sábado, 28 de marzo de 2015

VIVIR LA VIDA CON COHERENCIA


Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 25 6-11; Mc 15, 1-39.


 podemos ofrecer tres cosas: el Evangelio; el crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre, pero sincero. El Evangelio: ahí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El crucifijo: signo del amor de Jesús, que se entregó por nosotros. Y después una fe que se traduce en gestos simples de la caridad fraterna.
Papa Francisco

Hay dos figuras del Antiguo Testamento que se deben tener en cuenta para poder entender qué clase de Mesías es el Señor Jesús. “Nazareo” y “Siervo Sufriente”. La figura del Nazareo la encontramos ya en Números 6,2, pero, nos parece de la mayor importancia para entender el Nazareo, ver la descripción de los castigos que merecerá quien atente contra uno de ellos, para conocerlo vayamos a Amos 2,13-16; por su parte, el Siervo Sufriente es patrimonio Isaiano (del Deutero-Isaías, escrito por allá hacia el 560 aC. Durante el cautiverio en Babilonia) en los capítulos 40-55, muy en particular en el capítulo 53. Todo en el Primer Testamento pre-anuncia a Jesús, y estas dos figuras son vaticinio del Salvador y nos ayudan a modular la comprensión de su mesianismo.

Con frecuencia se nos hace incomprensible cómo fue posible tanto entusiasmo al recibir a Jesús que entraba en Jerusalén para, después, con un cambio tan radical, pedir que lo mataran y prefirieron a Barrabás antes que exonerar a Jesús.


Quizás cuando Jesús entraba en Jerusalén visualizaban al líder-guerrero que restablecería el poder del Trono de David y los libraría del dominio romano. Además, si era la fiesta de Pascua, la fecha venía muy bien, es la fiesta de la “liberación”, cuando Dios obró prodigiosamente a favor de la liberación del pueblo de Israel de la dominación egipcia. Parecía lícito esperar que Dios obrara nuevamente, dando a la piedra de la honda de David el poderío para librarlos del gigantón Goliat; o, que separara nuevamente las aguas del Jordán para que los Israelitas lo cruzaran a pie enjuto. Este pueblo escogido se había acostumbrado a ser el consentido de Dios y lo que esperaban –más que al Mesías- era una nueva maravilla. Así es la mente infantil: Sin duda pensaba este pueblo escogido que “mi Papá le puede pegar a tu papá”.

Entre las maneras como Dios le hablaba a su pueblo, por boca de los profetas, eran los “signos”. Si Dios es coherente con sus signos, el Mesías debería entrar en Jerusalén en una biga, una triga o una cuadriga, según era el uso de los carros de guerra romanos; o a lomo caballo –como mínimo- como lo hacían los guerreros al entrar triunfantes. Pero no. He aquí que el Señor llega en su deslumbrante cabalgadura: πῶλον “Un burro”. Uno no podría negarse a entender la simbología. El Señor, según lo leemos en el Evangelio, no deja espacio a ninguna ambigüedad. Su cabalgadura es la más humilde, la menos guerrera; no presagia ningún militar victorioso, no pronostica héroe bélico.


«Todas las experiencias de Dios del Antiguo Testamento iban encaminadas, como revelación progresiva, hacia la revelación de Dios que realizaría Jesús… Lo que hace Jesús es… que… Reúne toda la tradición en apretada síntesis y le da las últimas pinceladas, resultando una obra maravillosa, nunca antes vista en su plenitud.»[1]

Más tarde, verlo aprendido, golpeado, humillado, abandonado de sus habituales, reducido a un guiñapo, todo proyectaba la imagen de un anti-Mesías según sus expectativas. Que entrara en un burrito se le podía perdonar –al fin de cuentas así aparecía en una profecía- pero verlo desvalido, abandonado, sin ni siquiera una “cuadrilla” de hombres que lo secundaran. Fue eso lo que los defraudó y la decepción la pagaron con su traición. Le dieron la espalda.

Pero, el entusiasmo inicial, especialmente porque se trataba de Galileos propensos a las soluciones guerreristas, inclinados a la conspiración y a los atentados “terroristas” puso nerviosos a los herodianos, a los del Sanedrín, a los saduceos, que corrieron a alertar al procurador alarmándolo con la perspectiva de un alzamiento.

¿Pueden figurarse hasta qué limites pudo acrecentarse este nerviosismo al ver que Jesús llegó directamente al templo? Basta recordar que ¡el corazón de este sistema estaba, precisamente, en el Templo! Y Jesús llegó directo al Templo, lo enjuicio con su mirada, revisó todo y salió con su “pandilla” de Doce.

Nadie logra descifrar lo que proponía el jinete de este borreguil trono. Hablamos de trono porque así lo tomó la gente: Le habían puesto “sus capas encima” para dignificar el trono, “le extendieron sus capas a lo largo del camino” para honrarlo, “Gritaban ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David!”. Seguramente a todos esos se les pusieron los nervios de punta. Sus mentes debieron pasar lista a la lista de sicarios de la época.


Pero su propuesta apuntaba en la dirección de gestos sencillos de fraternidad, de solidaridad, de “samaritanidad”. Este paso adelante en la madurez de nuestra fe estamos llamados a darlo los creyentes de hoy, «La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza regeneradora del amor de Dios», nos dijo el Papa Francisco en el Ángelus del Domingo pasado (V de Cuaresma); bebamos nosotros las aguas de Vida de esta fuente y concentrémonos en «la coherencia de vida: entre lo que decimos y lo que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones» como nos pidió el Papa desde el balcón del palacio apostólico: Nosotros no podemos continuar con una fe deformada, cargada de falsas expectativas. ¡Hay que corregir la visión! No sigamos esperando que Él nos dé. ¡Es hora para dar nosotros! ¡Demos caridad coherente!






[1] Caravias, José Luis. sj. DE ABRAHAM A Jesús. Ed. Tierra Nueva Centro Bíblico “Verbo Divino”. Quito-Ecuador 2001 p. 167

sábado, 21 de marzo de 2015

HACERNOS COMO GRANOS DE TRIGO



Jer 31, 31-34; Salmo 51(50), 3-4. 12-13. 14-15; Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33

No actuaré con el ardor de mi ira, porque soy Dios y no hombre
Os 11, 8-9.

Henos, Señor,
delante de ti, de tu Palabra,
de tu cuerpo de tu cruz.
Henos ante la novedad de tu don
con nuestra indignidad,
confiados en tu misericordia.
Card. Carlo María Martini

La fidelidad de Dios está manifiesta en su generosidad: En la Primera Lectura el Señor ofrece “una Alianza Nueva”. No es una simple renovación de la Antigua alianza, no es –tampoco- una re-edición de la Alianza. Es una Alianza que cambia sus vías, ya no se basa sobre su escritura en tablas de piedra; se apoyará, esta vez, en la implantación de la ley  “en lo más profundo de la mente” el Señor la va a grabar (escribir) “en el corazón”.(Jer 31, 33) ¿Será que Dios va a implantar la Alianza derogando el libre albedrio de las personas? ¿Se trata –acaso de una especia de “dictadura” de la ley? ¡De ninguna manera! Si tal fuera, no podríamos predicar más la “fidelidad” de Dios.

Si miramos al Crucificado exhibiendo su Nueva Alianza vemos dos elementos recíprocamente dialécticos: La crueldad del ser humano, capaz de llevar su ferocidad hasta límites insospechados, y de la otra parte, la imagen conmovedora de Dios-humanado que lo entrega todo por amor, que se deja hacer, como “manso cordero”, se rinde como víctima, se deja sacrificar como oveja, como paloma.  Este Jesucristo torturado y desfigurado, sangrante, un fleco de hombre ¡cuán atractivo! (¡No hay nada de masoquismo en esta expresión, nada de auto destructividad! No es que andemos buscando el dolor, la tortura, ni la muerte.) Nos dan ganas de seguirlo en su capacidad de martirio, en su tenacidad para vencer el dolor, en su valentía que lo salva de arredrarse. (Por eso los amos nos adiestran en la cobardía…)


La Primera Alianza, la del reinado de David, la del Trono Real cede el paso a la Nueva Alianza donde el Trono es la cruz. También Jesús, Rey de la Nueva Alianza, fue coronado (de espinas), también portó su “capa purpura” [πορφυροῦν se lee en el texto del Evangelio de San Juan 19,2c)] todo indica que era un pedazo de trapo para limpiar el que le pusieron sobre los hombros a guisa de capa. Pilato lo presenta: “Ecce Homo” pero habría que añadirle a hombre el calificativo guiñapo. ¿Cómo podría no conmover el corazón ver a este hombre envilecido con violencia, víctima en quien se han cebado? ¡Sólo un corazón de piedra injerto por el Malo puede permanecer indiferente! Los ojos vueltos hacia el Rey Nazareno dejan grabados en el corazón la justicia, la bondad y la rectitud de los valores por los que entrega la vida y hasta la última gota de su sangre, queda impresa en nuestra mente, como dice en el texto, en lo más hondo de nuestras partes internas.

En el evangelio hay una declaración-confesión impresionante: “Ahora que tengo miedo” (la palabra ταράσσω significa descompuesto, conmocionado, perturbado, alterado); dice Jesús: “y por eso ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora?’. No.” Así pues, Jesús nos deja ver su rostro tan humano, azuzado por el temor pero Firme! (esa firmeza es otro sinónimo de Fidelidad).

Pero el Salmo nos ayuda a articular los elementos presentes: Recordemos que este salmo es producto del pecado de David que tomó a Betsabé, la esposa de Urías el hitita y mando a este al frente de combate condenándolo a muerte, para quedarse con ella. Este era un derecho del rey en esa cultura, es un pecado pero en ese contexto era un privilegio real. Sin embargo, cuando el profeta Natán lo recrimina, se muestra sinceramente arrepentido y ofrece su penitencia con corazón contrito. Así compone David el Miserere pidiendo perdón por esta falta. Lo más conmovedor, lo impactante, es que el trasfondo del salmo es confianza en YHWH, un Dios que perdona, Dios misericordioso y bondadoso de inmensa compasión, que lava los delitos y limpia de los pecados. No es un dios acusador (acusador es la traducción del griego “diabolos”); no es un dios que se aposenta en su rencor por nuestras faltas y culpas. Dios es un Dios de bondad, lento a la cólera y rico en piedad, bueno y cariñoso con todos. (cfr. Sal 144, 8b-9).



Viene a continuación nuestro compromiso: Dios Padre y Jesús (Dios-Hijo) nos dan ejemplo de generosidad, nos muestran un patrón de conducta cero-vengativa, el Corazón de Dios está inclinado al perdón, prefiere perdonar que castigar, dice no a la vendetta, supera el talión y acelera nuestros pasos hacia la reconciliación. Excusa nuestras faltas y se adelanta a inventar pretextos que aminoren la insolencia de nuestras debilidades. Con su propuesta nos lleva hacia esa disponibilidad a la entrega, invitándonos al desprendimiento porque ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, καὶ ὁ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἐν τῷ κόσμῳ τούτῳ εἰς ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν. “el que se ama a sí mismo, se pierde; en cambio, el que rechaza el “orden” impuesto en la sociedad-terrenal se asegura para la vida eterna” Jn 12, 25. Así que la propuesta para nosotros es asumir la generosidad del grano de trigo para poder llegar a dar mucho fruto. Jesús nos invita a “dejarnos levantar”, nos dice que le sigamos para estar donde Él está y nos da el mandamiento del servicio que es la sublime expresión del amor a los hermanos. Amar no son razones –dice el refranero popular- amar es la acción del servicio oblativo, desinteresado. No es servir por servir, es servir en el Santo Nombre de Jesús.

sábado, 14 de marzo de 2015

DILEMA: LUZ O SOMBRAS


2 Cro 36, 14-16. 19-23; Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21

“O estás en el camino del amor, o estás en el camino de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que quieres, según tu corazón, que se endurece más, cada vez, en este camino"

Papa Francisco


Claridad[1]

Dios no se encuentra
en el Templo,
sino en la vida

- “No busquéis a Dios”, dijo el Maestro.  “Limitaos a mirar... y ¡todo os será revelado!”.

- “Pero ¿Cómo hay que mirar?”.

- “Siempre que miréis algo, tratad de ver lo que hay en ello, nada más”.

Los discípulos quedaron perplejos, de modo que el Maestro lo puso más fácil: “Por ejemplo, cuando miréis a la luna tratad de ver la luna y nada más”.

- “¿Y qué otra cosa que no sea la luna puede uno ver cuando mira a la luna?”.

- “Una persona hambrienta podría ver una bola de queso.  Un enamorado, el rostro de su amada".

La carta de identidad del discípulo es la búsqueda. La búsqueda es esa especie de “sed” del espíritu que nos impulsa a salir en procura de un encuentro con Dios. La búsqueda es expresión de la sed de Dios. Sin embargo, cuando vamos “buscando” debemos procurar cierta claridad sobre lo que estamos buscando. Somos muchos los que en el éxodo de la búsqueda pasamos por el lado o –inclusive- nos damos de bruces con “lo buscado” y pasamos de largo porque no alcanzamos a distinguirlo. Triste destino el de aquel que busca, encuentra, y no reconoce su hallazgo. ¿Cómo puede pasar que esté buscando, lo encuentre y no lo reconozca? Los fariseos no eran precisamente “judíos malos”, eran buscadores empedernidos que al buscar la Verdad se encontraron con un “trozo de verdad” brillante, lo suficientemente brillante (pero lo suficientemente limitado para que fuera una verdad-truncada, valga decir, una mentira disfrazada de verdad), para que en su afán de búsqueda quedaran deslumbrados y encandelillados con su destello. Esa es –por demás- la tarea del Malo, sacar lustre a trozos de mentira (o, a trozos de verdad parcial) para “alienar” a los “buscadores”. Los fariseos se encontraron con la Ley que recibió Moisés y la “fetichizaron” al punto de reducir la fe a sólo uno de sus elementos, uno de sus aspectos, una de sus facetas; por muy importante que fuera, no alcanzaba la plenitud del Rostro de Dios, era medio, no fin en sí mismo. Vieron la luna y creyeron distinguir en ella “una bola de queso”.


Digámoslo sinópticamente, no basta hallar las tablas de la Ley si no “metanoizamos” nuestro corazón (con lo que queremos decir, “transformarlo”, “convertirlo”, “transmutarlo”, para que no sea un “corazón de piedra” sino un “corazón de carne”, para que llegue a ser un corazón misericordioso). Con un corazón convertido la Ley no será una fuerza enajenante sino un puente humanizante. Nicodemo es la personificación de esa situación en el Evangelio de San Juan. Nicodemo representa al hombre viejo, él debe morir para dar paso al hombre-nuevo, hombre humanizado según la perspectiva de Jesús.

Si vamos a la Segunda Lectura, enseguida se nos revela: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo”. Esta vida según lo que dice San Pablo en la Carta a los Efesios, en la perícopa de la Eucaristía de este Cuarto Domingo de Cuaresma, implica morir y llegar a ser hombres nuevos, renaciendo del espíritu –lo que no requiere volver al vientre materno- resucitando, καὶ συνήγειρεν καὶ συνεκάθισεν ἐν τοῖς ἐπουρανίοις ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ, “Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con Él nos ha reservado un sitio en el cielo”. (Ef 2, 6)

Nuestro extravío, “la práctica de abominables costumbres paganas mancharon la casa del Señor” así hemos sido llevados cautivos a Babilonia, en esta tierra se nos ha llenado la vida de amargura –era previsible que alejarnos de Dios nos llenara de quebrantos y aflicción- así que, sin poder entonar ningún canto festivo, nos hemos dedicado a llorar de nostalgia junto a los ríos de Babilonia. Este retrato de nuestra situación se entresaca de la Primera Lectura y del Salmo.  Pero, la promesa de la Alianza está viva, el Señor moverá e inspirará el corazón del Ciro de turno, en la Persia de Turno. El Señor obrará prodigios y nos repatriará. Es más, ya nos ha enviado la Luz, en la Persona de su Hijo. Está en nuestras manos huir de la Luz o acercarnos a ella. ¿Cómo nos alejamos de la Luz? El Evangelio lo declara sin ambages, obrando el mal, ὁ δὲ ποιῶν τὴν ἀλήθειαν ἔρχεται πρὸς τὸ φῶς, ἵνα φανερωθῇ αὐτοῦ τὰ ἔργα ὅτι ἐν θεῷ ἐστὶν εἰργασμένα. “en cambio el que obra el bien, conforme a la verdad, se acerca a la Luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. (Jn 3, 21)

Pero no serán las obras las que nos salven, ἵνα μή τις καυχήσηται “para que nadie pueda presumir”; también ellas son sólo mediación, el que nos salva es Nuestro Redentor por mediación de la fe, que no se debe a nosotros mismos sino que es puro regalo, obra de la gratuidad Divina. ¡Vengamos a la Luz! Podremos entonar los alegres cantos de Sión.






[1] De Mello, Anthony BÚSQUEDA #5 Ed Lumen Bs. As.-Argentina 1989 p. 23

sábado, 7 de marzo de 2015

RUTA PARA LLEGAR A SER PIEDRAS VIVAS


Ex 20, 1-17; Salmo 18, 8. 9. 10. 11; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25

Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios.
Χριστὸν Θεοῦ δύναμιν καὶ Θεοῦ σοφίαν.
1 Cor 1, 24b

Voltear mesas y echar a vendedores, era el gesto de un profeta que anunciaba el paso de un sistema viejo  a una forma nueva. Jesús era el último de una larga línea de profetas que habían denunciado el culto vacío de prácticas exteriores nada más.
Augusto Seubert

Vemos en la literatura en boga y en la cinematografía cómo desenmascara el héroe a los falsarios: con un rayo muy poderoso de altísima tecnología (que a finales del siglo XX era un rayo láser) despanzurraba o  –mejor todavía para alcanzar el toque amarillista tan caro a nuestra épica- lo desintegraba, de tal manera que del timador no quedaba átomo sobre átomo. Al sujeto en cuestión no le sobrevivía ni el recuerdo.

Pues Jesús también es un desenmascarador de la religión pervertida, convertida en mecanismo de alienación, explotación, engaño y manipulación.  Pero, Jesús no lo resuelve con pistolones ni con rayos desintegradores (hasta los discípulos en su momento pretendieron que hiciera llover fuego –cada época tiene sus versión de “rayo láser”); en ese sentido Jesús tipificaría un anti-héroe. El “arma” (si se la puede llamar “arma”) de Jesús es el Amor Infinito, concretizado en Su Preciosísima Sangre. Su “rayo” es “dar su Vida”. A los ojos de nuestros habituales consumidores de cine, el desenlace más desalentador que cupiera imaginar. ¡Qué película tan mala!

¿Queremos poner aun peor la situación? ¿Alguien desearía darle al argumento de esa “película” un puntaje más bajo? Bastaría añadir que la muerte más vergonzosa, la que se daba a los bandidos más miserables, la cruz, fue precisamente la que recibió Jesucristo. El asunto está mal planteado, no es tema de héroes; el misterio salvífico pertenece a la dimensión soteriológica donde la lógica regente es la Sabiduría de Dios. Como dice San Pablo en la Primera a los Corintios: “La locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres”. 


Hablando de películas, les invitamos a rememorar una escena de la Pasión según Mel Gibson: La flagelación. Y es que, la perícopa del Evangelio que leemos hoy, tomada de San Juan, nos muestra a Jesús, látigo en mano, arrojando fuera del Templo (la Casa de su Padre, que estaba siendo convertida en un mercado) a vendedores de bueyes, ovejas y palomas; volcando las mesas de los cambistas y tirándoles al suelo las monedas (siguiendo la línea cinematográfica que traemos, les proponemos la escena correspondiente, en Jesucristo Superestrella). Ahora, en Cuaresma, cuando caminamos esta trayectoria preparatoria hacía la Semana Santa, la escena de la expulsión de los vendedores del templo, por ser en ella Jesús quien porta el látigo, nos remite a aquella de la flagelación donde Jesús es la víctima del látigo: A este lado del espejo, Jesús con látigo en mano, desaloja los mercaderes; del otro lado, Jesús es azotado despiadadamente con esos látigos –típicos romanos- que terminaban en huesecillos o piezas de metal que desgarraban, y que nos llevan a preguntarnos hasta que límites puede llegar la malicia humana cuando de causar dolor y vejación se trata; y, hasta dónde puede llegar esa sutil creatividad de la crueldad.

Esta lógica del “espejo”, nos conduce con una lógica de la simetría: del lado de la flagelación está el antiguo Templo, templo –puede ser que espléndido- pero de piedras, donde la explotación y el enriquecimiento fácil a costa del pueblo era el móvil. Del otro lado del “espejo” está el Nuevo Templo, el Cuerpo Místico de Cristo, donde las piedras han sido sustituidas por “Piedras Vivas” y la Piedra Angular es el propio Jesucristo.  Lo cual no es una lógica humana sino una lógica divina revelada.


Los judíos no podían tolerar la imagen-promesa que Jesús les descubre al otro lado del espejo: al lado de la justicia. ¿Cómo podrían medio aceptarla siquiera, si esa profecía significaba el desmonte de las condiciones de su enriquecimiento? Lo que Jesús les propone daría al traste con el fecundo negocio del cambio a la moneda tiria, la más estable de la época y, a la vez, la moneda oficial en el Templo, porque estaba exenta de bruscas fluctuaciones. Además, los animales que servían de víctimas sacrificiales debían ser comprados y pagados allí, en ese supermercado-templo, a riesgo de ser desechados por imperfectos (la víctima tenía que estar libre de defectos) y los sacerdotes siempre descubrían alguno, cuando la víctima no había sido comprada en las casetas que arrendaba el Sumo Sacerdote a los mercaderes. Estos y otros múltiples ardites iban engordando la bolsa de los ancianos y de los terratenientes en una sociedad teocrática, donde el poder dimanaba del templo, y se erigía basado en una economía templo centrista. Su intolerancia se traduce en conspiración asesina primero y luego en el proceso que tiene su término en el Calvario…

¿Tiene su término? ¡No! Tiene su punto de transición, su metamorfosis, su transfiguración, su “conversión” en el trono de la cruz pero ese no es ningún término, sino la Sede –mejor aún- el Solio resurreccional.

¿Cómo nos podemos transfigurar en piedras Vivas del Nuevo Templo? A este tema nos remite la Primera Lectura, donde se nos explicita que es por medio de la Alianza –entre Dios y el hombre- y su cumplimiento. Los principios operativos y funcionales de la Alianza son los Mandamientos, que permiten acceder a la Misericordia del Señor.

"Parece no haber una relación entre lo uno y lo otro, pero la base y el estatuto de la Alianza muestran que la coherencia con los Mandamientos desmantela toda alienación y permite vivir la libertad, una coherente marcha por esa senda construye vías de anti-explotación (los mandamientos están en el subsuelo del edificio de los Derechos Humanos como cimientos). Muchas personas se empecinan en visualizar los mandamientos como cadenas  que limitan y atan cuando ellas son precondición y ruta de verdadera libertad. Cuando –desde nuestra libertad plena- podemos elegir ser fieles a la Alianza y vivir persistentemente esa fidelidad, es cuando –en esa praxis- crecemos libres y perfeccionamos nuestra libertad. No hay tal encadenamiento –como ellos lo suponen- se engañan porque las aparentes cadenas, en verdad son las alas de la libertad. Diremos, en conclusión, con el salmista: “Los mandamientos del Señor son verdaderos אֱמֶ֑ת y todos ellos son justos צָֽדְק֥וּ” Sal 18, 10b".


«La gran debilidad, la que tal vez haría hoy a Cristo tomar en sus manos el látigo, se extiende por todo el mapa del mundo, donde puede verse a un pequeño grupo de países que se hacen cada vez más ricos a base de aplastar cada vez más a casi toda la humanidad. Ese pequeño grupo de países es cristiano, al menos originariamente y nominalmente. Son los países de Europa y de América del Norte. Y en la zona teóricamente más cristiana del tercer mundo, en América Latina, se repiten las mismas injusticias que cometen los países ricos y cristianos. La verdad es que, a veces, a Cristo debe entrarle ganas de enarbolar el látigo contra nosotros.»[1]




[1] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985 p. 53.