Num 6, 22-27; Sal
67(66) 2-3. 5. 6. 8. (R.: 2a); Ga 4, 4-7; Lc 2,
16-21
Sin María es difícil
el camino hacía Jesús. Sin María la búsqueda de Dios en Jesús se vuelve dura,
desencarnada, sin entrañas. María está en la vida de Jesús como está el
manantial en el río o la raíz en el árbol.
Emilio L. Mazariegos
La
Primera Lectura del Año Civil, es la bendición que Dios confió a Moisés para
que se la enseñara a Aarón –a quien se tiene por fundador del Sacerdocio
Hebreo, ya que pertenecía a la tribu de Leví. Al proclamar la bendición en este
Día, nosotros, el Nuevo Israel, recibimos sus efectos para el Año Civil que hoy
se inicia.
Vamos a resumir las lecturas de hoy entresacando una síntesis «… las lecturas de la liturgia de hoy.
Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas,… nos proponen contemplar la paz interior de
María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que «dio a luz a su
hijo primogénito» (Lc 2,7), le sucedieron muchos acontecimientos
imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje
desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un
refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada
de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se
inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente
considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su corazón,
reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior que nos
gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y confusos
de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con frecuencia y nos
desconciertan…. La primera lectura nos recuerda que la paz es un don de Dios y
que está unida al esplendor del Rostro de Dios, …Para la sagrada Escritura,
contemplar el Rostro de Dios es la máxima felicidad: «lo colmas de gozo delante
de tu rostro», dice el salmista (Sal 21,7)…. en la segunda lectura, tomada de
la Carta a los Gálatas (4,4-7), al hablar del Espíritu que grita en lo más
profundo de nuestros corazones: «¡Abba Padre!». Es el grito que brota de la
contemplación del rostro verdadero de Dios, de la revelación del misterio de su
Nombre. Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres» (Jn 17,6)…. como
afirma san Pablo en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió
a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba Padre!”» (Ga
4,6)…. No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las
dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las
pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza,
una esperanza que no defrauda porque «el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).»[1]
Conviene recordar que la denominación que damos a la Virgen
Santísima como Madre de Dios fue honra que la devoción popular le atribuyó, ya
desde el Siglo III se la llamaba así. El
papirólogo de la Universidad de Oxford Edgar Lobel ubicó un papiro datado del
250 d.C., en las proximidades de Oxirrinco con una oración, donde por primera
vez tenemos noticia de este apelativo dirigido a Santa María: Θεοτόκος. allí la
palabra aparece en vocativo: Θεοτόκε. Lo que hizo el Concilio fue, simplemente
darle status de “oficialidad”. Recordemos entonces que desde el Concilio de
Éfeso –ciudad excelentemente mariana donde se dice moró la Santísima Virgen con
San Juan-, en el siglo V, más exactamente en 431 de nuestra era, María
Santísima recibió oficialmente el título de “Madre de Dios”. El pueblo se
adueñó de la expresión que queda registrada, en el rito bizantino con las
palabras: “A Ti, verdadera Madre de Dios, te exaltamos” y en el rito latino:
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”.
Al hablar de este tema, no se pueden pasar por alto los nombres de
Nestorio de Constantinopla y Cirilo de Alejandría. El debate sería entre dos
denominaciones: Theotokos y Christotokos. Muchos quieren, al historizar el
debate, ridiculizarlo proponiéndolo como una simple cuestión de palabras, una
polémica bizantina, adjetivo este que despectivamente se refiere a polemizar
sobre una forma cuyo contenido no difiere, algo así como una sinonimia
perfecta, y sin embargo, comprometerse en una feroz argumentación por la una o
por la otra. Quien así procede trata de ocultar que a este debate subyace una
“sustancia” de gran envergadura para nuestra fe, a saber, Jesús es sólo hombre,
de pronto un gran profeta, pero sencillamente un hombre más, o –como afirmamos
en nuestra fe- es Dios mismo, en una de las Tres Personas de la Trinidad Santa,
que se encarnó y se hizo hombre, igual que todos nosotros, excepto en el
pecado. Así, al decir Theotokos estamos diciendo que en Jesús se produce la
unidad hipostática de Dios y hombre, María no es sólo la madre del ser humano
sino que además –o mejor todavía, a la vez- la Madre de Dios.
Nos hallamos ante la amenaza de una “herejía”, la posición de
Nestorio niega la afirmación que conlleva la palabra griega Theotokos que
significa “la que ha dado a luz a Dios”, ya que a Nestorio le repugnaba la idea
de Dios formándose en el vientre de una mujer; mientras que Cirilo respaldaba
la teoría unitaria y unificadora que veía en Jesús la presencia del hombre
completo y de Dios completo. El Concilio de Trento culminó con el
reconocimiento de María como Madre de Dios, vale la pena recordar la
declaración de San Cirilo en las conclusiones del Concilio: « "Te saludamos, Oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de
todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será
destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al
mundo el que es Bendito por los siglos. Por ti la Trinidad ha recibido más
gloria en la tierra; por ti la cruz nos ha salvado; por ti los cielos se
estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma
es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de
honor". El II Concilio Vaticano ha puesto señas de ratificación de estas
verdades de nuestra fe en la Lumen Gentium.
Iniciamos el Año Civil con esta celebración de María Santísima
bajo la denominación de Madre De Dios, y sin embargo, las lecturas que se nos
proponen para esta liturgia no aluden especialmente a Santa María, Madre de
Dios, a quien nos referimos -resaltándola sencillamente- como Aquella que ἡ
δὲ Μαρία πάντα συνετήρει τὰ ῥήματα ταῦτα συνβάλλουσα ἐν τῇ καρδίᾳ αὐτῆς. “guardaba
todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Queremos detenernos en dos palabras: i)
συνετήρει (del verbo συντηρέω) traducida como “guardaba”
pero que tiene dos connotaciones importantes al caso que nos ocupa, y muy
interesantes: la de “atesorar”, porque implica no guardar cualquier cosa, como
quien guarda un botón, un tornillo o una tuerca; sino, guardar un “tesoro”; y
también, “guardar algo con mucho cuidado”, “preservarlo”, inclusive, “conservar
en la mente”, es decir, “memorizarlo como dato de suprema valía”. ii) y la
palabra συντηρέω que hemos traducido
“meditaba” que quedaría bien como “reflexionar”, “sopesar”, “ponderar”, en todo
caso, originalmente la palabra se refería a algo relacionado con “calcularle el
peso”. “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” Lc 2, 19. Este
examen de dos palabras griegas y su significado, no es –de manera alguna- una
pretensión erudita, simplemente creemos poder penetrar mejor el “mensaje” de la
Sagrada Escritura al precisarlas.
Nos gustaría señalar una palabra que se destaca tanto en el
Evangelio como en la Segunda Lectura, es la palabra corazón. La hemos encontrado ya en Lc 2, 19 ἐν
τῇ καρδίᾳ αὐτῆς “en su corazón”; En la carta a los Gálatas,
de donde tomamos la Segunda Lectura de esta liturgia, se menciona que Ὅτι
δέ ἐστε υἱοί, ἐξαπέστειλεν ὁ Θεὸς τὸ Πνεῦμα τοῦ Υἱοῦ αὐτοῦ εἰς τὰς καρδίας ἡμῶν,
κρᾶζον Ἀββᾶ ὁ Πατήρ. “Puesto que ustedes son
hijos, Dios ha enviado a sus corazones el espíritu de su Hijo que clama
“¡Abba!”, es decir, Padre. (Ga 4, 6). En las dos perícopas, la de la Carta a
los gálatas tanto como en el Evangelio Lucano está presente la palabra καρδίας es decir, corazón.
Vamos a decir que el corazón es “la glándula de la Paz”. En él se
cocinan los elementos constitutivos de la Paz: la fraternidad y la solidaridad.
Y, en este primer día del año 2014 vamos a celebrar la Cuadragésima séptima
Jornada Mundial de la Paz. «Bastaría recuperar las definiciones de paz de la
Populorum progressio de Pablo VI o de la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo
II. En la primera, encontramos que el desarrollo integral de los pueblos es el
nuevo nombre de la paz. En la segunda, que la paz es opus solidaritatis.
Pablo VI afirma que no sólo entre las personas, sino también entre
las naciones, debe reinar un espíritu de fraternidad. Y explica: "En esta
comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos […] actuar a
una para edificar el porvenir común de la humanidad".
Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus
obligaciones hunden sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se
presentan bajo un triple aspecto: el deber de solidaridad, que exige que las
naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados; el deber de justicia
social, que requiere el cumplimiento en términos más correctos de las
relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; el deber de
caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos,
en donde todos tengan algo que dar y recibir, sin que el progreso de unos sea
un obstáculo para el desarrollo de los otros.
Asimismo, si se considera la paz como opus solidaritatis, no se
puede soslayar que la fraternidad es su principal fundamento. La paz –afirma
Juan Pablo II– es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es
posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como
desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica, por parte de
todos, una "determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien
común". Lo cual implica no dejarse
llevar por el "afán de ganancia" o por la "sed de poder".
Es necesario estar dispuestos a "‘perderse’ por el otro en lugar de
explotarlo, y a ‘servirlo’ en lugar de oprimirlo para el propio provecho. […]
El ‘otro’ –persona, pueblo o nación– no [puede ser considerado] como un
instrumento cualquiera para explotar a bajo coste su capacidad de trabajo y
resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un ‘semejante’
nuestro, una ‘ayuda’".»[2]
La
Primera Lectura del Año Civil, es la bendición que Dios confió a Moisés para
que se la enseñara a Aarón –a quien se tiene por fundador del Sacerdocio
Hebreo, ya que pertenecía a la tribu de Leví.
Santa
María siempre Virgen, al ser Madre de Dios es Madre de todos nosotros, las
células del Cuerpo Místico de Cristo, que articulamos –con la savia de la fe-
la Iglesia; por tanto ha recibido, a través de Su Santidad Pablo VI el
título de Madre de la Iglesia, al
concluir el II Concilio Vaticano.
Así para concluir este saludo de Año Nuevo, esta celebración de la
Jornada Mundial de la Paz y, muy especialmente, estos títulos de Santa María,
queremos incluir un par de fragmentos del numeral 288 de la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium:
Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la
Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo
revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la
ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar
a otros para sentirse importantes… Le rogamos que con su oración maternal nos
ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para
todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el
Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza
y de firmísima esperanza: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Con María
avanzamos confiados hacia esta promesa, y le decimos:…
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora…
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga…
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