domingo, 31 de agosto de 2025

Lunes de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 

1Tes 4, 13, 18

Hay en griego una palabra interesante, es la palabra έκσταση [ekstasi] “rapto”, 
que tiene que ver con una especie de separación, de desprendimiento para elevarse hacia 
las esferas superiores. Esta palabra proviene del griego ἔκστασις [ékstasis], 
salir de sí, abandonar su estado”, “salir de su lugar”; que pasó al latín, se 
cree que, por obra de Tertuliano, tiene una connotación de enajenación, de 
alucinación con tintes evidentemente místicos.
 
En griego tenemos la palabra ἄγω [ago] -que aparece aquí, en la perícopa que 
estudiamos hoy- en futuro de indicativo (activo), ἄξει [axei] “se los llevará”, 
que muchos traductores han interpretado como un “rapto”. Quizás con la única dificultad 
que el rapto implica una especie de acto contra-voluntad, “llevados a la fuerza”. ¡Y esto 
no es lo que sucede aquí!
 

En hebreo se tiene la expresión חֲטִיפָה [jatifa] “secuestro” que nos parece mucho más próxima que la de “rapto”. Siempre tomando en cuenta que su uso tiende a la exteriorización de un estado de ánimo, de un sentimiento que sobreviene de manera abrupta. ¿Qué es lo que dice exactamente en el texto de 

1 Tesalonicenses? Veámoslo:


Si de verdad creemos que Jesús murió y resucitó, y fue llevado al Trono Celestial para sentarse con el Padre en el Sitial Privilegiado, así también tenemos que ser capaces de “ver” que todo esto que Él tiene en Concordia Plena con el Padre, está dado para que nos cobije también a nosotros. Los Tesalonicenses estaban afligidos al ver que algunos de los miembros de la Iglesia -de la Comunidad Creyente- habían muerto y se pusieron a pensar que ellos habían perdido la oportunidad de hacerse con la resurrección. Desde ese enfoque, sólo los que estaban vivos podían beneficiarse con este Don-Celestial, pero los que ya habían muerto, muertos se habrían de quedar.

 

Es aquí donde Pablo tiene que enfocarse, tiene que clarificarles cómo se da este proceso: Les dice que habrá unos signos precursores, a saber, se escuchará la Voz del Ángel, y -segundo- se escuchará el sonido de la σάλπιγγι [salpingi] “trompeta” -pero es una trompeta especial, para dirigir los grandiosos movimientos de la Victoria Apocalíptica-, el Mismo Jesús hará levantar a los que habían fallecido, ἀναστήσονται [anestesontai] “los resucitará”, “los  levantará”, para añadirlos al conjunto de los vivientes de aquel momento. Ese será el momento de “pasar” a la Presencia del Señor.

 

Con mayor precisión ¿cómo se dará este fenómeno? Respuesta: ἁρπαγησόμεθα [harpagesomeda] “Seremos llevados” entre nubes” al encuentro del Señor. ¡Llevados, no raptados!

 

San Pablo no es inconsciente de lo que está hablando, él se da cuenta que les está revelando un evangelio de consolación, y les entrega este mensaje para que lo difundan entre ellos y sepan de verdad que los que muramos antes del clamor de la Trompeta Victoriosa no seremos abandonados de la Misericordia Divina. Él nos reunirá con los que en tal momento estén vivos y nos apacentará hacia la Presencia del Padre. Repitamos, una vez más: ¡Llevados entre nubes! ¡No se afanen por los que estarán dormidos en aquel Momento, porque Jesús los “despertará” para sumarlos a la Multitud de los Redimidos!

 

Jesús nos corrigió la concepción de la muerte, señalándonos que se trata tan sólo de una dormición. Esta idea se ha reinsertado en la expresión “cementerio” que significa, sencillamente, “dormitorio”, “lugar de descanso”.


Como siempre, hay quienes se ponen a protestar y reclaman porque San Pablo no describió con mayor exactitud cómo sería la Resurrección. Con lujo de detalles; olvidando que el Señor siempre se revela parcialmente, porque una información más pormenorizada, -en vez de ayudarnos- sería una carga en la consciencia, una preocupación inútil, un desvelo desesperante. Dios reveló lo estrictamente necesario, y lo que ignoramos, nos sirve para procurar con mayor desvelo cumplir todas las condiciones.

 

Sal 96(95), 1 y 3. 4-5. 11-12. 13

Cuando decimos era cristiana quiere decir que, a partir del nacimiento de Jesús en carne humana, ha empezado a correr un tiempo nuevo, tiempo kairótico, en este tiempo nuevo, se precisan unos canticos nuevos, siempre nuevos, porque tienen que ir abriendo los ojos y si el cantico es viejo, esos cantos dejan de ser colirio eficaz para despegar los parpados que nos enceguecen porque nos los han cosido, esta ceguera su cura con tratamientos por vía auditiva.

 

Urge tomar conciencia de esta responsabilidad, tenemos que componer nuevos cantos, no repetir como la noria porque sus acordes suenan latosos y monótonos, no dicen nada y aburren infinitamente. Nadie les presta atención, es un sonsonete ineficaz.

 

Aprendamos pues a glorificar, a contar las grandezas del Señor con un lenguaje Nuevo. Para llevar este kerigma por toda la tierra.

 


Los dioses inventados por los humanos son fantasías, sólo el Dios que se ha Manifestado, el Dios-Revelado es el Creador de todos los cuerpos siderales. Mirad el Cielo y veréis la Grandeza del Creador.

 

Así, lo que destaca el profeta es que toda la Creación habla de Dios, ¡no que todas las criaturas son Dios! Sino que Él es el Artífice.

 

Este kerigma comprende la Revelación de su Venida, no está tan distante, llegará antes de los que lo retrasan para mostrarlo impotente y para volverlo imposible, más temprano que tarde hará su Segundo Ingreso en la Historia, pero esta vez Glorioso, lleno de Victoria. Su Nombre será Justicia-y-Fidelidad. Anhelamos su reinado: ¡Venga a nosotros Tu Reino!

 

Lc 4, 16-30

Empezamos de nuevo, y esta vez será con el Evangelio de San Lucas. Esta labor con el Evangelio Lucano nos llevará hasta el 29 de noviembre; al Día siguiente estaremos en el Año nuevo Litúrgico 2026, porque será el Primer Domingo de Adviento. (Durante este periodo de lo que resta del presente año litúrgico, habrá 9 excepciones, en las que leeremos Evangelios de Mateo o bien de Juan, porque son Fiestas que tienen Lecturas Propias).


Después del Evangelio de la Infancia -en San Lucas- hay dos episodios claves:

1)    El bautismo de Jesús

2)    Las tentaciones en el Desierto

 Luego, desembocamos en este episodio de hoy. Este episodio es como el prólogo de Juan, sólo que Juan está interesado por el enorme salto que Jesús-Dios da, de la eternidad para ingresar en la historia; mientras a Lucas le interesa el enorme salto que Jesús va a dar desde la Vida Oculta a la Vida Pública.

 

El primer dato que nos entrega Lucas es que este “salto” no se da por un empezar a hacer algo nuevo, nada por ese estilo, dice que Jesús sigue haciendo lo que era su costumbre hacer, va a la Sinagoga, como lo hacía todos los sábados. Recibe uno de los Rollos, que resulta ser el del profeta Isaías y lo desenrolla -como se hacía en aquella época cuando todavía no había libros en formato “códice”- de manera tal que va a leer del que nosotros -hoy por hoy- llamamos, capítulo 61, 1-2a. (Nos compete señalar que no lee la parte b del versículo 2, donde se habla de un espíritu de “revanchismo” de parte de Dios). Re-enrolla y devuelve el Rollo al ὑπηρέτῃ [hiperete] un subalterno que había recibido este encargo de alcanzar y recibir los rollos de la Tanaj dentro del ritual sinagógico, se suele traducir como “ayudante”, una especie de “acólito”.

 

Lo que había leído Jesús del profeta era, partiendo de que Dios “lo había ungido”, le había entregado una Misión que cabría subdividir -para mejor captarla- en 5 puntos:

1)    Evangelizar a los pobres

2)    Proclamar a los cautivos la libertad

3)    A los ciegos, la vista;

4)    Poner en libertad a los oprimidos

5)    Proclamar el año de Gracia del Señor (El Jubileo). Pero no porque se hubieran completado 7 semanas de 7 años, sino porque había llegado Él, nuestro Salvador. La “llegada” del Mesías, nuestro Salvador, era el motivo para la institución de esta celebración Jubilar.

 

Después de proclamar las Lecturas, debería seguir la “homilía”. Dado que es una homilía breve, vamos a trascribirla aquí: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acaban de oír”. Ese hoy no es un día de 24 horas, sino el “Tiempo Presente”, el tiempo en que Jesús está Presente, o sea, desde aquel momento y en lo sucesivo.

 

hay, un factor muy importante- el carácter performativo de la Palabra de Dios; como cuando en un hogar inteligente, entro y pronuncio “enciende la luz”, y la domótica se hace cargo, de tal manera que “automáticamente” se enciende la luz. Sin embargo, esto no depende -propiamente dicho- de la performatividad de la Palabra, sino de los dispositivos robóticos predispuestos en ese ambiente. El ejemplo es un “ejemplo” para dar a entender de qué estamos hablando, cuando decimos performatividad. Ahora si vamos a ver un caso real de performatividad de la Palabra: «Entonces, dios dijo: “¡Que haya luz!”  Y hubo luz. Nada ni nadie más que la Palabra de Dios, bastó para llamar algo de la inexistencia a la existencia. Una vez entendido lo que es la “Palabra de Dios en su dimensión performativa, podemos entender la conexión entre lo que leyó Jesús -que no perdamos ni por un instante de vista que es Dios-y-hombre-  en su kénosis renunció a muchas prerrogativas de su Divinidad para ser un hombre verdadero, porque Él no estaba fingiendo, sino que se hizo enteramente humano para asumir todo lo humano y poder redimir nuestro ser.

 

Miremos otro ejemplo verdadero, cuando el Presidente de la Eucaristía pronuncia las palabras del relato de la Institución dentro de la Plegaria Eucarística, justo después de la Epíclesis, lo que hace que el pan y el vino se “transustancien”, es el poder performativo que contienen esas Palabras, por ser las que Él pronunció en Aquel instante y que, desde ese momento, resuenan en la Eternidad, por los siglos de los siglos; lo que el Sacerdote-Presidente capta es la vibración eterna de esa performatividad,  que lleva a un nuevo ser del Pan y del Vino: Ser Cuerpo-Sangre-Alma-Divinidad. El ser ha devenido un Nuevo-Ser.

 

Quién confeccionó la Transustanciación fue el poder performativo de la Voz de Jesús perdurando en la Eternidad de su Sumo Sacrificio. La palabra pasa de decir a “ser acto”; por eso hablamos de actualización. Muchas veces cuando hablamos de actualización la gente piensa en decir lo que se dijo otrora, con lenguaje “moderno”, ojalá con palabras de le jerga juvenil; pero no, no es por ahí. A lo que se alude esa performatividad, es al hecho de que no se nombre algo, sino que se ordena que sea. Pero una performatividad tan ontológica, sólo cabe a la Palabra Divina. Nuestra palabra sólo llega a una performatividad muy limitada, decirle a alguien que lo haga por nosotros, como cuando decimos “Joselito, encienda la luz que aquí está muy oscuro”. Evidentemente este es un “significado” teológico”, por ser a Dios ¡al Único que le asiste semejante desaforada creatividad!

 

Miremos, en un instante cual fue la frase con la que Jesús-Dios inauguró una nueva era: “Esta Escritura se ha cumplido hoy”. (Lc 4, 21)

 

¡Advertencia! No estamos ante un acto de magia. Sino ante el reconocimiento del Poder anidado en las palabras que Dios pronuncia. El celo que lleva al Sacerdote a no pronunciar estas Palabras a su aire, sino leídas del Misal -durante la Transustanciación- estriba en esta consciencia de estar haciendo reverberar, las mismas vibraciones registradas en la dimensión-eternal.

 

Viene toda una segunda parte. Porque ahora, estos asistentes a la sinagoga le van -prácticamente- a exigir que demuestre, ante ellos, toda la fama que le precede según los prodigios que les habían llegado a oídos, procedentes de Cafarnaúm. No se trata solamente de pedir una demostración de Su Poder; sino, lo que es más grave, en querer reducir a Dios a una atracción de feria.

 

Me disculpo por el símil tan prosaico al que apelo, pero permite trasparentar mejor qué fue lo que pasó: ¿Qué pasa cuando el mico, frente a su numeroso público se niega a saltar de rama en rama con vigoroso impulso? El público se aíra. Toman piedras y quieren acabar con el pobre trapecista. Ellos que le habían traído bananos y otros frutas, dulces y juguetes, arden en la cólera contumaz. ¿Quién se habrá creído?

 

Viene la mención de los profetas Elías y Eliseo y la argumentación del rechazo que la gente en su tierra natal tiene hacia los profetas: Jesús se inserta así en la corriente del profetismo. Muchas veces -y de una manera verdaderamente pintoresca- nos hacemos a la imagen del profeta como una especie de “muñeco ventrílocuo” que Dios instrumentaliza para comunicarse: Títere cuya boca profiere lo que Dios le inculca. Hay que ir más allá para entender por qué Jesús se inserta en esta corriente. El profeta en verdad lo que hace es hacer visible la Obra y la Presencia de Dios en medio de su pueblo, lo que, sin su ayuda, les pasaría desapercibido. ¡Los hace ver! (Por eso está en el centro del quiasmo, el dar vista a los ciegos).


¿Quieren ver su poderío? Pues, aquí está: aun cuando quieren despeñarlo, pasó entre ellos y siguió su camino. No hizo maromas, pero obró un signo contundente: se hizo inasible. Pasó de ellos como si Él fuera un puro vapor, o un suspiro, en fin, un ente tan espiritual que sus manos eran incapaces de capturarlo.

 

¡Atrevido, y dizque compatriota nuestro! ¡Fuera! ¡Lárguese con sareptos y sirios!

 

El los atravesó -como si fueran una barrera- incapaz de detenerlo en su objetivo, de desviar su propósito; siguió adelante para dar cumplimiento al Plan que el Padre había concebido para nuestra Salvación.

sábado, 30 de agosto de 2025

NO VIVIR COMO CAZA-RECOMPENSAS


Eclo 3, 17-18. 20. 28-29; Sal 68(67), 4-5ac. 6-7ab. 10-11; Heb 12, 18-19. 22-24a; Lc 14, 1. 7-14

 

“Cuando la imagen Divina, Dios Hijo, vio como el ángel y el hombre, que fueron creados conforme a Él, es decir, a imagen de Dios (sin ser la imagen de Dios) se perdían por una apropiación indebida de la imagen, dijo ¡Ay! Sólo la miseria no despierta envidia… Quiero ofrecerme a los humanos como el hombre despreciado y el último de todos… para que ellos por celos, ardan en deseos de imitar en mí la humildad, mediante ella alcanzarán la gloria…”

Guillermo de St. Thierry

 

Entendamos -antes de empezar a entender lo demás- a qué Banquete de Bodas solemos ser invitados, mínimo una vez a la semana. Hoy, se vale recordar que la palabra humildad hace alusión a la palabra latina humus, que significa tierra, para hablarnos y destacar a quienes están a nivel del suelo, virtud que fuera ensalzada ya por los Santos Padres Cipriano de Cartago y Ambrosio de Milán, inicios del siglo III y finales del IV, respectivamente; pero no se puede seguir de largo sin observar que el humus es aquella capa orgánica del suelo que es rica en nutrientes y -dada su permeabilidad- contribuye a la aireación de la tierra y la hace fértil. Para entender la esencia de la humildad, y la lógica hacia la que nos convierte- debemos examinar con rigurosidad el Salmo 67, que al finalizar la perícopa que leemos hoy, subraya:

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

Y tu rebaño habitó en la tierra

que Tu Bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

 

Hay cosas pequeñas, como el pan, las uvas, los peces, el cajón del heno de un pesebre, una modesta barcarola, o una burda cruz que casi desde cualquier perspectiva están en el abismo de la insignificancia. Estamos tan acostumbrados a nuestra “lógica” con la que juzgamos todo, discernimos y optamos. Pero, es tan supremamente importante para nuestra salvación tratar de aprender de la Lógica de Dios. Porque Dios no piensa como nosotros (Cfr. Is 55,8) y en realidad la Liturgia de este Domingo es un verdadero curso de Lógica Divina. Esa lógica, desde nuestro punto de vista, es por lo menos paradojal. Nos parece que está patas arriba y eso se debe a que la nuestra se apiló sobre el poder, la arrogancia y el egoísmo: Cicatrices imborrables que quedaron en Adán-Caído.


Sin embargo, la Redención no es otra cosa que el Sacrificio de Dios Humanado para que pudiéramos reconocer las descompuestas bases que soportan nuestro estilo de pensamiento. ¿Cómo y qué podemos hacer para enderezar nuestro entendimiento? ¡No es fácil, no es fácil! Decir humildad es fácil, pero la frontera entre la sincera humildad y la humildad fingida-la humildad actuada, es muy tenue. Por otra parta la humildad no puede vulnerar la dignidad; por muy humilde que se sea, jamás se puede olvidar que somos “hijos de Dios”, y tampoco que somos –en virtud del bautismo- “Sacerdotes, Profetas y Reyes”. Por un lado, está el abismo de la humildad falaz y –del otro lado- el precipicio donde la persona es denigrada, negada en su dignidad, envilecida. La humildad, por eso, es en la verdad: La humildad está entre las virtudes cristianas y está entre las herramientas perentorias para la construcción del Reino.

 

Así como el albañil requiere la espátula para su obra, a los obreros del Reino les urge la humildad. Para ver cómo se la usó en las fases fundamentales de la Redención, nos gustará disfrutar del siguiente relato intitulado “Tres árboles sueñan”[1] que parece ilustrar la famosa frase de Marcel Aymé, “La humildad es la antecámara de todas las perfecciones”. (Perfección que se busca como meta propuesta por Jesús: Sed perfectos como mi Padre es perfecto (Mt 5, 48); y no como arrogancia comparativa y competitiva con nuestros hermanos a quienes nos aconseja San Pablo, “en humildad, tened a los demás por superiores a vosotros,” (Flp 2, 3b)) Vale la pena –a medida que leemos- ir teniendo en cuenta que la humildad de los tres árboles jamás les impidió mirar hacia arriba, y tener aspiraciones; porque mientras la soberbia entorpece el Camino, las aspiraciones legítimas nos ennoblecen, nos alzan, nos levantan, acercándonos a los Ojos y a la Sonrisa del Paternal Orgullo de Dios.



«Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles amigos que soñaban en grande sobre lo que el futuro deparaba para ellos.

 

El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y de piedras preciosas. Yo seré el cofre de tesoros más hermoso del mundo".

 

El segundo arbolito observó el pequeño arroyo en su camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar conmigo a reyes poderosos. Yo seré el barco más importante del mundo".

 

El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamás dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levanten su mirada al cielo y piensen en Dios. Yo seré el árbol más alto del mundo".

 

Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la arremetida de su hacha el primer árbol cayó. "Ahora me deberán convertir en un cofre hermoso, voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.

 

Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es perfecto para mí!". Y con la arremetida de su hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol, "Deberé ser el barco más importante para los reyes más poderosos de la tierra".



El tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se fijó en él. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su hacha, el tercer árbol cayó.

 

El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero lo convirtió en un pobre pesebre para alimentar a las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras preciosas. Solo contenía pasto.

 

El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero pronto se entristeció porque no era el mar, sino un lago. No había por allí reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, hicieron de él una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia.

 

Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, de repente, el primer árbol comprendió que contenía el tesoro más grande del universo.


 

Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba! ¡Qué gran pena, pues no servía ni para un lago! Se sentía un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el Maestro, sereno, se levanta y, alzando su mano dio una orden: "Calma". Al instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro, supo que llevaba a bordo al Rey del cielo, tierra y mares.

 

El tercer árbol fue convertido en sendos leños que por muchos años fueron olvidados como escombros en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía en aquella penuria inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud!


De repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre las espaldas de un inocente que había sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó, Doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. El tercer árbol se sintió avergonzado pues, no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquél crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada.

 

Pero el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol más valioso que había existido o existirá jamás pues aquel hombre era el Rey de reyes y se valió de él para salvar al mundo!


La cruz era trono de gloria para el Rey victorioso. Cada vez que la gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar más digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en el más alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán en Dios.»

 

La moraleja puede llevarnos a caer en el fariseísmo. Es que estos árboles no supieron fijar metas y no sabían en qué debían soñar. Y, es todo lo contrario, ellos supieron soñar y trazarse un verdadero destino porque quisieron ser útiles, aportarle mucho al mundo y lo hicieron pensando en Dios, muy especialmente aquel que quería servirle a la humanidad como recordatorio de Dios.


Indudablemente que en el mundo hay muchos que instrumentalizan nuestros sueños y anhelos, y buscan lucrarse con ellos. Los hay -en número plural- que talan arboles sólo en procura de hacerse a pingües ganancias. Y, los cortan todos y cuantos hallan a su paso, para que el botín sea suculento. En su avaricia se vuelven profesionales de la deforestación y la anti-ecología. Esos dan clases de humildad aquí, allá y acullá, sólo para que los árboles se doblen y se acomoden lo más convenientemente para recibir rejo y garrote. ¡La humildad sólo a Dios se le tributa!

 

¿Qué es la kénosis? Cristo Jesús «… Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con Él, sino que renunció a lo que era suyo y tomo naturaleza de siervo. Haciéndose uno como nosotros y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». (Flp 2, 6b-8)


Con la lógica falaz del mundo (no de la Creación Divina que era totalmente pura; sino de las importaciones del Malo), creemos ver tres árboles “arrogantes” que sobrepasaban en vanidad su verdadera estatura, y nos parece estar mirando al Monte Sion, sin ser capaces de reconocer en él, a la Asamblea de los primogénitos inscritos en el Cielo, el Cuerpo Místico de Cristo. Al ser invitados al Banquete de Bodas del Cordero Mediador de la Nueva Alianza-, queremos compartirles la invitación a los vecinos ricos, amigos y familiares, y -en cambio- el Evangelio nos propone invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos (a estos según el fariseísmo les estaba prohibido insertarse en las prácticas religiosas y cultuales; eran los discriminados). En cambio, nuestra senda de santidad está bordeada por la modestia y sencillez de la que nos habla Jesús en el Evangelio; toda la vida de Jesús fue un paradigma de abajamiento, de kénosis, y, -por el otro lado- por la Misericordia del Creador que nos ofrece “crecer como cedros del Líbano plantados en la casa del Señor… para proclamar que el Señor es Justo, que en mi roca no existe maldad (Cfr. Sal 92(91)), para que no se pisotee al humilde con la jactancia del arrogante, que siempre lo mira por sobre el hombro. Volvamos, ahora al Salmo 68(67): Definitivamente, “se levanta Dios, que se dispersen sus enemigos”.

 

 

 



[1] Agudelo C. Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed Paulinas-CORESPAD. 3ª re-imp 2005 p. 229 

viernes, 29 de agosto de 2025

Sábado de la Vigésimo Primera Semana del Tiempo Ordinario

 


1Tes 4, 9-11

Pasamos a otra parte de la Carta, terminó la revisión de lo que Pablo hizo en lo tocante a la constitución de aquella Comunidad y cómo quedó establecida, refiriéndose a la misión de Timoteo quien le llevó noticias consoladoras manifestándole que lo recordaban con sincero aprecio y que se mantenían fieles y firmes. Entonces, concluye esa parte con una plegaria en la que los encomienda a Dios, para que los dote de la perseverancia fiel de sus corazones. Y se adentra ahora, en el terreno exhortativo (4,1 – 5,24) para que profundicen en comportarse convenientemente para agradar a Dios, como lo vienen haciendo.

 

Paro lo cual resulta necesario dar un marco referencial exponiendo el tipo particular de φιλαδελφίας [filadelfias] “amor fraternal” que debe unirlos. El amor que orientará la sinodalidad de la comunidad. Αδελφός [adelfos] es la palabra precisamente para “hermano”, y φιλός [filos] es “amor”, “afecto”. Ya lo viene practicando, pero ahora, lo deben intensificar.

 

Hoy, San Pablo hace pie en el llamado para poner el pavimento de este camino hacia la santidad: el Amor. ¡Si, así es, lo que compacta el suelo bajo nuestras pisadas, es el Amor que prospera entre nosotros!  Sin el amor, la escucha y la sinodalidad están vacíos. Uno mira al otro, lo observa detalladamente, cómo va articulando las palabras y los gestos que hace al pronunciar, pero, al corazón no le llega nada, todo se queda en una gesticulación que no ancla en nosotros, en otras palabras, no hay una verdadera comunicación. Y -San Pablo añade una pauta esencial- nos da una clave de revelación: el Amor ha sido depositado por el Mismísimo Dios en nosotros. Pero el problema está en pensar que, si Dios lo dio, se va a activar automáticamente y por sí sólo; muchos creen que como Dios ya lo dio, no hay nada más que hacer. ¡Dejarlo que él mismo se mueva!

 

No basta poner cara absorta, hay que hacer un intenso esfuerzo y hacer todo lo humanamente posible para captar que es lo que el otro nos “propone”, y qué grado de razón le asiste. Hay muchos que ponen cara de atención extrema, pero por dentro están pensando “me importa menos que un rábano, al fin de cuentas yo ya se lo que hay que hacer y eso hago”.

 

Vamos a decirlo -que pena- de una manera muy prosaica: Dios nos ha regalado una herramienta maravillosa, pero hay que destapar el regalo, leer el Manual de Instrucciones, ponerlo a cargar -conectándolo a la fuente correcta-, atención al voltaje y, si no se tiene una clara idea de su manejo, convendría tomar un curso para aprender cómo aprovecharlo.

 

Esto lo dice San Pablo con ternura: “los exhortamos hermanos a seguir progresando: φιλοτιμέομαι [filotimeomai] “primero amar y después si buscar la honra que de ese amor depende”, “esfuércense amorosamente, para que sea una cuestión de honor”:

a)    ἡσυχάζω [esuchazo] Vivir con tranquilidad, con modestia, sin ostentación ni escándalo.

b)    πράσσειν τὰ ἴδια [prassein ta idia] “Ocuparse cada uno de sí, haciéndolo siempre así, cogiendo esa costumbre”

c)    ἐργάζεσθαι ταῖς χερσὶν [ergazestai tais chersin]Trabajando con las propias manos, no ganándose su lucro con el sudor de las espaldas ajenas.


 

De conformidad con las instrucciones que él nos dio desde el principio. Por ejemplo, cuando nos dijo que no debíamos resultarle cargosos a nadie. Sólo así nos ganaremos el respeto de “los de afuera”. El testimonio que se da con esta práctica de la fraternidad lleva a ganar la aceptación para nuestra propuesta de fe.

 

Sal 98(97), 1bcde. 7-8. 9

Salmo del Reino. Dios edifica el Reino, es Él quien nos da la Victoria. Pero siempre nos está convocando para que vayamos con Él, para que avancemos con Él.

 

Su manera de construir el Reino, su paciente espera para nuestra Salvación, su paciente manera para con nosotros, nos conduce a la gratitud y queremos trovar para Él estrenando siempre contos nuevos, pero no sólo la humanidad, sino la Creación toda, todo cuanto existe está lleno de gratitud, los ríos los montes y todo cuanto los llena.


 

El salmo es -además- portador de una profecía: nos dice, desde ya, cómo será el gobierno Divino: con Justicia y con Rectitud.

 

¿Qué más podríamos aguardar?  ¿Qué otra cosa anhelaría nuestro corazón que vivir en un Reino que dura por siempre, cimentado en la Justicia Perfecta y en el que su Gobernante se atiene a una Rectitud intachable?

 

Mt 25, 14-30

Con esta perícopa de hoy, damos por terminado nuestro estudio del Evangelio Según San Mateo. El lunes empezaremos a dirigir nuestra atención al Evangelio Lucano.


Nos permitimos subrayar que estamos viendo el discurso escatológico. Y Jesús en esta enseñanza va a recurrir a una parábola, la que hemos denominado “de los talentos”. Empecemos recordando de donde salió esta palabra y como ha sido su evolución. Al comienzo de su aparición era τάλαντον [talantón], el nombre del “plato de la balanza”, habida cuenta de su propio peso.  Cuando pasó al latín, como “talentum”, ya era una unidad monetaria, equivalente a cerca de 34 kg de plata (en el A.T.) y a 6000 dracmas (en el N. T).

 

Con el correr del tiempo, y sobre todo por referencia a la parábola que nos ocupa, vino a significar inteligencia, capacidad artística, o a la aptitud de una persona para ejercer un oficio. Leídos como dones que Dios entregaba.

 

En la parábola, evidentemente se trata de un dineral entregado para invertirlo en transacciones que probaran el buen tino del comisionado-inversionista. Un aspecto que no puede pasar desapercibido, es que Aquel Hombre que entrego esos “capitales” no los repartió a la topa-tolondra; no, los dio dependiendo de sus respectivas capacidades. Allí se dice con toda claridad que se esperaba que ellos negociaran con los dineros confiados.

 

Así como en la parábola anterior uno se sorprendía ante la necedad de aquellas jovencitas invitadas al Banquete de Bodas que no llevaron aceite para sus lámparas; aquí también, uno se desconcierta ante aquel que cogió el talento y “lo sepultó”.

 

Vamos de inmediato sobre un aspecto de la parábola que resulta clave: ¿Qué estaba midiendo aquel Hombre que “dejó a cargo sus bienes”? Y, se nos dice (v. Mt 25, 21) que lo que estaba comprobando era su πιστός [pistos] que hemos traducido “fiel”, y, bueno, si, está bien; nos gustaría traducir “creyente” porque en realidad eso era lo que se estaba verificando; sólo quien Cree se compromete hasta el fondo; la persona que cree, se da inmediata cuenta que Dios da la vida entera para aprovecharla de la mejor manera, y que nos pone en las manos y en la inteligencia diversidad de Dones, para que nosotros los usemos bien y no los sepultemos. El que no cree, puede malversar todos sus talentos, y su vida entera, porque no ve el milagro y la abundancia de regalos recibidos, y la enorme confianza que Dios nos ha tenido al dejar sus riquezas en nuestras manos.

 

La confianza que Dios tiene al hacernos donación de bienes, muestra que -además de esperar nuestra actitud positiva- somos capaces de reconocer que hemos fallado muchas veces, pero Él ha pasado -haciendo ojos ciegos- por encima de nuestro pecado y nos ha perdonado. Esta confianza de Dios para con nosotros es consecuencia de la Misericordia perdonadora de Dios que nos regala nuevas oportunidades. Para que enderecemos, para que corrijamos el rumbo.

 

La más grave falta del “enterrador de tesoros”, es definir tan equivocadamente a Dios, verlo como una Persona cicatera, dura, que no ha sembrado nada y en cambio, sí espera recoger. Sus torpes ojos no caen en la cuenta que, haberle entregado el “talento”, ya era una siembra y que el llamado a frutecer, era para él. Ahí radica su maldad. El pecado mancha nuestra visión y no nos permite ver cosa distinta a nuestra propia miseria. Sólo la mirada clara del que es puro, descubrirá la Misericordia, allí donde todo lo demás es nuestra propia indigencia.


¡Señor, déjanos descubrir en el seno de nuestra pobreza y limitación, la munificencia de Tu Misericordia! ¡Haznos diligentes con los Bienes que nos confías!

jueves, 28 de agosto de 2025

MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA


Jr 1, 17-19

 

El Señor les dio el coraje y el empuje para superar esas dificultades.

Carlo María Martini

 

En los relatos “vocacionales”, uno encuentra que Dios no va en busca de aquellos que reúnen una serie de cualidades especiales, sino que Él llama y dota de todos los atributos requeridos, poniéndolos en la persona que ha sido vocacionada.

 

Aquí hay un no sé qué de confianza, hasta de familiaridad, lo cierto es que -contrario al “terror pánico” que invade a muchos de los vocacionados, Jeremías, reboza confianza, a una vez que serenidad, pese a su personalidad un tanto tímida. Cuando Dios lo llama, el levanta sus pretextos: es muy joven y no es de fácil palabra. Si uno lee superficialmente, parece que Dios no escucha a Jeremías, que ignora lo que le dice, el convocado rechaza la convocatoria y, sin embargo, Dios sigue adelante. ¿Dios es sordo o se hace el sordo? Ni lo uno, ni lo otro. Dios le “responde” descubriéndole sus potencialidades y haciéndole ver que tiene una fuerza mayor de la que él sospecha. Eso no es raro. En el mundo no se nos educa parta aquilatar nuestras capacidades, se suele subrayar nuestra incapacidad, desde la más tierna infancia se nos señala como “pequeños incapaces”. Ahora vemos con frecuencia niños muy menores que son grandes gimnastas, fenomenales nadadores, pianistas, violinistas, guitarristas desconcertantes. Antiguamente a un chico o chica así se le llamaba un “fenómeno”. Al lado, se fabricó otra mitología, esos niños tan asombrosos eran tarados, llenos de traumas, con infinitos problemas de comunicación y con una pobrísima inteligencia interpersonal. La gente decía: “pobrecitos, mejor que fueran normales”, “sería mejor que se sentaran tranquilos en el rincón, que no se despeinaran y que no enmugraran sus trajecitos”.

 

Aparece aquí la palabra מָתְנָ֫יִם [mothen] traducida por “lomos”, pero que significa también “cintura”; תֶּאְזֹ֣ר מָתְנֶ֔יךָ [tezor mateneka] “cíñete la cintura”. Consiste en atarse la vestidura para poder salir de casa. Un tanto análogo con aquel “amárrese los pantalones”, que enfatiza menos el arreglarse las vestiduras, como el “afianzarse en una decisión”, “no vacilar para nada” ante la tarea propuesta: ¡Ponte en píe y diles lo que Yo te mando!

 

“Entonces extendió Yahweh su mano y tocó mi boca, y me dijo: ‘Mira, Yo ongo mis Palabras en tu boca. Hoy te establezco sobre pueblos y reyes,…’” Y es que realmente hay que amarrarse bien los pantalones frente a la tarea encomendada:

a)    Arrancar

b)    Derribar

c)    Destruir

d)    Demoler

e)    Construir y

f)     Plantar.

 

Así que en este “relato vocacional”, Dios deja brillar su Accionar y su Poder, y cómo lo deposita en la personalidad del “vocacionado”, otorgándole todo lo indispensable al cumplimiento de lo encargado: “Ten confianza en Mí, tu misión está en Mis manos”.

 

Hay dos visiones previas (Jer 1, 11-15), donde esta investidura se oferta en un doble plano:

1)    La Palabra que va a pronunciar será Palabra eficaz.

2)    La Palabra estará llena de Mensaje, rica en significación

 

Las visiones son respectivamente simbolizadas con una rama de almendro y con una olla hirviente puesta al fuego, como presagio de calamidades venideras, la olla está a punto de derramarse por su hervor.

 

Estas dotes que el Señor le entrega aparecen aquí enumeradas:

a)    Te convierto en Plaza Fuerte

b)    En columna de hierro

c)    En muralla de bronce

 

Con esta solidez enfrentará a

a)    Los reyes y los príncipes de Judá

b)    Los sacerdotes

c)    Las gentes del campo


El Señor le confiere la divisa para su escudo: “Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque Yo estoy contigo para librarte”. Podemos confiarnos totalmente, ¡mira Quién es el que se lo promete!: “Yo, El Señor, doy Mi Palabra”.

 

Sal 71(70), 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17

Se trata de un salmo de súplica. Al leer el salmo integro, nos damos cuenta que el Salmo se orienta a rogar ante la llegada de los años seniles y las debilidades que les son connaturales. Sin embargo, la perícopa proclamada lo hace extenso a una situación más general, ante la acechanza de peligros y enemigos que van brotando en el camino y sirviendo de obstáculos insuperables, rogamos para que el Señor sea nuestro defensor y nos brinde su defensa y nos socorra con fuerzas suficientes para remontar los percances que la vida nos presente, hasta que lleguemos al Culmen, que es Su Presencia.

 

Cuando la lluvia arrecia, y estamos a la intemperie, siempre buscamos, afanosos, un alero, bajo el cual nos podemos proteger. Aquí las amenazas que se ensañan son la lluvia tempestuosa, y Dios, el refugio que nos resguarda. Él no vacila, ni atraviesa remilgos, para ser Paraguas, contra el más torrencial chaparrón. Por eso lo llamamos Justo, porque no es discriminatorio. Además, Él inclina la cabeza -con Ternura- para escuchar mejor nuestras plegarias y permitir que en Su Corazón florezca la solución que nosotros le suplicamos.

 

Si nos atacan a pedradas, Él es una roca que sirve de farallón inexpugnable, es una barrera de acero que no puede ser penetrada por el proyectil más poderoso. Y le rogamos que, con Su Misericordia, haga tullida, toda mano que pretenda descalabrarnos.

 


Agradezcamos al salmista que hace manifiesta la Presencia de Dios en nuestras vidas, que llega tan pronto a nuestro ser que ya está en nuestra juventud, en nuestros más infantiles años e incluso antes de nuestro nacimiento cuando nos hemos vuelto sueño ilusionado en el corazón de nuestros padres, porque ya Él estaba Pensándonos y Escribiendo un nombre para nosotros en el Libro de la Vida.

 

Aprovechamos esta súplica para declarar y reconocer que ha sido Dios quien nos dotó de labios y pensamiento que conocieran palabras y entendieran cómo glorificarlo, para que, desde nuestro primer momento, con nuestras primeras palabras y hasta el fin de nuestros días, estemos siempre cantándole alabanzas y glorificando Su Santísimo Nombre, que es Justicia, que es Rectitud, que es Derecho, porque Él vela por todos nuestros derechos y los defiende de todo depredador. No sólo nos ha dado Mandamientos, también nos ha dado “profetas”, “precursores” que denuncian, que nos señalan donde reina la injusticia, el atropello, la impiedad, la iniquidad, donde Él quiere que llevemos la Voz de la Denuncia.

 

Mc 6, 17-29

Lo que me impresiona es la multiplicidad de las personas, de las pasiones, de los intereses, de las mezquindades, de las bellaquerías, de las crueldades que giran alrededor de Juan Bautista: Herodes, Herodías, la hija, los invitados, los asesinos, los guardias, todos parecen esclavos de una lógica del poder, de temor, de envidia, de venganza, de sensualidad.

Carlo María Martini


Jesús envía sus discípulos comisionados para anunciar el Reino de Dios. Tal vez el hagiógrafo tendría que seguir su relato narrando cómo les fue en su tarea, después de ser preparados por el propio Jesús, uno esperaría que continuara en esa línea. Pero eso no es lo que hace Marcos. Antes de contar que regresaron y cómo les fue, y que digan que obraron prodigios y que hasta los demonios les obedecían, él pasa a relatar el “Martirio de San Juan -El Bautista”. Esta interpolación nos permitiría decir que este evento, pinta cómo les fue. Que el producto fue la expulsión de demonios, es cierto, pero, antes de que los demonios sean ahuyentados, ellos tuvieron que asperjar la historia con su propia sangre. Por eso es que este relato está insertado ahí, para dejarnos ver que la Evangelización que señaliza la ruta salvífica, está pintado con tinta sangre, la de los “precursores”: «Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los protege con su presencia»» (Ap 7, 14-15).

 

¿Cómo se engancha y que pieza la sirve de puente, a lo que se bien relatando, para insertar la decapitación del “precursor”? A las noticias que le runruneaban en el oído a Herodes acerca de Jesús. Aquí se introduce una idea muy cristiana, la de “resurrección”. (Aquí había que recordar que Marcos no tiene los relatos “resurreccionales” de Jesús, y sólo nos relata de un “joven” que les dijo a las mujeres que n o lo buscaran entre los muertos porque Él había Resucitado).

 

Nos dice, también que algunos pensaban que Juan era el esperado profeta Elías, que aún los judíos siguen esperando que vuelva, puesto que se había augurado que Elías habría de volver -por eso no había muerto, sino que sólo había sido llevado por una carroza- poco antes que llegara el Mesías.

 

En conclusión, ¿qué explicación había escogido Herodes? Se había ido por la de Juan resucitado.

 

¿Cómo empezó esta bronca? Juan le había dicho que no era licito que él viviera en adulterio con la esposa de su hermano, se granjeó el encono de Herodes y de su mujer, así que Herodes lo mando a apresar y lo tenía encarcelado.

 

Con motivo de una fiesta-banquete que se ofreció por el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailo, uno de esos meneos de cinturita que dejó enloquecido y con ojos desorbitados a Herodes, y le ofreció que le daría cualquier cosa que pidiera inclusive medio país del que le habían entregado en administración. Debe anotarse que Herodes no tenía real autoridad para entregar nada, el país le “pertenecía” a los romanos que lo sujetaban bajo su imperio. Sin embargo, los investigadores no dudan que quizás lo ofreciera, puesto que la gente alcoholizada -se pasa de lengua- y suelen ofrecer hasta lo que no tienen.

 

La chica en cuestión -azuzada por su madre- pidió la cabeza de Juan, y un verdugo fue automáticamente enviado para cumplir la ejecución y traerle a la joven la satisfacción de aquel cruento capricho. Esto es lo que traemos hoy al corazón. La memoria de un “precursor”, no solo por ir delante anunciando su venida -como heraldo-, sino, lo más grande, honra y honor de su vida y su fidelidad, por haber caminado por delante de Jesús en la entrega de su propia vida por la causa del Reino. Juan fue precursor, además, con su martirio.


«… tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios». (Papa Francisco)