Hech
4,32-35; Sal 117,2-4.16ab-18.22-24; 1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31
Tomás vuelve a ver a
Jesús, cuando se reúne con los “suyos”, con los otros apóstoles; cuando acepta
humildemente estar con los otros aunque no los entienda a fondo.
Carlo María Martini
Esta
escena del Evangelio de Juan es un Nuevo Génesis: ¿Qué dice el Resucitado? Hay
una frase que repite tres veces: Εἰρήνη ὑμῖν. “La paz esté con ustedes”. A partir de esta Paz se
irradia el resplandor que ilumina hasta a los más recalcitrantes. Aquí los
recalcitrantes están representados en la persona de Tomás. Se trata de Tomás,
uno de los Doce, al que apodaban “El Gemelo”, ¿qué nos comunica este apodo”?
(Ya sabemos que en esa cultura el nombre era supremamente significativo).
«Tomás es “gemelo” de cada uno de nosotros, incrédulos como él, llamados a
llegar a ser “gemelos” de Jesús mediante la fe… llamado el gemelo, Dídimo en
griego, así como Tomás en hebreo, significa Gemelo. Tomás es gemelo de muchos
hermanos. Ante todo de Judas: al igual que corre el riesgo de perderse en la
noche de la incredulidad, separado de la comunidad, en cuyo centro está Cristo
resucitado. Además es gemelo de nosotros: está en la situación de todos
nosotros que no estaban con los que han visto al Señor y estamos llamados a la
fe por el testimonio de ellos.»[1]
Pero
Jesús, quien ha hecho todo nuevo (Cfr Ap 21, 5), va a crear un Hombre Nuevo,
del cual la primicia es Él mismo. Así como en Génesis 2, 7 Dios crea al ser
humano y le “soplo” la vida; así en este cuadro, Jesús crea al Hombre Nuevo,
soplando sobre ellos infundiéndoles el Espíritu Santo. Y ¿Qué harán con esa
efusión de Espíritu Santo que han recibido? Liberar, perdonando los pecados,
puesto que la liberación más profunda, la esencial es la liberación del pecado,
la desalienación de la voluntad, que nos permite optar en la libertad de los
hijos de Dios. Regresamos al tema de la libertad: Se puede aceptar el perdón
pero si uno se niega, la liberación no se puede alcanzar, sencillamente los
pecados les quedaran sin perdonar. La paz fundamental que puede cimentar la
personalidad desalienada del Hombre Nuevo, es la tranquilidad de conciencia,
que suprime toda agresividad, toda arrogancia, todo afán de prepotencia y
dominación, toda esclavitud del vicio, del egoísmo, de la avaricia.
Pues
bien, ¿en qué consiste esta efusión del Espíritu Santo, causada por el Soplo de
Jesús sobre los Apóstoles? Jesús los cristifica. Ya no serán aquellos
amedrentados que vivían a puerta cerrada, por miedo de los “judíos”, si leemos
atentamente en los Hechos de los Apóstoles, nos va a sorprender el cambio tan
rotundo. Hasta ayer no más, eran unos pusilánimes, víctimas del temor,
aprensivos, presas de toda preocupación. Después, los vemos proclamar
abiertamente, delante de todos, inclusive cuando son llevados ante el Sanedrín,
o cuando son encarcelados, o cuando son azotados o apedreados, aun cuando esta
pedrea fuera llevada hasta la lapidación, como en el caso de San Esteban, protomártir.
Especialmente
nos asombra escuchar a San Pedro, el mismo que ayer negó a Jesús tres veces,
delante de la comunidad judía, en el Pórtico de Salomón, arrostrarles el
asesinato de Jesús: “Y así mataron ustedes al que nos lleva a la vida. Pero
Dios lo resucitó y de eso nosotros somos testigos” Hch 3, 15. Si los Discípulos
no reconocían a Jesús después de resucitado, nosotros tampoco podemos reconocer
a los Discípulos que ahora son tan valientes y decididos, como antes veíamos a
Jesús ser atractivo por su firmeza, su resolución, su disposición a entregarlo
todo por nosotros, llegando a amarnos hasta el límite. Por eso decimos que
Jesús-resucitado ha “creado” Hombres Nuevos, desalienados, firmes y decididos.
Resueltos a defender la verdad, cueste lo que cueste.
Hay
un cambio no sólo en los apóstoles sino en toda la comunidad, lo vemos en la
Primera Lectura, que es una perícopa tomada de Hechos de los Apóstoles, se
caracterizan por ἦν καρδία καὶ ψυχὴ μία “tener un solo corazón y una sola
alma”. ¡Eso es ser verdadera comunidad! No estar divididos por nimiedades, por
pequeñas diferencias, por mi afán de diferencia. Eso se nos ha alimentado en
grado sumo en nuestra sociedad, se nos enfatiza “poner el toque de diferencia”
que vemos que no es nada diferente: por ejemplo, ser diferentes, mandándonos
hacer todos el mismo tatuaje, o usando la misma cachucha, o conduciendo el
mismo coche; para hacernos sentir diferentes, aparte, separados, aislados, fariseos
(de hecho, la palabra fariseo proviene del verbo פרושים "separar”).
Rápidamente esta tendencia a ser diferente, condujo a los “separados” a una
forma de hipocresía religiosa que precisamente consiste en aparentar con la
“pureza ritual”, con las muchas abluciones, con las largas filacterias, (o como
pasó con Ananías y Safira que quisieron mostrar un falso “desprendimiento”
quedándose con la mitad del dinero de la venta de una de sus posesiones), con
prolongados rezos, o como les criticaba Jesús, juntando muchas palabras porque
se imaginan que alargando Dios les hará más caso (Cfr. Mt 6, 7). Al contrario,
lo que se nos pide es la capacidad de concertar, de ponernos de acuerdo, de
solucionar las diferencias por el camino antes de llevarnos ante tribunales. Lo
que se nos pide es “comunión” de voluntades en procura de construir el Reino,
lo cual implica, discernimiento de los valores evangélicos, conocimiento y
ejercicio de las “virtudes” cristianas.
«La comunidad en la que todos tienen y mantienen un mismo
espíritu constituye la prueba más excelente de que Jesús está vivo en medio de
ella, Jesús ha dado la vida, poniendo así un sello de garantía al proyecto de
Dios, que consistía en proporcionar a todos libertad y vida. Cuando tal cosa se
hace real y efectiva en la comunidad, ésta puede ser reconocida como el gran anuncio de que Jesús efectivamente
ha resucitado en ella, y por medio y en medio de ella está vivo y en acción.»[2]
La perícopa de Hechos recalca la generosidad y el
desprendimiento además de la solidaridad. No que vender y regalar lo que
tengamos en legitima propiedad sea un mandamiento; es más bien, una sugerencia,
un ejemplo, una de las posibilidades. No es que se haya originado el nuevo
mandamiento de vender lo que se tiene para darlo a los pobres. Aquí lo que
tenemos es un caso límite en el que, algunas personas optan por esta
generosidad, por la vía del desprendimiento, como Jesús cuando le aconsejó a
aquel joven que le preguntaba qué más debía hacer para alcanzar la perfección
(Cfr. Mt 19, 21). Esta generosidad-límite es un síntoma de cristificación, por
ejemplo en los “consagrados” que hacen voto de pobreza -como consejo
evangélico- en procura de una desalienación más libre, de encontrar vías
ascéticas más expeditas. En todo caso, el más vivo ejemplo de cristificación
está en οὐδὲ γὰρ ἐνδεής τις ἦν ἐν αὐτοῖς· evitar que “alguien
pase necesidades” (Hch 4, 34). «La pobreza del mundo es un escándalo. En un
mundo donde hay tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, es
imposible entender qué haya tantos niños que pasan hambre, tantos niños sin
educación, tantos pobres. La pobreza hoy es un grito. Todos tenemos que pensar
en volvernos un poco más pobres: todos tendríamos que hacerlo. Habría que
preguntarse: ¿Cómo puedo yo hacerme un poco más pobre para parecerme más a Jesús
que era el Maestro pobre?…»[3]
No en vano muchos hablan
del Libro de los Hechos como de un Quinto Evangelio, y otros se refieren
a él como el Evangelio del Espíritu Santo. No en vano tenemos en este Libro la
mejor fuente sobre la estructura de las Primeras Comunidades y el ejemplo de
vida de la cristiandad primitiva. Pero debemos mirar en este escrito Lucano (el
que otros ven como el segundo tomo de su Evangelio) la imagen de estas personas
que tanto cambiaron, que pasaron de una fe amedrentada y tibia, sino fría; a
una fe ardiente, sólida, comprometida. El Libro de los Hechos de los Apóstoles
es una guía de Cristificación, aprender el seguimiento, cómo ellos se
convirtieron en discípulos cumplidos, partiendo de su realidad de fragilidad
“evolucionaron” hacia el compromiso y llenos del Espíritu de Jesús vivieron
según la manera de Jesucristo. Al cristificarse permitieron la acción del Espíritu
que Jesús les había insuflado y –en consecuencia- así vivieron y murieron. Se
capacitaron entregándose al compromiso de construcción del reino. Pero no como
individuos aislados sino construyendo comunidad, haciendo y haciéndose Cuerpo
Místico de Cristo.
Pero eso, además, implica también unos “Ojos Nuevos” para
leer la realidad desde una nueva Perspectiva: saber leer los “signos de los
tiempos” y en ese tiempo concreto, leer la acción y la Presencia constante del
Dios que no nos abandona y de Jesús que –Nuestro Hermano- camina con nosotros,
siempre a nuestro lado. «… no es fácil
ver los signos de la presencia de Dios en el mundo: algunos los ven antes y tal
vez son los tipos afectivos; luego llegan los intuitivos, después las personas
lentas y sólidas. Pero también están los escépticos que llegan de últimos, pero
que también pueden llegar. Nadie está excluido, con tal que se tenga una
seriedad y una firme voluntad. Jesús se revela a todos amablemente, a cada uno
según su propio modo. Por otra parte, nuestro episodio hace resaltar la bondad
de Jesús que busca el modo apto para Tomás, que es distinto del de la Magdalena,
de Juan y de Pedro. Todos tienen la posibilidad de abrirse a la presencia del
Señor. No todos los medios son aptos para todos, pero para todos hay un modo y
un tiempo que el Señor conoce. Es cierto que el Señor quiere revelarse a todos,
aún a aquellos que parecen más refractarios y que más lo rechazan. El mansaje
evangélico nos educa para esta
confianza…»[4]
[1]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Bogotá-
Colombia 2008 pp. 620. 622
[2] Storniolo,
Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo
Santafé de Bogotá-Colombia 1998. p.66
[3]
Papa Francisco. LA POBREZA DEL MUNDO ES UN ESCANDALO
[4] Martini,
Carlo María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. EJERCICIOS ESPIRITUALES SOBRE SAN JUAN.
Ed. Paulinas. Bogotá-Colombia 1986. p. 145.
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