Sir 3 3-7, 14-17 a; Sal 127,1-2.3.4-5;
Col. 3 12-21; Mt 2 13-15, 19-23
José, indudablemente,
no dio a ese hijo su sangre, pero esa sangre tenía que ser alimentada,
mantenida, enriquecida. Y fue el humilde carpintero quien, con el sudor de su
frente, se encargó de hacerlo. Jesús comerá el pan que José ganará con su
trabajo y gracias a él alcanzará la talla humana que necesitaba para salvar al
mundo al ser clavado en la Cruz.
Post-navidad
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto! Era nuestra consigna durante el tiempo de
Adviento. Y bien, ya tenemos el Bebé entre los brazos, ¿y ahora qué?
Para aquellas personas que han tenida la
buenaventura de tener un hijo ya saben la diferencia que hay entre la idea
romántica, dulzona y almibarada de la paternidad y el cambio de vida que
representa el niño ya nacido. Realmente mientras se espera el nacimiento, la
mamá sufre las molestias e incomodidades conexas con el embarazo, pero dentro
del vientre materno, la criatura duerme una gran parte del tiempo, además, no
se le oye producir ningún ruido, no llora, no grita, su vida es muy –por así decirlo-
“pacífica". Pero ya habiendo nacido, llora, exige, se despierta, hay que
cambiarlo, bañarlo, atenderlo, cuidarlo, evitar que se enferme, estar
permanentemente atentos y pendientes de él.
Esta es sólo una parte de los cuidados y
desvelos que el recién nacido reclama. Además de prepararle los alimentos y
lavarle su ropita se tienen que allegar los elementos indispensables a su
cuidado: la leche, los pañales, los remedios. A todo esto se suma que la madre
está cansada, delicada, adolorida.
De manera análoga: Una vez ha nacido el Niño
Dios, después de haber colocado la figurita de yeso en el Pesebre y de haber
abierto los regalos, comido y bebido las viandas y el trago “navideños”. ¿Qué
viene después? La mayor parte de las veces, esperar que llegue el seis de
Reyes, desbaratar el pesebre y el árbol y esperar para -a finales del año
siguiente- volver a empezar el “rito”: Armar el pesebre, decorar el árbol y
adornar la casa con todos los toques, accesorios, iluminaciones… Casi se podría
decir que el “pesebre” parece la “tumba del olvido” para el Niño-Dios.
Parecerá normal, es como una especie de “eterno
retorno”, el “ciclo de la vida” dirán otros. Pero, para los
discípulos-misioneros una verdadera tragedia. Esto es lo que nos temíamos, a
esto nos hemos venido refiriendo últimamente. No puede ser que lo invitemos a
venir, le insistamos en llegar cuanto antes y luego continuemos, en el colmo de
la indiferencia con total indiferencia, con indolencia.
Y, en vez de indiferencia somos llamados a la
solidaridad, a la hermandad, a una verdadera fraternidad. Somos convidados a la
unidad. Todo este proceso es un proceso de adopción: Jesús nos adopta como
hermanos suyos, el Padre Celestial nos adopta en Jesús, san José –superando sus
resquemores- adopta a Jesús como hijo y como a un hijo de su sangre y de su
carne se aplica a cuidarlo, a velar por Él, a proveerlo, a ser su custodio. Quienes han tenido un
hijo adoptivo señalan que se le llega a amar más que a uno propio, porque en vez
de que crezca en el vientre de la mamá, crece en el corazón.
Familia y la gran familia de los creyentes
El Domingo siguiente a la Natividad está
consagrado a celebrar la Sagrada Familia: María Santísima, San José y el Divino
Niño Jesús.
La Primera Lectura, como vemos, provine del
Sirácida, del capítulo 3. Empieza enunciando que la familia está fundamentada
en la Gracia de Dios puesto que Él da honra al padre por medio de los hijos y,
en cuanto a la madre, recibe “respaldo” en su autoridad de la fuente divina.
Así mismo, como reciprocidad, el hijo que honra al padre encuentra perdón de
sus pecados, alegría en sus hijos, larga vida y escucha para sus oraciones, lo
que haga en favor del padre no se olvidará y se le tomará en cuenta en la
contabilidad de sus pecados; y si respeta a la madre encuentra tesoros. Un buen
hijo, que es obediente al Señor, será consuelo para su madre.
Concluye la perícopa mencionando algunas de las
responsabilidades de un hijo:
Cuidar de su padre en la vejez
No entristecerlo pese a la debilidad de sus
años
Tenerle paciencia y no menospreciarlo porque
durante la ancianidad merma su vigor.
Resulta muy interesante que el bien causado a
los progenitores redunda en la balanza de la justicia a la hora del juicio.
El Salmo contiene un tono de fecundidad, de
abundancia, de bienestar, de prosperidad. Tiene tonalidades de banquete, de
banquete familiar. Anotemos que la dicha en este banquete está definida por el
“temor de Dios”, mencionado en dos oportunidades, tanto al principio como al
final “dichoso el que teme al Señor” y “Esta es la bendición del hombre que
teme al Señor”: esto no se debe entender como la relación con un dios
castigador, temible, sanguinario, un dios que se las cobra todas y que cobra
con taza de usurero. Se trata de un Dios-Justo, y el temor significa más bien
obediencia, atención a lo que Él nos ha enseñado, a lo que nos ha revelado, a
lo que espera de nosotros. Temor en este caso no es sinónimo de miedo, es
respeto coherente a sus mandamientos, a sus designios, a su Misericordiosa
providencia.
El banquete está mencionado varias veces de
manera indirecta: “comerá del fruto de su trabajo”// “su mujer, … sus hijos…
alrededor de la mesa”//.
Demos un vistazo a la Segunda Lectura. Proviene
de Colosenses. También hace una clara alusión a la familia dirigiendo una
exhortación a las mujeres respecto de sus maridos y a los maridos con relación
a sus esposas: A las mujeres para que respetan la autoridad de sus Maridos. A
los maridos para que no sean bruscos con sus esposas y las amen. Luego, se
dirige a los hijos conminándolos a la obediencia para agradar al Señor; y a los
padres, para que no sean excesivamente exigentes con los hijos pues ἀθυμῶσιν se
desalentarán, se desanimaran (θυμός es valentía, ánimo; y el prefijo ἀ indica carencia, falta,
ausencia de).
Pero, aun cuando se refiere a estas funciones de la familia
nuclear, la exhortación está dirigida a una familia más amplia, mucho más allá
de la familia extendida: se trata de la familia en la fe; todos los hermanos
creyentes. Unidos a Cristo formamos una familia en la fe, todos hermanos,
hermanados en el mismo credo, todos hijos del mismo Padre, todos co-orgánicos
en el mismo Cuerpo Místico. Unidos en una hermandad adopcional cuyo acto
notarial fundacional fue sellado con la Sangre Bendita del Crucificado.
Para nosotros el llamado a ser una familia σπλάγχνα οἰκτιρμοῦ de entrañas compasivas,
χρηστότητα magnánima, ταπεινοφροσύνην humilde, πραΰτητα afable, μακροθυμίαν paciente, que se soporta pacientemente unos a otros
perdonándose como Cristo mismo nos ha perdonado, que se perdona el uno al otro
si alguno tiene queja del otro. Y, por encima de todo, como iluminando esas
virtudes, está ἀγάπην el amor que es el lazo
de la unidad perfecta.
Vienen aquí los pilares que sostienen la familia de la comunidad
de fe: El amor es la lámpara que ilumina, la Palabra de Cristo, el tesoro que
nos enriquece; enseñanza y consejo reciproco nuestra escuela, que nos instruye
y corrige; la gratitud que se expresa en le oración; y todo, absolutamente todo
en el Santo Nombre de Jesús, por medio del cual va la gratitud al Padre
Celestial que nos lo “entregó”.
Aquí conviene recordar que Jesús instituyó la familia en la fe,
grande, incluyente, cuando respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son
mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos
son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre
celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» Mt 12, 48b-50.
La huida a Egipto
José el padre adoptivo de Jesús, así como el
José –hijo de Jacob- tiene como pivote de su existencia "los sueños". Los
capítulos 37 a 50 del Génesis se ocupan de la historia de los hijos de Jacob y
tienen como protagonista la vida de José. José es proto-tipo de San José, no
sabemos casi nada de San José, pero el hecho de estar enlazados por el signo de
los “sueños” nos permite ver en el primero, en el del Antiguo Testamento, un
boceto del segundo -el padre putativo de Jesús- de los designios amorosos del Plan Salvífico de Dios.
Su primer sueño le indica recibir a María sin
recelos de infidelidad porque el hijo que Ella lleva en sus entrañas fue
concebido por el Espíritu Santo. El segundo sueño le advierte la urgencia de
huir a Egipto para salvar la vida del Niño Jesús. El tercer sueño le permite el
regreso a la tierra de Israel, y el cuarto sueño le previene de regresar a Belén
–donde gobierna en ese momento el hijo de Herodes, Arquelao- este cuarto sueño
es el que lo decide a ir a vivir con su familia en Nazaret.
Para nosotros esta es la gran enseñanza del
Evangelio y la columna vertebral de este Domingo de la Octava de Navidad: La
obediencia a los designios de Dios. Como sabemos, la palabra obediencia se
deriva de ob-audire, es decir seguir los que oímos, pero no lo que oímos de
cualquier fuente, la médula de nuestra obediencia es seguir lo que oímos de
Boca de Dios. En el relato del Evangelio mateano, José oye la Palabra de Dios
por medio de los labios del ángel (recordemos que la palabra "ángel" significa
mensajero).
Esta idea se ratifica en el hecho de que cada
acción que ejecuta San José desencadena el cumplimiento de algo que estaba
profetizado, o sea, de algo que Dios tenía previsto en su plan de salvación.
Interesarnos y amar a todos nuestros hermanos
Nosotros contamos –hoy en día- con otros medios
de comunicación de Dios con nosotros; «El problema es que en nuestro entorno
los sueños se han convertido en algo supersticioso, para adivinar o querer
conocer el futuro. Sin embargo, los sueños son importantes porque a través de
ellos podemos llegar a conocernos mejor»[1]. También tenemos la Iglesia, medio
privilegiado para guardar y conservar, difundir –por su magisterio- y llevar el
Anuncio del Reinado de Dios y sus proyectos. En el marco Eclesial tenemos la
figura del Romano Pontífice, el Papa.
Muchos son los que -desde el otro lado de la
barrera- nos reprochan y nos acusan de haber manoseado la imagen del Dios
humanado para adormecer, para alienar, para pasar por el lado del más
necesitado haciendo gala de ceguera, torciendo la cara para otro lado a fin de no
darnos cuenta de nada. Por el contrario, el Papa en su bendición Urbi et Orbi- nos
invita a construir la paz, una vez más, tal y como siempre, clamamos para que
el cantico de los ángeles, motivado por el nacimiento del Mesías, sea el
nuestro, en oraciones y acciones: «… que es el de cada hombre y mujer que
vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros,
intentado hacer humildemente su proprio deber… La verdadera paz – como sabemos
– no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura «fachada», que esconde
luchas y divisiones. La paz es un compromiso cotidiano, y la paz es
también artesanal, que se logra contando con el don de Dios, con la
gracia que nos ha dado en Jesucristo.
Viendo al Niño en el Belén, niño de paz,
pensemos en los niños que son las víctimas más vulnerables de las guerras, pero
pensemos también en los ancianos, en las mujeres maltratadas, en los enfermos…
¡Las guerras destrozan tantas vidas y causan tanto sufrimiento!
Demasiadas ha destrozado en los últimos tiempos
el conflicto de Siria, generando odios y venganzas. Sigamos rezando al Señor
para que el amado pueblo sirio se vea libre de más sufrimientos y las partes en
conflicto pongan fin a la violencia y garanticen el acceso a la ayuda
humanitaria. Hemos podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que
hoy se unan a nuestra oración por la paz en Siria creyentes de diversas
confesiones religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza
para decir a Dios: Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero. E invito
también a los no creyentes a desear la paz, con su deseo, ese deseo que
ensancha el corazón: todos unidos, con la oración o con el deseo. Pero todos,
por la paz.»
A continuación oró y nos llamó a unirnos en
oración por:
El conflicto de Siria, para
que el Señor le concede paz a Siria y al mundo entero
La República
Centroafricana
Para que se afiance la
concordia en Sudán del Sur
Por Nigeria
Por la tierra que Él
eligió para venir al mundo, para que lleguen a feliz término las negociaciones
de paz entre israelíes y palestinos
Por las llagas de la
querida tierra de Iraq
Por cuantos sufren
persecución a causa de su Santo Nombre
Por los desplazados y
refugiados, especialmente en el Cuerno de África y en el este de la República
Democrática del Congo
Por los emigrantes, que
buscan una vida digna, para que encuentren acogida y ayuda
Para que no asistamos de
nuevo a tragedias como las que hemos visto este año, con los numerosos muertos
en Lampedusa
Por los que están
involucrados en la trata de seres humanos
Estos, entre muchos otros conflictos locales
y/o nacionales, son algunos de los aspectos y detalles que debemos cuidar del
Bebé recién nacido que dijimos esperar y aguardar. Este cuidado por nuestra
familia ampliada, creyentes y no creyentes -a quienes el Papa también se
dirigió en su bendición Urbe et Orbi- nos permite la prerrogativa de ser
familia de Jesús, de trasparentar en nuestra existencia a María y José. No
podemos recluirnos en una religión privada, individualista, intimista, de
puertas hacia adentro. Tampoco en una Iglesia Domestica, cuya fe y sus efectos
sólo vive de puertas adentro. Es preciso salir, abrirnos, llegar allí donde no
habíamos llegado, ir como Jesús iba, por los caminos, de poblado en poblado,
vagando por las ciudades. Cuidar a cada
uno de los débiles y pequeños de la historia, para hacerlo con Él (Cfr. Mt 25,
40). Digámoslo con otras palabras, con las de nuestro Papa actual: «… prefiero una Iglesia accidentada,
herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el
encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una
Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de
obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar
nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz
y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los
contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros
de comer!» (Mc 6,37).»[2] Y esta consigna que nos da el Papa Francisco
es nuestra guía para hacer familia, familia sagrada, parientes de los Tres de
Belén y de las Tres Divinas Personas.
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