sábado, 14 de marzo de 2015

DILEMA: LUZ O SOMBRAS


2 Cro 36, 14-16. 19-23; Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21

“O estás en el camino del amor, o estás en el camino de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que quieres, según tu corazón, que se endurece más, cada vez, en este camino"

Papa Francisco


Claridad[1]

Dios no se encuentra
en el Templo,
sino en la vida

- “No busquéis a Dios”, dijo el Maestro.  “Limitaos a mirar... y ¡todo os será revelado!”.

- “Pero ¿Cómo hay que mirar?”.

- “Siempre que miréis algo, tratad de ver lo que hay en ello, nada más”.

Los discípulos quedaron perplejos, de modo que el Maestro lo puso más fácil: “Por ejemplo, cuando miréis a la luna tratad de ver la luna y nada más”.

- “¿Y qué otra cosa que no sea la luna puede uno ver cuando mira a la luna?”.

- “Una persona hambrienta podría ver una bola de queso.  Un enamorado, el rostro de su amada".

La carta de identidad del discípulo es la búsqueda. La búsqueda es esa especie de “sed” del espíritu que nos impulsa a salir en procura de un encuentro con Dios. La búsqueda es expresión de la sed de Dios. Sin embargo, cuando vamos “buscando” debemos procurar cierta claridad sobre lo que estamos buscando. Somos muchos los que en el éxodo de la búsqueda pasamos por el lado o –inclusive- nos damos de bruces con “lo buscado” y pasamos de largo porque no alcanzamos a distinguirlo. Triste destino el de aquel que busca, encuentra, y no reconoce su hallazgo. ¿Cómo puede pasar que esté buscando, lo encuentre y no lo reconozca? Los fariseos no eran precisamente “judíos malos”, eran buscadores empedernidos que al buscar la Verdad se encontraron con un “trozo de verdad” brillante, lo suficientemente brillante (pero lo suficientemente limitado para que fuera una verdad-truncada, valga decir, una mentira disfrazada de verdad), para que en su afán de búsqueda quedaran deslumbrados y encandelillados con su destello. Esa es –por demás- la tarea del Malo, sacar lustre a trozos de mentira (o, a trozos de verdad parcial) para “alienar” a los “buscadores”. Los fariseos se encontraron con la Ley que recibió Moisés y la “fetichizaron” al punto de reducir la fe a sólo uno de sus elementos, uno de sus aspectos, una de sus facetas; por muy importante que fuera, no alcanzaba la plenitud del Rostro de Dios, era medio, no fin en sí mismo. Vieron la luna y creyeron distinguir en ella “una bola de queso”.


Digámoslo sinópticamente, no basta hallar las tablas de la Ley si no “metanoizamos” nuestro corazón (con lo que queremos decir, “transformarlo”, “convertirlo”, “transmutarlo”, para que no sea un “corazón de piedra” sino un “corazón de carne”, para que llegue a ser un corazón misericordioso). Con un corazón convertido la Ley no será una fuerza enajenante sino un puente humanizante. Nicodemo es la personificación de esa situación en el Evangelio de San Juan. Nicodemo representa al hombre viejo, él debe morir para dar paso al hombre-nuevo, hombre humanizado según la perspectiva de Jesús.

Si vamos a la Segunda Lectura, enseguida se nos revela: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo”. Esta vida según lo que dice San Pablo en la Carta a los Efesios, en la perícopa de la Eucaristía de este Cuarto Domingo de Cuaresma, implica morir y llegar a ser hombres nuevos, renaciendo del espíritu –lo que no requiere volver al vientre materno- resucitando, καὶ συνήγειρεν καὶ συνεκάθισεν ἐν τοῖς ἐπουρανίοις ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ, “Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con Él nos ha reservado un sitio en el cielo”. (Ef 2, 6)

Nuestro extravío, “la práctica de abominables costumbres paganas mancharon la casa del Señor” así hemos sido llevados cautivos a Babilonia, en esta tierra se nos ha llenado la vida de amargura –era previsible que alejarnos de Dios nos llenara de quebrantos y aflicción- así que, sin poder entonar ningún canto festivo, nos hemos dedicado a llorar de nostalgia junto a los ríos de Babilonia. Este retrato de nuestra situación se entresaca de la Primera Lectura y del Salmo.  Pero, la promesa de la Alianza está viva, el Señor moverá e inspirará el corazón del Ciro de turno, en la Persia de Turno. El Señor obrará prodigios y nos repatriará. Es más, ya nos ha enviado la Luz, en la Persona de su Hijo. Está en nuestras manos huir de la Luz o acercarnos a ella. ¿Cómo nos alejamos de la Luz? El Evangelio lo declara sin ambages, obrando el mal, ὁ δὲ ποιῶν τὴν ἀλήθειαν ἔρχεται πρὸς τὸ φῶς, ἵνα φανερωθῇ αὐτοῦ τὰ ἔργα ὅτι ἐν θεῷ ἐστὶν εἰργασμένα. “en cambio el que obra el bien, conforme a la verdad, se acerca a la Luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. (Jn 3, 21)

Pero no serán las obras las que nos salven, ἵνα μή τις καυχήσηται “para que nadie pueda presumir”; también ellas son sólo mediación, el que nos salva es Nuestro Redentor por mediación de la fe, que no se debe a nosotros mismos sino que es puro regalo, obra de la gratuidad Divina. ¡Vengamos a la Luz! Podremos entonar los alegres cantos de Sión.






[1] De Mello, Anthony BÚSQUEDA #5 Ed Lumen Bs. As.-Argentina 1989 p. 23

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