Gn
2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17 (R.: cf. 3a); Rm 5, 12-19; Mt
4, 1-11
La
libertad es gozo y tormento al mismo tiempo. A cada rato tengo que
escoger…entre el polvo de las estrellas y el lodo de la tierra.
Averardo
Dini
Jesús
es el Hijo:… su relación con los otros no consiste en dominar, sino en servir,
hasta hacerse “Siervo”.
Silvano
Fausti
El
Árbol de la Vida
Disyuntiva, dilema, alternativa, dualidad,
opción, elección, todas estas palabras nos ponen en contacto con una misma
realidad humana, tan humana que no estamos exentos de afrontarla y que no
podemos evadir. No hace mucho que leíamos (VI Domingo Ordinario, ciclo A) en el
Libro del Sirácida 15, 15-20, como Dios
nos pone frente “el agua y el fuego” y un
versículo anterior afirma que Dios, en el principio, cuando creó al hombre, lo
hizo sujeto a su propio albedrío, que le dio libertad de tomar sus decisiones,
(cfr. Sir 15, 14). Inclusive, cuando pretendemos no decidir, no elegir, estamos
eligiendo “no elegir”, “no optar” esa también es una decisión, y la tomamos
nosotros muchas veces por nuestra falta de firmeza para optar o por la
negligencia de esforzarnos en dilucidar por qué lado debemos irnos, esta pereza
es a veces la pereza de informarnos, de ilustrar nuestra conciencia para saber
decidir.
Es en el juego de las opciones donde el ser
humano se juega todo. El hecho de tener libertad para decidir y no decidir
simplemente por pulsiones, por instinto está a la raíz de nuestra definición
como humanos, hace de nosotros seres éticos, con responsabilidad,
responsabilidad por nuestros actos, pero también por nuestras omisiones,
responsabilidad por nuestro propio ser y por nuestras relaciones
interpersonales. Responsabilidad social y responsabilidad ecológica.
Responsabilidad ante nosotros mismos, ante nuestra comunidad de “prójimos” y
responsabilidad ante Dios, aun cuando pretendamos ignorarlo, aun cuando lo
negamos. «El hombre es el único entre todos los seres animados que puede
gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: animal dotado de
razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de
su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha sometido todo»
(Tertuliano, Adversus Marcionem, 2, 4, 5). Así vamos avanzando por el camino de
nuestra existencia: decidiendo.
Al avanzar por el camino de la vida, a cada
paso encontramos alguna bifurcación, ¿cómo decidimos por cuál tomar? ¿acaso
tomamos la decisión a la “loca” o a la “ciega”? No, si ese fuera el caso no
seríamos verdaderamente libres, seríamos absolutamente esclavos de nuestra ignorancia
y esclavos de las consecuencias de nuestras acciones. Al contrario, Dios nos
creó y acto seguido –al ponernos en un contexto, porque dice el relato bíblico
que nos creó afuera y luego nos puso en el huerto del Edén que Él había
plantado con toda clase de árboles hermosos y apetecibles (cfr. Gn 2, 8-9)- nos
señaló lo que podíamos hacer y nos llevaba al bien, nos daba vida y también nos
prohibió aquello que nos dañaba, que nos mataba. Este “mapa” para saber en cada
bifurcación del camino por donde nos conviene optar estaba condensado en la
regla maestra: “Sólo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos ha
dicho Dios ‘no coman de él, ni lo toquen siquiera, bajo pena de muerte” (Gn 3,
3). O sea que desde el primer momento nos faculto para saber discernir y así
poder tomar opciones a ciencia y conciencia. Momento oportuno para visitar el
catecismo de la Iglesia Católica y leer el numeral 1950: «La ley moral es obra
de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una
instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los
caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida;
proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez
firme en sus preceptos y amable en sus promesas».
Ejercitarnos optando y optando bien nos
fortalece, nos hace más sólidos, nos acrisola. De la misma manera que optar por
la senda alternativa nos debilita, nos hace cada vez mejoras víctimas del
error; como cuando decimos que una mentira lleva a otra mentira, así cada
desviación, no sólo la mentira sino todo “pecado” nos inclina a pecar más,
digamos que en la medida en que practicamos el pecado nos vamos convirtiendo en
especialistas de la pecaminosidad, nos vamos pervirtiendo.
Así, podemos decir que Dios estampó en nosotros un mapa de las
sendas por las que debemos ir y aquellas que nos dañaran para que fuéramos
verdaderamente libres al optar. Volvamos al Catecismo de la Iglesia Católica para
recordar unas deliciosas palabras de León XIII a este respecto: «La ley natural
[...] está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres
porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe pecar. Pero esta
prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la
voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra
libertad deben estar sometidos»(León XIII, Carta enc. Libertas
praestantissimum).
Dios se solidariza plenamente con el hombre
La vida de la Gracia, es decir la vida donde
decidimos aceptar la Ley de Dios –no perdamos de vista ni por un instante que
al decir Ley de Dios estamos refiriéndonos a una ley amable, a la vía de la
felicidad verdadera, aun cuando no sea la ruta aparentemente más cómoda, si es
la ruta más feliz- es un derrotero trazado con Amor, con Amor Paternal. De esta
misma manera, es Dios, en la Persona del Espíritu Santo quien nos conduce al
desierto y nos pone en la vía de la tentación.
Esto puede sonar infinitamente absurdo. ¡Cómo
puede un Padre amoroso, un Dios Bueno ponernos en la ruta de la “amenaza”! Y
ponemos signos de admiración y no de interrogación porque esto nos deja
completamente atónitos. También, cuando éramos niños, nos dejaba atónitos que papá
o mamá nos llevaran al Colegio o al jardín Infantil y nos dejaran allí
“abandonados”; o que nos llevaran al médico, donde una persona muy “cruel” nos
inyectaba – ¡huy! Las jeringas, ese terrible aparato de torturas infantiles que
arrancaba de nosotros los más atronadores gritos- o, tener la impiedad de
llevarnos al odontólogo, esas también eran para nosotros conductas
infinitamente absurdas. Y, sin embargo, “el Espíritu conduce a Jesús al
desierto ¡para que sea tentado por el Diablo!”, pero ¿qué es esto? Es este el
Dios que Jesús llama Padre?
Nuestra sorpresa es equiparable a la que nos
producen otros dos apartes bíblicos: Abrahán llevando a su hijo para
sacrificarlo, y verlo alzar el cuchillo sobre Isaac; y, Dios Padre entregando a
su Hijo, el Tres veces Santo, a una muerte de cruz. Es cierto, nuestro
entendimiento se muestra impotente ante los amorosísimos designios de Dios. ¿Cómo podría nuestra pobre mente alcanzar la
Infinita sabiduría del Señor?
Revisando la perícopa de este Primer Domingo de
Cuaresma, ciclo A, en su contexto, nos encontramos que está inserta en el
Evangelio según San mateo, inmediatamente después del Bautismo de Jesús; Dios
acaba de abrir las puertas del Cielo para manifestar de Propia Voz su
paternidad respecto de Jesús, acaba de reconocerlo como Hijo suyo y, acto
seguido, ¡purrumpun!, tome, las tentaciones. Ese es el contexto.
Cuando leímos la perícopa del bautismo nos
encontramos con otro inexplicable: ¿Para qué se hace bautizar Jesús si Él no es
un pecador? Él no tiene de qué arrepentirse, y sin embargo se bautiza. Tratando
de penetrar este “misterio” nos dimos de frente con una categoría de la
Misericordia Divina: La solidaridad. Él se hace bautizar para solidarizarse con
nosotros.
Cuando leíamos a los clásicos, y llegábamos a
esas páginas homéricas donde los héroes Odiséicos iban a la guerra y sus
“generales” combatían al lado y hombro a hombro con los soldados rasos,
vislumbramos con sorpresa esa solidaridad que los llevaba a exponer su propio
pecho en primera fila de combate. También, en el mundo laboral, admiramos esos
“ingenieros” que se embarran junto a sus obreros y se ponen las botas de
trabajo y no se emperezan de estar coco a codo con su brigada de trabajo. De
manera simétrica, nos decepcionan los que sólo trabajan desde su escritorio,
tanto como nos desalientan los sacerdotes que predican y no se aplican y viven
bajo el espíritu de sus propias homilías; fue así como nació el proverbio
popular del “cura que predica y no aplica” "Los escribas y fariseos ocupan
la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero
no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y
las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren
moverlas ni siquiera con el dedo. (Mt 23, 2-4). Visto esto, podemos empezar a
aproximarnos a este concepto de solidaridad: Porque Dios se hizo verdaderamente
hombre: «No se puede afirmar que la tentación de Jesús tenga un sentido
moralizante: algo así como “Jesús no fue tentado, sino que hizo como si hubiera
sido tentado para dar ejemplo al hombre; en esta forma la persona y la obra de
Jesús serían una apariencia, una comedia, Jesús no habría sido un hombre
verdadero.
Equivaldría a imponer al evangelio un
preconcepto sobre la forma como es y debe actuar y presentarse Jesús, una
imagen preconcebida de lo que debe ser el Hijo de Dios. Es no correr el riesgo
de que Dios se acerque al hombre hasta la identidad total con él y hasta el
amor que, porque respeta y acepta la contradicción que padece la creatura, se
compromete totalmente en el amor y se solidariza en la ambigüedad de lo humano
para salvarlo desde lo interior del hombre.»[1]
Así que Jesús, el Dios-humanado, en virtud de
su infinita Bondad, se abaja, se pone la camiseta y la suda, no la suda
aparencialmente, la suda de verdad-verdad; se pone las botas con sus obreros y
se embarra, no se embarra de “mentiritas” sino que se pone hombro a hombro y
codo a codo, a nuestro lado y de nuestra parte. No se disfraza de hombre, sino
que se hace hombre. Para rescatarnos ofrece todo, lo entrega todo, se presenta
Él para estar de rehén en vez de nosotros y, paga con su Preciosísima Sangre
todas nuestras culpas.
De esta forma, si Él no hubiera sido tentado,
sería un hombre de mentiras. ¡Dios no se habría humanado! Esta es la sustancia
esencial del concepto de solidaridad cuando se refiere a Dios respecto al
hombre, que Él se hizo en todo igual al hombre, excepto en el pecado, y esa es
la única excepción. Y en eso estriba el Plan Salvífico de Dios para redimirnos.
El meollo de la salvación es la Divina Solidaridad con nosotros, con nuestra
fragilidad, con nuestra debilidad, con nuestra imperfección.
Acrisolados
La tentación es un proceso que nos purifica,
nos fortalece, nos robustece. Nos hacemos fuertes rechazando la tentación.
Podríamos resumirlo diciendo de forma muy breve: La tentación en sí misma no es
mala, lo malo de la tentación está en ceder a ella.
Observemos en primer término que el Malo, al
tentar a Jesús, entra en un verdadero tenis escrituristico con Él. También él hace gala de conocer la Sagrada
Escritura y de conocerla muy bien. ¡Caray! Entonces no basta con conocer la
Escritura, ni siquiera basta con conocerla perfectamente y declamarla al pie de
la letra. Así es. Porque está escrito: “porque la letra mata, más el espíritu vivifica.” (2Cor 3, 6c).
Así el Malo usa de la Palabra torciendo su
espíritu, desvirtuándola, insertando en ella sus embustes. Notemos que cuando
engaña a Eva le dice que Dios prohibió, y eso es verdad, que comieran algún
fruto de algún árbol, lo cual también es verdad, pero la falsedad que él
introduce consiste en decir que “no coman de ningún” (Gn 3, 1b) Eva es consciente
que está mintiendo y lo corrige precisando que sólo les prohibió un árbol, el
que está en medio del huerto. (Gn 3, 3).
Después de la tentación Jesús estará listo para
iniciar su vida pública, habrá salido airoso de la prueba, no se ha dejado
engañar por la apetitosidad y hermosura del “fruto” ofrecido, viene a magnifica
colación unas palabras que el papa francisco pronuncio en su homilía del
Miércoles de Ceniza: “… la necesidad de no dejarse dominar por las
cosas que tienen apariencia: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la
vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino de lo que
tenemos dentro”.
«En las tres tentaciones se presenta, de un
modo orgánico el pecado de Adán, que es el mismo de Israel, de la Iglesia y de
cada uno de nosotros: robar lo que ha sido regalado. Dios es don: la posesión
representa el antidios, principio de des-creación, origen de todos los males…
Los ídolos del tener, el poder y del aparecer son la estructura misma del
mundo: su “nulidad nulificante”, a la cual Dios responde respectivamente con el
dar y servir con amor y humildad. Jesús realizó la opción del Hijo: la
solidaridad con los hermanos. Ahora existe un choque entre dos caminos de
salvación: el suyo, que lleva a unirse a los otros y el diabólico, que lleva a
distinguirse de ellos mediante la riqueza, el honor y la arrogancia. El camino
de Dios, que es amor y es compartir, es opuesto al de Santanas, que es egoísmo y
división. Es una oposición interna que atraviesa el corazón de cada hombre.»[2]
Roguemos al Espíritu Santo para que frente a
cada tentación su Luz nos ilumine permitiéndonos distinguir su oferta de
aquella del Enemigo; e imploremos también la asistencia de su fortaleza para
que sepamos optar y mantenernos en ella. Sabemos que seremos tentados, no tres
sino miles de veces; pero no con pesimismo sino con la alegría de los
redimidos, enfrentemos el combate, sabiendo que saldremos airosos apoyados en
Aquel que llevó su solidaridad con nosotros hasta identificarse con la
debilidad humana en todo menos en el pecado.
Oh Dios,
crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me
arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu.
Devuélveme
la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás
los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario