Jon 1,1 – 2,1. 11
Una noveleta
Un ángulo de enfoque muy atractivo -por lo pintoresco- es
el de la ballena. Se puede tomar, y de hecho muchas veces se ha tomado, porque
de toda la perícopa sólo conservamos en la memoria este episodio, seguramente
por un gusto y una cultura que recibió muy bien la literatura de aventura y los
relatos de acción. Nos ha sucedido con frecuencia que, al hablar de este Libro,
no se recuerda nada más, y muchos intentos de exegesis se hacen a partir de ese
enfoque.
Un intento que me parece sorprendente y sorprendentemente
desenfocado consiste en ver a Jonás, como un rebelde, inclusive se le ha
llegado a mirar como paradigma del “revolucionario” porque se recalca, su
desobediencia como una virtud, y se entra en el elogio de esa desobediencia.
Esta insubordinación tiene como sustrato un odio hacia los paganos -que en este
caso están personificados en los Ninivitas.
Para nosotros, este personaje, está directamente
relacionado con dos figuras de la “Parábola” del Samaritano: el sacerdote, y el
Levita, que están directamente presentados como ejemplo de “insensibilidad”, de
“indiferencia”. Pero -a la vez- se conecta con la elección que hizo Jesús de un
personaje “héroe”, porque -como vimos recientemente-, Jesús también fue víctima
de la actitud discriminativa de los samaritanos, cuando Él quiso pasar por su
territorio (Cfr. Lc 9, 51-53), pero el que se compadeció fue precisamente aquél
samaritano.
El Libro de Jonás fue escrito en el siglo V, o sea que se
trata de una obra post-exilica. Es importante -a nuestro parecer- tomar en cuenta que en 2R 14, 25, aparece un
profeta homónimo, que nada tiene que ver con nuestro renegado, respaldando a
Jeroboam II y aparece -también- el profeta Amós (760 750 a.C. aproximadamente)
que se le opone. Este que estamos leyendo estos tres días, hasta el miércoles,
-así llamado “profético”- es, más bien, un Libro de carácter sapiencial. En la
semana anterior vimos varios personajes de esta época -por ejemplo, Esdras y
Nehemías, y el profeta Baruc-, y hablábamos del regreso a Jerusalén, del Templo
y su reconstrucción, además vimos algunas medidas que se tomaron, intentando
rescatar la identidad de este pueblo, y la difícil y pesada resistencia que la
idolatría significó, especialmente a causa de los matrimonios con gentiles, que
fueron declarados nulos, y cuyas mujeres fueron expulsadas de la comunidad,
medida prescrita, pero no siempre cumplida.
En ese momento hablábamos, identificando una severidad y
una razón de ser de esas políticas que, en su conjunto, configuraban un
nacionalismo recalcitrante. En esa misma línea ubicamos a este “profeta”. La
lectura del conjunto del Libro nos deja ver, que para este “profeta”, todo el
resto de la humanidad “desmerece” la Misericordia de Dios, son menos que un
ricino, y la exigua sombra que él pueda proyectar.
Varías razones nos llevan a la caracterización del Libro de
Jonás como sapiencial, que no profético:
a) La
“profecía” de Jonás se limita a una frase: “En cuarenta días, Nínive será
arrasada”
b) Esa
profecía no se cumple.
c) Las
obras proféticas son, casi por lo general, en verso, con comentarios en prosa;
aquí la proporción es inversa y el Libro es mayoritariamente en prosa.
d) Los
profetas examinaban con profunda comprensión y conocimiento de la situación la
realidad socio política de su momento.
En cambio, Jonás no parece saber nada; no se dice que han hecho de malo
los Ninivitas, ni que deben hacer para evitar el castigo, no se les dice la
causal de esta amenazada destrucción, ni quien será el autor de su castigo.
Es así como nuestro protagonista es envidado a Nínive y él,
por no cumplir la misión, se va en dirección opuesta, se embarca hacia Tarsis.
El Señor, con mano firme lo cuestiona por su deserción y lo envuelve en las
redes de un flagrante naufragio. Los marinos del barco en el que viajaba lo
echan -a su pesar- fuera de borda, según su propia sugerencia. Los marinos
ofrecen sacrificio al Dios de Jonás, que aplacó la tormenta cuando entregaron a
su rehén.
Fue así como Jonás terminó devorado por un gran pez que -el Señor hizo- que lo regurgitara en tierra firme, al cabo de tres días.
(Sal) Jon 2,3. 4. 5. 8
Estando Jonás en el vientre del דָּגָה [dagah] “pez”,
pronuncio esta plegaria. Recapacita en su situación, viene la plegaria en esa
hora y en ese momento lo asiste, y su fe le da alas a su plegaria para
impulsarla en firme vuelo desde lo hondo de la fosa hasta el recuerdo del
Templo. Es una oración-memorial.
No envía sus ruegos al Cielo, pero, busca una equivalencia,
y recuerda que el Templo es Morada de Dios entre los hombres. Así que hacía
allí envía su oración. No hacia un lugar sino hacia una imagen memoriosa,
re-actualización desde el Abismo.
Enviado -en el מְעֵי [mahyo] “estómago” del pez a lo profundo del mar, -seguramente consciente de su culpa- reconoce que ha sido apartado de la Santa-Divina-Presencia y se pregunta su es esa situación su final o habrá después alguna oportunidad de regresar ante su חָ֫סֶד [chessed] “Misericordiosa-Benévola-Presencia”.
En el responsorio proclamamos que Su Misericordia siempre
prevalecerá y dirá la última Palabra.
Lc 10, 25-37
La projimidad es una relación de
reciprocidad
¡Si! Vamos a empezar al revés. Vamos a ir directo al
desenlace de la parábola, nos encontramos en la parábola con un “samaritano”
que personifica el “concepto” de “prójimo”.
Nuestra manera de pensar, nuestro procedimiento mental, para hacernos a un concepto, por lo general es dar lo que denominamos una “definición”. La pregunta que hizo el “abogado”, licenciado en derecho teologal, era sobre el “concepto de “Prójimo”. Jesús, no por dar rodeos inútiles, sino para dar una respuesta verdaderamente comprensible, genera un dialogo, lo que implica partir de lo que uno sabe y piensa, para -a partir de allí- “construir” conjuntamente con el que “no-sabe”. Dar una respuesta consiste en armar con las “fichas” de lo sabido, la estructura de “lo que NO se sabía”. ¿Es exactamente lo mismo? Cuando se da una definición ¿no se arma lo que No se sabía con lo ya sabido? ¡No! Ahí se parte de las fichas del que responde, armando algo útil para el que “responde” (al que llamamos maestro); pero, el que NO sabía, sigue en la misma situación, sigue sin-saber.
Las parábolas tienen esa peculiaridad, parten de lo que “el
que No sabe” tiene (conocimientos previos), para construir, juntos la
“experiencia” interna (del que llamaremos “discípulo”) alcanzando, por fin, lo
que quería saber. Podríamos decir, usando la imagen tradicional del
aprendizaje, que no le da una respuesta, sino que le crea la situación
experiencial idónea a la adquisición de ese “Saber”.
Notamos, que la clave está en “tener compasión”,
en experimentar, en las propias entrañas, lo que le pasa a un “semejante”. Sólo
si sentimos -en carne propia- lo que otro vive, estaremos lo suficientemente
“cerca” del otro, para que podamos “entregarnos”. Hagamos un paréntesis y
miremos a Jesús, ¿podría habernos salvado sin haberse “humanado”? ¡No! Sin
humanarse, habría actuado como el sacerdote y el levita, habría permanecido
ajeno, “extranjero”, a lo que nos pasa como seres humanos. Por eso, lo primero
que hace Dios para salvarnos es “abajarse” de su “extranjería” y hacerse uno de
nosotros, “projimizarse”, (disculpen, sería mejor decir -más correcto en
nuestra lengua- “acercarse”, “aproximarse”). Esta aproximación es tal que, “se
calza nuestros propios zapatos”. Su compasión es “abajarse” de su propia
cabalgadura, limpiar y curar nuestras heridas con aceite y vino, y
“hospitalizarnos” -corriendo con todos los gastos- hasta que, por fin, estemos
“restaurados. Solo podíamos ser “salvados” por nuestro Semejante, Alguien que
pudiera ponerse nuestros zapatos, Alguien que pudiera ponerse en nuestro lugar,
“sólo lo que es asumido, puede ser redimido”.
¿Se nos dio este texto para que tuviéramos cinco o diez
minutos de hermosa Lectura? Todo esto no es un bonito ejercicio de Jesús como
cuenta-cuentos (cuentero); es nuestro CURSO-TALLER DE SALVACIÓN. No es un cuentico curioso
de la aventura de un hombre que fue comido por un pez gigante, no es la
historia de un viajero que encontró un señor que lo habían atracado. No es
literatura. (aun cuando tiene el valor literario de obras dignas del premio
Nobel de Literatura). ¡Pero esa no es su finalidad! No fueron escritas para ser
premiadas, aplaudidas o estudiadas en los talleres de literatura. Nos han
llegado a nosotros como piezas de Salvación. La manera como termina Jesús su
“enseñanza” es contundentemente clara: “ANDA Y HAZ TÚ LO MISMO”. Lo que Él hizo
en la cruz, fue iniciar la serie de lo único que salva. Lo que salva no son las
plegarias en sí mismas, ni las devociones más pías, ni los aplausos que le
demos a Jesús; lo que Salva es que hagamos nosotros tal como Él hizo, que
obremos como prójimos, ¿nos reconocemos discípulos misioneros? ¡Pues esa es la Misión!
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