Sir 15, 15-20; Sal 119(118), 1-2. 4-5.17-18.33-34. (R.: 1b); 1 Cor 2, 6-10; Mat 5, 17-37
Es
preciso el más del amor y de la utopía
para
volver posible lo imposible
y empezar
a volar,
dejando
de arrastrarse por el suelo…
Quieres vernos…
guiados
no por el metro o la balanza,
sino por
un amor sin medida
que todo
lo excusa, todo lo soporta, todo lo perdona,…
Averardo
Dini
Sean ustedes perfectos como su Padre que está en el cielo es
perfecto.
Mt 5, 48
Mateo,
al redactar su Evangelio, quiso poner en boca de Jesús cinco discursos para
asimilarlo con Moisés para que podemos ver en Él al Nuevo Moisés, el Moisés del
Nuevo Testamento, comisionado por el Padre para establecer la Nueva Alianza.
Por otra parte, en los capítulos 5 al 9 este Evangelio nos presenta el tema de
la llegada del Reino de Dios. Nosotros estamos llegando ahora a la perícopa del
capítulo 5, del versículo 17 al 48 (de la cual leemos hasta el verso 37 en este
VI Domingo Ordinario, ciclo A), donde se nos muestra la rectitud y la fidelidad
de las relaciones interpersonales según la Voluntad de Dios en el contexto de
la llegada del Reino de Dios. «La mayor parte del Sermón de la Montaña (cf. Mt
5, 17-7,27) está dedicada al mismo tema: tras una introducción programática,
que son las Bienaventuranzas, nos presenta, por así decirlo, la Torá del
Mesías… No se trata de abolir, sino de llevar a cumplimiento, y este
cumplimiento exige algo más, y no algo menos de justicia,… se pone el acento en
la máxima fidelidad, en la continuidad inquebrantable, al seguir leyendo, llama
la atención que Jesús presenta la relación de la Torá de Moisés y la Torá del
Mesías mediante una serie de antítesis: a los antiguos se les ha dicho, pero yo
os digo,…»[1]
Absolutamente libres
Hemos
hablado de continuidad entre el judaísmo y el Cristianismo. ¿Se puede hablar
también de ruptura, de quiebre? Como quien dice, hasta Jesús el judaísmo era
una cosa y a partir de Él es otra, totalmente distinta, donde se conservan
algunos elementos, pero lo esencial es otra cosa, muy diferente. De cierta
manera sí, pero no es una ruptura de καταλῦσαι (del verbo καταλύω) “derogación”, de “abolición”, de
“derrocamiento”, de “perdida completa”.
Más bien se trata de una πληρῶσαι (del verbo
πληρόω)
“superación”, de una “plenificación”, de una “completación”, de
“profundización”, hacia un “cumplimiento total”, “cabal”, “por entero”.
Digamos, como si hasta allí todo estuviera bien, faltándole sólo los “toques
maestros”. Jesús nos explicará cuales son estas piedras de toque que hacen de
todo lo cristiano, el mismo judaísmo pero llevado ahora al grado sumo, a lo
pleno, a lo totalmente “lleno”, en el sentido de no faltarle ni una gota.
Perfecta
pedagogía del Divino Maestro, no construye un discurso teológico-filosófico
sobre la diferencia y las pautas para su “superación”. Su didáctica se apoya en
ejemplos concretos, seis, (de los cuales hoy leemos los cuatro primeros): i) No
mataras, ii) No cometerás adulterio, iii) el que repudia a su mujer que le dé
acta de divorcio, iv) No jurarás en falso (los otros dos –que no están en la
perícopa de hoy son: v) ojo por ojo, diente por diente (ley del talión); y, vi)
amar al prójimo y odiar al enemigo).
La
primera Lectura nos deja ver una fabulosa aproximación al mapa del país de la
Libertad: “A ninguno ha ordenado que sea malo, ni ha dado permiso a nadie para
pecar.” Y, sin embargo, como está dicho en esta Lectura, pone frente a nosotros
las dos opciones, somos libres de escoger, no sólo de escoger la opción que
podamos preferir, sino también nos deja claro que la elección tendrá
consecuencias, porque el fuego quema, mientras el agua refresca; el fuego daña,
el agua (bueno, también puede llegar a dañar si se usa con criterio
destructivo) pero el fuego “quema”, “calcina”, “carboniza”; el agua no; podemos
hasta bañarnos en ella o beberla y más bien nos beneficia. Los dos están allí,
frente a nosotros, está en nuestra mano optar, y la Lectura así lo afirma. Agua
y fuego son elementos de comparación, son imágenes que se refieren a la
fidelidad o la infidelidad frente a los Mandamientos, frente a la Ley de Dios.
Dios
nos entregó los Mandamientos como una especie de “flecha direccionadora” pero
la Ley con relación a la Libertad es tan sólo como una suerte de esqueleto que
da soporte y estructura; sin embargo, la Ley misma tiende a desecar, a
fosilizar, a esclerotizar. A la Ley dura y fría hay que ponerle músculos,
tejidos, cartílagos, tendones, piel.
Dios
no habría podido “esperar” nada de nosotros si no nos hubiera dado una “pista”
sobre sus “expectativas”. Por eso, nos indicó: “Puedes comer del fruto de todos
los árboles del huerto, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto
de ese árbol porque si lo comes, ciertamente morirás” Gn 2, 16b-17.
Transcribamos aquí una parrafada de la Veritatis Splendor # 35: “Con esta
imagen, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no
pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre es ciertamente libre, desde el
momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una
libertad muy amplia, porque puede comer «de cualquier árbol del jardín». Pero
esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el árbol de la
ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios
le da. En realidad, la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena
realización en esta aceptación. Dios, el único que es Bueno, conoce
perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo amor se
lo propone en los mandamientos.
La
ley de Dios, pues, no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario,
la garantiza y promueve.”
Y
añadiremos un fragmento del numeral 41: “Algunos hablan justamente de teonomía,
o de teonomía participada, porque la libre obediencia del hombre a la ley de
Dios implica efectivamente que la razón y la voluntad humana participan de la
sabiduría y de la providencia de Dios. Al prohibir al hombre que coma «del
árbol de la ciencia del bien y del mal», Dios afirma que el hombre no tiene
originariamente este «conocimiento», sino que participa de él solamente
mediante la luz de la razón natural y de la revelación divina, que le
manifiestan las exigencias y las llamadas de la sabiduría eterna. Por tanto, la
ley debe considerarse como una expresión de la sabiduría divina. Sometiéndose a
ella, la libertad se somete a la verdad de la creación. Por esto conviene
reconocer en la libertad de la persona humana la imagen y cercanía de Dios, que
está «presente en todos» (cf. Ef 4, 6); asimismo, conviene proclamar la
majestad del Dios del universo y venerar la santidad de la ley de Dios
infinitamente trascendente. Deus semper maior.
Ni estamos a ciegas, ni andamos perdidos
La
libertad es como el juego axial de una bisagra, que a su vez depende de las
hojas, el pasador y la articulación (o gozne); estos tres últimos son la Ley. De
tal manera, el conjunto de las Lecturas de este Sexto Domingo Ordinario del
ciclo A, integran un conjunto articular cuyo eje pivota en la dialéctica
libertad-ley.
A
ello nos conduce el Salmo Responsorial. Se trata de un Salmo de Suplica. Es el
más largo de toda la colección de Salmos que nos trae la Biblia. Cada estrofa
está orientada y modelada sobre una de las 22 letras del alefato (alfabeto
hebreo). Entonces estamos hablando de un Salmo de 22 estrofas; son en total 176
versos puesto que las estrofas están organizadas en octetos. Constantemente
alude a la Ley de Dios.
¿Cómo
podemos interpretar el hecho de que sea el Salmo más largo y que gire todo él
en torno a la idea de la “Ley”? como mínimo podemos pensar que la Ley es algo
muy, pero muy importante para nuestra fe.
Si
estuviera perdido en lo más denso de un bosque, brújula y mapa serían mis
herramientas más útiles, recurso para mi salvación, para encontrarme, para
des-perderme. Esa es la Ley para quien busca y se procura los senderos de la
justicia, para quien se afana por caminar los Caminos del Señor, para todo
aquel que quiere que su voluntad transite por las misma vía que la Voluntad del
Señor.
Sin
Ley seríamos esclavos de la incertidumbre, sin saber dónde estamos, ni para
dónde vamos. Como el extraviado es esclavo de su pérdida sin mapa y sin
brújula. ¿Cuál es la Voluntad de Dios?, ¿Qué es lo que Dios quiere para mí? Y
la respuesta está escrita en la Ley. Hay una hermosa y a cuán más de romántica
referencia que compara el Amor de una pareja con la Ley. Lejos de ser
esclavitud es dicha su cumplimiento. ¿Qué quiere la amada que no sea motivo de
dicha podérselo cumplir? ¡Pida el ser amado y yo seré feliz accediendo a su
pedido! Así, punto por punto, camina la Ley de Dios respecto de nuestra
Obediencia, ¡Dicha sin igual, dicha sin par, poder consagrar cada latido de mi
corazón a complacer a mi Señor!
El
Malo te susurrará que le desobedezcas, pero tu Ángel te besará con su dulzura
¡Sé obediente! Para que en cada segundo de nuestra existencia toda nuestra
piel, todos nuestros sentidos, todas nuestras acciones y cada poro declaren:
Hágase, Señor, tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo. Porque el Cielo no
es un lugar, es cualquier lugar y todos los lugares donde quien reina es Su
Santa Voluntad y no la nuestra, frágil y caprichosa, capaz de desvió, de
traición, de falla, débil por su “caída” que la hizo endeble, falible, que la
hizo engañable, que la volvió confundible. «El hombre, después del pecado, por
impericia y engaño, considera que el bien es un mal y que el mal es un bien»[2]
Pero
Jesús mismo, desde el Altar de su Cruz (nos lo confirma la Segunda Lectura),
por las vías sacramentales nos ha entregado, nos legó la Luz; en nuestro fondo
está el Faro. Nuestra tarea consiste en dejar que el Faro resplandezca; como lo
dijimos el Domingo anterior glosando el Evangelio, que la pongamos sobre la
repisa para que su esplendor nos alumbre y alcance a otros (y no debajo del
celemín).
«Así
como Moisés, desde el Sinaí, había dado a su pueblo el gran código para
encaminarse hacia Dios, así también Cristo, desde otro monte proclama otra ley,
pero una ley más perfecta. En el Sermón de la Montaña, Cristo establece los
preceptos que rigen las principales situaciones del hombre. Mateo nos presenta,
con su compilación de varios aspectos de la doctrina de Cristo el espíritu que
anima a los que quieren entrar en el reino de Dios, el perfeccionamiento de las
leyes y prácticas del judaísmo en cuatro puntos principales, el desprendimiento
de las riquezas y consiguiente liberación de sus ataduras, que amenazan
arrastrarnos hacia abajo; las relaciones con nuestros prójimos que sirven de
seguro contraste en nuestras relaciones con Dios; finalmente, la llamada del
Reino y nuestra respuesta,…»[3].
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