Ex 20, 1-17; Salmo 18, 8. 9. 10. 11; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25
Cristo es la fuerza y
la sabiduría de Dios.
Χριστὸν Θεοῦ δύναμιν καὶ Θεοῦ σοφίαν.
1 Cor 1, 24b
Voltear
mesas y echar a vendedores, era el gesto de un profeta que anunciaba el paso de
un sistema viejo a una forma nueva.
Jesús era el último de una larga línea de profetas que habían denunciado el
culto vacío de prácticas exteriores nada más.
Augusto
Seubert
Vemos
en la literatura en boga y en la cinematografía cómo desenmascara el héroe a
los falsarios: con un rayo muy poderoso de altísima tecnología (que a finales
del siglo XX era un rayo láser) despanzurraba o
–mejor todavía para alcanzar el toque amarillista tan caro a nuestra
épica- lo desintegraba, de tal manera que del timador no quedaba átomo sobre
átomo. Al sujeto en cuestión no le sobrevivía ni el recuerdo.
Pues
Jesús también es un desenmascarador de la religión pervertida, convertida en
mecanismo de alienación, explotación, engaño y manipulación. Pero, Jesús no lo resuelve con pistolones ni
con rayos desintegradores (hasta los discípulos en su momento pretendieron que
hiciera llover fuego –cada época tiene sus versión de “rayo láser”); en ese
sentido Jesús tipificaría un anti-héroe. El “arma” (si se la puede llamar
“arma”) de Jesús es el Amor Infinito, concretizado en Su Preciosísima Sangre.
Su “rayo” es “dar su Vida”. A los ojos de nuestros habituales consumidores de
cine, el desenlace más desalentador que cupiera imaginar. ¡Qué película tan
mala!
¿Queremos
poner aun peor la situación? ¿Alguien desearía darle al argumento de esa
“película” un puntaje más bajo? Bastaría añadir que la muerte más vergonzosa,
la que se daba a los bandidos más miserables, la cruz, fue precisamente la que
recibió Jesucristo. El asunto está mal planteado, no es tema de héroes; el
misterio salvífico pertenece a la dimensión soteriológica donde la lógica
regente es la Sabiduría de Dios. Como dice San Pablo en la Primera a los
Corintios: “La locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres”.
Hablando
de películas, les invitamos a rememorar una escena de la Pasión según Mel
Gibson: La flagelación. Y es que, la perícopa del Evangelio que leemos hoy,
tomada de San Juan, nos muestra a Jesús, látigo en mano, arrojando fuera del
Templo (la Casa de su Padre, que estaba siendo convertida en un mercado) a
vendedores de bueyes, ovejas y palomas; volcando las mesas de los cambistas y
tirándoles al suelo las monedas (siguiendo la línea cinematográfica que
traemos, les proponemos la escena correspondiente, en Jesucristo
Superestrella). Ahora, en Cuaresma, cuando caminamos esta trayectoria
preparatoria hacía la Semana Santa, la escena de la expulsión de los vendedores
del templo, por ser en ella Jesús quien porta el látigo, nos remite a aquella
de la flagelación donde Jesús es la víctima del látigo: A este lado del espejo,
Jesús con látigo en mano, desaloja los mercaderes; del otro lado, Jesús es
azotado despiadadamente con esos látigos –típicos romanos- que terminaban en
huesecillos o piezas de metal que desgarraban, y que nos llevan a preguntarnos
hasta que límites puede llegar la malicia humana cuando de causar dolor y
vejación se trata; y, hasta dónde puede llegar esa sutil creatividad de la
crueldad.
Esta
lógica del “espejo”, nos conduce con una lógica de la simetría: del lado de la
flagelación está el antiguo Templo, templo –puede ser que espléndido- pero de
piedras, donde la explotación y el enriquecimiento fácil a costa del pueblo era
el móvil. Del otro lado del “espejo” está el Nuevo Templo, el Cuerpo Místico de
Cristo, donde las piedras han sido sustituidas por “Piedras Vivas” y la Piedra
Angular es el propio Jesucristo. Lo cual
no es una lógica humana sino una lógica divina revelada.
Los
judíos no podían tolerar la imagen-promesa que Jesús les descubre al otro lado
del espejo: al lado de la justicia. ¿Cómo podrían medio aceptarla siquiera, si
esa profecía significaba el desmonte de las condiciones de su enriquecimiento?
Lo que Jesús les propone daría al traste con el fecundo negocio del cambio a la
moneda tiria, la más estable de la época y, a la vez, la moneda oficial en el
Templo, porque estaba exenta de bruscas fluctuaciones. Además, los animales que
servían de víctimas sacrificiales debían ser comprados y pagados allí, en ese
supermercado-templo, a riesgo de ser desechados por imperfectos (la víctima
tenía que estar libre de defectos) y los sacerdotes siempre descubrían alguno,
cuando la víctima no había sido comprada en las casetas que arrendaba el Sumo
Sacerdote a los mercaderes. Estos y otros múltiples ardites iban engordando la
bolsa de los ancianos y de los terratenientes en una sociedad teocrática, donde
el poder dimanaba del templo, y se erigía basado en una economía templo
centrista. Su intolerancia se traduce en conspiración asesina primero y luego
en el proceso que tiene su término en el Calvario…
¿Tiene
su término? ¡No! Tiene su punto de transición, su metamorfosis, su
transfiguración, su “conversión” en el trono de la cruz pero ese no es ningún
término, sino la Sede –mejor aún- el Solio resurreccional.
¿Cómo
nos podemos transfigurar en piedras Vivas del Nuevo Templo? A este tema nos
remite la Primera Lectura, donde se nos explicita que es por medio de la
Alianza –entre Dios y el hombre- y su cumplimiento. Los principios operativos y
funcionales de la Alianza son los Mandamientos, que permiten acceder a la
Misericordia del Señor.
«La
gran debilidad, la que tal vez haría hoy a Cristo tomar en sus manos el látigo,
se extiende por todo el mapa del mundo, donde puede verse a un pequeño grupo de
países que se hacen cada vez más ricos a base
de aplastar cada vez más a casi toda la humanidad. Ese pequeño grupo de países
es cristiano, al menos originariamente y nominalmente. Son los países de Europa
y de América del Norte. Y en la zona teóricamente más cristiana del tercer
mundo, en América Latina, se repiten las mismas injusticias que cometen los
países ricos y cristianos. La verdad es que, a veces, a Cristo debe entrarle
ganas de enarbolar el látigo contra nosotros.»[1]
[1]
Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae
Santander-España 1985 p. 53.
Me gustaría añadir una frase que encontré en el artículo semanal del Padre Hermann Rodríguez, sj.: "Pero ya no se trata de un templo de ladrillos que han convertido en mercado... sino del templo vivo de la persona humillada y maltratada por una sociedad de consumo que no se detiene ante ningún valor para alcanzar el lucro y la ganancia. Hoy también Jesús volvería a hacer un látigo para expulsar a todos los que hacen de su templo una cueva de bandidos."
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