2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal
16, 1. 5-6. 8 y 15 (R.: 15b); 2Tes 2, 16--3, 5; Lc 20, 27-38
La resistencia es una
alternativa
Perseguir
la fe y buscar la traición a las tradiciones religiosas de un pueblo son vías de opresión y debilitamiento que los
tiranos de diverso pelambre usan y usaran a través de la historia, puesto que perdidas
las señas de lo más profundo de nuestra identidad los siguientes pasos del
sometimiento se facilitan. Efectivamente, cuando damos nuestro brazo a torcer y
abdicamos de nuestro credo, nuestra identidad se ve poderosamente vulnerada y
si podemos dar la espalda a nuestro Dios las siguientes detracciones parecen de
poca monta. Así, la dominación nos
propone o nos exige abandonar algún detalle –señalado como mínimo- consciente
de estarnos fragilizando. Cuando los demás vean como se sucumbe a la
presión en algún aspecto “mínimo”, la
capacidad de resistencia viene a tierra como un castillo de naipes. Estas
debilidades son anunciadas y propagadas con los mejores mecanismos de
divulgación a la mano encada momento histórico.
En
el episodio que señala la perícopa de la Primera lectura de este Domingo XXXII
del tiempo ordinario, ciclo C, esa traición consiste en comer carne de puerco.
Muchas personas nos dicen que pudiendo salvar la vida, es una tontería de marca
mayor, empecinarse en no comer algo que posiblemente no nos produzca ni
siquiera dolor de estómago. Uno lo minimiza, pero, es como cuando se vence un
plato o un pocillo, por ahí se quiebra la pieza más temprano que tarde. Así es,
pese a parecer insignificante, es la derrota total en potencia.
Nos
parece que no entendemos nada si “espiritualizamos” excesivamente este gesto.
Uno dice que no se come cerdo porque se ofendería a Dios. Si lo tomamos en esa
dirección, no vamos a poder descifrar el mensaje de la Sagrada Escritura.
Observemos como lo argumenta el hermano que toma la vocería de los otros seis:
“Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
2Mac 7, 2c. “Ley de nuestros padres” implica la continuidad de una tradición,
la pertenencia y adhesión a esa línea de tradición, más a fondo, el sentido de
pertenencia a una comunidad que así procede, es decir, las señas de identidad;
pero no cualquier seña, sino la definitiva, la que identifica, la que nos señala
como miembros de “un cuerpo”. Ese es al sentido de “ley” en este contexto. La
ley rige porque pertenecemos a esa comunidad. Cumplirla y aceptarla significa
reconocer nuestra vinculación.
¿Por
qué se enfurece el Rey Antíoco Epífanes? Precisamente porque no lograr hacer
quebrantar la ley a estos siete hermanos era no reconocerse súbditos suyos. Eso
quebrantaba el propósito hegemónico, adoptaban una posición frente a las
tendencias helenizantes, optando por una identidad judía. El helenismo era una
alternativa político-militarista; los judíos le opusieron una posición política
de resistencia: Esta negativa a consumir carne de puerco es, sin lugar a dudas,
la carta de constitución de un pueblo (pueblo escogido) que se resiste y lucha.
(En otro lugar de macabeos vemos que hubo otras defecciones, y fueron doblegados
a consecuencia de la división y el debilitamiento de la unidad de este pueblo).
La historia bíblica nos enseña a resistir.
Pero
no una resistencia confusa o caprichosa, una resistencia que es rebeldía
incausada, pataleta; sino resistir perseverando en nuestros valores, en nuestra
identidad, conservando aquello que nos define, que nos caracteriza, que nos
hace ser quienes somos, creyendo en lo que creemos, y rechazando las “modas”
con las que pococ a poco nos van a tiranizar.
Déjanos ver tu Rosto al
despertar
En
este Domingo XXXII, penúltimo del Año Litúrgico, vamos a entonar el Salmo de
súplica. El salmista se pone bajo la protección de un “Padrino” que es su
abogado, su defensor, que impedirá que lo ataquen, lo castiguen, lo dañen. Se
trataba de alguien poderoso, lo suficiente como para detener cualquiera amenaza
que fuera. Y en este caso la súplica se dirige a Dios mismo. El Salmista se
pone bajo la protección de Dios mismo.
En
este caso, el alegato que le presenta a su Padrino es que el merece su
protección y que lo defienda porque es inocente y no merece castigo alguno: “Pues
sus labios no mienten,…., sus pies se han mantenido firmes en los caminos del
Señor, …. Por serte fiel, en cualquier momento que lo examine no le encontrará
maldad,…, no dice cosas indebidas, …, no obra violencias, …, vive de acuerdo a
los mandatos del Señor.
Ahora,
si nos fijamos en el sujeto vemos que está en primera persona, habla a partir
de “yo tal cosa, yo hago, yo soy, yo patatí, yo patatá” pero tras de este
sujeto aparente habla un pueblo. Los eruditos nos dan cuenta de este modo de
pensar en la cultura donde se dieron los Salmos, nos encontramos con este tipo
de “yo” colectivo, un “yo” pueblo-entero, donde el “yo” es el pueblo de Israel.
Si en la Primera Lectura de este Domingo, nos encontramos con alguien que se
niega a comer carne de puerco porque daría mal ejemplo a su pueblo rompiendo la
ley de sus padres, en este salmo encontramos un “yo” que habla también por ese
pueblo, por esa comunidad, habla en primera persona, pero es un “yo”
corporativo, que incorpora a varios en un solo corpus. ¡qué excelente sentido
de pertenencia!
¿Qué
pide el suplicante? Que lo atienda, que lo oiga, que no le permita hablar
falsedades, en general que mantenga su inocencia (en todos los sentidos que
hemos citado arriba), que lo guarde como si se trataran de sus propias pupilas,
que lo defienda y lo proteja poniéndolo bajo la sombra de sus alas, que lo
libre de los malvados. Toda esa protección clama el Salmista al Señor en nombre
de su pueblo.
Y
una reclamo final, el que sella el salmo como conclusión. Que esta defensa sea
para toda la vida, de modo tal que al “abrir los ojos” en la otra vida se encuentre con el premio que el Señor ha prometido a
los que vivan una vida coherente en los
caminos de Dios: Despertar en su Presencia, contemplar su Rostro, saciarse de verLo.
No
se pediría este “premio”, esta corona de “premio olímpico” (como decía San
Pablo) si no se creyera que hay vida después de la muerte, que allí se puede
seguir con algo mejor, muy pero muy superior que consiste en gozar de la
Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté Dios presente nada
faltara o todo será perfecto. Esta petición, esta súplica pináculo, es una
declaración de fe en la “resurrección de los muertos”, en la justicia de la
vida eterna, en el sentido de vivir conforme a los “mandatos del Señor”, en
fin, es una declaración de fe en el “Cielo”, pronunciada por una boca que es “un
pueblo entero”, es la fe de la nación, es Israel quien la proclama.
Creemos y vendrá
En
cambio San Pablo, en la perícopa de la Segunda Carta a los Tesalonicenses que
leemos en esta fecha, habla de un ustedes, pide que rueguen por un ustedes que
una vez más es corporativo, porque está dirigido a los “hermanos” como lo
expresa en el comienzo de la Carta, en el mismo saludo, en el versículo 3a. Y
queremos dirigir el reflector hacia estos dos elementos primordiales de la
Palabra en este Domingo:
a) El sentido de pertenencia a una
comunidad, en este caso una comunidad creyente, lo que permite una conciencia “corporativa”,
un sentido de solidaridad, de unicidad, de nosotros-uno.
b) La fe en una realidad escatológica,
mucho más que una esperanza, porque dimana de la confianza en lo que Dios nos
ha dicho, en lo que Él nos ha revelado.
También
san Pablo empieza la perícopa de este Domingo orando para que podamos vivir
(como lo hablaba el Salmo) una vida coherente en los caminos del Señor, “que
nos disponga el Señor a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.
Notemos que no basta obrar bien, también lo que pronunciamos es importante.
Dos
ruegos siguen: El primero para que la Palabra de Dios se propague, para que se
extienda, para que muchos tengan acceso a ella. Y la segunda, para que Dios nos
libre y nos defienda de οὐ γὰρ πάντων ἡ πίστις. los que no la aceptan, porque ellos
obrarán como enemigos, porque ellos “nos hostigan” con ἀτόπων καὶ πονηρῶν ἀνθρώπων su perversidad, con su maldad.
La
palabra que se usa es la palabra πείθω
que deriva de la palabra
fe, πίστις pistis: πεποίθαμεν
se traduce como “tengo confianza”, en otros textos como “estoy persuadido” pero
trasmite algo como: “la fe que profesamos nos garantiza que”.
San
Pablo nos enseña, en el versículo siguiente, que el Poder de Dios es mayor que
el poder del Malo cuando dice que el Señor nos librará del Maligno: ὁ Κύριος, ὃς στηρίξει ὑμᾶς καὶ φυλάξει ἀπὸ τοῦ πονηροῦ.
Y
retoma el tema de ὑπομονὴν τοῦ Χριστοῦ la Segunda Venida, orando por
nosotros para que la esperemos con paciencia, porque, como lo examinábamos el
Domingo anterior, “no está a la vuelta
de la esquina”; y sólo Dios Padre sabe el día y la hora señalados.
Pero Jesús si podía
saber y responder
Uno
de los grandes gustos de nuestros contradictores consiste en venir con sus
argumentos y reducirnos al silencio, entonces nos rodean petulantes y
atorrantes como quien estrena zapatos (no hay nada malo en estrenar zapatos, casi
todo el mundo en algún momento lo hace y no es una gran hazaña para que nos
pavoneemos de ello).
Los
saduceos, como lo hemos comentado en otra parte, pensaban que la justicia era
toda en esta vida, vivían bien, eran los acomodados del momento, terratenientes
pudientes y solventes, con la “barriga llena” no necesitaban ninguna fe posterior,
ninguna otra justicia, ya se habían hartado en el momento, nada más tenían que
esperar. Y ¿los que sólo vemos sufrir y ninca vemos disfrutar? ¿Se quedará Dios
con algo? ¿Será Dios un dios que permite la injusticia? Si así fuera, ¡no sería
Dios!
De
todas maneras, a los mortales nos está vetado el conocimiento directo de la
realidad trascendente. A él solo podemos llegar por un tipo de conocimiento
mediado (ese que los “cientistas” no pueden admitir; decimos “cientistas”
porque el científico -ni petulante ni arrogante- sabe reconocer las
limitaciones de su “instrumental” y es capaz de –por lo menos- sospechar otro tipo de saberes que se cosechan
allende sus laboratorios); este conocimiento sólo nos puede llegar de Alguien
que haya estado Allá, y nos pueda “contar” cómo es, nos deje traslucir algo:
esa es la Revelación, lo que Dios en su Misericordia nos permite entrever para
consuelo y fortalecimiento de nuestra fe, para que no andemos completamente a tientas,
para que podamos orientarnos, son “saberes” que nos sirven de brújula y de mapa
en la oscuridad del “hombre caído” así la Luminosa Bondad de Dios traspasa la
oscuridad del pecado y nos permite “ver” allí donde los sentidos del pecador no
alcanzan a ver.
Y ¿qué vemos? Que en “el otro Toldo” el
que está destinado a los “merecedores” no hay necesidad de matrimonio porque no
hay necesidad de reproducirnos, porque no hay necesidad de “preservar la
especie”, ¿por qué?, pues porque no hay muerte, sólo hay vida; allí rige y
gobierna el que es Vida, Vida en Plenitud (y aquí usamos los trucos de la tecnología:
copy-paste, nos regresamos y copiamos un par de renglones de arriba) “gozar de la
Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté Dios presente nada
faltara o todo será perfecto”.
Así estos saduceos, en vez de poder
lucir sus zapatos nuevos tuvieron que partir con sus “zapatos viejos, rotos y
desfondados”, pero Jesús Nuestro Señor, aprovechó la coyuntura para revelarnos
una Verdades-Luz que nos dejan entrever confiados unas maravillosas
conclusiones:
a) La semana pasada, leyendo una perícopa
del Libro de la Sabiduría, vimos cómo ama Dios todo lo creado: «Fe en la vida
eterna confía en la promesa de que todos los fragmentos de nuestra vida tendrán
su última plenificación en los brazos de un ser supremo que ama y que llamamos “Dios”. Encontramos la base para esta confianza en la
certeza absoluta de que este Dios está apasionado por toda su creación. Él es
un Dios cuyo ser más íntimo es el amor. Un Dios inflamado por sus criaturas en
una pasión sin límites. Un Dios de la ternura y de la compasión. Y, siendo así,
es Él mismo quien quiere ser el último e infinito destino de toda su obra
creadora».[1]
b) «El objetivo final de Dios es que
todos los hombres vivan esta vida eterna como plenitud de la vida, como máxima
intensificación de todo lo que es la vida.»[2]
c) «Las personas tendrán acceso al nuevo
modo de ser llamado vida eterna, por medio de una acción explicita de Dios. A esta
acción la llamamos “Resurrección”… significa una total y plena trasformación de
todo el ser humano… es la misma persona que murió, que será resucitada para la
vida eterna… pasará por una ampliación inimaginable de todas las dimensiones de
sus ser. Todo lo que en la vida terrestre ya podía ser observado como capacidades
actitudes y potencialidades, son como vestigios de un ser que, sólo por la
resurrección llegará a su plenitud. Las características positivas de la persona
no serán eliminadas, sino ampliadas y llevadas a plenitud. Y las muchas y
muchas potencialidades que la persona nunca en la vida podía realizar, se mostrarán
en fin no ya como potencialidades, sino como características prestes y
activadas. Toda persona, en fin, podrá plenamente ser ella misma, con todas sus
características y toda su manera característica y original de ser.»[3]
Sólo
pensemos cómo será en un marco donde no habrá sometimientos ni dominación,
donde nadie querrá ser más que otro, o pasarle por encima; donde no hay
orgullos y vanidades, ni doblez, ni apariencias, y donde el único afán será
alabar y ensalzar a un Dios tan Grande y Bueno. A un Dios que es Vida-en-Plenitud.
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