sábado, 28 de febrero de 2015

ANTICIPO CONSOLADOR


Gn  22,1-2. 9-13.15-18; Sal 115. 10 y 15. 16-17. 18-19; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10

…la actividad “pre-pascual” de Jesús estaba ya basada en el hecho pascual de la resurrección que había de venir. La Pascua, que constituye el acontecimiento fundamental de la vida de Jesús, determina el sentido y la autoridad, no sólo de todo cuanto vino después de ella, sino también de todo cuanto la precedió.

Carlos Vallés, sj.

Isaac fue, en el primer momento, en el momento de la promesa, algo así como una broma, un chiste de improbabilidad, algo que no podía suceder a una mujer ya menopaúsica. La respuesta a este “chiste” fue la risa, esa risa dio razón de ser al nombre Isaac: “dijo Sara: Dios me ha hecho reír; cualquiera que sepa que he tenido un hijo, se reirá conmigo”. Gn 21, 6. A esa risa se contrapone el fin más doloroso y triste, seguramente anegado en lágrimas: Morir sacrificado, víctima propiciatoria para demostrar obediencia a Dios. Cumplimiento de sus designios. ¡Abrahán nunca pensó escatimarle su hijo al señor que se lo había reclamado! En esta página bíblica, suponemos siempre –dándolo por sobreentendido- que desde siempre, Dios no habría permitido la consumación del sacrificio. Dios-Omnisciente conociendo como conocía el corazón de Abrahán, ya sabía que le sería obediente, entonces, ya desde antes, encargó al Ángel detener la mano filicida, y ya desde entonces, trabó los cuernos del carnero en la maleza para garantizar un reemplazo a la víctima protegida y salvada. Esta obediencia da como fruto que Dios ofrezca Alianza a  la humanidad, en la persona de Abrahán: “Yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistaran las ciudades enemigas, en tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras” Gn 22, 17. No podemos pasar adelante sin rememorar que Isaac simboliza la unión de tribus hebreas e idumeas y, en ese sentido es figura veterotestamentaria de Cristo y de la Iglesia.

Este episodio de la puesta a prueba de la fe de Abrahán ocurrió en el Monte Moriah. Los montes –en general- por su altura, aluden a la cercanía con Dios. Vamos a trasladarnos ahora a otro Monte Bíblico: el Tabor. Antes de llegar al Tabor, debemos recordar que el Tabor hace referencia a otro par de Montes: al Carmelo y al Monte Sinaí. Recordemos que el Carmelo se erguía prácticamente como un farallón defensivo, a la vez muralla y barrera. El Monte Carmelo fue el sitio donde el profeta Elías compitió con los falsos profetas de Baal, recibiendo el apoyo y la “confirmación” del Señor que “devoró” con su Fuego el sacrificio, mientras los falsos profetas quedaron ridiculizados y fueron degollados, su sangre tiñó el Cisón. El Horeb o Monte Sinaí es el Monte del Decálogo, porque no basta sacar al pueblo de la esclavitud si no se le daba una nueva fundamentación, una estructura legal sobre la que construir nuevas relaciones de libertad y fraternidad.

El episodio del Tabor ocurre en “el sexto día”, lo que nos dice que Dios está creando con la Transfiguración una Nueva Humanidad, porque el Sexto Día fue el día en el que Dios creó al hombre. En esta transfiguración nos hallamos ante una superación: ya no se precisa a Elías y Moisés, porque aquí hay uno que es más que Salomón y Jonás y todo el Antiguo Testamento; pero no sólo es superación, en esta dialéctica también se enuncia la continuidad: porque es el mismo YHWH.


La Voz pronuncia una sentencia que llama y apunta hacia otra referencia: el bautismo de Jesús. También allí la Voz declara que Jesús es “su Hijo amado”. También aquí se dan cita toda una serie de elementos teofánicos, donde quizás los más destacados sean el resplandor incomparable de las vestiduras y la Nube, sinónimo del Misterio Divino. Este misterio se revela pero no se agota, no se puede traspasar exhaustivamente. Se nos da pero no lo podemos concluir. ¡Es dato y es don a la vez que es imponderable!

¿Por qué la referencia bautismal? Porque el sacramento del bautismo es el que nos hace nacer para la Vida Nueva de esa Nueva Humanidad a la cual Jesús da principio, así lo entendieron los primeros cristianos y así quedó formulado en estas catequesis. El evangelio de Marcos está dividido en dos grandes partes, en la primera Jesús elige y llama a los suyos, con ellos va a engendrar la Nueva Comunidad, encargada del discipulado y el anuncio; pero, a partir de 8, 27 se puede dar inicio a la construcción del reino, como una semilla puesta en tierra para que germine y que en cualquier momento brotará.

En los otros Evangelios contamos con un capítulo resurreccional: Mt 28, Lc 24, Jn 20-21 No así en el Evangelio de San Marcos, en él no se relatan estos episodios. Sin embargo, este texto del Evangelio que leemos en este Segundo Domingo de Cuaresma, reviste ese carácter post-pascual pese a estar colocado aquí, en el capítulo 9, antes de la pasión. Jesús es revelado por el Padre, por medio de la Transfiguración, como glorificado, justo ahora, después de la primera predicción de su pasión 8, 31-37 y antes de la segunda predicción 9, 31-32. Así, pues, debe entenderse la Transfiguración como una pre-visión consoladora para afrontar las tinieblas que sobrevendrán, los duros momentos y amargos tragos que ampollaran la vida de los discípulos.

Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre, Alfa y Omega, Señor del tiempo y de la historia, que vive en la eternidad –aun cuando visitó el Cronos- existía desde el Principio y perdura a la Derecha del Padre: «El teólogo de Múnich Wolfhart Pannenberg ha acuñado un concepto técnico para referirse a este hecho: el “derecho proléptico” de Jesús. En un intento de ‘suavizar’ o de hacer más inteligible la expresión, Bruce Vawter la ha traducido como “retroactividad resurreccional”. ¡No se sabe cuál es peor…! Pero la importancia del tema justifica el neologismo. “Proléptico” proviene del griego “pro” (“de antemano”) y “lambano” (“coger” o “tomar”). Es decir, algo “tomado de antemano”, algo que va a venir después, que todavía no es realidad, pero respecto de lo cual, y en la seguridad y la confianza de que ha de venir, se pueden ya tomar medidas y adoptar actitudes. Y en la misma línea va lo de “retroactividad resurreccional”, que significa que la resurrección, cuando todavía no ha tenido lugar, puede actuar en la mente de los que ya saben que va a venir y están seguros de ella, en este caso Jesús.»[1]

Es este Jesús, Dios humanado, el que ha tomado partido por nosotros, anda a nuestro lado, está –como lo dice la Carta a los Romanos- a nuestro favor, murió, resucitó y está a la Derecha de Dios para interceder por nosotros. Cfr. Rm 8, 34. Caminante a nuestro lado «En el camino por un Mundo Nuevo, camino que cada vez se amplía más, crece la esperanza y se confirma la certeza de que el gran proyecto de Dios, en vista de la “manifestación de sus hijos”, no es un simple sueño sino una posibilidad que se proyecta en el futuro, dentro de los horizontes de la historia.»[2]


[1] González Vallés, Carlos. CRECÍA EN SABIDURÍA… Ed. Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1995. p. 102
[2] Mesters, Carlos. CARTA A  LOS ROMANOS. Ed. San Pablo 4ta ed. Santafé de Bogotá, 1999 p. 55

sábado, 21 de febrero de 2015

LA VÍA DEL SERVICIO


Gn 9, 8-15; Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15

El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano en la hura de la víbora.

Isaías 11, 6-8

Reconciliarme con la Creación, con la humanidad y con la naturaleza y por tanto vivir en coherencia con mis Hermanas y Hermanos sufrientes, dolientes. Vivir en armonía ecológica con la naturaleza, desde el compartir, más que desde el consumir, desde el trabajo por una realidad sostenible y solidaria…
José Luis Graus.

La Primera Lectura nos pone en contacto con el tema de la Alianza. En el sustrato de esta temática encontramos la bina obediencia-fidelidad. Así como la Santa Cruz (signo por excelencia de nuestra fe) tiene dos piezas, la vertical y la horizontal, así también la Alianza posee la misma bidimensionalidad: la ligazón entre Dios y el hombre y –en su horizontalidad- la fraternidad como eje vital, como exigencia moral, como praxis de la fe que no puede ser simple intimismo y vivencia recóndita.

Esta Alianza no se limita a una convivencia fraterna entre los humanos, como muy explícitamente lo dice la perícopa, se extiende a “los animales que los acompañaron, aves ganados y fieras… Alianza perpetua que yo establezco con ustedes y con todo ser viviente que esté con ustedes”. Es el correlato bíblico que llevó a San Francisco a hablar de todas las criaturas como sus hermanos –como lo dice Rubén Darío en su poema- los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos.

En la perícopa del Evangelio encontramos junto con las criaturas terrenas las criaturas espirituales: el Tentador y los ángeles. He oído que la divisa inscripta en el blasón del Maligno reza: “No serviré”. Los ángeles, en cambio, “le servían”.

En el Salmo recordamos que “El Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos”. Aquí, en la liturgia de este I Domingo de Cuaresma, el Señor nos muestra el camino para ejercitar la hermandad, para poder aplicar la armonía entre todos los seres vivientes: El servicio. Esa es la actividad en la que nos dan ejemplo las criaturas angélicas, servir al Señor, serle fiel y obedientes.

El Evangelio de San Marcos (después de hacer mención del Precursor) empieza revelando la identidad de Jesús en su bautismo en el Jordán, cuando se oye la Voz que lo identifica como Hijo, el Predilecto. Inmediatamente, a instancias del Espíritu, va al desierto, y vive su prueba. Pero esta prueba es más que eso, es el resumen del programa de Jesús para construir el Reino. Se trata de llevar a Galilea –valga decir, a todos los pueblos, no en exclusividad a los judíos- el anuncio del reinado de Dios, que es la consigna kerigmática que se nos propone con la imposición de la ceniza: μετανοεῖτε καὶ πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ arrepiéntanse y crean en el Evangelio.”

Muchas armonías hemos conquistado pero el egoísmo-codicia ha impedido que el proceso de construcción del reinado de Dios avance de manera más expedita. La conversión, que consiste en arrepentimiento  y fe (creer) es la precondición, después podremos avanzar firmemente en la praxis del servicio con caridad, desinteresadamente y con ese sentido oblativo que nos enseñó Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.


Jesús está allí –en representación de la humanidad- tendiendo un puente entre los animales feroces y la propuesta celestial del servicio. Él pacifica la relación deshecha  por la falta adámica y reconstituye la situación edénica  עדן (de delicia), que es el sueño que perseguimos: recobrar el Paraíso Perdido. Ningún sacrificio es demasiado para levantarnos de la Caída.

¿Cuál es la amenaza que se cierne en la tentación? Vivir de espaldas al Dios que nos ama! ¡Arrogarnos con prepotencia la autosuficiencia para salvarnos! ¡Imaginar que las fieras se pacificaran sin el concurso de lo espiritual! –en fin- ¡pensar que Dios sobra! En cambio, Jesús, ¿qué es lo que anuncia? No su propio reinado, sino el reinado de Dios.

«Nadie debe poner el pretexto, cuando caiga, de que la tentación fue más fuerte que él, ya que desde Cristo en adelante, quienes se dejan guiar por el Espíritu salen siempre victoriosos.»[1] “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”.




[1] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá-Colombia. p. 116

sábado, 14 de febrero de 2015

MARGINACIÓN O REINTEGRACIÓN


Lev 13, 1-2. 44-46; Sal 31, 1-2. 5. 11; 1Cor 10, 3 1 -11, 1; Mc 1, 40-45

¡Y cómo no iba a querer curarlo Jesús, si vino para eso: para sanar!

Lo dejó más limpio que bebé entalcado y perfumado. Las llagas y el dolor se convirtieron en salud y alegría.

Héctor Muñoz

Una de las más comunes estrategias para descargarnos de la responsabilidad es la cacería de culpables, la búsqueda de “chivo expiatorio”, encontrar a alguien que “cargue con el pato”. En la Primera Lectura encontramos un procedimiento para fabricar la marginación. Al chivo expiatorio, sobre el que los culpables ponían la mano en la cabeza para transferirle la culpa y luego era condenado a la extradición, por lo general en el desierto, donde las fieras daban buena cuenta.

Ya en el Génesis Adán le transfiere la responsabilidad a Eva: “La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto y yo lo comí” (Gn 3, 12b). Así a través de toda la historia hasta nuestros días. Se apela con suma frecuencia a este expediente. Con frecuencia la primera pregunta que viene a la mente es esa: ¿A quién le puedo echar la culpa? Y luego ¡que sea castigado, eso sí ¿quién le manda?! El castigo, fuera del desprecio, se añade el aislamiento, la exclusión, el rechazo, -y como lo hemos dicho antes- el destierro. Y es que el aislamiento y la soledad nos debilitan, nos demuelen, nos sumen en la indefensión. Hoy leemos: “… traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá sólo, fuera del campamento”. Lev 13, 46.



Muchos dirán, ‘suma prudencia’ se entiende como una precaución contra una enfermedad tan terrible en una sociedad pre-científica’ donde no se conocían los antibióticos y donde no se podía distinguir si era o no la enfermedad de Hansen o sólo era salpullido, eczema, sarna o tiña. De inmediato viene la pregunta: Jesús ¿cómo actúo y cómo nos enseñó a actuar? Jesús se compadeció de él (los eruditos nos informan que en el texto antiguo dice que ‘se llenó de ira’ ¿por qué se enojó Jesús hasta tal límite? «Contra quién estaba airado Jesús: contra una sociedad que, en vez de dar vida y salud a las personas, conduce a la marginación»[1]

Ahí está la gran diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Jesús no rechaza, no excluye, no aísla. Por el contrario, lo toca y sana (aun cuando ese contacto haga que Él quede impuro y tenga que quedarse en lo sucesivo en las afueras, sin poder entrar en la ciudad); y cumple todo el protocolo para que quede legalmente” reincorporado a la comunidad. Dado que los administradores de esa “reglamentación” eran los sacerdotes y sólo ellos podían levantar la proscripción, lo manda que se presente ante ellos para que puedan constatar que ahora está “limpio” a la vez que para que pagara la multa por el ‘certificado de sanidad’.

Así mirando las páginas de la historia nos topamos con una sucesión ininterrumpida de marginaciones, contra pueblos enteros –en muchas ocasiones- también contra razas enteras, a los que se acusaban de ser la causa de tal o cual problema; también a Jonás lo arrojaron al mar para que la ballena se lo tragara por ser el “culpable” de la tormenta terrible que los amenazaba de naufragio. En el Éxodo leemos la orden de matar a todos los niños varones, hijos de las Israelitas, y en la infancia de Jesús, una de sus páginas nos habla de la sentencia de Herodes contra los “Inocentes”. La mujer ‘adultera’ iba a ser apedreada pero del hombre que participó en el adulterio, no se da noticia de castigo alguno, a ese –tan responsable o más que ella, salió impune, el “chivo expiatorio” era “sólo ella”.

Jesús es un revolucionario, (no que anduviera con fusil y granadas cambiando el mundo con violencia) sino que tiene una línea radicalmente distinta: Él va por la vía totalmente contraria: Él recupera, reinserta, sana y re-incorpora. Él nos enseña no a despreciar sino a perdonar, es más a entender al otro hasta el límite de justificarlo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lc 23, 34. Y San Esteban el primer mártir aprendió la lección, así leemos en Hechos de los Apóstoles: Κύριε, μὴ στήσῃς αὐτοῖς ταύτην τὴν ἁμαρτίαν. “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” Hch.7, 60c.

Así, sin ninguna necesidad de abundar en citas, he aquí la enseñanza de hoy, que no es la del rechazo y la culpabilización, sino la del perdón –y lo que es más importante- del desvelo por rescatar, por redimir, por restituir al seno de la comunidad al que aparentemente está “perdido”. La lección de hoy se dirige a modelar nuestro corazón y nuestras acciones según el patrón del Divino Corazón de Jesús, que tiene corazón de Buen Pastor y no ha venido a juzgar al mundo sino a salvarlo. cfr. Jn 12, 47.

Tampoco es que los cristianos deban trabajar a la “procurándose el martirio”. Jesús no vaciló en llegar hasta el mismo límite de dar su Vida en rescate y por la “reintegración” de todos a la vida de la gracia, pero San Pablo –en la Segunda Lectura de hoy- nos señala una vía de prudencia, no hay que hacerse blanco fácil de la persecución, no tenemos que regalarles los pretextos para que nos eliminen. Hay que procurar que todos estén tranquilos, que puedan escuchar nuestra propuesta de fe sin “escandalizarlos”. Esa prudencia se hace y se lleva para dar gloria a Dios por medio de nuestras acciones. No que nuestra actuación nos tenga que llevar de nariz a la tumba, pero sí que llegada la necesidad el Señor nos asista con el valor suficiente para no renegar de Él, sino morir gritando “Viva Cristo Rey”. Como San Policarpo que llamado a maldecir a su Dios se negó respondiendo al procónsul que lo interpelaba pidiéndole: “Jura y te pongo en libertad. Maldice a Cristo. Entonces Policarpo dijo: “Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?”






[1] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá. D.C. – Colombia 2002. p. 38

sábado, 7 de febrero de 2015

MISIÓN: LIBERAR PARA SERVIR


Job 7,1-4. 6-7; Sal 146, 1-6; 1Cor 9,16-19.22-23; Mc 1:29-39


«Quédate conmigo, y empezaré a brillar como Tú brillas; brillar para ser luz para los demás. Jesús, toda la luz viene de Ti: nada será mérito mío. Serás Tú quien brille en otros a través de mí. Permite que te alabe, como más te gusta, que brille en todos los que me rodean. Dales, y también a mí, tu Luz; ilumíname e ilumínalos, valiéndote de mí. Enséñame a difundir tu Alabanza, tu Verdad, tu Voluntad. Haz que te de a conocer no con palabras sino con el ejemplo, que la influencia de la solidaridad que proviene de lo que hago, transparente a tus santos, con la clara plenitud del amor que crece en mi corazón por Ti »

John Henry Newman

La elección preferencial de los pobres y de los sin voz que Tú me exiges, no puede ser sólo literatura barata, tiene que ser estilo constante de vida.

Averardo Dini

Vamos a empezar esta liturgia de la palabra del V Domingo Ordinario del ciclo B, con un fragmento de una noveleta que data de hace 26 siglos. Job vive y nos expresa su desesperación «En sus palabras no hay confianza ni ofrenda, sino sólo resignación. El Dios de Job es un Dios sin amor. Un Dios Todopoderoso, pero no “todo amor”, con el cual el diálogo es imposible, un Dios culpable, pero no acusable (cf. 42, 11). Concibiendo a Dios a su manera, no atreviéndose a cuestionar sus convicciones, Job tiene una reacción demasiado pasiva para ser verdadera.»[1]

Esta obra está organizada con un prólogo y un epilogo en prosa, mientras el resto de la obra son de alta poética, de ricas y frecuentes imágenes. En los capítulos 3 al 27 discurre  con tres “sabios” amigos y allí se discute el motivo de la desgracia de Job que pasa de tenerlo todo a perderlo todo. Estos alegatos sobre la justicia divina y en procura de “racionalizar” el infortunio de Job se organizan en tres ciclos para un total de 18 discusiones. En la perícopa de hoy alcanzamos un pináculo de pesimismo existencialista: “Me acuesto y la noche se me hace interminable; me canso de dar vueltas hasta el alba, y pienso: ¿Cuándo me levantaré?... Mis días se acercan a su fin, sin esperanza, con la rapidez de una lanzadera de telar. (Job 7; 4.6). ¡Es el colmo de la oscura desesperanza!

«Job acepta lo que considera como un mal, porque no quiere y no sabe ver el don al que Dios lo invita: la ofrenda de su ser. “En todo esto no pecó Job”, dice el autor en dos ocasiones… pero, ¿la meta de la vida debe ser no pecar? ¡Los muebles, las piedras, y las plantas tampoco pecan!»[2]

El Domingo anterior tuvimos oportunidad de ver la autoridad de Jesús en acción, su autoridad no es auto-propaganda, no se trata de un hombre que hace populismo, que reparte alimentos para que voten por él, no es la autoridad que manda por el placer de mandar, por gozar las ebriedades del poder. Al contrario, su ejercicio, su praxis lo conduce a ser despreciado, a ser perseguido, a verse amenazado, a convertirse en reo de muerte. Él no manda por “mangonear”, evade a toda costa su prestigio como fuente de dominio, Él no quiere “apoderarse” de la gente, los quiere libres para creer, libres para seguirlo, libres para asumir la misión. Vista la situación de que “todos te buscan” Mc 1, 37b, como le dijeron Simón y sus compañeros; Él tiene otra opción: “Vayámonos a otra parte –les dice- a los pueblos vecinos para que allí también predique; pues para eso he salido” Mc 1, 38. Para permanecer libre liberando, para no caer en la tentación.


Jesús había curado a la suegra de Pedro Mc 1, 30-31, ella se pone a servirles «El servicio no es el modo típico del seguimiento femenino, como lo pretenden algunos: ¡es el verdadero seguimiento para todos!»[3] La ha curado de la fiebre πυρέσσουσα, aquí queremos destacar que fiebre es todo tipo de obsesión, excitación, ardor, entusiasmo muy intenso por algo o por alguien, exaltación. Curar a la suegra de Simón «… no es la apología del poder de Cristo, sino el misterio de su encuentro con una anciana enferma, que para San Agustín es el símbolo de toda la humanidad en la fiebre que la atormenta.»[4]

¿Cómo hace Jesús para trasformar la perspectiva desesperada de Job en la óptica luminosa de Jesucristo, que nos ha heredado también a sus discípulos, a nosotros? «La praxis… Necesita una carga de esperanza indomable: de lo contrario se cede frente a los obstáculos y se cae en la desesperación… ¿De dónde saca la luz, la esperanza y la fuerza para la acción el cristiano? En el dialogo con Dios y por lo tanto en la oración.»[5] Encontramos esa respuesta en el verso 35 del primer capítulo de San Marcos: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”.

«La oración de Jesús debió ser un silencio o una escucha de Dios, un dialogo a veces dramático con Él –como Jacob que lucha toda la noche con Dios, para arrancarle la bendición (cf. Gn 32, 23-33)… La oración es una lucha con Dios (cf. Gn 18, 16-33) en la cual Dios pierde y se nos entrega: “¡Has luchado con Dios… y has vencido!”, dice el ángel a Jacob, que de allí se llama Israel, y es la raíz del nuevo pueblo. Y éste exclama: “He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva” (Gn 32, 29.31)»[6]

Esta oración nos conduce a la firme convicción del servicio como ruta, para poder decir como San Pablo en la perícopa de la Segunda Lectura de este Domingo: “… es que se me ha confiado una misión. Entonces,… me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar, también yo, de sus bienes.” 1Cor 9, 17c.19b. 22-23.








[1] Dumoulin, Pierre. JOB, UN SUFRIMIENTO FECUNDO Ed. San Pablo Bogotá D. C. –Colombia 2001. p.26
[2] Ibidem.
[3] Beck, T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. P. 61.
[4] Ibid. p. 64
[5] Ibid p. 67.
[6] Ibidem.