El hombre nuevo no es
el viejo remendado, el viejo después de un tratamiento hormonal: es el muerto
que ha resucitado, el que se había perdido y se ha reencontrado.
Arturo Paoli
Domingo Laetáre.
La antífona de entrada de este IV Domingo de Cuaresma inicia
diciendo: “¡Alégrate Jerusalén!” y toda la liturgia tiene un aire de alegría
muy especial en el contexto de Cuaresma, donde el sentimiento de fondo es el de
una preparación penitencial, vestidos de sayal y la cabeza cubierta de ceniza.
Pero este cuarto domingo nos propone en la primera lectura la entrada en la
tierra prometida, la celebración de la Primera Pascua en la Tierra Prometida, con
la interrupción del maná y el comienzo del consumo de frutos naturales que se
podían recoger de lo cultivado en la tierra de Canaán. En el salmo, tenemos la
invitación a que el pueblo del Señor se alegre, y declara que es feliz quien se
confía en el Señor. La Segunda Lectura declara que somos criaturas nuevas, y
que Dios reconcilió el mundo, o sea restableció y renovó la Alianza por medio
de Jesucristo, Sacramento de Reconciliación, a raíz de lo cual, hemos recibido
en y por medio de la Iglesia el ministerio de la Reconciliación. Finalmente, el
Evangelio nos muestra el Amor Perdonador del Padre, que acoge al hijo que
imprudentemente malbarató toda su parte de la herencia y regresó en condiciones
de menesteroso, consciente que ya no podía pretender tener los privilegios de
un hijo, sino ser tratado como un simple jornalero contratado para trabajar en
la labranza. Pese a todo, el Padre a) lo sale a recibir, b) le hace poner una
túnica “rica”, c) le vuelve a dar anillo, o sea que lo restablece como
heredero, dicen algunos exegetas que el gesto de “darle anillo” significaba
–por decirlo así- darle una nueva chequera, puesto que con el anillo se
sellaban los documentos, o sea que de nuevo podía girar “cheques” (recordemos
que es una manera de hablar porque no había cheques, es una analogía para
explicar el significado del anillo), d) lo calzan con sandalias, una
restitución de status, una re-dignificación, un recobramiento de la filialidad
e) y como si esto fuera poco, ¡fiesta!, matarle el becerro gordo, hacer
banquete, es decir, celebrarle el regreso “por todo lo alto”. Observemos en la
parábola, ¡cómo no iba a estar feliz el Padre si había recuperado al hijo
“perdido”! Todo esto da pie a esa alegría que hace diferente el IV Domingo de
Cuaresma, por todo ello, este Domingo es el Domingo Laetáre.
En el plano litúrgico, el detalle más importante –a nuestra
manera de ver- está en el color del ornamento: Puede usarse el morado de
cuaresma, pero, de ser posible el
ornamento sería el rosado, lo mismo que en III Domingo de Adviento, cuando se
celebra el Domingo de Gaudete.
Baldón
La palabra hebrea que aparece allí, en Josué 5, 9 es חֶרְפַּ֥ת,
¿cómo traducirla? Marca, señal de vergüenza, baldón, deshonra, oprobio,
mancilla, o inclusive, estigma, en el sentido de rasgo de un criminal que
indica su tendencia a delinquir. El Señor le dice a Josué que le ha levantado
la marca de ignominia que traía de Egipto. ¿Cómo? Por medio de la circuncisión
que aplicó Josué a todos los varones en edad militar, allí en Guilgal גִּלְגָּ֔ל [gilgal], que a todas estas se llama así por
co-sonancia (similitud en el sonido) con la palabra hebrea que significa quitar
pasando un instrumento que corta rodando גָּלַל [galal] como la rodaja para cortar pizza, el instrumento de
circuncidar.
Así que la alegría de este pueblo no es gratuita. A causa de
la desobediencia de los que habían salido de Egipto no se les concedió pisar la
tierra prometida, ni siquiera Moisés pudo entrar sino que, moribundo, la
contempló desde una montaña, a lo lejos. Ahora, muerta toda la generación que
retó al Señor, esta nueva generación es “bautizada” en el bautismo del pueblo
judío, la circuncisión, así quedan purificados y son re-dignificados para
entrar en la Tierra Prometida. Esa es la causa del laetáre
de aquel pueblo, laetáre significa, en latín, “alegraos”.
Cuarenta años vagando por el desierto permitieron despojarse
de todas las mañas, de toda la conciencia y la forma de pensar de un esclavo,
que se les había entrapado hasta los huesos durante su permanencia en esa
condición dentro de Egipto. Fueron muriendo los que tenían pensamiento de
esclavos; estos recién circuncidados, ya piensan como libres, como digno pueblo
de Dios, no pueden retroceder al pensamiento esclavista, ahora deben marchar,
en esa tierra que mana leche y miel, con pensamiento y dignidad de “libres”,
esa fue su conversión de Antiguo Testamento. Y la circuncisión era un signo en
la carne, recordatorio físico de esa conversión.
Reconciliados
en el Nuevo Testamento
«… también el concepto de conversión está bastante deformado
en nuestra cultura cristiana. Conversión quiere decir cambiar de actitud,
cambiar de punto de vista…. La verdadera conversión es la que nos vuelve a la
realidad, es el descubrir y aceptar cordialmente lo que somos, y por esto la
conversión en el Evangelio es representada a menudo como un abrir los ojos,
como un ver. Imprevistamente esta cosa pequeña, desordenada, incoherente, que
es nuestra vida se siente penetrada por un grande y misterioso amor…»[1]
Una vez convertidos, ya en el Nuevo Testamento, la sangre
derramada no es la de toros y terneros, ni la de prepucios; ahora la sangre que
redime es la sangre de Cristo, que pagó nuestro rescate. Esa conversión, como
lo dice San Pablo con todas las letras, nos hace “criaturas nuevas”, es decir,
que Dios nos ha creado otra vez, deshaciendo el barro antiguo, y purificándolo,
nos ha re-creado y ahora somos nuevos porque lo viejo ha pasado: (Cfr. 2Co 5,
17).
Ahora bien, esa es una iniciativa Divina, es Dios quien
resuelve lavar nuestros pecados con la Sangre del Cordero de Dios; es Él quien
elige la vía redentora, tomar de Sí Mismo, su más amada parte, el Centro de Su
Ser, su Amadísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo, y ofrendarlo como Cordero
Expiatorio. Toma al Totalmente-Inocente y lo ofrenda por los pecadores.
El argumento de San Pablo no se detiene allí, sino que
enuncia la consecuencia más radical: Este Sacrificio nos convierte no solamente
en criaturas nuevas, sino además en ministros de la gracia reconciliadora: con
las palabras de San Pablo, nos hizo embajadores y nos dio la tarea de convocar
a la reconciliación de los hombres con Dios.
La manera de vivir reconciliados consiste en permanecer
unidos a Jesús en una vida virtuosa de manera que la unión se consuma
ejerciendo dos rasgos esenciales de nuestro Redentor: Justicia y Santidad. Esa
es la manera de vivir, no en la esclavitud del pecado, sino en la libertad de
los hijos de Dios.
«Considero de una densidad insondable el pensamiento de San
Pablo a propósito de Cristo “que restituye al fin todas las cosas al Padre”. No
se puede interpretar como una restitución de cosas tomadas a préstamo, una
devolución al patrón, sino como la reunificación de todas las cosas, la “unidad
de sentido”, que todas las cosas, todos los acontecimientos, ‘buenos y malos’,
han asumido por la presencia creadora y salvadora de Cristo, por su mediación.»[2]
Relaciones
filio-paternales alienadas.
Al principio de la parábola, cuando el hijo menor ve al
padre, no ve la persona y la relación “amorosa” entre ellos; ve la herencia, ve
las propiedades y el dinero, ve la parte que le corresponde. Es decir, la
relación ha sido cosificada, la
relación no se da de persona a persona, la relación se presenta mediada por
“cosas”, “objetos”, “propiedades”, riquezas. «… lo que Ricoeur, traduciendo a Freud, llama el “ça”, el “esto”.»[3]
Continuemos con Arturo Paoli: «Me niego a considerar este episodio
como “la parábola del perdón”: el libertino que hace cualquier cosa, y el padre
que finalmente lo perdona. Para mí en su sentido global es la parábola del
amor, de la relación. El hijo que ha salido de la casa no es un “perdonado” es
un “resucitado”. No es un problema de palabras, sino de visión y de sustancia.
La “salida del pecado” para un cristiano… es una resurrección, en la que se
debe hacer evidente un cambio radical en la línea del amor, de la relación; es
recibir la capacidad del otro.»[4]
«¿Por qué se va de la casa? Es la afirmación del yo lanzado a
desidentificarse del padre, a ser alguien, a conquistar su libertad,
independiente del padre…el Evangelio… No nos ofrece argumentos para defender un
paternalismo patológico, que sofoque el crecimiento del otro… El Creador no se
reserva para sí el mundo, concediendo de mala gana, algunos mendrugos que el
hombre le arranca de la mano, como los obreros arrancan algunos derechos a sus
patrones. Esta es una concepción pagana, no cristiana. Del Prometeo, que “roba”
el secreto a los dioses, no se encuentra ninguna analogía en la Biblia”… El
silencio maduro y no rencoroso del padre, me convence. Tal vez está
dolorosamente expectante porque comienza la gran aventura –que es ambigua-,
pero no está enojado por el reclamo. La visión de un padre déspota, que tiene
derecho absoluto sobre los bienes, ha creado una mala conciencia que es, en
parte, responsable del uso patológico que hacemos de las cosas… La relación con
el padre es un redescubrimiento después de la ruptura, una opción consciente,
más que la aceptación pasiva de un estado original. No veo una rebelión, sino
el despertar de una responsabilidad… El padre…no va con el hijo, lo deja irse;…
Se puede pensar que ha quedado enojado, ofendido. Yo creo que ha permanecido a
la expectativa: los bienes se deben dar, el viaje se debe hacer, él no puede
sustituirse a la opción del hijo… En el contexto del Evangelio, Dios no aparece
como el padre que atranca la puerta para que los hijos no salgan de noche, sino
como luz que alumbra, como brújula que orienta al hombre en sus opciones, que
no lo abandona en el ejercicio riesgos de la libertad, y que crea nuevas
perspectivas de liberación, rehaciendo los epílogos que parecían desastrosos…El
hijo no regresa al padre para escapar a los fantasmas del mundo hostil… es un
regreso a la realidad,… despojado del factor alienante,, de los bienes. Piensa
en quienes trabajan en la casa del padre y pide formar parte de este grupo. El
padre lo readmite en su dignidad, lo hace reencontrar en us historia, en su
identidad… La relación del joven con los bienes aparece invertida; antes, los
bienes lo siguen, van con él, lleva su herencia en los bolsillos. Después, es
él quien va hacia los bienes. Ellos están delante de él y en contra de él, como
un desafío que debe aceptar y resolver mediante el trabajo. El padre
tranquiliza al hijo mayor ‘capitalista’, preocupado con el temor de perder
algo, diciéndole: “lo que es tuyo es mío y lo que es mío es tuyo”, no perderás
nada. Sólo déjame celebrar la fiesta del regreso.»[5]
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