Si 27, 30-28.7; Sal 103(102),
1-4.9-12; Rm 14, 7-9; Mt 18, 21-35
… no existe sino un
verdadero perdón, el perdón de Dios, a quien con nuestros perdones más o menos
grandes, logramos parecernos un poco más cada día.
Marie-Thérèse Nadeau
Perdonando es como
soy perdonado
San Francisco de Asís
Introduzcámonos
en la Liturgia de la Palabra ordenadamente, es decir, miremos en primer término
la Primera Lectura. En ella nos encontramos cuatro recordatorios sucesivos de
lo que debemos tener en mente como vacuna que nos preserve de incurrir en la
violencia de la revancha. Si 28, 6-7.
a) Acuérdate de tu
final y deja el odio
b) Acuérdate de la
corrupción y de la muerte, guarda los mandamientos
c) Acuérdate de los
preceptos y no odies al prójimo
d) Acuérdate de la
Alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa.
En
primer lugar advertimos las dos arterias principales que conducen la savia: La
Alianza y los Mandamientos. Estas arterias principales nos enlazan
instantáneamente en una veta de continuidad con las Lecturas del Domingo
anterior. En esa oportunidad ya subrayábamos el valor de La Alianza como
aglutinante de una Comunidad que hace las veces de contraparte en la Alianza
cuyo oferente es el Propio Dios. La Alianza –insistimos- se da entre YHWH, que
es nuestro Dios y, nosotros que somos su pueblo; se ha dicho que la norma
impuesta por YHWH como vigencia y verificación de esta בְּרִית Berith: alianza, pacto, trato, tratado, convenio, acuerdo,
convergencia hacia un mismo fin, unión,
convención, liga, confederación, vínculo de consanguinidad; es “vivir una vida sin
tacha delante de mí”, es decir, en coherencia con los Mandamientos.
Repetimos
palabra por palabra lo que entendemos por Alianza, un término tomado de la
política entre “reyes” soberano y sometido, señor y vasallo; que se ha
traspuesto al vocabulario teológico para significar la relación entre Dios y su
pueblo. De la política a la teología, la traslación es eficaz porque ilustra y
trasparenta esta dimensión relacional. Pero el valor metafórico de la
traslación tiene como antítesis un doble sentido; primero, la Alianza no es
exactamente una “alianza”, y como es un caso especial de alianza, al manifestar
ciertos rasgos de esa relación, oculta otros.
No
es exactamente una alianza porque Dios no nos ha “subyugado”, Él nos ha
“creado”, es nuestro Dueño, pero –pese a ello- no nos somete con despotismo, sino que nos –como lo hemos bosquejado al
aproximarnos al profeta Jeremías, el Domingo 22º, Domingo antepasado- ha
“seducido”, en el sentido de “enamorarnos”, de “encantarnos”, de “fascinarnos”
atrayéndonos. Esta relación amorosa introduce una variante a la Alianza que le
elimina todo matiz “militarista”, “colonizante”, “imperialista”. Si logramos
tener presente que no es una alianza prepotente y sometedora sino una
Alianza-Amorosa, la metáfora será poderosa y reveladora. Se reventará el
antecedente político militar y entraremos de lleno en el significado teológico
de esta palabra.
De
allí, del referente amoroso de una Alianza, deriva la exigencia que nos plantea
Dios: el perdón, que es la médula espinal del amor. El amor de verdad, bebe en
las fuentes del perdón, porque nuestras limitaciones –como seres humanos, somos
hombres (seres humanos) y no Dioses- hacen que tenga puntos flacos, en esas
“flaquezas” se inserta –como una especie de prótesis correctiva- el perdón. Nos
aventuraremos a sugerir que ningún amor real está exento de “flaquezas” y, por
tanto, no hay ninguno que pueda prescindir del “exoesqueleto” (apelando a esta
referencia de la biomecánica).
Es
por esta rezón que leemos en el Sirácida que Dios rechaza y castiga al
“vengativo” y –en cambio- perdona al “perdonador”; aquel que se anida en sus
rencores no podrá pedir al Señor que le dé “salud” Si 28, 3.
בָּרֲכִ֣י נַ֭פְשִׁי אֶת־יְהוָ֑ה
Bendice alma mía al Señor
¡Que mi alma sea agradecida y cante las alabanzas
del Señor! Este es un Salmo Eucarístico en el sentido de ser una “acción de
Gracias”. Esta clase de salmos fueron especialmente concebidos para ofrecer un sacrificio
de acción de gracias, como cuando ofrecemos un exvoto, que de alguna manera
conlleva no sólo el agradecimiento sino que incorpora el por qué, la razón del
agradecimiento. Tomemos el caso de estas figuritas de cera que representan una
parte del cuerpo humano para significar que el agradecimiento es por la
sanación de ese órgano, de esa parte que estaba afectada y que Dios curó. En
los Salmos de Acción de Gracias era la liturgia de presentación del sacrificio
la que señalaba el momento para que el oferente del sacrificio expresara
verbalmente cuál había sido el motivo de agradecimiento y dijera cuál era el
favor recibido.
En este caso, el salmo agradece el perdón
recibido de Manos de Dios. E inmediatamente volvemos a nuestra “médula espinal”
de este Domingo XXIV Ordinario del ciclo A: El perdón.
Este Salmo canta a un Dios que perdona, un Dios
que ama, la palabra חֶ֣סֶד amor
ocurre en este salmo con frecuencia, pero la palabra amor en este caso
significa “fidelidad a la Alianza”. וְחֶ֤סֶד esta Hessed es la causal del agradecimiento
pues se expresó como Amor-perdonador. Viendo Dios nuestras flaquezas, porque Él
sabe que estamos hechos de עָפָ֥ר “barro”
Sal 102, 14 nos trata tiernamente como un verdadero-padre lo hace con su hijo
Sal 102, 13.
Retornemos a la liturgia de la acción de
gracias, donde el presentador del sacrificio proclama los bienes recibidos, que
en este caso son :
i)
Perdonar los pecados
ii)
Curar las enfermedades
iii)
Rescatar la vida del
sepulcro (estuvo al borde de la muerte)
iv)
Adicionalmente, y como si
fuera poco, añade amor y ternura.
v)
No nos reprende todo el
tiempo
vi)
Ni su rencor es eterno
vii)
No nos trata como merecen
nuestras culpas
viii)
Ni nos paga según nuestros
pecados
La perícopa de hoy concluye dándonos la
“medida” del amor de Dios para con los que lo honran: כִּ֤י כִגְבֹ֣הַּ מַיִם עַל־הָאָ֑רֶץ “como inmenso es
el cielo sobre la tierra”.
Cuando
amamos, cuando perdonamos, simplemente estamos tratando de sacar a flote el ADN
de Nuestro Padre Celestial.
Este
Salmo, en el verso 10, «…nos muestra que la misericordia de Dios no va en
proporción con la realidad del mal… “No nos trató como merecíamos por nuestras
faltas y pecados”. Dios no se atiene a la justicia en el sentido estricto de la
palabra. Se puede hablar de “justicia de Dios” siempre y cuando entendamos que
se trata de una misericordiosa fidelidad a la voluntad de salvación. Ese es
también el parecer de Jacques Ellul en el siguiente parágrafo, el cual muestra
lo que hemos tratado de aclarar con respecto a los límites de la justicia
humana.
“(…) Cuando perdona, Dios renuncia a
su posibilidad de hacer justicia, a la idea de una retribución. De todas
maneras, ninguna penitencia, ningún sufrimiento, podrían estar a la medida del
pecado del hombre ni lograrían borrar lo ocurrido. Esto es fundamental: la obra
de Dios es hacer que el hombre sea plenamente hombre, tal como Dios lo creó en
el amor. Y esto no está al alcance del castigo. Esto no volverá jamás al hombre
al estado anterior a su falta. Todo el mundo comprendió, después del famoso
debate sobre la pena de muerte, que matar al asesino no devuelve la vida a su
víctima. Pero dirían, sí, hay que castigar. Es claro, a nivel humano y en pro
del orden social hay que castigar, pero que la pena aumenta el desorden y
perturba aún más a los hombres es algo que no podemos esconder. La justicia de
Dios no puede ser analogada con la que nosotros llamamos “justicia” (sobre todo
en el dominio penal). Es más, ella es lo inverso ya que restablece lo humano en
su equilibrio y su plenitud. Dios renuncia a castigar, a penalizar, a redoblar
el mal con otro mal (infligiéndolo al culpable).”»[1]
El Señor es nuestro Dios y Rey
Hay
un desplazamiento del egoísmo hacia la generosidad, hacía el altruismo, hacia
el desprendimiento, hacía el darse, el entregarse sin reservas, con total
desinterés, con amor ágape, para permitir que el ADN-Divino se realice, se
plenifique en nosotros, que nos lo explica la Carta a los Romanos diciendo que
nuestra razón de ser no está en un auto-centramiento sino que nuestro centro
vital-esencial está en Dios, en su Hijo Jesucristo que por nosotros murió y
resucitó.
Muerte
y resurrección son una sola cosa en la “ceremonia de coronación” del Rey. El
verdadero Rey, el que ha hecho Alianza no de tirano-dictador sino de amoroso y
galante “seductor”, el que se deshace en ternuras como un Padre que ama a su
Hijo. Sea que muramos, sea que vivamos al Κυρίῳ Señor
le pertenecemos. En este caso, decirle Señor es declararlo Dueño y Rey nuestro.
En
el Evangelio se nos ofrece una parábola. Y en esta parábola Dios es el Rey,
siguiendo la misma declaración que acabamos de leer en Romanos.
Pero,
además, para mejor entender la unidad de la enseñanza que Dios nos trae,
recordemos que estamos leyendo el capítulo 18 del Evangelio según San Mateo
donde hallamos el “Discurso sobre la vida en Comunidad”, es la parte del
Evangelio Eclesial donde se nos instruye como ha de ser la relación al interior
de las comunidades cristianas; este co-texto es definitivo en la comprensión de
lo que nos trasmite la parábola.
La
parábola nos enseña, ante todo, que Dios-el Rey, está dispuesto a perdonar y
que perdona sin importar cuán grande sea nuestra deuda, aún como en esta
parábola la deuda era impagable, porque era una deuda billonaria, μυρίων
ταλάντων diez mil talentos,
un talento equivale a seis mil denarios; es más que billones, diez mil
es, en griego bíblico, una expresión cercana al concepto matemático actual de “infinito”.
Pero
la segunda enseñanza consiste en mostrarnos que nosotros debemos modelar
nuestras relaciones según el modelo Divino. Si Dios obra así, nosotros estamos
llamados a hacer “otro tanto”: πᾶσαν τὴν ὀφειλὴν ἐκείνην ἀφῆκά σοι, ἐπεὶ
παρεκάλεσάς με· οὐκ ἔδει καὶ σὲ ἐλεῆσαι τὸν σύνδουλόν σου, ὡς κἀγὼ σὲ ἠλέησα; “Te he perdonado toda aquella deuda
porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu
compañero, como yo me compadecí de ti?” este paralelismo que Dios-el-Rey
pronuncia aquí, entraña todo el significado de la parábola: ¡Así como hace
Dios, esmérate hasta tus límites, en hacer tú! Esa es la “orden”, la “consigna”
que Dios-el-Rey nos da. Nos da un “patrón”, nos enseña cómo es su justicia,
como hemos de relacionarnos con nuestros σύνδουλος “colegas”, “compañeros”, “semejantes”.
La partícula σύν [syn] indica “semejante”, “muy cercanamente idéntico
con”.
Tal vez esperamos que nuestros “semejantes”
sean muy “correctos” y “muy santos” y podamos vivir en comunidades donde no
haya fricciones, roces, diferencias, incomprensiones, ὀφειλὴν “deudas”
en general. Pero, como lo examinábamos en la Primera Lectura, , fuimos hechos
de “barro” y el “pecado original” hizo re-activar el aspecto negativo de
nuestra sustancia de origen. Como decía el poeta nicaragüense Rubén Darío, “en
el hombre existe mala levadura…”; ¿esa “mala levadura” será pretexto para irnos
directo a la ciénaga? ¿Queremos entonces irnos de cabeza al barrial porque de
allí venimos? ¡De allí venimos, pero para eso no fuimos creados! Nuestro
origen-de-barro no nos esclaviza, nos fue dado un Redentor que nos “justificó”,
pero el albedrío no se nos sustrae, podemos decidir hacía dónde ir, pero el
plan de Dios es un Proyecto Salvífico: Todas las condiciones están dadas para
que podamos ser “Perfectos como el Padre del Cielo es Perfecto” cf. Mt 5, 48.
Podemos decidir ser como nos ha propuesto “el
mundo”, vengativos, rencorosos, odiosos y odiantes a pesar de que en el Eclesiástico
se nos enseña que eso es “aborrecible” para el Señor. Dios mismo, en la
Sagrada Escritura nos lo ha dicho con todas las letras, no podemos “hacernos
los de las gafas”, hoy lo hemos proclamado en la Primera Lectura, ahí está. Hay
toda una cultura montada sobre el rencor, a veces con un pretexto defensivo, “porque
si usted perdona se la dedican, se la velan”, “usted
va a sufrir mucho si no se endurece”, “no sea pendejo, al que perdona se la
montan”. Es todo un discurso de “endurecimiento”. ¿Quién lo ha promovido? ¿A
quién conviene que seamos “duros”, vengativos, “rencorosos”? En todo caso, ¡si
displace a Dios, quién puede ser su impulsador!
Esta cultura de “amor sí, pero sólo hasta
cierto punto” debe ser muy antigua. Ya Pedro había sido introducido en que
bastaba con “siete dosis de perdón”, y había llegado a internalizar el pretexto
de tener un límite que lo excusaba, si ya había perdonado “siete veces” ya
había alcanzado las fronteras angelicales y nadie podía pedirle más, él pensaba
que, al llegar a este límite, ni Dios le pediría más, siete era una frontera farisaica
para no ir más lejos. Lo habían hecho entrar en el discurso del amor limitado y
jugar con las reglas del “no sea pendejo”. Viene Jesús y le muestra la amplitud
del paisaje, de un extremo al otro de la tierra. ¡Jesús le muestra la vastedad
de la Perfección! El amor sin límites, lo que Él quiere en sus comunidades.
Lleguemos
más lejos: Busquemos un “síntoma” de cuanto le gusta a Dios el perdón. Aquí lo
tenemos, ¡estableció el Sacramento de la Conversión! En este Sacramento Él nos
perdona ἑβδομηκοντάκις ἑπτά “setenta veces siete” Mt
18, 22c.
Con abusiva frecuencia recordamos el
Mandamiento del Amor pero siempre, siempre que lo mencionemos hemos de tener en
cuenta que conlleva el perdón. Perdón es una hermosísima palabra con fulgores celestiales.
Perdón de Dios para nosotros como patrón a seguir. Perdón de nosotros con
nuestro “compañeros”, “semejantes”. Perdón ad intra de las comunidades, pero
también perón ad extra. Perdón y amor de los que piensan y creen como nosotros,
pero también –y ni un ápice de menor intensidad o calidad- perdón con los que
creen y piensan distinto, también para con ellos y hasta con los “enemigos”
alcanza el setenta veces siete.
Ha habido una dialéctica-histórica del amor,
del perdón. En los tiempos de Lamec Gn 4:19-24, descendiente de Caín, que
representa la formación y el avance de la cultura porque fue el papá de Jabal,
Jubal y Tubec-Caín que fueron tres padres-fundadores de los ganaderos, de los
músicos y de los herreros-metalurgos respectivamente. Él había llevado la
venganza y el revanchismo a una de sus más altas cumbres, si en los tiempos de
Caín se cobraba siete veces la deuda, Lamec la cobraba setenta veces siete. Se
trataba de una de las primeras muestras de poesía hebraica, un Canto guerrero,
el canto de Lamec. Se dio un gran paso adelante en la limitación del
vengativismo, al pasar a la ley del Talión, donde sólo era permitido cobrar
vaca por vaca, herida por herida, brazo por brazo y ojo por ojo, es la justica
del uno a uno. Uno se cobra, por cada uno que se debiera. Esta dialéctica
histórica, que señala un progreso, una paulatina restricción del espíritu
revanchista que venimos denunciando, tiene que ser desenmascarada como
totalmente ajena a la Voluntad de Dios. Esta “revelación” de cómo es que
verdaderamente le gusta a Dios–Padre corre
por cuenta de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor. Él la pone hoy delante de
nosotros para que sepamos, sin ninguna duda, qué quiere YHWH de su pueblo. «Jesús
dándole la vuelta al canto salvaje de Lamec, multiplica esta plenitud por el infinito.
Cuando uno se sabe perdonado por Dios, no puede menos de trasmitir a los demás
esa misericordia infinita.»[2]
Así como en el Salmo, la voz de uno que
presenta su ofrenda representa la voz del pueblo; así también en el Evangelio
tenemos que entender que cada uno de nosotros está representado en la parábola
y que el cada uno es un Yo-comunitario, un yo-corporativo, y siempre que
digamos corporativo a renglón seguido escribiremos Cuerpo Místico de Cristo,
del que estamos llamados a formar parte, a ser sus células. ¡Esta es la única
esperanza de nuestro mundo, alcanzar la cima de la dialéctica-histórica y
aplicar la justicia, no la humana sino la que Dios nos ha revelado, la que Él
quiere, la que a Él place. Sólo así podemos insertarnos en comunidades que se
llamen cristianas, sólo así, cuando las células que lo constituyen son según
las enseñanzas de Jesús, las Comunidades podrán llamarse Cristianas y ese es
el camino que irradiará testimonio a los “diversos” a los que piensan distinto,
a los que creen en otras cosas y a los que en nada dicen creer. ¡Esta es la vía
de la reconciliación!
«Admitámoslo, el perdón, que hace sonreír a
mucha gente, supone un esfuerzo considerable. Exige tiempo y energía de parte
del ofendido que debe mantener una lucha continua contra el egoísmo siempre
dispuesto a aflorar en una tarea así, de la cual Jankélévitch diría que
proviene de los sublime y no puede, ciertamente, moverse entre dos aguas. El
verdadero perdón, que va siempre en contra de la corriente, toma tiempo,
implica un largo trabajo de maduración y una conversión del corazón, tanto de
aquellos que perdonan como de quienes son perdonados. Nos referimos, entonces,
a un proceso dinámico muy complejo que,… tiene diversos componentes.
En definitiva, si el perdón se muestra como
algo tan doloroso, es porque requiere lo mejor de la persona. Y por experiencia
todos sabemos que es fácil tropezar con la debilidad. A esto se añade el no
saber cómo reaccionará el otro. ¿Podrá, el perdón dado, ser bien recibido? Además
están los que nos rodean y que casi siempre consideran al que perdona como un
flojo, como un débil. Nada facilita la tarea, ¿no es cierto?»[3]
[1] J. Ellul. « Car tout est grace».
Le pardon. Briser la dette et l’oubli. Paris. Editions Autremant-Série Morales no. 4 1993 pp.
130-131. Citado por Nadeau,
Marie-Thérèse.
PERDONAR LO IMPERDONABLE. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. pp. 101-102
[2] Le
Poittevin, P. Charpentier, Etienne. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO. Ed. Verbo
Divino. Navarra-España 1999 p. 55
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