Jer 20, 7-9; Sal
63(62), 2-6.8-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27
Dios es
Amor
Te metiste bajo mi
piel
y, mirándome y
poseyéndome,
me sedujiste en lo
más profundo.
Ahora no puedo más
que amarte a ti
y amar a mis hermanos
como te amo a ti,
no puedo sino caminar
contigo
Dondequiera que
vayas.
Averardo Dini
בְתָּ֔ אֵ֖ת יְהוָ֣ה אֱלֹהֶ֑יךָ בְּכָל־לְבָבְךָ֥ וּבְכָל־נַפְשְׁךָ֖
וּבְכָל־מְאֹדֶֽךָ׃ וְאָ֣ה “Amarás a YHWH tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu fuerza”. Eso es lo que leemos en Dt 6, 5. Esta expresión resume, por
excelencia, la relación perfecta del hombre con respecto a Dios. Es una
relación amorosa; pero no sólo amorosa sino amorosa-monógama porque en el verso
anterior se nos ha dicho que “El Señor, nuestro Dios, es el Único Señor”
(estrictamente dice “YHWH Dios es Uno” Dt 6, 4b), por eso, sólo a Él amaremos y
reconoceremos como Dios. Lo que queremos destacar es el tema del Amor. La
relación con Dios no puede entenderse de manera distinta a una Relación
Amorosa, toda teología debe partir de allí; Dios nos “primereó” amándonos y, en
consecuencia, nuestra respuesta tiene que insertarse en los cánones del amor;
por aquello de que “Amor con amor se paga”, que en este caso requiere ponerle
mayúscula el primer Amor porque es el Amor de Dios por nosotros.
En el amplísimo diccionario del amor contamos, entre otros
muchos con el tema de la seducción. La palabra seducción alude a “un desvío”,
esa es su etimología: reconducirlo, redirigirlo, secarlo de un rumbo para
llevarlo a otro; digamos que la persona va por ahí, y hay algo que lo saca del camino,
lo desvía, esa es la seducción. Por otra parte esta palabra conlleva cierta
dosis de engaño, aun cuando ese engaño tenga la mejor de las intenciones, la de
hacer caer en el amor.
En la Primera Lectura de este Domingo XXII Ordinario del
ciclo A nos encontramos la palabra פִּתִּיתַ֤נִי que se
suele traducir precisamente como “ha seducido”, la palabra en hebreo está
relacionada con “ofrecer lisonjas”, “arrastrar a alucinación”, “inducir”,
“incitar”; en muchas versiones dice simplemente “engañar”: “Señor, Tú me
engañaste y yo me dejé engañar” Jer 20,7ab. Jeremías acusa a Dios de haberlo
“seducido”, porque le ofreció -cuando lo llamó al profetismo- hacerlo “columna
de hierro”, “muralla de bronce”, “ciudad fortificada”; y en cambio, acaba de
recibir una paliza y luego ha sido encadenado en el cepo de un día para otro
por orden de Pashur, Sumo Sacerdote del Templo.
Jeremías nos revela cómo funcionan los
mecanismos del Amor en su corazón. Uno esperaría que después de la tortura
Jeremías desistiera, se ablandara y abandonara el profetismo. Pero, por el
contrario, si leemos Jer 20, 3-6 vemos que insiste y le comunica a Pashur el
cambio de nombre que le ha hecho el propio Dios que ahora lo bautiza
Magor-missabib que en hebreo traduce “terror por doquiera” porque todos sus
pasos estarán sembrados de miseria en lo sucesivo. Todos, al ir leyendo el
Libro del Profeta nos preguntamos, ¿cómo es posible que persista? ¿por qué no
decae? ¿por qué no se ha dado por vencido?
La perícopa de hoy, en su segunda parte nos
responde este triple interrogante. Es la fuerza del amor. Cuando el amor es
verdadero, no se da por vencido –como lo comentábamos en otro lugar- si Dios es
Amor, todo amor tiene el ADN Divino y en el ADN Divino el cromosoma imperante y
dominante es el de “eternidad”. Por eso el gen del amor es el de perdurar, el
de la fidelidad, el del Amor-duradero. Muchos preguntaran enseguida ¿entonces,
por qué se acaban los amores humanos? Hay dos respuestas que en resumidas
cuentas es la misma: a) Porque no era verdadero Amor b) Porque estaba genéticamente
enfermo, con una malformación en el cromosoma Amor.
¡Es asombroso! Salta con facilidad la pregunta
por qué el ser humano sería la criatura más “perfecta”, el pináculo de la
creación, y la respuesta orbita en torno a esta ADN-Divino: «Por más que se
esfuerce una piedra nunca podrá amar. Ni siquiera las estrellas más lucientes o
los planetas más alejados. Nunca las inmensidades inconmensurables del universo
podrán pronunciar un: ¡te amo! Solamente la persona, por su imagen y semejanza
con Dios por su alma inmortal, por su conocimiento, voluntad y corazón, está
capacitada para amar.»[1]
Este Amor-Verdadero en Jeremías está descrito
como un Amor no superficial, es un Amor-saludable, todos sus cromosomas llevan
nítidos los rasgos que deben comunicar e infundir en su portador. En el
lenguaje de esa época en la que vivió el profeta, él se interpreta a sí mismo
como portador de una fuerza que se mueve, se agita, se expresa en la médula de
sus huesos: esa fuerza para él es un “fuego”, “un fuego incontenible”, כְּאֵ֣שׁ בֹּעֶ֔רֶת עָצֻ֖ר בְּעַצְמֹתָ֑י “fuego
como ardiendo encerrado en mis huesos”. Esta imagen ha sido empleada con mucha
frecuencia por muchos poetas para aludir a un amor impetuoso, poderosísimo,
grandioso, indómito.
«Señor, Dios fiel, ayúdanos a descubrirte en
nuestras crisis; en ellas es donde tu amor y grandeza nos salvan. Ayúdanos a
desenterrar semillas de esperanza para dejarlas germinar, crecer y dar fruto.
¡Señor, hoy somos Jeremías!... Jeremías es el mejor precursosr de Jesús. Su
fidelidad a su Dios y a su pueblo anuncian ya el Mesías…»[2]
Todo mi ser, sediento está
de ti
Una característica del enamorado es el ansia de
estar cerca del ser amado. Quien haya estado enamorado sabe que se llega a un
punto en que uno ya no puede estar lejos del ser amado y que su ausencia duele.
Por allá en 1956 Erich Fromm nos ofreció El Arte de Amar, donde se refería a la
ausencia, la separación y la soledad en estos términos: «La vivencia de la
separatidad provoca angustia, es, por cierto, la fuente de toda angustia. Estar
separado significa estar desvalido, ser incapaz de aferrar el mundo –las cosas
y las personas- activamente; significa que el mundo puede invadirme sin que yo
pueda reaccionar… La conciencia de la separación humana –sin la reunión por el
amor- es la fuente de la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa
y la angustia. .. La necesidad más profunda del hombre es… la…de superar su
separatidad, de abandonar la prisión de su soledad… el pánico del aislamiento
total sólo puede vencerse por medio de un retraimiento tan radical del mundo
exterior que el sentimiento de separación se desvanece –porque el mundo
exterior, del cual se está separado, ha desaparecido…El hombre –de todas las
edades y culturas- enfrenta la solución de un problema… cómo superar la
separatidad, cómo lograr la unión, cómo trascender la propia vida individual y
encontrar compensación.»[3]
Por eso, se organiza un hogar, para ya no estar
separados, eso permite pasar a una etapa de “presencia” y “compañía”. Así se
procura trascender la separatidad de la pareja, pero ¿la separatidad respecto
de la Divinidad, cómo podemos superarla? Ese abismo está expresado en Las
Confesiones de San Agustín donde dice “porque nos criasteis para Vos, Oh Señor,
y nuestros corazones estarán inquietos hasta que descansen en Vos”
(Confesiones, Capítulo 1).
Del Salmo 63(62) tomamos para este Domingo, los versos 2-6.8-9. Veamos
la expresión de este anhelo inefable de Dios en su conato de verbalización, que
toca cimas literarias –no en vano es el Mismo Espíritu Santo quien las
inspira-:
a) Tú eres mi Dios,
b) Con ansias te busco
c) אַתָּ֗ה אֲֽשַׁחֲ֫רֶ֥ךָּ צָמְאָ֬ה לְךָ֨ ׀ נַפְשִׁ֗י pues
tengo sed de ti (aquí empieza una metáfora)
d) mi ser entero te desea
e) בְּאֶֽרֶץ־צִיָּ֖ה וְעָיֵ֣ף בְּלִי־מָֽיִם׃ cual tierra árida,
sedienta, sin agua.
En el curso de un noviazgo se dan las “citas”;
también el Salmista se pone cita con su Amado, en el “Santuario” y da un
pretexto para “encontrarse”: contemplar tu Poder y tu Gloria.
Luego le garantiza un “presente”: alabarle,
bendecirle, levantar hacia Él las manos en oración.
Inicia luego otra metáfora: Esa cita va a
producir una especie de “llenura”, de “satisfacción” comparable a la que
produce un banquete.
Luego, en los versos 8-9 se da un abrazo
amoroso; como bajo las alas de la Gallina los polluelos están abrigados y se
sienten seguros; o los aguiluchos se sentirán firmemente protegidos por las
alas del Águila; así la Presencia de Dios se compara con וּבְצֵ֖ל כְּנָפֶ֣יךָ אֲרַנֵּֽן׃ Alas que “dan felicidad”.
Concluye con la imagen del niño que camina נַפְשִׁ֣י אַחֲרֶ֑יךָ בִּ֝֗י תָּמְכָ֥ה יְמִינֶֽךָ׃ de la-Mano
Derecha-que-no-lo-suelta.
Es un salmo de un huésped de YHWH, se va a
vivir al santuario para habitar bajo las Alas del Águila y hay amor constante entre
el aguilucho y El Águila.
El tema somático
San Pablo nos propone –en continuidad y
coherencia interna de la Liturgia. Primero se nos explica del amor, luego, se
ponen una cita, ahora ¿qué llevar?, porque no se puede llegar con las manos
vacías, es necesario llevar un “presente”- llevar como θυσίαν
ζῶσαν “presente”, como “ofrenda”, como “Sacrificio Viviente”; no
algo externo, algo impersonal; sino un regalo personalizado, el más
personalizado posible: nuestros propios “Cuerpos”: τὰ
σώματα ὑμῶν “Los cuerpos de ustedes”.
Sin embargo, si lo traducimos así, se podría
hasta pensar que se trata de un tipo de ofrenda pagana, como subirse uno mismo
al Altar para que en él nos maten. Entonces, hay que traducir de otra manera.
Primero hay que mirar que significa σῶμα “cuerpo” en aquella cultura, porque, en ese
caso, σῶμα está más cerca de “persona” que de “cuerpo”.
La propuesta es traducir por “ofrézcanse ustedes mismos”.
Unos cuantos renglones después, se nos dice
algo más clarificador, ¿cómo es eso de ofrendarse a uno mismo”? consiste en
“cambiar la manera de pensar”, o sea cambiar la manera de vivir; también
ofrecer nuestro σῶμα esforzarse en conocer la Voluntad de Dios
para ascender al conocimiento –mejor aún- para llegar al δοκιμάζειν
discernimiento de τὸ ἀγαθὸν καὶ εὐάρεστον καὶ τέλειον. lo
que es bueno, lo que es grato y lo que es perfecto Rm 12, 2.
Aquí se nos aparece otro concepto vertebral para
los textos de hoy. Se trata del concepto de “cambio” De lo somático pasamos a
“la conversión”, cuando dice la Carta a los Romanos que μεταμορφοῦσθε,
o sea, “cambiar” la manera de pensar; esto implica transformación (que
estrictamente es la etimología de la palabra), pero no se queda allí, sino que
nos remolca hasta las ideas de “re-forma”, de “transfiguración”. Esta
metamorfosis obliga a un cambio radical, un giro de 180º para optar por lo que
es agradable a Dios, dejando de lado lo que es agradable a los hombres, lo que
nos propone el “mundo”, los que Pablo llama μὴ συνσχηματίζεσθε
τῷ αἰῶνι τούτῳ “los criterios del tiempo presente”, lo de la época, lo de
esa edad, lo de moda, lo que está al uso. A esto hay que prestarle mucha
atención porque en más de una ocasión, lo que rige y orienta nuestra dirección
es lo que está en boga, y entonces, es cuando empezamos a estar desorientados.
La brújula firme es “tratar de complacer a Dios” que es al Único que debemos
tener complacido.
Convertirnos en odres
nuevos
En el Santo Evangelio nos encontramos con
pautas y pautas a granel. Hay una verdadera prodigalidad en todos los tesoros
que se nos ofrecen; sin embargo tratar de incurrir en todos ellos nos llevaría
a una prolijidad exagerada, completamente allende los alcances que nos hemos
propuesto. Para mantenernos dentro de los límites, nos conformaremos con un
asomo a dos o tres puntos.
El tema de la “conversión” se nos vuelve a
proponer en ciertas palabras. Por ejemplo, cuando Pedro le dice a Jesús: “¡Dios
no lo quiera Señor! Esto no te puede pasar” Jesús στραφεὶς “se da
vuelta” (giro de 180º) viene del verbo στρέφω que
también quiere decir “convertirse”, cambiar”, “cambiar de dirección”. Si bien
se entiende aquí como un giro que da Jesús sobre su propio eje, hay que notar
que este giro físico está concatenado con un rotundo “cambio” de actitud de
Jesús, Él viene de reconocer a Pedro el mérito de identificarlo como Mesías y
lo premia con la delegatoria de la Mayordomía, pero, a partir de este
entrevista de Jesús-Pedro-aparte, lo fustigará con severidad llegando incluso a
llamarlo Σατανᾶ Satanás!,
en tanto y cuanto, funge ahora como Tentador al proponerle esquivar la Voluntad
del Padre rechazando los designios salvíficos del Dios. «La reacción de Pedro
es de una importancia capital: revela nuestra lejanía de Dios. Pedro ama a
Jesus: Lo ama como a sí mismo. En esto es humano, muy humano, aún más,
diabólico: cree que el bien es lo que piensa él... la salvación consiste en
cambio en pedir que hagamos lo que Él quiere»[4] «Quien
es injusto o no lucha por la justicia no tiene nada que ver con la comunidad de
Jesús, porque la lucha por la justicia es el alma de esa comunidad…Jesús es
duro con Pedro y con todos nosotros, que pensamos servir a Dios y, al mismo
tiempo, satisfacer nuestros caprichos… si esto fue dicho al jefe de la Iglesia,
que había confesado hace poco la mayor verdad ¿qué no se dirá de nosotros, que
traicionamos la causa de la justicia en cada momento que nos ofrecen una
pequeña regalía?... No podemos quedarnos con los pies en dos canoas, luchando
por la justicia y disfrutando de la injusticia…»[5]
Al llegar a esta perícopa del Evangelio de San
Mateo llegamos a un punto de inflexión. Se acabó la Primera Parte del Evangelio
de San Mateo. Entramos en la Segunda y el Domingo anterior y este de hoy, nos
ha dado la oportunidad de sumergirnos en el episodio-medular de esta segunda
parte: La comunidad reconoce en Jesús al Mesías, por boca de Pedro, le reconoce
un “titulo” el mesiánico, pero; y eso es lo que estamos tratando ahora,
desconoce el verdadero contenido de ese “título”. Esto lleva a la Comunidad
discipular a necesitar de otro “Éxodo” que lo lleve de Egipto (el falso
mesianismo) a la Tierra-Prometida, donde la Comunidad deja de ser sectaria,
nacionalista, racial, regional para abrirse a ser Iglesia-católica,
comprometida constructora del verdadero Reinado de Dios.
Se requiere un
στρέφω dejar de ver un mesías (así con minúscula),
líder político-militar, caudillo y rey, para empezarlo a ver
Mesías-Salvador-Redentor-Crucificado; sólo este éxodo nos puede llevar a verlo
Transfigurado-Glorioso-Resucitado. Por eso la reacción de Pedro tienta a Jesús,
pero Jesús rechaza la tentación.
«”Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a
sus discípulos” que tenía que sufrir y resucitar… en esta expresión… hay un
nuevo giro en la predicación de Jesús. En adelante se consagrará a sus
discípulos y, una vez que han confesado su mesianidad tiene que hacerles
comprender que su misión tiene que cumplirse a través de la muerte.»[6]
«El resto del evangelio mostrará quien es realmente el Cristo y el Hijo de
Dios: el misterio de Jesús, que Pedro apenas ha intuido, será proclamado sin
equívocos solamente sobre el Calvario.»[7]
Una vez más se nos invita a “cambiar”
la manera de pensar cuando Jesús le dice a Pedro “no ve la cosas como las ve
Dios sino como las ven los hombres”. «Pedro es “piedra” no sólo por cuanto
reconoce a Jesús, sino también por cuanto se mide dramáticamente con Él,
reconociéndose piedra de tropiezo.»[8] Entonces
Jesús nos va a dar una serie de indicaciones apuntando a marcar las pautas de
ese cambio:
a)
Olvidarse de sí mismo
b)
Cargar con la propia cruz
c)
No afanarse en “salvar la
propia vida”, o sea no estar egoístamente centrado sino descentrado en favor de
los otros, nuestros prójimos.
Por tanto, superar la piedra de
tropiezo-tentación (en griego σκάνδαλον scandalon) comporta arriesgarse, “jugársela
toda”, ser capaz de sacrificarse, de darse, aventurarse a las profundidades de
la generosidad, desacomodarse, ser generoso con el propio σῶμα,
comprometiendo la personalidad entera en el seguimiento de Jesús, en
el discipulado.
«La cruz es el signo de que la causa de los
justos y oprimidos, aparentemente fracasada, es ya aceptada por el Padre, y que
por lo tanto ellos ya no están abandonados, sino que deben entregarse con más
fuerza y hacer reinar la justicia… Seguir a Jesús no es repetir las formas
históricas der su fidelidad (absolutamente irrepetibles), sino redimir la
experiencia de nuestra propia fidelidad y en la experiencia profética del Hijo
de Dios encontramos la inspiración para nuestro profetismo: ser fieles a la
causa del Padre en el tejido de nuestra historia.»[9]
Evidentemente estas cosas se escriben y se
dicen con suma facilidad pero requieren cuarenta años de vagabundeo por el
desierto, para dejar allí enterradas nuestras taras y malformaciones, en este
peregrinar iremos cambiando de piel, para –por fin- llegar a ser hombres-nuevos
cristificados. Nos permita Nuestro Dios Misericordioso hacer la travesía
completa, bendecidos con el arropamiento de sus Alas.
«El Papa Benedicto XVI señala que el cristiano,
sino encuentra el amor verdadero, ni siquiera puede llamarse cristiano, porque
“no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.»[10]
«La muerte del egoísmo es el nacimiento del
amor. Uno, si quiere ser uno mismo, debe dejar de pensar en sí mismo: sólo
entonces tiene su “rostro”, vuelto hacia el otro.»[11]
[1]
Guerra, Héctor. L.C. Ledesma, Juan Pablo L.C. ¡VENID Y VEREÍS! Ed. Planeta.
Barcelona –España 2009. p. 31
[2]
Caravias, Joé L. sj. DE ABRAHÁN A JESÚS LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN
LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva Quito – Ecuador 2001. p. 87.
[3]
Fromm, Erich. EL ARTE DE AMAR Ed. Unión Bogotá D.C. Colombia. 2002 pp. 14-15
[4]
Fausti. Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. 2ª
imp. Bogotá-Colombia 2011. pp.362.364
[5]
Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed.
San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 141
[6] Le
Poittevin, P y Charpentier, Etienne EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Ed. Verbo
Divino. Estela (Navarra) – España. 1999 p. 51
[7]
Fausti. Silvano. Op. Cit p. 362
[8]
Ibid p. 364
[9] Galilea,
Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá- Colombia
1999. pp. 76-77
[10]
Benedicto XVI, DEUS CARITAS EST, 1. Citado por Guerra, Héctor. L.C. Ledesma,
Juan Pablo L.C. Op. Cit. p. 31
[11]
Fausti. Silvano. Op. Cit. p. 365