En el
mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios podría venir para juzgar a
este mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las
tinieblas. En cambio, muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante
su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito. Y no sólo lo
envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por
nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó los pecados
y acogió a todos. Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo dio su
propia vida por nosotros: en la cruz el amor misericordioso de Dios alcanza el
culmen. Y es en la cruz donde el Hijo de Dios nos obtiene la participación en
la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.
Benedicto
XVI
Parecido en algo, pero Perfecto
Si
hay algo difícil es entender una realidad de la cual no hemos tenido
experiencias directas. Nuestras experiencias directas suelen ser de
divisionismo, de separatismo, de sectarismo de divisionismo, de ruptura, de
quiebre, de separación, de individualismo. Nada es más extraño a nuestra
experiencia directa que la unidad, la solidez, la comunión, la fidelidad, la
compenetración, la solidaridad. Presenciamos unidades transitorias, superficiales,
momentáneas, puntuales, estratégicas; lo que se da en nuestro mundo de todos
los días son las componendas interesadas, que duran “lo que un roscón[1] en la puerta de una
escuela”. En el pasado las “uniones”, por ejemplo políticas, duraban períodos
suficientemente prolongados, pero vino la moda de “no casarse” con nadie, como
distintivo de independencia y solidez, y ahora, cualquier convenio
interpartidista es sólo coyuntural. Por eso se ha hecho de lo permanente y lo
prolongado una muy rara experiencia, inusual, inexistente.
En
los tiempos que corren, hablar de algo que permanezca pinta sospechoso. Si
alguien pretende mantener un pacto más allá de un rato, se empieza a
desconfiar, suena a que algo “turbio” está detrás; y –seguramente por eso- toda
negociación está condenada a lo provisorio.
Cuando
se llega al capítulo de la Santísima Trinidad y se le compara con una familia
estable, cuya unidad de pensamiento, de intereses, de proyectos es absoluta; la
gente lo único que puede hacer es mirarnos con asombro rayano en la
incredulidad. Nos sucedió en una catequesis, tratando de explicárselo a unos
jóvenes que se preparaban para el Sacramento de la Confirmación, que una
compañera catequista –ni siquiera era una catequizanda, sino nuestra propia compañera
catequista- quien no sólo se reía de nuestra referencia analógica sino que
acompañaba su burla con evidentes gestos de rechazo por utópico, de
inverosimilitud, de “hermano catequista, usted es un verdadero ingenuo”.
Bendecimos
nuestra ingenuidad que nos permite acceder a estas realidades de otra forma
inalcanzables, inaccesibles. Aun no siendo usual entre nosotros, aun que
nuestra fragilidad es más propensa a la dispersión, a la desintegración, al
separatismo; esa es la tendencia –llamémosla- humana, pero en el corazón
Divino, la tendencia es a la unidad, a la integración, a una especia de
monolitismo. Diversos pero con un solo pensamiento, un solo corazón, una sola
voluntad.
Si
a nosotros nos dicen eso nos atrapa el temor de ver disuelta nuestra individualidad.
¿Por qué nos sentimos amenazados por eso? Nuestra “personalidad no va a morir
porque logremos comulgar plenamente. Que hermosa y hasta envidiable es la
unidad que se alcanza en la comprensión, en el entendimiento, en la
compenetración. Tomemos el ejemplo de una pareja, o de dos buenísimos amigos,
todo el mundo los admira, porque entre ellos no hay división, no hay
discrepancias, no hay malos entendidos no desentendimientos. Cualquiera de
estas amenazas a su “unidad” se desvanece frente a la confianza y el afecto
mutuo. Afecto sincero impide la desconfianza, el primer pensamiento que llega
es “mi amigo o mi amada jamás me traicionaría” porque en el propio corazón no
sería posible la traición, o el egoísmo o anteponer el interés personal.
¡Búrlense, pero el afecto sincero –tal vez sea inusual- pero existe!
Tratemos
de trasponer este afecto a la dimensión Trinitaria, a nivel de Dios-Mismo. ¿Se
imaginan? ¡La unidad Perfecta!
Cuatro hitos
anti-funcionalistas
En
esto días debatiendo en torno al rol del docente, con afán de aportar en el
diálogo, alguien depositó en el centro del nido la siguiente fórmula: ”Zapatero
a tus zapatos”. Se quería significar que un profesor incursionando en el
terreno de los negocios seguramente cometería diversos desaciertos, apenas
esperables, dada su inexperiencia en el terreno comercial. Pero hay docentes de
“negocios” de quienes se esperaría acertaran…
El
punto está en que los errores “éticos” no se perdonarían porque el docente –metido a negociante, le es dado
cometer errores de “negociación” y no pasa nada porque está explorando en un
territorio que le es totalmente “ajeno”. Pero, evidentemente no puede errar en
el territorio ético, puesto que como formador, esta es su especialidad; en ello
más que nunca, se está moviendo en el “territorio” de su idoneidad.
Que
haya espacios donde campea la falta de ética; y que el formador está llamado a
formar preventivamente a sus “discípulos”, esto es cierto y se recibe con un
100% de acogida. Pero, que el docente debe obrar siempre con un mil por ciento
de ética (estamos tentados a poner, mejor, “éticidad”)
en cualquier circunstancia, esto es mucho más cierto”. Todos estos son los
riesgos del funcionalismo. El funcionalismo siempre limita y arriesga
convertirse en funcionarismo. A hacernos sentir meros funcionarios.
¿Cómo
viene todo esto al caso? Muchas veces damos cuenta de la Santísima Trinidad
citando a tres especialistas y mencionando de inmediato sus respectivas especialidades:
El Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santificador. Este recurso
sinóptico arriesga enmascarar más que aclarar; oscurecer más que acercar.
¿Suena forzada la analogía si citamos la nota que mi esposa me dejó sobre el
escritorio: “Compras un pan tajado, en la panadería, de la droguería
necesitamos un sobre de acetaminofén y, lleva la ropa a la lavandería”.
Perdonen el énfasis pero: el funcionalismo siempre limita y arriesga
convertirse en funcionarismo.
El
primer hito indispensable de marcar es que el misterio debe permanecer misterio
o dejaría de serlo. El segundo hito –directamente derivado del anterior- si
puedo hacer caber el misterio de Dios en mi cerebro, Dios no puede ser mayor
que mi cerebro o… ese no es más que mi dios personal, a mi talla y medida, ese
no es Dios. Tercer hito: Dios no se revela como funciones, se revela a la
humanidad como Personas.
Se
podría refutar contra-argumentando: la persona del panadero, del farmaceuta y
del lavandero; pero no sería contra-argumento válido porque el señor panadero
puede fungir de lavandero y posiblemente lo hace en su casa, algunas veces;
tampoco al farmaceuta le está impedido por principio ejercer como panadero y
amasar –así sea sólo de vez en cuando- un rico pan… quizás hay por ahí, algún
farmaceuta que tenga su propia panadería o algún panadero que le colabora a su
esposa en la lavandería así no lo haga lavando sino recibiendo las prendas que
la gente lleva o entregando lo que viene a recoger.
Quizás
el ejemplo es totalmente desafortunado pero la esencia del asunto está en que
las “personas” son mucho más que las funciones que ellas desempeñan.
A
la Persona del Creador el rostro que mejor lo revela es el de su Ternura,
siendo Padre es su gesto maternal lo que mejor lo descifra: Verlo alzar a su
“criatura” y con Amor paterno, quizá también con legítimo orgullo, descubrir en
él –aunque menguados- sus propios rasgos. O tal vez, Conmovido, emocionarse al
descubrirlo frágil y desvalido. Quizás es imponente la iconografía
MiguelAngeliana que muestra los dos dedos “índices” entrando en contacto como
si al rozarse las yemas se estuviera trasfiriendo la energía vital, pero no es
menos “signo” valido el de Mel Gibson que muestra la Lágrima del Padre cuando
ve expirar a su Hijo. ¿Por quién llora? ¿Por el Hijo sacrificado? ¿Por su
pueblo cruel y desalmado que no vaciló en asesinar al Hijo a ver si se podían
quedar con lo que le pertenece al Padre? ¡Seguramente llora por todos, por el
Hijo y por el pueblo!
A
la Persona del Hijo ¿cuál es el rostro que mejor lo revela? Tal vez el de su
Descomunal enormidad: Permanecer eternamente mutando el pan y mutándose en Pan.
Uno va y comulga, pero ¿cómo cabe tantísimo Amor en un trocito de pan de unos
3,8 cms. de diámetro? ¿Cómo hace para atravesar el tiempo desde el Calvario
hasta hoy día transformándose de Sacrificio Cruento en Sacrificio Incruento? Y,
todavía más, el Infinitamente Santo, el Tres-Veces-Santo, el que está Sentado a
la Derecha que viene y –revestido de humildad- se entrega, se brinda Indefenso,
totalmente inerme en nuestros manos o en nuestra lengua, dispuesto a dejarse
morder, a dejarse tragar-devorar-canibalizar. Muchas veces vemos el rostro de
esta Segunda Persona retratado en la indefensión del Divino Niño Jesús, pero
aún más desprotegido y más abandonado entre nuestras “fauces” cuando ha
Transustanciado el Pan y el Vino. En todo esto hay un segundo, un instante
“Sublime” (temblamos al escribirlo) es Jesús que se entrega, en las manos del
Sacerdote (Santas y Benditas Manos) y –cumpliendo con lo prescrito en la
Liturgia- parte la Forma Consagrada (a veces, por casualidad, lo hace muy cerca
al micrófono y alcanzamos a oír el Pan que cruje al partirse); recordamos un
Sacerdote que en este momento declaraba: “Aquí está ese “Man” que se parte por
nosotros”.
¡La
descripción funcional no alcanza a ofrecernos las Dimensiones Inagotables de la
Triple Persona!
Aún
no mencionamos el Rostro que mejor conviene al Espíritu Santo. Por ser Espíritu
nos figuramos una persona cuyo atributo es la Invisibilidad. ¡Y no! Miren, el
mejor rostro del Paráclito es el de Forjador de Mañanas, pero de Mañanas
Mejores. Es el de Engendrador de Utopías. Es el de Entusiasmador. Nos hemos
acostumbrado a imaginar el Espíritu con rostro fantasmagórico, y estamos lejos.
Todos los días brotan retoños del Reino, brotan aquí o allá. Por ejemplo, hay
personas por ahí hablando de la Iglesia que muere, para otros sólo envejece
pero no ven surgir comunidades, grupos apostólicos, obras de Jóvenes, óigase
bien, de ¡jóvenes! Animosos, vigorosos, aquí, allá y acullá. Muchas veces en
países donde hay persecución, donde mueren y son asesinados por creer. Ese es
el Rostro Visible y muy visible del Santo Espíritu.
Seguro
por eso el malo se empecina en hablarnos del fin del mundo y su cercanía; es para
debilitarnos y hacernos creer que va ganando. ¡pobre Diablo! Pero ojo, pobre
pero peligrosísimo enemigo. Trata, sin tregua, de llenarnos de decepción y
pesimismo trata de deprimirnos y desesperarnos.
Hay
un cuarto hito anti-funcionalista: La circumincesión o pericoresis. Allí donde
está Jesús, está el Padre y el Espíritu Santo. No es que cada uno anda por su
cuenta, o que el Uno va allí y el Otro allá y el Tercero se va a un tercer
lugar a encargarse de otra misión. La Divinidad es ubicua. A tal fin se acuñó
el término “omnipresente”; lo cual es difícil de captar –como decíamos al
principio- porque no vivimos esta clase de experiencias. Nosotros podemos estar
en “un solo lugar” cada vez. No así Dios, quien está siempre en todas partes,
no como un celador o un policía en “función” guardiana o controladora; está
como Presencia Amorosa. Las Tres Personas, siempre juntas.
[1]
Según el adagio popular tradicional, “lo que dura un “merengue” en la puerta de
una escuela”, pero según todo parece indicar, ya los “merengues” no son tan
apetecidos por los paladares infantiles.