Bar 1, 15-22
Hemos pecado contra el
Señor desoyendo sus palabras. Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no
cumplimos los mandatos que Él nos había propuesto.
Bar 1, 17s
El
Libro de Baruc no lo encontraremos en las Biblias Judías (Tanaj), y-en
consecuencia- no está en las Biblias Protestantes. Pertenece al Segundo canon
(Deuterocanónico) o, como dirán ellos, se trata de un Libro apócrifo: Se dice
que fue escrito en hebreo, pero no se tiene ningún ejemplar y lo que hemos
conservado es gracias a ejemplares en griego.
Se
atribuye al secretario de Jeremías, quien habría trascrito su profecía y sus
datos biográficos. El inicio de este
Libro -en la introducción (1, 1-14) se nos informa que fue escrito en
Babilonia, y, que su autor la remitió a Jerusalén para que lo leyeran.
La
perícopa de hoy es una plegaria que llamamos de los “Exiliados”. En este aparte
se nos da una datación: en el día siete del mes, del año quinto cuando los
caldeos tomaron a Jerusalén y la incendiaron. Lo que traducido a nuestra
cronología significaría el quinto mes del año 585 a.C.
Una
actitud muy frecuente es buscar culpables y ubicar a quien podemos transferirle
la responsabilidad. Un chivo expiatorio suele ser el Mismísimo Dios: Dios mío
¿por qué nos haces esto? ¿por qué, ahora, que tanto necesitamos de Ti, nos das
la espalda? ¡Nosotros que hemos sido tan buenos, no nos merecemos esto! ¿Señor,
estás dormido, que no te das cuenta lo que estamos sufriendo? Bueno, y así
sucesivamente.
Baruc,
en su plegaria, y en general, en su profecía, llama al pueblo a
responsabilizarse por su infidelidad, por haber incurrido en idolatría y las
muestra que las calamidades que los han afligido -lejos de podérselas achacar a
Dios, son consecuencia de su descuido y su quebrantamiento de la Alianza. Han
sido el pueblo infiel el que ha dado la espalda a la Santa Ley, y ha
quebrantado los Mandamientos. Hicieron oídos sordos a sus profetas, haciendo
todo cuánto reprueba el Señor.
¿Qué
es lo que reprueba el Señor? Esta pregunta nos parece la pregunta clave, porque
por lo general pensamos que se trata de dejar nuestra religión e irnos a una
forma de culto donde se adora una cierta imagen, como en el caso del becerro de
oro. Sin embargo, la idolatría se define como la adoración
de una persona o de una cosa a la que se ama o se aferra de manera exagerada,
es una relación desproporcionada con un “objeto” que viene a suplantar esa
primacía que le debemos con exclusividad a Dios cuando Él dijo “Ama al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Cuando
algo nubla y empaña la experiencia de Dios, podemos hablar de idolatría.
Entonces, el requisito no es el cambio de religión hacia
algún paganismo, sino conculcarle al Señor Su Lugar Exclusivo. Y eso se produce
toda vez que nos salimos de los límites que el propio Dios nos enseña. Vamos a
dar un ejemplo acompañado de una exageración que nos llevará a levantar la
pancarta ¡pero eso todo el mundo lo hace! Como argumento defensivo, como
pretexto. Aquí va: Cuando estamos escuchando la proclamación de la palabra de
Dios y desviamos la atención para mirar el móvil que acaba de vibrar.
No se trata de levantar una hoguera para quemar vivo a quien lo hace. Se trata de desenmascarar las idolatrías que el mundo erige para descentrarnos de Dios. No se trata de medir con una escala de pecaminosidad sino de evidenciar que, por pequeños detalles, a veces casi imperceptibles, se empieza a fraguar un alejamiento de Nuestro Supremo Amigo.
Más que mostrarlo como un pecado de gravedad 50; se trata de
ver como podríamos corregir y trabajar para hacer más estable y más férrea
nuestro vínculo con la divinidad.
Si, se trata de problematizar ese acto que tratamos de
envolver en “papel de ingenuidad” para recomponer lo que deteriora el Amor
debido a Dios y hacernos conscientes que se trata de un adulterio-religioso.
Al poner este ejemplo, nos puede llegar a hacer más fácil
determinar otras mínimas infidelidades que roen en su borde lo que tendría que
permanecer indemne.
Como lo afirma Baruc, con estos actos hemos deshecho la
liberación que Dios nos concedió al sacarnos de Egipto. Es un caso de desobediencia pertinaz.
Sal
79(78), 1b-2. 3-5. 8. 9
Nos
encontramos con una súplica: Este es un salmo de ese género. El Salmista ruega
por Jerusalén, invadida, atropellada, profanada, demolida. Le pide a Dios que
mire en dirección a los cadáveres de las víctimas que han caído en Jerusalén
-pero desplaza la responsabilidad hacia los padres, o sea que el salmista hace
ver que ¡Todo es culpa de los antepasados! -y apremia a Dios que a esta
generación la socorra, y aplaque su ira.
Una vez más, nos hallamos ante este mecanismo evasivo, así sea para implorar socorro, nada es por causa nuestra y ese es el efugio, como hay otros tantos: por ejemplo, que nuestros pecados sin minúsculos, que hemos cometido insignificancias, o que las faltas son ajenas, y exhibimos la pecaminosidad ajena maximizándola -hasta convertirla en una viga- y minusculizamos la propia, porque no es más que una diminuta esquirla. Aún hay otra estrategia: exhibir nuestra “gigantesca santidad”, en ninguna parte hallareis cosa parecida. ¡Los arcángeles! Ridículos matachines a nuestro lado, ¡Vamos a creer un instituto para darles clases de verdadera virtud! La única duda que nos asalta es si serán capaces de aprovechar, recuerden ustedes que “loro viejo no aprende a hablar.
Somos
Templos (del Espíritu), pero si no despertamos, nos dejaremos profanar.
Sobreviven demasiados incendiarios de Templos y profanadores de Iglesias; el
Maligno ha sido derrotado, pero se revuelca y convulsiona enfurecido, con sus
coletazos agónicos, todavía quiere causar todo el mal que le sea posible.
“Socórrenos,
Dios, salvador nuestro, por el honor de tu Nombre; líbranos y perdona nuestros
pecados….
Obra
para que se note que no hemos merecido nada, que todo es por razón de tu
Dulzura Misericordiosa, nosotros -los pecadores, perdonados por tu Infinita
Bondad, lo que haremos será ensalzarte: ¡Contaremos tus alabanzas por los
siglos! La mayor de ellas, ¡Tu Gratuidad!
Lc
10, 13-16
… el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este
Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente, y sintiendo sus cosas
como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo
los envía a toda ciudad y lugar adonde Él ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para
que con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se
le ofrezcan como cooperadores aptos siempre para las nuevas necesidades de los
tiempos, abundando siempre en la obra de Dios, teniendo presente que su trabajo
no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).
Apostolicam actuositatem
Pablo
VI
Tal
vez -para leer este Evangelio lucano de hoy-, lo primero a tomar en cuenta es
que no se refiere a los Obispos, los Sacerdotes y/o l@s Consgrad@s. Con
frecuencia, al terminar la lectura, salimos convencidos de que “esto no era
conmigo”, que “esto se refiere a los curitas”, son ellos -decimos- los enviados
y mandados a llevar la Palabra, a anunciar el “Mensaje”. Y, resulta que no,
todo bautizado, todo iniciado en el cristianismo, tiene que verse como un
discípulo-misionero.
Tengamos
cuidado, hay que escuchar esta frase con éxtasis, pero, sin llegarnos a
embriagar. Los que rechacen la enseñanza del Señor -aquí está claramente dicho
que no es nuestra enseñanza, así que cuidémonos de tergiversarla- en vez de
“escalar al cielo, bajarán al abismo.
Pedimos
su autorización y su paciencia para decir una palabra más: frente al riesgo de
la tergiversación, hay que tener cuidado de
a) Haber “escuchado”
con suma atención.
b) Haber entendido
bien.
c) Dejarnos mover por
el Santo Espíritu.
d) Proceder con
sincero celo evangélico
Hay
-por ahí- quienes nos dicen, es que es tan difícil de entender y de estar
seguros; ¡no desmayéis! el Señor ha soplado sobre nosotros su Espíritu, si
obramos con sincero Espíritu Eclesial, con la Voluntad honesta de construir el
Reino, estaremos libres de riesgo y saldremos airosos de las tergiversaciones.
Lc
10, 13-16
Ay de ti. No es una
amenaza (¡ay!) sino una queja y un lamento (cf. 6, 24ss). Es el dolor de Dios
por el mal del hombre, el dolor del amor no correspondido. La pena del juicio
no es: “ay de ti”, sino “¡ay de mí por ti!”. En efecto, se convierte en la cruz
de Cristo que es el “¡ay de mí!” de Dios por los males del hombre.
Silvano Fausti
Corozaín
- situada a tres kilómetros
al norte del lago de Genasaret-; צידה Betsaida -casa de la pesca- yכְּפַר נָחוּם Cafarnaúm -pueblo de Nahúm-, poblado
pesquero israelita, a orillas del mar de Galilea, en el norte del actual Israel,
de allí habían salido los cinco primeros discípulos de Jesús; conducen el
corazón de Jesús a lamentarse, que lacerante esquirla habéis sembrado en el
Dulce Corazón de Jesús. El Señor tiene queja de vosotras, poblaciones infieles,
que habéis recibido un trato Providencial, y que habéis sido privilegiadas con
Sus Visitas y sus Ternezas, ¡Qué duro se ha mostrado vuestro corazón! ¡Duro
hasta la amargura!
Recordemos
que Dios comisionó a Jonás para llamar a Tiro y a Sidón -las ciudades que
simbolizan la explotación de los pobres- a la conversión y ellas hicieron
duelo-penitencial por sus pecados vistiéndose de sayal y sentándose sobre
cenizas; por esto Tiro y Sidón recibirán en su sentencia un más blando
veredicto.
Muchos
piensan que Dios se hará el del ojo inflamado y que no se da cuenta de la
infidelidad de Cafarnaúm, porque piensan que, se le pasarán por alto sus muchas
fechorías y el desdén mostrado al Mesías; ellos han hecho honor al nombre de su
pueblo, que significa “revoltillo”, porque allí se han coligado, como en un
mercado persa, cientos de perversiones.
Que
estas palabras nos sirvan de premonición para que abramos con gentil dulzura
nuestro corazón para recibirte y prestemos todo nuestro oído a tu Amable
Llamamiento a la Conversión. Entendamos que esta no era una sentencia sino un
llamado en el que Jesús regatea nuestro amor, nuestro cariño, y nuestra
aceptación. “El no acoger a Jesús es
trasgresión de la única ley de ese Dios que es amor”.
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