Segundo Domingo de Adviento (A)
Is 11, 1-10; Sal 72(71),
1-2. 7-8. 12-13. 17; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12
"Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya
se quedaron pensando en El. Ya les predicamos
con nuestro ejemplo, pues un hombre que está
lleno de Dios, lo comunica a todos".
San Francisco de Asís
οὐαὶ γάρ μοί ἐστιν ἐὰν μὴ εὐαγγελίσωμαι.
¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!
¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!
1 Cor 9, 16c
El Rey es Dios
Noël
Quesson en su análisis del Salmo 72(71) hace esta afirmación: «… ¡en la Biblia,
el rey no es el rey! ¡El Rey es Dios!», y más arriba nos explica que «Este
salmo, escrito después del exilio, en una época en que ya la dinastía de David
no estaba en el trono, se refiere directamente al “rey-Mesías”, “al reino
mesiánico esperado como “universal” y “eterno”! Sólo Dios puede tener un reino
eterno, “que dure tanto como el sol, hasta la consumación de los siglos”[1].
Este
salmo pertenece a la clase de los “salmos reales” donde se alaba a Dios como si
fuera un Rey; como si estuviera posesionándose, hecho que se verificaba a
través de la “entronización”; el signo de realeza era sentarse en el trono y la
persona quedaba revestida de los atributos reales (ya hemos considerado algo
sobre la importancia “sígnica” del trono al celebrar la fiesta de Cristo Rey,
el Domingo antepasado). Ahora bien, el
rito de “entronización” estaba configurado por dos etapas bien definidas: la
primera era la etapa religiosa, celebrada en el Templo donde intervenían un
Sacerdote y un profeta encargados de la unción el uno y de la entrega del rollo
donde se le asignaban funciones y “misión” al recién ungido, el otro; luego,
segunda etapa que se desarrollaba en la “sala real” donde se le hacía entrega
de los emblemas reales: la espada y el cetro y el rey recitaba su “discurso de
posesión” con su “programa de gobierno” y se le rendían honores y el ejército
le presentaba armas, (digamos que el protocolo tampoco es que haya cambiado
mucho y saltan a la vista las analogías, con cualquier posesión de un
gobernante actual, guardadas las proporciones y las diferencias).
En
este salmo se define cómo debe ser el Rey, especialmente con tres palabras: שָׁלוֹם
צֶ֫דֶק מִשְׁפָּט paz, rectitud y justicia. En él se van
enumerando los rasgos de su misión: a) Defender a los humildes del pueblo b)
socorrer a los hijos del pobre c) quebrantar al explotador d) que durante su
reinado florezca la justicia y también la paz e) librar al pobre que clama f)
ser el protector del afligido que no tiene protector g) apiadarse del pobre y
del indigente y salvar la vida de los pobres g) La sangre de los pobres será
preciosa a sus ojos h) Encargado de interceder por los pobres y bendecirlos h)
hará que abunde el trigo, y los frutos, y las flores.
Todos
estos méritos del gobernante (el hijo del Rey) son en realidad méritos de su
Padre Dios, porque ninguno de estos prodigios que se esperan del Rey puede ser
sino dones que Dios le entrega por ser su Hijo, el Mesías, el Esperado. Y es
así ya que estamos hablando de Jesús, el verdadero Hijo de Dios, que viene a
gobernar al pueblo con justicia, a los humildes con rectitud. El salmo concluye
“Amén y Amén”.
Nuevamente,
estamos llamados a cobrar conciencia que el bautismo que nos sumerge en las
aguas de Cristo, nos entrega a todos la triple dignidad de
Profetas-Sacerdotes-Reyes. Claro, insertados en el Cuerpo Místico de Cristo
como verdaderas células de su Organismo «… soy hombre, soy miembro de la
sociedad, soy célula en el cuerpo de la raza humana, y las vibraciones de mi
pensar y de mi sentir recorren los nervios
que activan el cuerpo entero para que entienda y actúe y lleve la
redención al mundo.» no somos menos responsables que Él en el proceso de
construcción del Reino, «… que la realidad desnuda de la pobreza actual se
levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los
corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su
responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a
todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda
persona en el mundo de hoy…. Que mis pensamientos y mis palabras y el fuego de
mi mirada y el eco de mis pisadas despierte en otros el mismo celo y la misma
urgencia para borrar la desigualdad e implantar la justicia.»[2]
Del amor sólo brota el
bien
Nos
encontramos con el tronco familiar de David, un מִגֵּ֣זַע “tocón” y, ojo con el significado de la palabra “tocón”: “parte
del tronco que queda unida a la raíz cuando se corta un árbol por el pie, o
también, muñón, parte de un miembro cortado”; y, en este caso se refiere a la
línea de sucesión en el trono de David, recordemos que Jesé es el papá de David.
Vale la pena ver los dos versos anteriores, en el capítulo 10, 33-34 de Isaías
(¡que pocas veces nos damos a la tarea de contextualizar la perícopa!): “Miren,
el Señor todopoderoso derriba los árboles con fuerza terrible, los más altos
caen cortados, los más elevados se viene al suelo. Con un hacha derriba lo más
espeso del bosque, y los árboles más bellos del Líbano se derrumban”.
Así
los versos 1 -5 de la perícopa (primera parte que se ocupa de definir la misión
del Mesías junto con su entronque Davídico) que nos ocupa del profeta Isaías,
giran en torno a esta imagen del tronco cortado, amputado y la yemita que
surge, es un “brote”, como un retoño, como un renuevo, como una esperanza de
resurgimiento, de resurrección. Sobre esta “varita de hojas verdes” está el ר֣וּחַ viento del Espíritu y le otorga:
i)
Sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento
y temor del Señor.
ii)
No se apoya en las apariencias, ni se apoya en rumores
iv)
Tiene Palabras –como una vara- para castigar al violento
v)
El malvado recibirá como azote el “soplo de su boca”.
Si
el salmo nos habló de tres rasgos: paz, rectitud y justicia; la primera
lectura lo resumirá en dos palabras: צֶ֫דֶק justicia
y אֱמוּנָה fidelidad (verdad), (en el sentido de
coherencia entre lo ofrecido y lo realizado).
Luego,
los versos 6-10 tienen otro tema (forman la segunda parte, que nos dice cómo
será la era inaugurada por el Mesías), ya no una figura con referente “vegetal”
sino un referente “animal”: La oposición entre animales salvajes y animales
domésticos: en el primer grupo tenemos el lobo, el tigre, el león, la osa, la
cobra y la víbora; en el segundo grupo el cordero, el cabrito, el becerro, la
vaca y sus crías, el buey, el niño y la mano de ese niño. Tenemos
(geopolíticamente hablando) un “topos”: “Mi monte Santo” donde la “utopía” deja
de serlo y se cumple por fin que לֹֽא־ יָרֵ֥עוּ וְלֹֽא־ יַשְׁחִ֖יתוּ
“no habrá quien haga ningún daño”.
¿Cómo
es posible que lo que era pura u-topia tenga un “topos”? Pues es porque el
conocimiento de Dios lo llena todo; si se conoce a Dios, como ya lo dijo San
Agustín, “Ama y haz lo que quieras”.
Si callas, callarás con amor,
si gritas, gritarás con amor,
si corriges, corregirás con amor,
si perdonas, perdonarás con amor.
Si está dentro de ti
la raíz del amor,
ninguna otra cosa sino el bien
podrá salir de tal raíz.
Porque
Dios es Amor y todo lo trasforma y conocerlo significa inundarlo todo en su
Amor y, entonces nuestra conducta será inocua
(también el receptor debe estar “saturado” de ese mismo Amor para que
pueda recibir el “mensaje” y decodificarlo en la misma amorosa dimensión). Y
¡Dios es amor!
Tener los mismos
sentimientos de Jesús
En
2Tim 3,16-17 leemos “Toda Escritura inspirada por Dios es útil
para enseñar, para reprender, para corregir, para guiar en el bien. La
Escritura hace perfecto al hombre de Dios, preparándolo para toda obra buena.”
La perícopa de Romanos que conforma la Segunda Lectura insiste en esta idea
pero nos da otro “para”, en esta ocasión subraya que su utilidad está en
“mantener firme la esperanza”. ¿Cómo apuntala la esperanza la Escritura?
“mediante la constancia y el consuelo que infunde.”
Pero se pensaría
que la responsabilidad recae sobre “lo escrito” (La Escritura, la Palabra de
Dios que conforma la Escritura) pero no es así. Para que se mantenga la
esperanza gracias a la constancia y el consuelo que ellas infunden se precisa
que nosotros tengamos “unos con otros los sentimientos del propio Cristo
Jesús”. Como siempre, nos sentimos responsables de llamar la atención sobre lo
que espera Dios de nosotros, y en este texto se nos pide que Διὸ προσλαμβάνεσθε ἀλλήλους, καθὼς καὶ ὁ Χριστὸς προσελάβετο ἡμᾶς, εἰς δόξαν τοῦ Θεοῦ. “seamos atentos unos con otros como Cristo
los acogió para la gloria de Dios”. Se ha traducido “ser atentos”; la palabra
que se usa es el verbo προσλαμβάνω que implica acogida, una actitud dinámica,
abierta, hospitalaria, con fuerte interés personal, de brazos abiertos. Aquí
viene la pregunta para nosotros: ¿somos así con nuestros hermanos en la fe? ¿Nos
preocupamos intensamente y nos interesamos con fuerte interés personal por lo que
le pasa a los fieles de nuestra parroquia? ¿Cómo están? ¿Por qué no habrán venido
a la Eucaristía este Domingo? O, por el contrario, ¿es la indiferencia el
lenguaje que nos conecta (mejor dicho que nos desconecta)? Nos desconocemos y
ni siquiera sabemos sus nombres. Y ¿así construimos comunidad?
Hay otro
tema en la perícopa: Que Jesús se puso al servicio de los judíos circuncisos,
pero no paró allí y llego –por sutiles y especiales canales, entre los cuales
está el propio San Pablo- hasta los incircuncisos, e inclusive hasta los
paganos. Es decir, que nuestra fe, la que tiene a Jesucristo como nuestro
Señor, Dios y Salvador no es excluyente para cierta raza o cierto pueblo, sino
católica, inclusiva, acogedora, perdonadora, de “brazos abiertos”. Dicho sea de
paso: esto es parte del espíritu navideño, puertas y brazos abiertos,
hospitalidad y acogida, cero-discriminaciones, nada de barreras raciales, esta
fiesta de la Natividad del Señor es una Fiesta que nos une a todos y todo.
También somos precursores
El segundo Domingo de Adviento se ocupa de
San Juan Bautista, el precursor, y San Juan Bautista se convierte para nosotros
en modelo, porque nosotros también estamos llamados a ser precursores, a
prepararle el camino al Señor, a enderezarle sus senderos.
Uno de los asuntos que nos muestra San Mateo
sobre San Juan Bautista es su manera de vestir y su dieta frugal. Muy a tiempo
en esta época que –como ya lo hemos dicho- es una época de derroche y
despilfarro donde se desborda el consumismo y el desperdicio campea a sus
anchas. Su atuendo es simplemente una piel de camello atada con un cordón de
cuero y su alimento: saltamontes y miel silvestre. «El gran riesgo del mundo
actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza
de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se
clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de
una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la
vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.» [3]
Los fariseos y los saduceos son dos grupos de
personas que en los evangelios siempre resultan fustigadas. Quizás hoy día los
fustigados podríamos ser precisamente nosotros que muchas veces pensamos que la
sola pertenencia a la Iglesia Católica ya nos tiene las Puertas del Cielo
franqueadas. Ellos se creían ya propietarios d la Salvación por el simple hecho
de ser descendientes de Abrahám pero San Juan Bautista les dice que hay una
exigencia más fuerte que simplemente los motivos de cuna, raza, religión,
status, riqueza o educación: lo decisivo consiste en “mostrar con hechos su
arrepentimiento” ποιήσατε οὖν καρπὸν ἄξιον τῆς μετανοίας·
(pórtense de tal modo que se vea claramente [produzcan fruto] que se han vuelto
al Señor [que ha habido metanoia]). El bautismo que proporcionaba Juan
era un bautismo que llamaba al “arrepentimiento”: Μετανοεῖτε·
ἤγγικεν γὰρ ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν. “Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca”.
Se puede afirmar que San Juan Bautista
todavía pertenece al Antiguo Testamento, su bautismo es con Agua, «El bautismo
de Juan incluye la confesión: el reconocimiento de los pecados. El judaísmo de
aquellos tiempos conocía confesiones genéricas y formales, pero también el
reconocimiento personal de los pecados, en el que se debían enumerar las diversas
acciones pecaminosas (Gnilka, p.68). Se trata realmente de superar la
existencia pecaminosa llevada hasta entonces, de empezar una vida nueva,
diferente. … Se trata de una purificación, de una liberación de la suciedad del
pasado que pesa sobre la vida y la adultera, y de un nuevo comienzo, es decir,
de muerte y resurrección, de reiniciar la vida desde el principio y de un modo
nuevo. Se podría decir que se trata de un renacer. Todo esto se desarrollará
expresamente sólo en la teología bautismal cristiana, pero está ya incoado en
la inmersión en el Jordán y en el salir después de las aguas.»[4];
pero Jesús, quien da inicio a una Nueva Alianza, dice San Juan Bautista, “…es
más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias”. A
continuación afirma que el bautismo que dará Jesús es “en agua y Espíritu
Santo”.
Aparece, entonces, el tema del Rey-Mesías, el de la Paz, fidelidad,
verdad y justicia. «En el mundo en que vive Jesús, “justicia” es la respuesta
del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la
aceptación del “yugo del Reino de Dios”, según la formulación judía.»[5]
Jesús es un brote o renuevo del tronco de Jesé, es Cumplimiento de la
Escritura, quien hará de la u-topía un “topos”. Esto es enunciado por San Mateo
con la figura del “bieldo” el instrumento de labranza que permite separar el
trigo de la paja: para los primeros, unas moradas, que en la parábola son los
“graneros de Dios”, para los otros el Castigo Eterno, que en la parábola es “un
fuego que no se extingue.”
¡Juan el Bautista apunta
con su dedo y nos señala inconfundiblemente Quien es el Mesías! «La misión del
Bautista, del Precursor, no es solamente un anuncio hecho con palabras, sino
testimonio encarnado en la vida: es imitación de Jesús y es preparación a su
destino de sufrimiento. Y cada uno de nosotros, llamado según su vocación a
preparar el camino al señor que viene, debe inspirarse, por tanto, en este
testimonio con las palabras, con los hechos y con la vida. La vida empleada en
la caridad, a partir de la Eucaristía que celebramos, nos hace verdaderamente
precursores de Cristo y capaces, en cierto modo, de preparar su venida en el
corazón de los hombres y en las diversas expresiones de la vida social: aun en
las expresiones de más sufrimiento y dificultad.»[6] Esa
es la función del precursor, va por delante avisando que ya llega y nos lo
muestra, y nosotros también somos precursores que anunciamos la Segunda Venida,
nuestro título por tal razón es el que señala Aparecida en su consigna: “DISCÍPULOS Y MISIONEROS DE JESUCRISTO para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida.
O, para ponerlo en las palabras del Papa Francisco: «Ser Iglesia es ser Pueblo
de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el
fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la
salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de
tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el
camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde
todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según
la vida buena del Evangelio.»[7]
[1]
Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. T.1. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá D.C. – Colombia 1996. pp. 147. 144
[2]
Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal terrae
Santander-España 1989 pp. 135-136
[3]
Santo Padre Francisco EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM #2
[4]
Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET I Parte. Ed. Planeta. Bogotá – Colombia 2007 pp.
35-36
[5]
Ibid, p. 39
[6] Martini,
Carlo María. Card. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá –
Colombia 1995. pp. 530-531
[7] Santo
Padre Francisco Op. Cit. #114
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