo es algo que se pone allí en remplazo de otra cosa. Ese “algo-sustituto”
aporta otros “planos” de comprensión, conecta con otras realidades y se
entreteje en una red de alusiones y referencias. La frontera del signo se
diluye y logra ir más allá, verdaderamente logra trascender-se, se ramifica, en
su vitalidad, crece; se multiplica en conexiones como sinapsis dinámicas, con
dendritas y axones arborescentes. Esa vitalidad lo hace elástico, fluyente,
polimórfico, se goza en su polivalencia, en su polisemia. Dice, insinúa, pronostica,
vaticina. A veces –en procura de la precisión- lo querríamos exacto,
monosémico, fijo; pero, eso menguaría su poder trascendente. El signo tiene,
pues, una naturaleza reticular.
Para
este XIX Domingo Ordinario, el signo en cuestión es el “pan”, el pan en un
primer plano es un alimento preparado –mediante horneado- con harina de algún cereal.
Pero es signo de cualquier otro alimento, “pan” nombra cualquier alimento
comible, que nutra o sacie el hambre. Pero, saltando al plano espiritual, por
analogía con el plano físico, si el cuerpo necesita ser alimentado el espíritu –nos
hemos venido dando cuenta a través de nuestras experiencias “vitales”- también
necesita su propio alimento.
Regresemos
a nuestro tema, el que nos ocupa en estos 5 Domingos, desde el XVII hasta el
XXI, el capítulo 6 del Evangelio según San Juan. Jesús ha multiplicado los
panes y los peces. Este milagro nos permite ver (darnos cuenta) de su
divinidad. El milagro es “signo” de que Jesús no es un hombre “común y corriente”,
se demuestra como “el Hijo de Dios Encarnado”. El punto aquí consiste en ¿cómo
se lee el signo? Hay cierta lógica humana, muy humana, en ver al
Multiplicador-de-panes-y-peces como un “excelente candidato al trono real”.
Esta dificultad “interpretativa” Jesús la supera con un sencillo “movimiento”:
huyó solo a la montaña (Jn 6, 15c). Sin embargo, huir a la montaña sólo evita
que puedan “aprehenderlo” para forzarlo a ser rey, pero queda por resolver el
tema de la incomprensión. Hay un hiato entre lo que se dijo y lo que se quería
dar a entender. Quizá lo más lógico sea ahondar la explicación, decirlo otra
vez y decirlo más claramente, insistir, extenderse en un prolongado discurso
clarificador.
No
vayamos a entender que “pan” era una cosa y Jesús quiso que se entendiera como
otra distinta. En realidad, la doble significación era, ya en la cultura semita,
tradicional, por ejemplo se da una tradicional identificación entre pan y alimento
espiritual de la cual la Biblia nos ofrece un trazado. Probablemente, el
episodio del maná –al que se ha aludido frecuentemente en relación con la
multiplicación de los panes y que es aplicado como argumento por parte de la “gente”
Moisés nos dio a comer el pan del cielo (cfr. Jn 6, 31) sea el caso
paradigmático; pero la Primera lectura de hoy apunta en la misma dirección, el “pan
asado en el fuego” que le dio el Ángel del Señor a Elías es un tipo de alimento
que tal vez calma el hambre pero que, principalmente reanima al deprimido
profeta para que completa un “extensísimo” peregrinaje (de cuarenta días y
cuarenta noches!!!) por el desierto. Al escuchar la proclamación de esta
perícopa del Primer Libro de los Reyes, lo que llama la atención es la presencia
de ánimo que asiste al hombre que en el renglón anterior es un derrotado, un
desterrado que se haya quebrantado por el destierro causado por su fidelidad en
su labor profética. Si el afligido invoca al Señor, /
Él lo escucha y lo salva de sus
angustias./ El ángel del Señor acampa, /en
torno a sus fieles y los protege. ¡Se trata de un vencido que recobra el
ímpetu!
Retomemos
el Evangelio, aquí viene la declaración central, el eje de la perícopa, se
trata del versículo 48 del capítulo sexto, en él Jesús declara: ἐγώ
εἰμι ὁ ἄρτος τῆς ζωῆς.
Yo soy el pan de vida. Podríamos tomar esta frase como el inicio del sub-discurso
2. La palabra ζωῆς [zoe]
se opone a la palabra βιο- βίος, esta última sólo remite a la vida física,
mientras que aquella alude tanto a la física como a la espiritual, es decir,
que Jesús no es ni exclusivamente alimento material, ni exclusivamente alimento
espiritual, Él es ambos. Pero, ahora tratemos de ingresar nuevamente en la
complejidad del “signo” pan. Jesús nació en Belén, y el nombre de esta
población curiosamente traduce “Casa de Pan”, es decir de allí mana todo el
pan, por así decirlo, este Belén nos suena a la panadería de la que todo el pan
del mundo proviene. Es muy curioso, pese a que tal vez no reparamos en ello,
pero todavía hoy, siglo XXI, vamos al Altar a comer de ese mismo pan que se
horneo en “la-casa-de-pan”.
Vengamos sobre el fenómeno normal de la
alimentación mediante la cual incorporamos una sustancia externa y la acogemos
en nuestro organismo para hacerla parte de nuestro ser, incorporándola a
nuestros tejidos, a nuestra sangre. Pero ¡el caso de este Pan excepcional es distinto!
«…en el plan espiritual, es lo divino que asimila lo humano, no viceversa. Así
que mientras en todos los casos es el que come el que asimila a sí mismo lo que
come. Al que se acerca a recibirlo, Jesús repite lo que decía a Agustín: “No serás
tú quien me asimilaras a ti, sino seré yo quien te asimilaré a mí”… La comunión
no es sólo unión de dos cuerpos, de dos mentes, de dos voluntades, sino que es asimilación
al único cuerpo, a la única mente y voluntad de Cristo.»[1]
Sigamos esta línea de pensamiento agustiniana, «Felicitémonos
y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el
propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos
a Cristo como cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo.»[2]
Para poder leer el signo del pan y percibir
algo de su anchura y de su graciosa profundidad es preciso reflexionar como nos
hacemos, lo múltiple, uno solo. Muchos granos de trigo dispersos se dan cita en
el granero y después, una vez molidos, se ponen de acuerdo para encontrarse en
el mismo pan o en la misma hostia. Muchas uvas se dan cita en el mismo lagar y
luego –no por casualidad- concurren en el mismo Cáliz Santo para hacerse Sangre
Redentora. Muchos hombres, convergen en una synaxis y confluyen allí para ser
parte del pueblo Santo de Dios, y participar en el mismo Convite, en una misma
y única Liturgia, en el mismo Santo Sacrificio, en la única Fracción del Pan.
«“Signo” significa en este caso que se hace
presente una actividad que comunica gracia…. El valor de signo y el valor de eficiencia
siguen siendo completamente distintos… El ramo de flores que envío por medio de
una agencia a unos amigos que se casan
en el extranjero es para ellos la presencia concreta de mi simpatía y mi
amistad. Es la trasposición de mi amor, es mi amor en una manifestación
visible. Sucede lo mismo pero en medida infinitamente superior, con los
sacramentos… la voluntad salvífica celeste de Cristo constituye, mediante su
cuerpo glorioso, una unidad dinámica con el gesto ritual y la palabra sacramental
del ministro que tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia»[3]
Solo periféricamente queremos aludir al punto
de la eficacia. ¿El sacramento obra por encima de todo, se sobrepone al posible
rechazo del corazón de quien recibe el Sacramento, supera la increencia, la
falta de fe, la “impureza” del que comulga? Evidentemente si así fuera el
sacramento rayaría en lo mágico, peor aún, en la brujería. El Sacramento es
eficaz aun cuando no lo notemos, aun ayudándonos a superar nuestras
debilidades, pero no “por encima de nosotros” «Y la experiencia de cualquier
sacerdote o de cualquier cristiano es que, si él no opone demasiados
obstáculos, Dios da a través de nosotros cosas que nosotros ni llegamos a
sospechar»[4]
A esa disponibilidad nos llama San Pablo en
Efesios 4,30-5,2 para permitir la eficacia del sacramento y dar hospitalidad a
la gracia tenemos un itinerario en nuestro Éxodo para acoger καὶ μὴ λυπεῖτε τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον τοῦ Θεοῦ
al Espíritu Santo y no entristecerlo: Se nos convida a desterrar de
nosotros
a)
La aspereza
b)
La ira
c)
La indignación
d)
Los insultos
e)
La maledicencia
f)
Toda clase de maldad.
Por el contrario, estamos llamados a
a)
Ser buenos y comprensivos
b)
Perdonarnos los unos a los
otros
c)
Imitar a Dios, imitación
muy comprometida, asimilándonos a Jesús, como ὡς τέκνα ἀγαπητά “amados
hijos”.
d)
Promoviendo en nuestro
corazón hacernos, παρέδωκεν ἑαυτὸν nosotros
mismos προσφορὰν καὶ θυσίαν ofrenda y víctima.
Estos consejos configuran la ruta de navegación
para hacernos dóciles a la gracia sacramental, son un elenco que condiciona la
eficacia del sacramento en nosotros. “Todos los miembros tienen que esforzarse
en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos” (Ga 4,19)[5]
Que suceda, poder decir con Martín Descalzo: «Me encanta la idea de ser un
canuto a través del que Alguien, más importante que todos nosotros juntos,
sopla… Nuestro problema está, entonces, en ser buenos trasmisores y volvernos
trasparentes, para que pueda verse detrás de nosotros al Dios escondido que
llevamos dentro. Y luego repartir sin tacañerías lo poquito que tenemos –esa pizca
de fe, esa esquirla de esperanza, esos gramos de alegría-, sabiendo que no
faltará quien venga a multiplicarlo como el pan del milagro. Seguros de que la
pequeña llama de una cerilla puede hacer un gran fuego. No porque la cerilla
sea importante, sino porque la llama es infinita.»[6]
[1] Cantalamessa,
Raniero. “ESTO ES MI CUERPO”. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2007 pp.120-121
[2] San Agustín, In Evangelium Johannis
tractatus, 21, 8. Citado en CEC #795
[4] Martín
Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed. Sígueme S.A. Salamanca-España
2000 p. 182 (El subrayado es nuestro)
[5]
CEC # 793
[6] Martín
Descalzo, José Luis. Op. Cit. p. 182-183
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