Jesús, en cambio, no viene del mundo de los
muertos –ese mundo que Él ha dejado ya definitivamente atrás-, sino al revés,
viene precisamente del mundo de la pura vida,…
Benedicto XVI
Ayúdame, Jesús, que siento vivo dentro de mí,
a sonreír a cada amanecer que viene,
porque ahora sé que si voy y estoy contigo,
es Pascua todos los días,
todos los días es “la primera mañana del
mundo”.
Amén[1]
1
La maravilla de la Resurrección es el objeto
motivador de toda nuestra confianza en Jesús. De Hecho, toda nuestra fe tiene
su basamento en este suceso. ¡Jesús ha vencido la muerte! Su Padre lo ha
justificado de una vez y para toda la Eternidad; contra los Pilatos de toda
laya, contra los sanedrines de todos los tiempos, contra los “soldados” que
llevan sus ordenes más allá de los ordenado, hasta su solaz en las torturas;
contra todos ellos Dios ha dicho la última Palabra: La muerte no es más
poderosa que la Vida, y Dios es el Dueño de la Vida. «Si toda su obre hubiera
terminado en el patíbulo de la cruz, la muerte habría sido el fracaso de su
persona, de su Buena Nueva, de su mensaje y la desaprobación de Dios»[2]
La perícopa del Evangelio de San Juan, que
leemos hoy, Domingo de Pascua, Jn 20, 1-9; comienza así: Τῇ δὲ μιᾷ τῶν σαββάτων
Μαρία ἡ Μαγδαληνὴ ἔρχεται πρωὶ σκοτίας ἔτι οὔσης εἰς τὸ μνημεῖον καὶ βλέπει τὸν
λίθον ἠρμένον ἐκ τοῦ μνημείου “El primer día de la semana, muy temprano,
todavía oscuro, María Magdalena fue a visitar el sepulcro. Vio que la piedra de
la entrada estaba removida”
«Oscuridad es ausencia de Jesús. La oscuridad
representa todas esas fuerzas negativas que trabajan de noche y se oponen a
Cristo, Luz del mundo (9,4; 11, 9-10; 12, 35s).»[3] Volvemos sobre el término
σκοτία, ας, ἡ “la oscuridad”, en esta oportunidad se trata de la “oscuridad de
la fe”, una oscuridad de naturaleza espiritual, ama a su Señor, le sigue, le
continua fiel, pero, su fidelidad está dirigida a un muerto: para ella Jesús no
es el Mesías, sino otro muerto más. Por eso, ante Pedro y Juan exclama: Ἦραν τὸν
κύριον ἐκτοῦ νημείου καὶ ὐκ οἴδαμεν ποῦ ἔθηκαν
αὐτόν “¡Han sacado al Señor de
la tumba y no sabemos dónde lo han puesto!” «Ni por un instante la pasó por la
mente que Jesús hubiera resucitado. Más bien pensó en un robo, en una posible
profanación del cadáver del Señor.»[4]
Ni acusamos, ni criticamos, ni culpamos a
María Magdalena. Entendemos que llegar a la fe de la Resurrección supone un
tipo de profundización teológica que nos viene por la Gracia. Posiblemente,
pasó mucho tiempo y tuvieron que vivir muchas experiencias muy fuertes en las
primeras comunidades cristianas para poder llegar a reconocer en Jesús al
Resucitado, y aún más y mayores profundidades para teologizarlo y llegar a la
convicción férrea. Los encuentros con el resucitado nos permiten intuirlo; por
ejemplo, cuando Él les tiene el desayuno en la orilla del lago de Tiberiades
(Jn 21, 12b) οὐδεὶς δὲ ἐτόλμα τῶν μαθητῶν ἐξετάσαι αὐτόν Σὺ τίς εἶ εἰδότες ὅτι ὁ
κύριός ἐστιν “ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la pregunta ‘¿Quién
eres Tú?’ porque comprendían que era el Señor” «Lo sabían desde dentro, pero no
por el aspecto de lo que veían y presenciaban.» [5]
Algo así se nos critica frecuentemente cuando
ven algunos nuestra representación del Crucificado o nuestra cruz como símbolo
de nuestra fe. A ellos hay que recalcarles que no hay Resurrección sin cruz. La
cruz nos lleva a mirar cara a cara el rostro del Amor de Dios, de su infinita
inmensidad, como lo hemos dicho en otra parte: Dios nos ama tanto -nos
disculparan la expresión- como un papá a un “hijo bobo” (es un dicho popular
para significar un amor paternal desmedido, rayando en lo increíble), como una
mamá ama a su bebé en medio de su indefensión. Con Tierno y Dulce Amor de Padre
nos ama el Padre Celestial, pero más, con Amor Divino, con Misericordia, por
ningún mérito nuestro, sino porque Él quiere amarnos, porque al moldearnos del
barro y soplar en nosotros el espíritu (Nefesh) (Gn 2, 7), puso en su Corazón y
en sus Manos Creadoras el Amor. ¡Bendito y Alabado sea su Santo Nombre!
Así es como nos atrevemos a afirmar que María
Magdalena iba “todavía en lo oscuro” de no reconocer al Señor Resucitado. Es a
esa σκοτία a la que se refiere este texto, todavía andan en la oscuridad del
corazón para discernir en Jesús, al Señor Resucitado.
2
Podemos pasar de nuestra mirada sobre María
Magdalena, a mirar a Pedro. Pedro, la roca firme a quien se han entregado las “Llaves”
representante de la Iglesia de Jerusalén, compite con la comunidad joánica
(probablemente la comunidad de Éfeso); llega primero, pero al ver las vendas y
el sudario, no capta nada, en cambio, al discípulo Amado, le basta verlas para
captarlo todo y creer.
Augusto Seubert nos presenta tres Midrash
distintos sobre el tema de las vendas y el sudario:
a) Pueden significar la fe antigua, el
judaísmo con la versión farisaica, estricta, pegada a la Ley, concepción fundamentalista,
ritualista y ultra-tradicionalista de la religión. Esas son las vendas; y
Jesucristo las ha superado, las dejó atrás, anda suelto, desatado, sin
amarradijos que entraben su libre caminar. Jesús siempre se mostró libre de
ritualismos, de respetos sabáticos.
b) Las vendas evocaban a Elías que le dejó la
capa a Eliseo y con ella, su poder, de forma tal que Eliseo pudo, igual que
Elías, golpear con la capa las aguas del Jordán y dividirlas para pasar a pie
enjuto (2 R 2, 8-15). Serían signo de transmisión de poder y autoridad.
c) Jesús se salió de las vendas, y quedan
ahí, enrolladas, por que digamos que Él se evaporó y las vendas quedaron,
enrolladas como lo habían estado alrededor del Cuerpo de Jesús, pero el Cuerpo
ya salió de su jaula de vendajes.[6]
¿Por qué Juan entiende y Pedro no? El Padre
Hugo Estrada nos da una hipótesis coherente: «Juan era el mejor preparado de
todos para creer: Juan había recostado su cabeza en el pecho de Jesús durante
la Última Cena. Juan era el único de los apóstoles que había estado, minuto a
minuto, junto a la cruz del Señor; había participado también en el entierro.
Juan era el único que no había negado a Jesús. Por eso su corazón y su mente
estaban más abiertos para creer lo increíble»[7]
3
Leemos en la 1ª de Corintios “Pero si Cristo
no ha resucitado, nuestra predicación ya no contiene nada, ni queda nada de lo
que creen ustedes.
Y se sigue además que nosotros somos falsos
testigos de Dios, puesto que hemos afirmado de parte de Dios que resucitó a
Cristo, siendo que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan.”
(1Co 15, 14-15)
Veamos lo que comenta, a este respecto, SS.
Benedicto XVI:
«Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar
sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el
hombre, sobre su ser hombre, y su deber ser –una especie de concepción
religiosa del mundo-, pero la fe cristiana queda muerta….
Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo
verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces
Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora,
Dios se ha manifestado verdaderamente…
San Marcos nos dice que los discípulos cuando
bajaban del monte de la Transfiguración, reflexionaban preocupados sobre
aquellas palabras de Jesús, según las cuales el Hijo del hombre “resucitaría de
entre los muertos” Y se preguntaban entre ellos lo que querría decir aquello de
“resucitar de entre los muertos” (9, 9). Y, de hecho, ¿en qué consiste eso? Los
discípulos no lo sabían y debían aprenderlo sólo por el encuentro con la
realidad…
…la reanimación de un muerto no nos ayudaría
para nada y, desde el punto de vista existencial, sería irrelevante.
Efectivamente, si la resurrección de Jesús no
hubiera sido más que el milagro de un muerto redivivo, no tendría para nosotros
en última instancia interés alguno. No tendría más importancia que la
reanimación, por la pericia de los médicos, de alguien clínicamente muerto…
Los testimonios del Nuevo Testamento no dejan
duda alguna de que en la “resurrección del Hijo del hombre” ha ocurrido algo
completamente diferente. La resurrección de Jesús ha consistido en romper las
cadenas para ir hacía un tipo totalmente nuevo, a una vida que ya no está
sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso;… es
una especie de “mutación decisiva”, … un salto cualitativo. En la resurrección
de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad
que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la
humanidad»[8]
4
Para muchos de nosotros, fieles cristianos,
la resurrección no pasa de ser una fecha en el calendario litúrgico, la Vigilia
Pascual con su hermosísimo rito o una imagen de Jesús Glorioso. Pero la
Resurrección es muchísimo más que eso. Es un elemento que tiene enormes
implicaciones en nuestra vida, y debe repercutir en acciones, en un estilo de
vida verdaderamente a la manera de Jesús. Implica, no sólo una creencia sino un
compromiso:
«En el drama del hombre se juega el autor del
hombre. Qué sentido tiene crear un hombre del absurdo: pasión de amor y, no
sabe sino destruir al otro; ansia de libertad, de dignidad, y, no afirma la
propia autonomía, sino negándola a otros. ¿Tiene sentido crear un hombre que no
soñó con vivir, para que cuando se apasiona con la vida se le arrebate sin
consultarlo? ¿Somos un haz de luz entre dos abismos de oscuridad? ¿Una burla de
quien nos creó sedientos de sentido, sin nunca alcanzarlo? ... Todo lo que
conquista el hombre se torna ridículo ante lo que queda por hacer. La brizna de
libertad que poseemos es una burla para los que no la tienen. Nuestra comodidad
y la conquista del espacio, son una ironía cuando no podemos conquistar la
propia tierra haciéndola más humana…
…hay que establecer una crítica despiadada a
un Dios y un hombre lejanos el uno del otro: Dios un absoluto que no necesita
del hombre, éste una miseria perdida en los espacios siderales, pequeñez a la
que se aplasta sin que Dios se conmueva, en su inmutabilidad, por el dolor de
la historia.
¿Por qué no pensar a Dios y al hombre, no
como dos realidades antagónicas, sino como la capacidad del amor y del don y la
capacidad de la aceptación del ser y del amor?
Aceptada la fe en la creación, Dios es ante
todo relación, ha hecho un mundo para el hombre y al hombre para relacionarse
con Él… Creación es afirmar en cada niño que nace, en cada flor que revienta,
el triunfo de la vida sobre la muerte…
Y ¿por qué construir un mundo para unos pocos
y no para todos?
La solidaridad tiene dos caras: hacerse como
nosotros, para que podamos ser como Él.
No se cree en Jesús y su resurrección, si no
se ha vivido la praxis de Jesús y no se ha amado a la manera de Jesús, sin un
amor que como el de Jesús hace verdad en la historia la liberación del hombre
del pecado, de la opresión, del odio; si no se ha vivido la pasión por el
sentido y no se ha hecho la experiencia de Jesús: mirar a Dios como Padre, con
un amor que exige construir un mundo de hermanos; Padre en el que se puede
confiar y por el que vale la pena entregar la existencia, dándola por los
demás.» [9]
«La muerte no es la última palabra ni el fin
de todo: se entrega uno a la muerte por la justicia, para crear una vida digna,
una vida justa. En esta afirmación está contenida ya una afirmación que escapa
a los límites temporales. El que es capaz de entregar su vida por la justicia
está realizando con ello un inmenso acto humano, que supera los límites del
tiempo y del espacio; está diciendo que su deseo de vida justa es eterno. En el
cristianismo, el deseo de pervivencia y de resurrección está esclarecido,
confirmado y realizado. Lo que en todo hombre está presente de manera oculta,
implícita, el cristianismo lo explica y lo expresa»[10]
[1] Dini, Averardo EL
EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMOII – CICLO B Ed. Comunicaciones sin fronteras
Bogotá Colombia p. 36
[2] Zea, Virgilio. sj.
JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Universidad Santo Tomás de Aquino Facultad de
Filosofía. Filosofía a distancia. Bogotá Colombia 1989 p. 155
[3] Seubert, Augusto. CÓMO
ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
D.C. – Colombia 1999 p. 146
[4] Estrada, Hugo sdb. PARA
MÍ,¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 206
[5] Benedicto XVI JESÚS DE
NAZARET. SEGUNDA PARTE DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN HASTA LA RESURRECCIÓN. Eds. Planeta y
Encuentro Madrid-España 2011 p. 309
[6] Cfr. Seubert, Augusto.
Op. Cit. pp. 147-148
[7] Estrada, Hugo sdb. Loc.
Cit.
[8] Benedicto XVI Op. Cit.
pp. 281-284
[9] Zea, Virgilio. sj. Op.
Cit. pp. 151-153
10
[10] Arias Reyero, Maximino
JESÚS EL CRISTO Ed. Paulinas Madrid
–España 1982 p. 263