La noticia más
extraordinaria de todos los tiempos y que permanecerá de actualidad por toda la
eternidad es el amor personal de Dios por cada uno de los seres humanos.
Héctor Guerra, L.C.
Juan Pablo Ledesma, L.C.
YHWH es un Dios que
no admite la indolencia
Dios
le sale al encuentro a Moisés mientras apacentaba las ovejas de su suegro Jetró. ¿Quién es este Moisés? ¿Por qué lo
elige Dios para manifestársele? Hay muchos que quieren creer que Dios escoge
uno entre cada millón de millones de habitantes del planeta. Otros suben y otros
bajan las estadísticas, dicen que los “Mesías” se repiten con mayor o menor
frecuencia. Nosotros creemos que todos somos llamados, que todos somos
enviados. Lo que pasa, es que nos hacemos los de las gafas y decimos: “Yo no
soy enviado, qué voy a ser yo, si hay otros más fuertes, más preparados, con
mejores títulos, con mayor facilidad de palabra, con mayor valentía y decisión…”
y así, cientos de miles de pretextos para poder argüir que “la cosa no es
conmigo sino con otro.
Pensamos
también, que la “elección” de Moisés tiene su raíz en el episodio registrado en
Ex 2, 11-12. Allí vemos que Moisés no está dispuesto a cohonestar con los
atropellos que se cometen contra los de su pueblo. Él ha sido criado en cuna
faraónica, los designios misteriosos de Dios, lo han llevado al seno de la
familia faraónica; ahora es hijo adoptivo de la hija de faraón. Pero Moisés no
se encierra en sus privilegios, su corazón solidario se mueve por misericordia,
no puede pasar indiferente, como cierto levita y cierto sacerdote, sino que –con
un corazón emparentado con el del samaritano- re-acciona justiciero y liberador.
No que digamos que estuvo bien el matar al egipcio, bien sabemos que el único
Dueño y señor de la vida es Dios; pero Dios mismo identifica, en este gesto
violento, el reflejo de su Corazón Indignado.
Para
mejor entender las razones de la elección deletreemos los rasgos del Dios que
se revela a Moisés en la Zarza que ardía sin consumirse, el Dios de Abrahán, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob; el Dios cuyo Nombre es “Yo-soy-el-que-soy”:
a) “He visto la opresión de mi pueblo en
Egipto
b) He oído sus quejas contra los
opresores y conozco bien sus sufrimientos
c) He descendido para librar a m i pueblo
de la opresión de los egipcios,
d) Para sacarlos de aquellas tierras y
llevarlo a una tierra buena y espaciosa una leche que mana leche y miel. Ex 3,
7-8
Al
escuchar estas Palabras de Dios, vemos los rasgos revelados de YHWH en ellas:
a) Un Dios que se da cuenta, que mira
paternalmente al pueblo para darse cuenta cómo le está yendo
b) Un Dios que escucha, que está con su
oído atento al clamor de su pueblo; todo lo contrario de un dios indiferente,
c) Ante la opresión, actúa, baja y se
pone al lado de los suyos, no los abandona, se les solidariza,
d) Un Dios providente, cuyo proyecto
consiste en mejorar las condiciones en las que vive su pueblo.
Estos
son los rasgos distintivos de YHWH. La teofanía no consiste en que la Zarza
arda sin consumirse, esa es la escenografía, ese es un truco para llamar la
atención de Moisés, para que este voltee a mirar, para que se sienta
interpelado. El Horeb, el Monte Santo del Señor, la tierra Sagrada escogida por
Dios para su manifestación, es el contexto ambiental de la teofanía, pero no es
el contenido de la teofanía.
La
zarza ardiente es un poco como la pirotecnia, pero nosotros tenemos que mirar más
a fondo. Nosotros tenemos que reparar en la clase de Dios que es YHWH, ¡nuestro
Dios! Si no sabemos identificar la Personalidad de YHWH podemos terminar
honrando un dios que no es nuestro Dios. Esta teofanía es un verdadero hito en
la revelación porque vemos su Rostro y el Rostro de YHWH es el rostro de un
Dios-Liberador.
Y ¿el corazón
nuestro?
En
el relato que leemos en Éxodo vemos cómo es el Corazón de Dios. San Pablo, en
la perícopa que leemos en este Tercer Domingo de Cuaresma, tomada de la Primera
Carta a los Corintios, vemos cómo es el corazón humano.
La
revelación continúa, nos explica Moisés que esta desobediencia del pueblo
hebreo es espejo anticipado para que nosotros no incurramos en la misma clase
de faltas que desagradan a Dios. La maledicencia contra Dios, contra el
espíritu Santo, llevó a la gran mayoría de aquel pueblo a perecer en el
desierto, perdiendo –de esta manera- la oportunidad de entrar en la Tierra de
Promisión.
Dios
aprovecha estas acciones malas de su pueblo para darnos lecciones, para
enseñarnos el camino que nos conduce a la entrada al Paraíso. Si cumplimos, si
agradecemos el alimento material, la bebida espiritual, el bautismo de Dios que
se aparece en la “nube” o sea, de manera misteriosa, no directa, no “táctil”
sino “sacramental”, podremos entrar, se nos franqueará la “puerta” del Reino de
Dios.
No
endurezcamos el corazón como en Meribá, como en Masá. El propio Moisés, tantas
y tantas veces asistido directamente por Dios, dudó. Golpeó la roca no una sino
dos veces… porque dudó. Por tanto, no sometamos a Dios a pruebas, no
pretendamos tirarnos desde la torre del templo a ver si Dios envía a sus ángeles
a recogernos antes de estrellarnos contra el suelo.
Ese
es nuestro corazón: rebelde, ingrato, desafiante, que reta a Dios, que le pide
que nos permita transformar piedras en panes. Nuestro tema ¡no es el
milagrerismo! No queramos convertir a Dios en un parque de atracciones. Nuestro
tema es el de la fe.
Muchos,
rebeldes ingratos en esta temporada, espetan a Benedicto XVI porque “traicionó”
el papado, por qué “desertó”. Piden la trasformación de piedras en panes, piden
al Pontífice tirarse de lo alto del Templo… para qué? Para aplaudir y después
darse media vuelta… ellos no se sienten Iglesia, sólo se siente jueces de la
Iglesia. Y cuando la Iglesia esté congregada, venir y tirar la antorcha… y que
todos nos quememos. Pero, lo triste y lo doloroso para ellos es que el Malo
está maniatado, porque los poderes del Hades no prevalecerán contra Ella.
Pero
ese es el corazón del pueblo, no se asimila gustoso a la imagen de su Creador,
reniega de su parecido con YHWH, y sólo quiere parecerse al padre de la
mentira. Eso es lo que denuncia San Pablo en la 1ª a Corintios.
Digamos
con San Pablo en su carta a los Filipenses: “Ustedes hermanos míos amadísimos, que
son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor”.
Jesús intercede
siempre para darnos otra oportunidad
Hemos
crecido en el seno de una cultura castigadora. No fue hecho de mala fe. Estamos
profundamente convencidos que el malo los engañó y les hizo creer que era la
vía única y también la vía maestra. Creyeron y nos hicieron creer que sólo el
miedo nos mantendría alejados del pecado, máxime cuando advirtieron que el malo
suele revestir la tentación con sus más vistosos y seductores trajes. Como
mantener ese pueblo “ignorante” –se decían ellos- alejados de la manipulación
del Patas que los engaña con suma facilidad y caen redonditos. Y recurrieron a
la intimidación: El fuego del infierno. Muy gráfico, después de haber “asado”
vivos a muchos en la hoguera, de hacerles oír sus gritos aterrados y dolientes;
después de haber olido el espantoso olor de la carne humana chamuscada. Qué
mejor argumento que mostrar el Infierno como el lugar de la chamuscadura. Vino
el siguiente paso: Dios castigador. Dios torturador. Dios cruel.
Y
eso es lo que precisamente este Domingo Jesús quiere corregir: Qué pedirá el
Viñador (el Hijo de Dios) al Dueño del viñedo (Dios Padre) otra oportunidad.
¡Una ampliación del plazo!
Jesús
explica que las cosas que pasan no se le pueden achacar a Dios. Unas crímenes los
cometió Pilatos, el accidente de la torre, fue eso, un accidente. Pero, la vida
espiritual no reposa sobre un Dios castigador, sino sobre un Dios Misericordioso
que año tras año no brinda una nueva oportunidad.
De no ser así, hace años que el planeta no giraría más. Pero sigue girando
porque nuestro Dios es un Dios compasivo y Misericordioso, lento a la cólera y
rico en clemencia.
Dios
que es el Mismísimo Amor no puede ser superado en clemencia y misericordia. Por
eso no ha llegado el fin, porque una y otra vez atiende al Hijo que clama: “voy
a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para vder si da fruto. Si no,
el año que viene la cortaré”.
No
perdamos la oportunidad por la que ha intercedido Jesús: ¡Demos fruto! Frutos
de Amor.
¿Y
el Salmo?
El
salmista lo que hace hoy es dar gracias. Gracias por un Dios tan Bueno. Gracias
por cada nueva oportunidad. Porque Dios es solo Misericordia. Gracias porque
Dios es Amor.
Gracias
por darnos a Su Hijo. Gracias porque el Sacerdocio de Jesús se ejerce en su
intercesión único mediador ante YHWH. Gracias por hacerse Eucaristía, porque su
Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad nos nutre y, poco a poco, así como
el agricultor no se da cuenta cómo la semilla mientras él duerme, y pasa el día
y la noche, se trasforma en planta que da frutos, así también nosotros permanecemos
ignorantes de cómo su Reino va creciendo y va arraigándose, hasta que las aves
(nosotros mismos) podamos anidar en sus ramas.
La
vida no nos alcanza para dar gracias; a menos, que la dediquemos a la construcción
del Reino: Bendito y alabado sea el Amor de Dios que florece entre nuestras propias
e indignas manos; y se nos da, Eucaristía tras Eucaristía, hasta que sin darnos
cuenta se trasforme hasta el último átomo del Universo y todo, todo lo que
existe se haya Cristificado.
Por
tu Eterna Caridad, no podes la Viña, hasta que nuestros corazones de piedra se
trasformen en corazones blandos y tiernos y compasivos de Carne, como la Carne
del Corazón de Jesús. Amén.
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