jueves, 2 de octubre de 2025

Viernes de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario


Bar 1, 15-22

Hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras. Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no cumplimos los mandatos que Él nos había propuesto.

Bar 1, 17s

El Libro de Baruc no lo encontraremos en las Biblias Judías (Tanaj), y-en consecuencia- no está en las Biblias Protestantes. Pertenece al Segundo canon (Deuterocanónico) o, como dirán ellos, se trata de un Libro apócrifo: Se dice que fue escrito en hebreo, pero no se tiene ningún ejemplar y lo que hemos conservado es gracias a ejemplares en griego.

 

Se atribuye al secretario de Jeremías, quien habría trascrito su profecía y sus datos biográficos.  El inicio de este Libro -en la introducción (1, 1-14) se nos informa que fue escrito en Babilonia, y, que su autor la remitió a Jerusalén para que lo leyeran.

 

La perícopa de hoy es una plegaria que llamamos de los “Exiliados”. En este aparte se nos da una datación: en el día siete del mes, del año quinto cuando los caldeos tomaron a Jerusalén y la incendiaron. Lo que traducido a nuestra cronología significaría el quinto mes del año 585 a.C.

 

Una actitud muy frecuente es buscar culpables y ubicar a quien podemos transferirle la responsabilidad. Un chivo expiatorio suele ser el Mismísimo Dios: Dios mío ¿por qué nos haces esto? ¿por qué, ahora, que tanto necesitamos de Ti, nos das la espalda? ¡Nosotros que hemos sido tan buenos, no nos merecemos esto! ¿Señor, estás dormido, que no te das cuenta lo que estamos sufriendo? Bueno, y así sucesivamente.

 

Baruc, en su plegaria, y en general, en su profecía, llama al pueblo a responsabilizarse por su infidelidad, por haber incurrido en idolatría y las muestra que las calamidades que los han afligido -lejos de podérselas achacar a Dios, son consecuencia de su descuido y su quebrantamiento de la Alianza. Han sido el pueblo infiel el que ha dado la espalda a la Santa Ley, y ha quebrantado los Mandamientos. Hicieron oídos sordos a sus profetas, haciendo todo cuánto reprueba el Señor.

 

¿Qué es lo que reprueba el Señor? Esta pregunta nos parece la pregunta clave, porque por lo general pensamos que se trata de dejar nuestra religión e irnos a una forma de culto donde se adora una cierta imagen, como en el caso del becerro de oro. Sin embargo, la idolatría se define como la adoración de una persona o de una cosa a la que se ama o se aferra de manera exagerada, es una relación desproporcionada con un “objeto” que viene a suplantar esa primacía que le debemos con exclusividad a Dios cuando Él dijo “Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Cuando algo nubla y empaña la experiencia de Dios, podemos hablar de idolatría.

 

Entonces, el requisito no es el cambio de religión hacia algún paganismo, sino conculcarle al Señor Su Lugar Exclusivo. Y eso se produce toda vez que nos salimos de los límites que el propio Dios nos enseña. Vamos a dar un ejemplo acompañado de una exageración que nos llevará a levantar la pancarta ¡pero eso todo el mundo lo hace! Como argumento defensivo, como pretexto. Aquí va: Cuando estamos escuchando la proclamación de la palabra de Dios y desviamos la atención para mirar el móvil que acaba de vibrar.


No se trata de levantar una hoguera para quemar vivo a quien lo hace. Se trata de desenmascarar las idolatrías que el mundo erige para descentrarnos de Dios. No se trata de medir con una escala de pecaminosidad sino de evidenciar que, por pequeños detalles, a veces casi imperceptibles, se empieza a fraguar un alejamiento de Nuestro Supremo Amigo.

Más que mostrarlo como un pecado de gravedad 50; se trata de ver como podríamos corregir y trabajar para hacer más estable y más férrea nuestro vínculo con la divinidad.

 

Si, se trata de problematizar ese acto que tratamos de envolver en “papel de ingenuidad” para recomponer lo que deteriora el Amor debido a Dios y hacernos conscientes que se trata de un adulterio-religioso.

 

Al poner este ejemplo, nos puede llegar a hacer más fácil determinar otras mínimas infidelidades que roen en su borde lo que tendría que permanecer indemne.

 

Como lo afirma Baruc, con estos actos hemos deshecho la liberación que Dios nos concedió al sacarnos de Egipto.  Es un caso de desobediencia pertinaz.    

 

Sal 79(78), 1b-2. 3-5. 8. 9

Nos encontramos con una súplica: Este es un salmo de ese género. El Salmista ruega por Jerusalén, invadida, atropellada, profanada, demolida. Le pide a Dios que mire en dirección a los cadáveres de las víctimas que han caído en Jerusalén -pero desplaza la responsabilidad hacia los padres, o sea que el salmista hace ver que ¡Todo es culpa de los antepasados! -y apremia a Dios que a esta generación la socorra, y aplaque su ira.


Una vez más, nos hallamos ante este mecanismo evasivo, así sea para implorar socorro, nada es por causa nuestra y ese es el efugio, como hay otros tantos: por ejemplo, que nuestros pecados sin minúsculos, que hemos cometido insignificancias, o que las faltas son ajenas, y exhibimos la pecaminosidad ajena maximizándola -hasta convertirla en una viga- y minusculizamos la propia, porque no es más que una diminuta esquirla. Aún hay otra estrategia: exhibir nuestra “gigantesca santidad”, en ninguna parte hallareis cosa parecida. ¡Los arcángeles! Ridículos matachines a nuestro lado, ¡Vamos a creer un instituto para darles clases de verdadera virtud! La única duda que nos asalta es si serán capaces de aprovechar, recuerden ustedes que “loro viejo no aprende a hablar.

 

Somos Templos (del Espíritu), pero si no despertamos, nos dejaremos profanar. Sobreviven demasiados incendiarios de Templos y profanadores de Iglesias; el Maligno ha sido derrotado, pero se revuelca y convulsiona enfurecido, con sus coletazos agónicos, todavía quiere causar todo el mal que le sea posible.

 

“Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu Nombre; líbranos y perdona nuestros pecados….

 

Obra para que se note que no hemos merecido nada, que todo es por razón de tu Dulzura Misericordiosa, nosotros -los pecadores, perdonados por tu Infinita Bondad, lo que haremos será ensalzarte: ¡Contaremos tus alabanzas por los siglos! La mayor de ellas, ¡Tu Gratuidad!

 

Lc 10, 13-16

… el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente, y sintiendo sus cosas como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo los envía a toda ciudad y lugar adonde Él ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para que con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se le ofrezcan como cooperadores aptos siempre para las nuevas necesidades de los tiempos, abundando siempre en la obra de Dios, teniendo presente que su trabajo no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).

Apostolicam actuositatem

Pablo VI

 

Tal vez -para leer este Evangelio lucano de hoy-, lo primero a tomar en cuenta es que no se refiere a los Obispos, los Sacerdotes y/o l@s Consgrad@s. Con frecuencia, al terminar la lectura, salimos convencidos de que “esto no era conmigo”, que “esto se refiere a los curitas”, son ellos -decimos- los enviados y mandados a llevar la Palabra, a anunciar el “Mensaje”. Y, resulta que no, todo bautizado, todo iniciado en el cristianismo, tiene que verse como un discípulo-misionero.

Qué delegación tan hermosa es la Misión que el Señor nos ha entregado: Y, Él nos infunde su “autoridad”, es una trasferencia, una comunicación de mando, porque nos ha encargado la edificación del Reino, nos ha legado todos los instrumentos, nos ha heredado todas las pautas, hoy, nos trasmite su identidad, para que podamos transparentarlo. Escuchémoslo una vez más, y al oírlo recordemos que es la voz de Jesús quien lo pronuncia: “Quien a ustedes escucha, a mí me escucha; y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

Tengamos cuidado, hay que escuchar esta frase con éxtasis, pero, sin llegarnos a embriagar. Los que rechacen la enseñanza del Señor -aquí está claramente dicho que no es nuestra enseñanza, así que cuidémonos de tergiversarla- en vez de “escalar al cielo, bajarán al abismo.

Pedimos su autorización y su paciencia para decir una palabra más: frente al riesgo de la tergiversación, hay que tener cuidado de

a)    Haber “escuchado” con suma atención.

b)    Haber entendido bien.

c)    Dejarnos mover por el Santo Espíritu.

d)    Proceder con sincero celo evangélico

Hay -por ahí- quienes nos dicen, es que es tan difícil de entender y de estar seguros; ¡no desmayéis! el Señor ha soplado sobre nosotros su Espíritu, si obramos con sincero Espíritu Eclesial, con la Voluntad honesta de construir el Reino, estaremos libres de riesgo y saldremos airosos de las tergiversaciones.


Prácticamente el único peligro es la borrachera de “autoridad”. Nosotros debemos proponer con claridad; pero con ¡claridad amorosa! Muy respetuosamente, y luego de ofertar con toda la precisión que nos sea posible, quedémonos tranquilos, que el Señor obrará con el Verdadero Poder: el Poder de su Gracia.

Lc 10, 13-16

Ay de ti. No es una amenaza (¡ay!) sino una queja y un lamento (cf. 6, 24ss). Es el dolor de Dios por el mal del hombre, el dolor del amor no correspondido. La pena del juicio no es: “ay de ti”, sino “¡ay de mí por ti!”. En efecto, se convierte en la cruz de Cristo que es el “¡ay de mí!” de Dios por los males del hombre.

Silvano Fausti

Corozaín - situada a tres kilómetros al norte del lago de Genasaret-; צידה Betsaida -casa de la pesca- yכְּפַר  נָחוּם Cafarnaúm -pueblo de Nahúm-, poblado pesquero israelita, a orillas del mar de Galilea, en el norte del actual Israel, de allí habían salido los cinco primeros discípulos de Jesús; conducen el corazón de Jesús a lamentarse, que lacerante esquirla habéis sembrado en el Dulce Corazón de Jesús. El Señor tiene queja de vosotras, poblaciones infieles, que habéis recibido un trato Providencial, y que habéis sido privilegiadas con Sus Visitas y sus Ternezas, ¡Qué duro se ha mostrado vuestro corazón! ¡Duro hasta la amargura!

 

Recordemos que Dios comisionó a Jonás para llamar a Tiro y a Sidón -las ciudades que simbolizan la explotación de los pobres- a la conversión y ellas hicieron duelo-penitencial por sus pecados vistiéndose de sayal y sentándose sobre cenizas; por esto Tiro y Sidón recibirán en su sentencia un más blando veredicto.

 

Muchos piensan que Dios se hará el del ojo inflamado y que no se da cuenta de la infidelidad de Cafarnaúm, porque piensan que, se le pasarán por alto sus muchas fechorías y el desdén mostrado al Mesías; ellos han hecho honor al nombre de su pueblo, que significa “revoltillo”, porque allí se han coligado, como en un mercado persa, cientos de perversiones.

 

Que estas palabras nos sirvan de premonición para que abramos con gentil dulzura nuestro corazón para recibirte y prestemos todo nuestro oído a tu Amable Llamamiento a la Conversión. Entendamos que esta no era una sentencia sino un llamado en el que Jesús regatea nuestro amor, nuestro cariño, y nuestra aceptación.  “El no acoger a Jesús es trasgresión de la única ley de ese Dios que es amor”.

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