sábado, 27 de septiembre de 2014

JUSTICIA, OBEDIENCIA Y HUMILDAD


Ez 18,25-28; Sal 25(24), 4-9; Flp 2,1-11; Mt 21,28-32

Si queremos que los pobres vean a Cristo en nosotros, primero tenemos nosotros que ver a Cristo en los pobres.

Madre Teresa de Calcuta




«Milagro

-¿Para qué orar? -preguntaba alguien-. Dios no me ha concedido lo que le he pedido. He buscado a Dios, lo he buscado sinceramente, con todo el ardor… pero Dios no ha acudido a la cita.

-Perdón… -contestó otro-. ¿De qué Dios me hablas? ¡Es tan fácil buscar un Dios a la medida de nuestros sueños y deseos! En tu país se considera un milagro el que Dios haga tu voluntad. Entre nosotros se considera un milagro el que alguien haga la voluntad de Dios.

El Dios cristiano nos sorprende, nos desborda y rompe nuestros falsos sueños, nuestros mesías fabricados fácilmente. ¡y nos deja en la verdad!»[1]

Fidelidad con la Justicia

La manera de ser y de pensar de Dios nos sorprende. Siempre quisiéramos que Él hiciera y deshiciera a nuestra manera, según nuestras expectativas y nuestros criterios. Nos sorprendió el Domingo anterior pagando por igual diferentes cantidades de trabajo; y, nosotros que estamos imbuidos hasta el tuétano de la mentalidad humano-mundana nos hemos acostumbrado a pensar que la justicia estriba en pagar distinto por diferentes cantidades de trabajo y por diferentes calidades (es decir según la cualificación del trabajador, a mayor calificación-corresponde mayor salario) nos acostumbramos a juzgar y –de hecho- dijimos algo anda mal en este tipo de “justicia”. O sea, que nos hemos atrevido a “juzgar” a Dios en el mismo momento que nos hemos atrevido a juzgar su Justicia.

Pese a eso, si diéramos un segundo vistazo, en seguida reconoceríamos que después de pagar según lo pactado la justicia se habría cumplido. Ya que de ahí en adelante, la generosidad del “Patrón” lo lleve a darle una prima, una bonificación, algún reconocimiento especial, todo esto estaría enmarcado dentro de las fronteras de la generosidad del que estaría regalando su “riqueza” sin pedir a cambio cierta cantidad de trabajo adicional como contrapartida.


Que semejante actuación desataría envidia, a no dudarlo que así sería, en nuestra sociedad construida sobre la ambición y la envidia. Que más de uno gritaría y gruñiría, no nos cabe ninguna duda. Que otros amenazarían con una demanda o con interponer algún recurso ante los tribunales humanos, así es. Y, sin embargo, ¿no obramos nosotros también de tal manera? No nos ha pasado de darle algo muy especial a nuestra madre, a nuestra esposa o a un hijo que nada han hecho para merecer esa “bonificación”, nada distinto de llenar nuestra vida con su presencia, con su existencia o –como en el caso de mamá- dándonos la propia existencia. Y la justificación para semejante “bono” es aquella frasecita que bien merece poner entrecomillada: “¡Lo hemos hecho por amor!”.

Pues también Dios, que no en vano quiso enseñarnos a través de Jesucristo que lo llamáramos Padre, quiere en repetidas ocasiones darnos “algo” que no recibimos por merecimiento sino sólo porque Dios es Bueno, Generoso, amoroso, Complaciente. Sí, Él se complace en nuestra dicha, desde el Cielo mirará nuestro rostro y se gozará en nuestras pupilas que brillan mientras abrimos el “regalo”, y luego con la cara que ponemos al ver –atónitos- cuanto nos da sin pedirnos nada a cambio, sin pensar en contrapartidas. En el Profeta Ezequiel, recordado que nos atrevimos a pasarlo por nuestra criba, nos pregunta: ¿Qué no son justos mis caminos?  Porque esa era la actitud nuestra, afirmar la “injusticia de Dios” y afirmar nuestra propia justicia.

Si así estamos viendo las cosas, nos es menester darle la vuelta a las gafas, para –por fin- empezar a ver las cosas como verdaderamente son. Ese volteo de las gafas es la conversión: שׁוּב así se dice en hebreo. ¡Darse vuelta 180 grados! Una “vuelta”, un “regreso” para que no vaguemos en los desiertos de la perdición y la maldad, sin una Voz –Cálida que nos diga: ¡Es por aquí, hijo mío!”


Hay un dicho muy popular que reza: “Para atrás, ni para coger impulso”. Esta Primera lectura de este Domingo XXVI Ordinario del Ciclo A, nos enseña esto mismo: Si hemos pecado, conservamos siempre la opción de enmendarnos, podremos vivir, no moriremos. Pero si vivimos en la virtud, si ya pertenecemos a la Voluntad de Dios, entonces, nuestra perdición sería la infidelidad. Bien lo vimos el Domingo XXV, unos son llamados a la primera hora, otros a media mañana, a medio día o todavía más tarde; lo malo no es ser llamados un poco más tarde; lo malo es que –ya habiendo sido llamados- abandonemos nuestro compromiso, decaigamos en la calidad de la respuesta. Entonces moriremos por “la injusticia cometida”. Retroceder no es una opción, avanzar, siempre lo será, por la Bondad Infinita de Quien nos llama.

Le suplicamos nos sostenga fieles

El Salmo 25(24) es una súplica. Una súplica es una oración en que se pide con vehemencia, con una característica, se tiene entera confianza en Aquel a Quien dirigimos la súplica: ¡En ti confío a todas horas! Sal 25(24), 5c. Es ponerse enteramente en sus manos, saber que Él puede guardarnos o quitarnos la vida, pero como sabemos la medida de Su bondad (que es sin medida), ya de partida sabemos que nos la perdonará.  Por eso le pedimos.


¿Qué le pedimos en este Salmo? Veámoslo, Sal 25(24), 2bc. 3. 4bc. 5a. 6bc.:

a)    No dejes que me hunda en la vergüenza
b)    ¡Que no se rían de mi mis enemigos
c)    Que no sea jamás avergonzado ninguno de los que en ti confían
d)    (En cambio) Que sean puestos en vergüenza los que sin motivo se rebelan contra Ti
e)    Señor, muéstrame tus caminos
f)     Guíame por tus senderos
g)    Guíame, encamíname en tu verdad
h)    Señor, acuérdate del amor y la ternura que siempre me has manifestado
i)      …no te acuerdes de mis pecados ni del mal que hice en mi juventud.

Pero, la súplica fundamental de la perícopa que leemos este Domingo XXVI, y que además es el engarce con la Liturgia toda, es la idea de la Justicia. Sobre la Justicia le pide en el verso 9, el último de la perícopa que leemos este Domingo: יַדְרֵ֣ךְ עֲ֭נָוִים בַּמִּשְׁפָּ֑ט וִֽילַמֵּ֖ד עֲנָוִ֣ים דַּרְכֹּֽו׃ “El Señor… a los anawin los guía por su camino a los humildes (עֲנָוִ֣ים a los anawin, dos veces está la palabra en este verso); ¡los instruye en la Justicia! Sal 25(24), 8a-9.

Quisiéramos resaltar la manera estrecha como se abisagran aquí estos dos conceptos: Justicia con anawin. Es muy frecuente dirigir la atención sobre la raíz de la palabra anawin que es  עָנָו [anav] pobre, humilde, manso, dócil; la mencionamos porque es vital captar quien es sujeto protagónico en el tema de la Justicia, es el hombre, pero no cualquier hombre sino aquel que ha sido humanizado por la humildad, la mansedumbre, la pobreza.

Jesús-verdadero Dios se anonadó

Cuando en otra oportunidad nos hemos referido a esta perícopa de la carta a los Filipenses hemos centrado la atención sobre la kénosis. Es sorprendente y nos ayuda a entender cómo es el Pensamiento de Dios, cuál es su lógica. Nadie en sano juicio abandonaría todas sus ventajas para dejarse matar, menos para dejarse matar con una muerte de cruz, y mucho menos para redimir “pecadores”.

Lo que la Carta a los Filipenses trata de explicarnos retomando ese antiguo himno cristológico es el incomprensible pensamiento de Dios que hizo todo esto, descendió de Sus Alturas, para dejar que hiciéramos de Él menos que un gusano. Y ahí no paró la sorpresiva lógica de Dios, sino que de ese Gusano clavado en una cruz y sepultado, brotó la más radiante Mariposa. ¡La-Mariposa-Divina-que-Redime!


Este abajamiento, este anonadamiento, esta humildad llevada al remate, a la cúspide, a la cima, a las alturas,  donde en el rótulo leemos INRI. Es el paroxismo  del amor oblativo, a eso es a lo que nos referimos del hombre que es un proyecto de Dios que va ascendiendo en su penosa sublimación, y se va “perfeccionando”, y plenifica su humanización alcanzando la coronación de este proceso en la cristificación.

Para alcanzar esta cima hay dos llaves maestras y están mencionadas en la perícopa de Filipenses hoy: humildad y obediencia. La humildad que no es obediente puede –inclusive- llegar a ser borrachera de sí mismo, egolatría. El humano se puede cristificar sólo si se hace obediente a la Voluntad del Otro, no es dócil a su propio capricho sino que acoge la Voluntad del Padre y entonces su vuelo es por las más altas cumbres.

El Padre responde, admira la obediencia del Hijo y lo premia, le da el Nombre sobre todo Nombre. Es cuestión de nombre. (Si y no). No es cuestión de nombre según lo que nosotros entendemos por nombre, una palabra que designa; sino que es Nombre como es Nombre en hebreo, Nombre es la totalidad de la persona, es lo que Dios tiene escrito en el Libro de la Vida para quien es portador del Nombre, Nombre es vocación y potencialidad, es biografía total. Y a Él se le concedió ser Nombre sobre todo Nombre, es decir, paradigma de humanidad, prototipo del ser-humano.

Modelo de obediencia y humildad

Hay un interrogante poderosísimo que nos plantea el Evangelio. ¿Quiénes son los que alcanzan los umbrales de un anawin (y es que no todos contamos con la mansedumbre y la humildad que se requiere, y esa kénosis también es gracia)? Y el Evangelio nos propone dos posibilidades bien concretas: los publicanos (los cobradores de impuestos para el Imperio), y las prostitutas. Nos dice la perícopa de San Mateo que ellos peligrosamente nos arrebaten las llaves de ingreso a la dimensión divina, para ellos será más probable la apertura de las puertas del Reino de Dios que para nosotros, una cepa demasiado vigorosa da poco fruto, mientras que aparentemente las más débiles producen más. ¡Qué duro! El Padre nos ha llamado y nos ha encargado ir a la Viña y nosotros le hemos dicho que bueno, que iremos… pero no hemos ido.

En cambio, por mucho que nos duela y nos ofenda, los publicanos y las prostitutas han dicho originalmente que no irían, y, pese a ello, muchas veces, muchísimas, son ellos los que sí han ido y se han ocupado de cuidar la viña. Y es que la viña tiene muchos oficios: la poda, el excavo, el apuerco, la vendimia y el lagar.


En el Evangelio reaparece el tema de la conversión cuando dice μετεμελήθητε palabra esta que proviene de μεταμέλομαι que significa cambiar un interés por otro superior, una manera de pensar por otra, radicalmente opuesta, pero mejor. Esto fue lo que hizo el hijo que originalmente se negó pero después fue porque μεταμεληθεὶς› se arrepintió.

La obediencia supone haber transitado una ruta de maduración. No se es obediente cuando se brinda un mecánico “si”, cuando ese si no entraña un compromiso desde el corazón, desde el fondo del corazón. La obediencia (palabra profundamente ligada con la palabra “escucha”) amerita que uno haga propia la Voluntad del Otro. El arrepentimiento no puede ser superficial, no puede ser un simple vamos a “darle gusto”, como se suele decir, llevándole la idea como si fuera un “loco”. La obediencia supone aceptar porque las razones que nos da el Otro pueden convertirse en nuestras propias razones y esas razones nos mueven.


Tomemos un caso, a manera de ilustración. La Madre Teresa de Calcuta tomo el interés de los más pobres, de los enfermos como su interés superior, porque pudo ver en los rostros de ellos el Rostro de Nuestro Bien Amado Señor Jesucristo. Ella nos enseñaba: «Si a veces nuestros pobres han muerto de hambre, no es porque Dios no cuidó de ellos, sino porque ustedes y yo no fuimos capaces de dar. No fuimos instrumento en las manos de Dios para darles ese pan, esa ropa; no supimos reconocer a Cristo cuando, una vez más, vino hacia nosotros bajo ese terrible disfraz: el del hombre hambriento, del hombre solitario, el niño solitario buscando alimento y abrigo».

Entonces, hay que “ir a la viña” con todo, dispuestos a jugárselo todo a favor del otro que personifica al Otro y volcarse en amor, si es preciso hasta disolvernos, si es necesario hasta deshacernos. Es preciso “ir a la viña” desacomodándonos, con una sencillez, humildad y mansedumbre que esté tejida con nuestra carne, con nuestro ser-entero, rehusando nuestros “derechos”, agudizando nuestra capacidad oblativa, dando-como lo dijera la Madre Teresa de Calcuta- hasta que nos duela; como mansos corderos llevados al matadero (cfr. Is 53, 7a), para parecernos al כַּשֶּׂה֙ Cordero de Dios, nuestro Modelo. ¡Esa sí es obediencia!


Recojamos una definición de humildad que nos prodigó la Madre Teresa de Calcuta: «La humildad no es sino la verdad. ‘¿Qué poseemos que no hayamos recibido de otro?’ pregunta San Pablo. Y si todo cuanto tengo lo he recibido, ¿qué bienes propios puedo poseer? Si estamos convencidos de esto, nunca levantaremos la cabeza con arrogancia. Si somos humildes, nada nos afectará, ni las lisonjas, ni el descredito, porque sabemos lo que somos. Si nos acusan, no sentiremos desaliento. Y si nos califican de santos, nunca nos colocaremos en un pedestal.»

«Donando sangre

“Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niñita llamada Liz, ella sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una trasfusión de sangre de su hermano de cinco años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatir la enfermedad. El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre para su hermana. Yo lo vi dudar por sólo un momento antes de tomar un gran suspiro y decir. ‘Si; yo lo haré, si eso salva a Liz’. Mientras la trasfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana y sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana, viendo retornar el color a las mejillas de la niña.


Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Él miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: “¿A qué hora empezaré a morirme?”

Siendo sólo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a su hermana, y aun así estuvo dispuesto a dársela”.

Da todo por quien amas; y cuida a tu familia.»[2]


Pero, además recordemos ¿quiénes forman nuestra familia, quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Cfr. Mt 12, 48, todos los humanos somos familia, todos hijos del mismo Padre, hermanos en Cristo Jesús, puestos en la misma casa –el mundo- para ejercer la obediencia de ser fraternales. Prosigamos –otra vez- con palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “…pidámosle ahora al Señor que nos utilice para recorrer el mundo, y en especial nuestra propia comunidad, para seguir conectando los cables de los corazones humanos a la energía que nos brinda Jesús.”




[1] Agudelo, Humberto Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU #3. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 2006. p.31-32
[2] Agudelo, Humberto Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU #1. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 5ta reimpresión 2003. p.47-48

sábado, 20 de septiembre de 2014

COMUNIDADES INCLUSIVAS


Is 55, 6-9; Sal 144, 2-3. 8-9.17-18; Fil 1, 20-24.27; Mt 20, 1-16

Qué necesitan los hijos de Dios y él les proveerá

«Vale comparar aquí nuestra parábola, con otra, que aparece en el Talmud de Jerusalén: “Un notable doctor de la ley, Rabí Bum Bar Hiyya murió joven, hacia 235 d. de C. en el mismo día en que nació su hijo a quien se le llamó con el mismo nombre. Uno de sus maestros pronunció la oración fúnebre y allí contó una parábola: “Un rey contrató a un gran número de trabajadores. Dos horas después de comenzar el trabajo vino a ver a los obreros. Entonces vio que uno de ellos se había distinguido de todos los demás por su actividad y habilidad. Lo tomó de la mano y paseó con él hasta el atardecer. Cuando vinieron los trabajadores, para recibir su jornal, aquel recibió la misma suma que todos los demás. Entonces murmuraron y dijeron: hemos trabajado todo el día y este sólo dos horas, y, a pesar de ello, le has pagado el jornal entero. Sin embargo, el rey respondió: con esto no les hago ninguna injusticia: este trabajador ha realizado en dos horas más que ustedes en todo el día. Lo mismo Rabí Bum Bar Hiyya ha realizado en 28 años de su vida, más que algunos doctores encanecidos en 100 años.»[1]


Se ha estimado que ganarse un denario era ganarse lo necesario para la vida diaria del obrero. No era un gran tesoro. Era la paga justa por un día de trabajo. No desatendamos que era una moneda romana con la efigie del emperador por un lado y una deidad pagana por el otro. Se puede evocar el episodio del Maná en el desierto, que estaba prohibido recogerlo para guardarlo y había que consumirlo fresco. Digamos otro tanto acerca del denario: había que ganar uno para sobrevivir y alimentarse cada día.


Otro detalle esencial para bien comprender la parábola consiste en este verso: καὶ λέγει αὐτοῖς Τί ὧδε ἑστήκατε ὅλην τὴν ἡμέραν ἀργοί; λέγουσιν αὐτῷ Ὅτι οὐδεὶς ἡμᾶς ἐμισθώσατο. “Y les dijo: Por qué están ahí todo el día parados sin trabajar. Le dijeron, porque nadie nos ha contratado” Mt 20, 6b-7a. No es que ellos llegaron tarde y por eso no los alcanzaron a contratar, ellos estaban allí todo el día esperando por trabajo, ofreciendo su fuerza laboral pero no había suficiente demanda de mano de obra, por eso se han quedado “vacantes” toda la jornada. O sea, que al final del día iban a llegar a casa con las manos vacías, sin con qué alimentar a sus familias, sin con que proveer el pan cotidiano. Podríamos pensar que “el Señor” estaba pagándoles simplemente lo necesario para su subsistencia familiar. ¿Acaso no habían estado también expuestos a la intemperie todo el día esperando por su oportunidad laboral? ¿Sería un Verdadero-Señor si no hubiera proveído para lo indispensable de estos jornaleros? Por eso este detalle no puede pasar desapercibido. El οἰκοδεσπότῃ Señor está pagando no lo que le trabajaron a Él, sino que está cuidando de la vida de sus ἐργάτας “obreros”; no perdamos de vista que son obreros en la construcción del Reino dado que la parábola está propuesta con referencia al Reino de Dios que es semejante al Amo que salió a contratar obreros para su viña. Dios sale a contratar “obreros para construir el Reino” para cultivar su Viña, para recoger la cosecha.


«Siguiendo a Ireneo y Orígenes, los Padres de la Iglesia vieron en los sucesivos envíos de obreros, las grandes etapas de la historia bíblica, durante las cuales Dios llama a hombres que cuidan su viña, su pueblo. La primera vez con Adán en la creación del mundo. La segunda, con Noé, cuando la conclusión de una Alianza universal. La tercera, con Abrahán y los patriarcas. La cuarta, con Moisés, a quien se comunica la ley. La quinta con Jesucristo. Otros han visto los principales momentos de la vida humana: algunos son llamados a trabajar en el reino desde la infancia o más temprana edad; otros, al salir de la adolescencia o juventud; otros en la edad adulta; otros por fin en la ancianidad o al final de sus días o en el momento de su muerte»[2]

Convidados a la metanoia

El profeta nos llama a “convertirnos”, o sea a cambiar nuestro patrón de pensamiento. El profeta nos pone sobre alerta para que nos demos cuenta que es perentoria una trasformación del pensamiento. Hay que dejar de pensar según nuestra interpretación “justicialista”, porque Dios piensa distinto. Su justicia no es la de la “meritocracia” por mucho que a nosotros nos parezca de lo mejor, de lo más justo. Para Dios el tema está en la dialéctica entre necesidad y generosidad. Dios, rico en Misericordia, cuyo nombre es Amor, Amor-desde-las-entrañas, nos enseña a ser don, a hacernos don, a entregarnos en donación, a ser oblación.


No sólo piensa distinto sino que sigue trayectoria diferente a la nuestra. Su camino es diverso del nuestro. Los caminos Divinos se bifurcan respecto de los humanos. Y la raíz misma de esa diversidad reposa sobre el fundamento del perdón. ¡Nuestro Dios es rico en perdón!

El profeta nos aconseja aprovechar el momento en el que podemos buscar a Dios. Dios sale a buscar “obreros para su viña” y viene a distintas horas, en distintos momentos; pero, claro, hay que aprovechar esos momentos. Si volvemos sobre la parábola, tal como está relatada en Mateo, sale en cinco ocasiones:
1)    Al amanecer
2)    A media mañana
3)    A medio día
4)    A media tarde
5)    Al caer la tarde
Podemos aprovechar cualquiera de esos momentos para hacernos contratar, para aceptar la invitación del Amor a trabajar en su viña. La Primera Lectura nos recomienda “buscarlo cuando se le puede encontrar, invocarlo cuando está cerca. ¿Cuándo está cerca? Si Dios “razona” según la dialéctica entre necesidad y generosidad, podemos entender de ello que Dios se acerca cuando lo necesitamos, es en ese momento cuando podemos invocarlo.

En la epístola se nos enseña a vivir según la Voluntad de Dios, a recorrer los caminos que Él ha diseñado. Si Él  quiere que muramos, pues, vamos a su encuentro, a gozar de su Majestad; pero, si Él quiere que continuemos y tiene en su “Proyecto” que sigamos sirviendo a nuestros hermanos, entonces no apremiemos la hora de la partida puesto que Él sigue esperando frutos de nuestra labor, aquí, en vida.

Esto hilvana perfecto con el Salmo. “Siempre el Señor es justo en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”. Cuando nuestra mente y nuestro camino encuentran “conversión” aprendemos a aceptar lo que Dios nos trae, sin encabritarnos contra nuestra propia realidad, contra nuestra vida, contra nuestra historia. Aprendemos a aceptar (que es distinto a resignarse). Aceptar es acogerlo todo conscientes que viene de las Manos de Dios, pese a que no podamos comprenderlo o no lo podamos visualizar en el momento.


Cuando esa aceptación llega, entonces somos capaces de tener a nuestro Dios por Rey. Rey de nuestra existencia, y eso es lo que canta el Salmo. El salmo nos muestra como es el Corazón de Dios, como es su pensamiento y por donde nos llevan sus caminos.
i)              Es compasivo y misericordioso
ii)             Lento para enojarse
iii)            Generoso para perdonar
iv)           Bueno para con todos
v)            Su amor se extiende a todas sus criaturas.

Cuando dice a todas sus criaturas quiere decir: a los que contrato al amanecer, a media mañana, a medio día, a media tarde y, también, a los que contrató al caer la tarde. Y esa “justicia” tan generosa no tiene por qué causarnos molestia y mucho menos enojo. No tiene por qué llevarnos a que ὁ ὀφθαλμός σου πονηρός nuestro “ojo sea malo” lo que significa que al ver cómo reparte Dios nos llenamos de envidia hacia otros que también han sido favorecidos con esa Infinita Generosidad. No, por el contrario, lo que debemos hacer es lo que nos recomienda el Salmista: “Bendecir al Señor eternamente”.


Alabemos a nuestro Rey:

Un día tras otro bendeciré tu Nombre
Y no cesará mi boca de alabarte.
Muy digno de alabanza es el Señor
Por ser su grandeza incalculable. Sal 144, 2-3

Acoger a todos en la comunidad, sin discriminaciones.


«Jesús ilustra la situación con otro ejemplo: los jornaleros de una viña que se enfadan cuando el propietario paga a todos el mismo jornal sin tener en cuenta el tiempo realmente trabajado (Mt 20, 1-15). aunque la situación no es tan dramática como en el caso del siervo despiadado, esta parábola responde específicamente un problema causado por la injusticia y la violencia “del sistema”: la gente se vuelve tan corrompida, que las relaciones mutuas sólo pueden entenderse desde esa perspectiva. Como consecuencia, incluso los actos de extraordinaria generosidad de quienes pueden perdonar una deuda o impedir que una familia muera de hambre por falta de jornal pueden ser ineficaces. La justicia es más que un mero reparto equitativo; requiere un modo distinto de trato con los demás. Por eso, los exegetas ven la parábola de los jornaleros de la viña como una lección de solidaridad humana: los jornaleros tienen que dejar de ver al propietario de la viña como un “enemigo” y dejar de competir unos contra otros. Cuando la enseñanza de esta parábola se pone en relación con otros dichos de Jesús sobre la “grandeza y el servicio”, carece de sentido toda pretensión de privilegio por lo mucho que uno ha hecho por los “pequeñuelos”. A menos que se deseche esa falsa pretensión, nuestra justicia no reflejará la de Dios.»[3]


Esa es una dimensión: no competir unos contra otros, eso sólo propende a la división, al egoísmo exacerbado, al culto de la personalidad -peligrosamente- a la egolatría. Pero, simétricamente está la otra dimensión: Nadie es desechado de la Comunidad de “obreros constructores del Reino”; todos son bienvenidos, todos tiene un ministerio y unos carismas que ofrecer. Apertura y acogida universal, católica. Tener en cuenta que ningún ministerio hace más a alguien en la Iglesia. Todos estamos llamados a servir con humildad y, como decía San Pablo: τῇ ταπεινοφροσύνῃ ἀλλήλους ἡγούμενοι ὑπερέχοντας ἑαυτῶν, μὴ τὰ ἑαυτῶν ἕκαστοι σκοποῦντες, ἀλλὰ καὶ τὰ ἑτέρων ἕκαστοι. τοῦτο φρονεῖτε ἐν ὑμῖν ὃ καὶ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ, “Cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio interés sino el del prójimo. Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” Fil 2, 3-5. Y, así, sin darnos cuenta, hemos desembocado en la Segunda Lectura del próximo Domingo, el XXVI Ordinario del Ciclo A. (Queda puesto el puente hacía la Liturgia de la Palabra del próximo Domingo). ¡Qué tarea! Convertirnos, transformarnos, metanoizarnos hasta tal punto que ya no tengamos sentimientos de “barro” sino sentimientos φρονεῖτε como el Mismo Jesucristo.




[1] Jordán Chigua, Milton. PINCELADAS BÍBLICAS DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. p. 114.
[2] Ibid, p. 113
[3] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU EPOCA. Ed. El Almendro Madrid-España 2001. p. 121

sábado, 13 de septiembre de 2014

EL PERDÓN, VÍA HACIA LA RECONCILIACIÓN


Si 27, 30-28.7; Sal 103(102), 1-4.9-12; Rm 14, 7-9; Mt 18, 21-35


… no existe sino un verdadero perdón, el perdón de Dios, a quien con nuestros perdones más o menos grandes, logramos parecernos un poco más cada día.
Marie-Thérèse Nadeau

Perdonando es como soy perdonado
San Francisco de Asís


Introduzcámonos en la Liturgia de la Palabra ordenadamente, es decir, miremos en primer término la Primera Lectura. En ella nos encontramos cuatro recordatorios sucesivos de lo que debemos tener en mente como vacuna que nos preserve de incurrir en la violencia de la revancha. Si 28, 6-7.

a)    Acuérdate de tu final y deja el odio
b)    Acuérdate de la corrupción y de la muerte, guarda los mandamientos
c)    Acuérdate de los preceptos y no odies al prójimo
d)    Acuérdate de la Alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa.


En primer lugar advertimos las dos arterias principales que conducen la savia: La Alianza y los Mandamientos. Estas arterias principales nos enlazan instantáneamente en una veta de continuidad con las Lecturas del Domingo anterior. En esa oportunidad ya subrayábamos el valor de La Alianza como aglutinante de una Comunidad que hace las veces de contraparte en la Alianza cuyo oferente es el Propio Dios. La Alianza –insistimos- se da entre YHWH, que es nuestro Dios y, nosotros que somos su pueblo; se ha dicho que la norma impuesta por YHWH como vigencia y verificación de esta בְּרִית Berith: alianza, pacto, trato, tratado, convenio, acuerdo, convergencia hacia un mismo fin,  unión, convención, liga, confederación, vínculo de consanguinidad; es “vivir una vida sin tacha delante de mí”, es decir, en coherencia con los Mandamientos.

Repetimos palabra por palabra lo que entendemos por Alianza, un término tomado de la política entre “reyes” soberano y sometido, señor y vasallo; que se ha traspuesto al vocabulario teológico para significar la relación entre Dios y su pueblo. De la política a la teología, la traslación es eficaz porque ilustra y trasparenta esta dimensión relacional. Pero el valor metafórico de la traslación tiene como antítesis un doble sentido; primero, la Alianza no es exactamente una “alianza”, y como es un caso especial de alianza, al manifestar ciertos rasgos de esa relación, oculta otros.

No es exactamente una alianza porque Dios no nos ha “subyugado”, Él nos ha “creado”, es nuestro Dueño, pero –pese a ello- no nos somete con despotismo,  sino que nos –como lo hemos bosquejado al aproximarnos al profeta Jeremías, el Domingo 22º, Domingo antepasado- ha “seducido”, en el sentido de “enamorarnos”, de “encantarnos”, de “fascinarnos” atrayéndonos. Esta relación amorosa introduce una variante a la Alianza que le elimina todo matiz “militarista”, “colonizante”, “imperialista”. Si logramos tener presente que no es una alianza prepotente y sometedora sino una Alianza-Amorosa, la metáfora será poderosa y reveladora. Se reventará el antecedente político militar y entraremos de lleno en el significado teológico de esta palabra.

De allí, del referente amoroso de una Alianza, deriva la exigencia que nos plantea Dios: el perdón, que es la médula espinal del amor. El amor de verdad, bebe en las fuentes del perdón, porque nuestras limitaciones –como seres humanos, somos hombres (seres humanos) y no Dioses- hacen que tenga puntos flacos, en esas “flaquezas” se inserta –como una especie de prótesis correctiva- el perdón. Nos aventuraremos a sugerir que ningún amor real está exento de “flaquezas” y, por tanto, no hay ninguno que pueda prescindir del “exoesqueleto” (apelando a esta referencia de la biomecánica).

Es por esta rezón que leemos en el Sirácida que Dios rechaza y castiga al “vengativo” y –en cambio- perdona al “perdonador”; aquel que se anida en sus rencores no podrá pedir al Señor que le dé “salud” Si 28, 3.

בָּרֲכִ֣י נַ֭פְשִׁי אֶת־יְהוָ֑ה
Bendice alma mía al Señor


¡Que mi alma sea agradecida y cante las alabanzas del Señor! Este es un Salmo Eucarístico en el sentido de ser una “acción de Gracias”. Esta clase de salmos fueron especialmente concebidos para ofrecer un sacrificio de acción de gracias, como cuando ofrecemos un exvoto, que de alguna manera conlleva no sólo el agradecimiento sino que incorpora el por qué, la razón del agradecimiento. Tomemos el caso de estas figuritas de cera que representan una parte del cuerpo humano para significar que el agradecimiento es por la sanación de ese órgano, de esa parte que estaba afectada y que Dios curó. En los Salmos de Acción de Gracias era la liturgia de presentación del sacrificio la que señalaba el momento para que el oferente del sacrificio expresara verbalmente cuál había sido el motivo de agradecimiento y dijera cuál era el favor recibido.

En este caso, el salmo agradece el perdón recibido de Manos de Dios. E inmediatamente volvemos a nuestra “médula espinal” de este Domingo XXIV Ordinario del ciclo A: El perdón.

Este Salmo canta a un Dios que perdona, un Dios que ama, la palabra חֶ֣סֶד amor ocurre en este salmo con frecuencia, pero la palabra amor en este caso significa “fidelidad a la Alianza”. וְחֶ֤סֶד esta Hessed es la causal del agradecimiento pues se expresó como Amor-perdonador. Viendo Dios nuestras flaquezas, porque Él sabe que estamos hechos de עָפָ֥ר “barro” Sal 102, 14 nos trata tiernamente como un verdadero-padre lo hace con su hijo Sal 102, 13.


Retornemos a la liturgia de la acción de gracias, donde el presentador del sacrificio proclama los bienes recibidos, que en este caso son :
i)              Perdonar los pecados
ii)             Curar las enfermedades
iii)            Rescatar la vida del sepulcro (estuvo al borde de la muerte)
iv)           Adicionalmente, y como si fuera poco, añade amor y ternura.
v)            No nos reprende todo el tiempo
vi)           Ni su rencor es eterno
vii)          No nos trata como merecen nuestras culpas
viii)         Ni nos paga según nuestros pecados

La perícopa de hoy concluye dándonos la “medida” del amor de Dios para con los que lo honran: כִּ֤י כִגְבֹ֣הַּ מַיִם עַל־הָאָ֑רֶץ “como inmenso es el cielo sobre la tierra”.

Cuando amamos, cuando perdonamos, simplemente estamos tratando de sacar a flote el ADN de Nuestro Padre Celestial.


Este Salmo, en el verso 10, «…nos muestra que la misericordia de Dios no va en proporción con la realidad del mal… “No nos trató como merecíamos por nuestras faltas y pecados”. Dios no se atiene a la justicia en el sentido estricto de la palabra. Se puede hablar de “justicia de Dios” siempre y cuando entendamos que se trata de una misericordiosa fidelidad a la voluntad de salvación. Ese es también el parecer de Jacques Ellul en el siguiente parágrafo, el cual muestra lo que hemos tratado de aclarar con respecto a los límites de la justicia humana.

“(…) Cuando perdona, Dios renuncia a su posibilidad de hacer justicia, a la idea de una retribución. De todas maneras, ninguna penitencia, ningún sufrimiento, podrían estar a la medida del pecado del hombre ni lograrían borrar lo ocurrido. Esto es fundamental: la obra de Dios es hacer que el hombre sea plenamente hombre, tal como Dios lo creó en el amor. Y esto no está al alcance del castigo. Esto no volverá jamás al hombre al estado anterior a su falta. Todo el mundo comprendió, después del famoso debate sobre la pena de muerte, que matar al asesino no devuelve la vida a su víctima. Pero dirían, sí, hay que castigar. Es claro, a nivel humano y en pro del orden social hay que castigar, pero que la pena aumenta el desorden y perturba aún más a los hombres es algo que no podemos esconder. La justicia de Dios no puede ser analogada con la que nosotros llamamos “justicia” (sobre todo en el dominio penal). Es más, ella es lo inverso ya que restablece lo humano en su equilibrio y su plenitud. Dios renuncia a castigar, a penalizar, a redoblar el mal con otro mal (infligiéndolo al culpable).”»[1]

El Señor es nuestro Dios y Rey

Hay un desplazamiento del egoísmo hacia la generosidad, hacía el altruismo, hacia el desprendimiento, hacía el darse, el entregarse sin reservas, con total desinterés, con amor ágape, para permitir que el ADN-Divino se realice, se plenifique en nosotros, que nos lo explica la Carta a los Romanos diciendo que nuestra razón de ser no está en un auto-centramiento sino que nuestro centro vital-esencial está en Dios, en su Hijo Jesucristo que por nosotros murió y resucitó.


Muerte y resurrección son una sola cosa en la “ceremonia de coronación” del Rey. El verdadero Rey, el que ha hecho Alianza no de tirano-dictador sino de amoroso y galante “seductor”, el que se deshace en ternuras como un Padre que ama a su Hijo. Sea que muramos, sea que vivamos al Κυρίῳ Señor le pertenecemos. En este caso, decirle Señor es declararlo Dueño y Rey nuestro.


En el Evangelio se nos ofrece una parábola. Y en esta parábola Dios es el Rey, siguiendo la misma declaración que acabamos de leer en Romanos.

Pero, además, para mejor entender la unidad de la enseñanza que Dios nos trae, recordemos que estamos leyendo el capítulo 18 del Evangelio según San Mateo donde hallamos el “Discurso sobre la vida en Comunidad”, es la parte del Evangelio Eclesial donde se nos instruye como ha de ser la relación al interior de las comunidades cristianas; este co-texto es definitivo en la comprensión de lo que nos trasmite la parábola.

La parábola nos enseña, ante todo, que Dios-el Rey, está dispuesto a perdonar y que perdona sin importar cuán grande sea nuestra deuda, aún como en esta parábola la deuda era impagable, porque era una deuda billonaria, μυρίων ταλάντων diez mil talentos, un talento equivale a seis mil denarios; es más que billones, diez mil es, en griego bíblico, una expresión cercana al concepto matemático actual de “infinito”.


Pero la segunda enseñanza consiste en mostrarnos que nosotros debemos modelar nuestras relaciones según el modelo Divino. Si Dios obra así, nosotros estamos llamados a hacer “otro tanto”: πᾶσαν τὴν ὀφειλὴν ἐκείνην ἀφῆκά σοι, ἐπεὶ παρεκάλεσάς με· οὐκ ἔδει καὶ σὲ ἐλεῆσαι τὸν σύνδουλόν σου, ὡς κἀγὼ σὲ ἠλέησα; “Te he perdonado toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” este paralelismo que Dios-el-Rey pronuncia aquí, entraña todo el significado de la parábola: ¡Así como hace Dios, esmérate hasta tus límites, en hacer tú! Esa es la “orden”, la “consigna” que Dios-el-Rey nos da. Nos da un “patrón”, nos enseña cómo es su justicia, como hemos de relacionarnos con nuestros σύνδουλος “colegas”, “compañeros”, “semejantes”. La partícula σύν [syn] indica “semejante”, “muy cercanamente idéntico con”.


Tal vez esperamos que nuestros “semejantes” sean muy “correctos” y “muy santos” y podamos vivir en comunidades donde no haya fricciones, roces, diferencias, incomprensiones, ὀφειλὴν “deudas” en general. Pero, como lo examinábamos en la Primera Lectura, , fuimos hechos de “barro” y el “pecado original” hizo re-activar el aspecto negativo de nuestra sustancia de origen. Como decía el poeta nicaragüense Rubén Darío, “en el hombre existe mala levadura…”; ¿esa “mala levadura” será pretexto para irnos directo a la ciénaga? ¿Queremos entonces irnos de cabeza al barrial porque de allí venimos? ¡De allí venimos, pero para eso no fuimos creados! Nuestro origen-de-barro no nos esclaviza, nos fue dado un Redentor que nos “justificó”, pero el albedrío no se nos sustrae, podemos decidir hacía dónde ir, pero el plan de Dios es un Proyecto Salvífico: Todas las condiciones están dadas para que podamos ser “Perfectos como el Padre del Cielo es Perfecto” cf. Mt 5, 48.


Podemos decidir ser como nos ha propuesto “el mundo”, vengativos, rencorosos, odiosos y odiantes a pesar de que en el Eclesiástico se nos enseña que eso es “aborrecible” para el Señor. Dios mismo, en la Sagrada Escritura nos lo ha dicho con todas las letras, no podemos “hacernos los de las gafas”, hoy lo hemos proclamado en la Primera Lectura, ahí está. Hay toda una cultura montada sobre el rencor, a veces con un pretexto defensivo, “porque si usted perdona se la dedican, se la velan”,   “usted va a sufrir mucho si no se endurece”, “no sea pendejo, al que perdona se la montan”. Es todo un discurso de “endurecimiento”. ¿Quién lo ha promovido? ¿A quién conviene que seamos “duros”, vengativos, “rencorosos”? En todo caso, ¡si displace a Dios, quién puede ser su impulsador!

Esta cultura de “amor sí, pero sólo hasta cierto punto” debe ser muy antigua. Ya Pedro había sido introducido en que bastaba con “siete dosis de perdón”, y había llegado a internalizar el pretexto de tener un límite que lo excusaba, si ya había perdonado “siete veces” ya había alcanzado las fronteras angelicales y nadie podía pedirle más, él pensaba que, al llegar a este límite, ni Dios le pediría más, siete era una frontera farisaica para no ir más lejos. Lo habían hecho entrar en el discurso del amor limitado y jugar con las reglas del “no sea pendejo”. Viene Jesús y le muestra la amplitud del paisaje, de un extremo al otro de la tierra. ¡Jesús le muestra la vastedad de la Perfección! El amor sin límites, lo que Él quiere en sus comunidades.


Lleguemos más lejos: Busquemos un “síntoma” de cuanto le gusta a Dios el perdón. Aquí lo tenemos, ¡estableció el Sacramento de la Conversión! En este Sacramento Él nos perdona ἑβδομηκοντάκις ἑπτά “setenta veces siete” Mt 18, 22c.

Con abusiva frecuencia recordamos el Mandamiento del Amor pero siempre, siempre que lo mencionemos hemos de tener en cuenta que conlleva el perdón. Perdón es una hermosísima palabra con fulgores celestiales. Perdón de Dios para nosotros como patrón a seguir. Perdón de nosotros con nuestro “compañeros”, “semejantes”. Perdón ad intra de las comunidades, pero también perón ad extra. Perdón y amor de los que piensan y creen como nosotros, pero también –y ni un ápice de menor intensidad o calidad- perdón con los que creen y piensan distinto, también para con ellos y hasta con los “enemigos” alcanza el setenta veces siete.

Ha habido una dialéctica-histórica del amor, del perdón. En los tiempos de Lamec Gn 4:19-24, descendiente de Caín, que representa la formación y el avance de la cultura porque fue el papá de Jabal, Jubal y Tubec-Caín que fueron tres padres-fundadores de los ganaderos, de los músicos y de los herreros-metalurgos respectivamente. Él había llevado la venganza y el revanchismo a una de sus más altas cumbres, si en los tiempos de Caín se cobraba siete veces la deuda, Lamec la cobraba setenta veces siete. Se trataba de una de las primeras muestras de poesía hebraica, un Canto guerrero, el canto de Lamec. Se dio un gran paso adelante en la limitación del vengativismo, al pasar a la ley del Talión, donde sólo era permitido cobrar vaca por vaca, herida por herida, brazo por brazo y ojo por ojo, es la justica del uno a uno. Uno se cobra, por cada uno que se debiera. Esta dialéctica histórica, que señala un progreso, una paulatina restricción del espíritu revanchista que venimos denunciando, tiene que ser desenmascarada como totalmente ajena a la Voluntad de Dios. Esta “revelación” de cómo es que verdaderamente le gusta a Dios–Padre  corre por cuenta de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor. Él la pone hoy delante de nosotros para que sepamos, sin ninguna duda, qué quiere YHWH de su pueblo. «Jesús dándole la vuelta al canto salvaje de Lamec, multiplica esta plenitud por el infinito. Cuando uno se sabe perdonado por Dios, no puede menos de trasmitir a los demás esa misericordia infinita.»[2]


Así como en el Salmo, la voz de uno que presenta su ofrenda representa la voz del pueblo; así también en el Evangelio tenemos que entender que cada uno de nosotros está representado en la parábola y que el cada uno es un Yo-comunitario, un yo-corporativo, y siempre que digamos corporativo a renglón seguido escribiremos Cuerpo Místico de Cristo, del que estamos llamados a formar parte, a ser sus células. ¡Esta es la única esperanza de nuestro mundo, alcanzar la cima de la dialéctica-histórica y aplicar la justicia, no la humana sino la que Dios nos ha revelado, la que Él quiere, la que a Él place. Sólo así podemos insertarnos en comunidades que se llamen cristianas, sólo así, cuando las células que lo constituyen son según las enseñanzas de Jesús, las Comunidades podrán llamarse Cristianas y ese es el camino que irradiará testimonio a los “diversos” a los que piensan distinto, a los que creen en otras cosas y a los que en nada dicen creer. ¡Esta es la vía de la reconciliación!


«Admitámoslo, el perdón, que hace sonreír a mucha gente, supone un esfuerzo considerable. Exige tiempo y energía de parte del ofendido que debe mantener una lucha continua contra el egoísmo siempre dispuesto a aflorar en una tarea así, de la cual Jankélévitch diría que proviene de los sublime y no puede, ciertamente, moverse entre dos aguas. El verdadero perdón, que va siempre en contra de la corriente, toma tiempo, implica un largo trabajo de maduración y una conversión del corazón, tanto de aquellos que perdonan como de quienes son perdonados. Nos referimos, entonces, a un proceso dinámico muy complejo que,… tiene diversos componentes.


En definitiva, si el perdón se muestra como algo tan doloroso, es porque requiere lo mejor de la persona. Y por experiencia todos sabemos que es fácil tropezar con la debilidad. A esto se añade el no saber cómo reaccionará el otro. ¿Podrá, el perdón dado, ser bien recibido? Además están los que nos rodean y que casi siempre consideran al que perdona como un flojo, como un débil. Nada facilita la tarea, ¿no es cierto?»[3]








[1] J. Ellul. « Car tout est grace». Le pardon. Briser la dette et l’oubli. Paris. Editions Autremant-Série Morales no. 4 1993 pp. 130-131. Citado por Nadeau, Marie-Thérèse. PERDONAR LO IMPERDONABLE. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. pp. 101-102

[2] Le Poittevin, P. Charpentier, Etienne. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO. Ed. Verbo Divino. Navarra-España 1999 p. 55
[3] Nadeau, Marie-Thérèse. PERDONAR LO IMPERDONABLE. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. p. 24