sábado, 28 de enero de 2023

DICHOSOS LOS SIMPLES QUE VIVEN EL ANUNCIO

 


So 2, 3; 3, 12-13; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; 1Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12a

 

El Reino es todo lo que Tú, oh Dios mío, has querido hacer, haces y harás por nosotros, por mí.

Martini, Carlo María.

 

De fondo, nos proponemos ver la justicia, la pobreza, la felicidad y -a través de ellas- el Reino de Dios desde otro ángulo, enfocándolos en otra perspectiva. No desde nuestra óptica humana, sino tratar de verlos con la mirada de Dios, lógicamente suplicándole nos ilumine, sine qua non, todo es tiniebla, incertidumbre, olvido. «El modo de reinar de Dios se puede describir también como una acción que vuelve a colocar cada cosa en su sitio preciso, como la voluntad santa y perfecta de Dios que tiene en cuenta cada realidad, hace justicia a cada uno, aún más, logra la perfecta realización de toda aspiración y deseo, colma toda expectativa y toda medida humana»[1].

 


Las bienaventuranzas son como la constitución del Reino de Dios, ¡Esplendidas! En ellas se cumplen estos rasgos fundamentales: Es ley suprema de un estado, que establece las libertades y los derechos esenciales de sus ciudadanos y es también freno y cortapisa de los poderes que estructuran ese estado. Poniéndole cotas al absolutismo. Dios se deja delimitar para que lo reconozcamos, para nada arbitrario o caprichoso. Aquí, en cambio, el Rey-Juez establece lo que le agrada, señala quienes le simpatizan, reconoce en su dinámica de donación de la dicha, unos parámetros que dirigen sus fallos; señala a los que Él ve como víctimas, y es a ellos a quienes resarcirá entregándoles la plenitud de la dicha: Su Amor y Su Amistad. No es que ame la pobreza por sí misma, es que le hiere que la fomenten. Le enardece quienes la forjan. 

 

«La proclamación de las “bienaventuranzas” abre el primero de los cinco grandes discursos de Jesús sobre el que está construido el Evangelio de Mateo; son el eco de los que Moisés había dirigido al pueblo de la Antigua Alianza, a la vez que nos describe las características del nuevo pueblo de Dios. Pueblo de los mansos, de los amantes de la justicia y de la paz, los que lloran, los perseguidos, los marginados, los despreciados. Pueblo que busca a Dios y se entrega. Pueblo formado por los que no tienen importancia ni prestigio, en ellos se revela más claramente la sabiduría y la fuerza de Dios.

 

Lo que se nos transparenta es el señorío bueno y paternal de Dios que se hace presente en Jesús. Dios es Rey, pero Él se impone una Constitución, se auto-limita porque su Reinado, su Señorío es bueno, manso, tierno y paternal; como un papá, su “anonadamiento”, simula -que igual que su bebé- Él tampoco puede. No es un tirano absoluto, es un Pastor a Quien importa el “bienestar” de su pueblo, para quienes quiere la más cabal felicidad. Seguramente aquí lo que más nos interesa es lo de paternal, pues se trata de un Dios que sabe ser Dios-Padre.

 


Sin embargo, la dificultad estriba en las diversas interpretaciones que se les puede dar a las bienaventuranzas. Ellas fueron trasmitidas con palabras que se entienden de muy diversas formas. Durante el destierro o poco después, los profetas anuncian que Dios va a reinar, que finalmente se va a manifestar como ese Buen-Rey que es. ¿Qué signos da Jesús de ello?  Él afirma que, por Su medio llega el Reino de Dios, por eso los llama dichosos. Toda la historia de Jesús contada por los Evangelios es la comunicación de este feliz augurio: ya no habrá pecado, ya no habrá enfermedad, los ciegos verán, los paralíticos podrán saltar, los venidos a menos serán los venidos a más en el Reino, a ellos será a quienes Él llamará para que apacienten sus ovejas, habrá pan en abundancia, el agua será transformada en Vino y podremos contemplar su rostro radiante y sus vestiduras blanquísimas, estaremos satisfechos en su contemplación.

 


Pero…, hasta la fecha no hemos visto evolucionar la situación en esta dirección, «Si es este el sentido de lo que proclamaba Jesús, hay que reconocer que se engañó…, porque sigue habiendo pobres, sigue habiendo injusticias… Plantear esta cuestión es constatar que, desgraciadamente, nosotros los cristianos no hemos realizado nuestra tarea… No se pueden proclamar las bienaventuranzas sin hacer todo lo posible para que desaparezca la pobreza en todas sus formas, la enfermedad, la injusticia… Hay que luchar para que no haya pobres, pero hay que hacerlo con un corazón de pobre. Sólo quien tenga estas disposiciones del corazón podrá ayudar a los pobres sin aplastarlos con su piedad.»[2]

 

«Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios… Jesús es el Hijo… Por eso, sólo Él es el que…trae la paz. Establecer la paz es inherente a la naturaleza del ser Hijo.»[3] Dios requiere nuestro asentimiento, como antes requirió el Virginal permiso, necesita nuestro aporte, como confirmación de que aceptamos su reinado, que obedientes (ob-audientes) anhelamos que Él reine; «Dios se inclina misericordiosamente sobre el hombre, esclavo del mal, del pecado, de la muerte, y lo hace pasar de la dolorosa condición de siervo a la alegre condición de hijo liberado, reconciliado y amado. Para el discípulo de Cristo, el Reino se convierte en el valor último, en el bien absoluto, en la meta definitiva hacia la cual polarizar toda la existencia.»[4] ¡Por eso nos llama bienaventurados, y lo somos!

 


«Por tanto, detrás de las bienaventuranzas se esconde un misterioso trastorno antropológico que consiste en pasar del tener al ser, incluso del ser al dar, del tener para sí al ser para los demás Acogiendo la dinámica de este vado fundamental para el hombre, alcanzaremos el secreto de Dios que es al mismo tiempo el verdadero secreto del hombre donarse, ser para el otro»[5] La materia prima, así como el plano-patrón están dados en las Bienaventuranzas, pero la idea eje, el núcleo esencial, el Espíritu de este proyecto reposa en un abajamiento, en una dinámica descendente: «La purificación del corazón se produce al seguir a Cristo, al ser uno con Él. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Y aquí surge algo nuevo: el ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por eso, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios… La verdadera “moral” del cristiano es el amor. Y este, obviamente, se opone al egoísmo; es un salir de uno mismo, pero es de este modo como el hombre se encuentra consigo mismo.»[6] «… humildad, pobreza, sencillez, pequeñez, disponibilidad a la acción de Dios en cualquier situación… comunidad de pobres, de gente que sabe orar y alabar a Dios, que no tiene nada para sí, sino que comparte gustosamente, que está llena de alegría y anuncia la Buena Nueva con la vida.»[7] ¡Venga a nosotros tu Reino!



[1] Martini, Carlo María. LAS BIENAVENTURANZAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1997. p.12-13

[2] Charpentier, Ettienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO. Editorial verbo Divno Estella-Navarra. 2004 p. 106

[3] Benedicto XVI, JESÚS DE NAZARET. PRIMERA PARTE. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2007. p. 113

[4] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995. p.444

[5] Ibid p 485

[6] Benedicto XVI, Op.Cit. pp. 1224. 129.

[7] Martini, Carlo María. LAS BIENAVENTURANZAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1997. p.73

sábado, 21 de enero de 2023

EL REINO ESTÁ CERCA



Is 8,23-9.3; Sal 26, 1. 4. 13-14 (R.: 1a); 1 Cor. 1,10-13.17; Mt. 4,12-23

 

Tu luz deslumbrante no perturba

pero está rebosante de ternura

como el rostro de una madre.

Averardo Dini

 

“Jesús es la Palabra del Padre, el Hijo, que nos guía por el camino hacia la libertad, como la nube luminosa que condujo al pueblo desde Egipto hasta la tierra prometida.”

Silvano Fausti

 

… ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”

Papa Francisco. Evangelii Gaudium # 120

 

Este Domingo se celebrará por 4º año consecutivo, el Domingo de la Palabra de Dios, que Papa Francisco, por medio del motu propio Aperuit illis, propuso a la Iglesia Universal y que, quedó fijado para el Tercer Domingo Ordinario de cada Año Litúrgico. Tomamos, no pocas veces, la Lectura de la Palabra de Dios como un curso de historia. Nos enfocamos, entonces, en tratar de escudriñar la fe, cómo fue arraigándose y cómo en el decurso del tiempo nació este Credo que llamamos católico. Mucho de eso se puede encontrar, efectivamente, pero hay infinitamente mucho más, allí se va dando el “dialogo” espiritual con el Redentor, y Él nos va haciendo una propuesta, nos entrega una “guía” para que sepamos encaminarnos, andar con Él, asegurarnos de ir a Su lado, y actuar en la perspectiva del Reino que espera seamos capaces de Fraguar, conforme a su Voluntad, a su Providencia.

 


Tenemos una lámpara entre nuestras manos

Vino Jesús y se encarnó. Él que es la Luz-Divina se entregó para que todos tuviéramos la Luz, φῶς εἶδεν μέγα (Luz han visto muy grande). Nosotros no somos la Luz, pero somos los encargados de iluminar con la Luz que Él nos entregó. También nos advirtió que una luz no tiene para que ponerse debajo de un “celemín”, ni debajo de la cama (cfr. Mc 4, 21); pero eso –ni más ni menos- es lo que nos ha ocurrido. Nuestra Luz no está puesta en un lugar alto para iluminar a los otros, sino que la hemos ocultado.


 

«Si alguien me preguntase cuál ha sido la mayor de las herejías y la que más daño ha hecho a la Iglesia a lo largo de su historia, creo que respondería sin vacilar que esa, tan extendida todavía hoy, de que “la Iglesia son los curas y los Obispos” y que los seglares serían simplemente los oyentes, los que se limitan a obedecer y cumplir lo que los curas guisan y comen ellos solos. Realmente nada más grave podía pasarle a una comunidad que se presenta a sí misma como una “comunión”, que tener a un 98 por ciento de su cuerpo paralítico o cloroformizado, que contar con un cuerpo cuya cabeza hace, piensa y decide todo y un cuerpo que se limita a dejarse mansamente arrastrar… Los cristianos de la Iglesia primitiva no entendieron esto. Para ellos era claro que convertirse al evangelio era incorporarse vitalmente a la acción misionera de la Iglesia. Predicaban los sucesores de los apóstoles, pero ayudaban todos, participaban todos… no podemos seguir con cuatro quintos de la Iglesia adormecida».[1]

 

Esta situación nos hace pensar y preguntarnos lo que habría sido si Pedro, Andrés, Santiago y Juan hubieran ignorado el Δεῦτε ὀπίσω μου “¡Síganme!” que les dirigió Jesús. «El Evangelio… nos enseña que ser discípulos de Jesús es seguirlo, y que en eso consiste la vida cristiana. Jesús exigió fundamentalmente el seguimiento, y todo nuestro cristianismo se construye sobre nuestra respuesta a esta llamada… la esencia de la espiritualidad cristiana es el seguimiento de Cristo bajo la guía de la Iglesia… El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas trasmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento… no existe una “espiritualidad de la cruz”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad de la oración”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad de la pobreza”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad del compromiso”, pues todo compromiso o entrega al otro es un fruto de la fidelidad al camino que siguió Jesús… Seguir a Cristo significa someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar del seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de ¡“venderlo todo”! seguir a Jesús es seguir a Dios, el único absoluto. Todo cristiano sabe lo que es la conversión: adecuarse a los valores que Cristo enseñó, que nos arrancan del egoísmo, la injusticia, el orgullo… Sabe también que la conversión es el fundamento de toda fidelidad cristiana, en la vida personal, en el apostolado o en los compromisos sociales, profesionales y políticos. Ella nos arranca de nuestros “encierros” y nos conduce “a donde no querríamos” en el seguimiento de Cristo… No hay una sola llamada de Cristo en la vida, hay varias, cada una más exigente que la anterior, y envueltas en las grandes crisis de nuestro crecimiento humano-cristiano.»[2]

 


«… un altísimo porcentaje de los humanos se muere sin llegar a descubrir cuál era su verdadera vocación. Y uso esta palabra, en todo su alto y hermoso sentido. Porque, curiosa y extrañamente, es este un vocablo que en el uso común se ha restringido a las vocaciones sacerdotales y religiosas, cuando en realidad “todos” los hombres tienen no una, sino varias vocaciones muy específicas.

 

· Todos hemos sido llamados, por de pronto, a vivir. Entre los miles de millones de seres posibles fuimos nosotros los invitados a la existencia. Si nuestros padres no se hubieran cruzado “aquel” día, en “aquella” esquina, o en "aquel" baile, hoy no existiríamos. Y si nuestro padre se hubiera casado con otra mujer, habría nacido "Otra" persona distinta de la que nosotros somos… Y ésta fue nuestra primera y radical vocación- a nacer, a realizarnos en plenitud, a vivir en integridad el alma que nos dieron.

· Fuimos, después, llamados al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales….



· Y fuimos finalmente llamados a realizar en este mundo una tarea muy concreta, cada uno la suya…

 

… la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

 

 Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.»[3]

 

Vocación para llevar la lámpara en alto

Tal como lo vemos en la perícopa del evangelio que corresponde a este Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, en el ciclo A. “Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. (Mt 4, 18-22)

 


Vamos a trascribir aquí La parábola “El ladrillo”, de José Manuel Balabanián, que nos ilustra el papel de cada uno de los que ha sido “vocacionado”;

 

«(Edificar la Iglesia) es una obra común y mutua, en la que cada uno edifica al otro dándole su pleno valor en el edificio y recibiendo del otro ayuda y fuerza”

Jacques Guillet

 

¡Qué hermosos edificios hay en las ciudades! ¡Cuánta gente habrá trabajado en la construcción de cada uno de ellos! ¡Qué solución para aprovechar los espacios reducidos en las zonas urbanas!

 

Pero pensaba que, como todas las cosas, un buen edificio, por más alto e imponente que sea, necesita de lo elemental que, en este caso, no es otra cosa que un simple ladrillo.

 

Algo con menos gracia que un ladrillo, es difícil de encontrar. Nada en él llama la atención. Por más que se lo quiera evitar, siempre estará polvoriento.

 

Se quiebra con facilidad ante el choque con algo duro y hasta su forma carece de belleza. Pero, aun con todos esos "defectos", es imprescindible para poder construir un edificio.

 

Hay otros tipos de ladrillos, los que son decorativos, los que van a la vista, los que "se hacen ver"; pero los que realmente son edificantes son los otros, los que no se ven, los que permanecen ocultos y, quizás, incluso, son más toscos, pero se necesitan.

 

Claro que un único ladrillo, por sí solo, no puede hacer nada, estaría tirado en algún corralón. Necesita de la unión con otros ladrillos para poder ser útil. Y, sobre todo, necesita del albañil para ponerlo en el lugar que le toca. Unos por abajo, otros muy arriba, algunos, quizás, tengan que "sufrir", ser partidos al medio; pero todos cumplen con su tarea de manera oculta y "silenciosa", aportando su existencia para la construcción.

 

Ahora bien, el ladrillo, si tuviera vida, al descubrirse tal cual es, podría lamentarse por su rusticidad y no entregarse al albañil.

 

Pero, aun en ese caso, debiera saber que, sin el ladrillo común y silvestre, no se podrían construir ni las casas más sencillas ni los más hermosos rascacielos.»[4]


 

«Quisiera concluir este apartado con las palabras de un famosos “gurú” hindú al que una religiosa católica le había preguntado: “Usted dijo hace tiempo que, si un cristiano se hacía discípulo suyo, usted no trataría de convertirle al hinduismo, sino que intentaría hacer de él un mejor cristiano. ¿Puedo preguntarle cómo se las arreglaría para hacer semejante cosa? Y el “gurú” le dio una respuesta digna del mejor de los directores espirituales católicos, sugiriendo dos de las principales maneras de obtener la experiencia de Jesucristo resucitado: “Me esforzaría por ponerlo en contacto con Jesucristo. Y trataría de persuadirle de que lo hiciera teniendo a Cristo constantemente a su lado durante todo el día y leyendo asiduamente las Escrituras.»[5]

 

¿De la noche a la mañana? ¿o saber aguardar pacientemente?

«Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres.


Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando. Hasta que un día ya nadie se detuvo a escuchar sus voces. Más el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza.

 

Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba. Al fin, alguien se acercó y le preguntó: “¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?» «Sigo gritando -dijo el profeta- porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí.”

 

La moraleja de esta fabulilla me parece bastante simple y muy necesaria. No se debe trabajar porque esperemos que se vaya a conseguir un fruto, sino ante todo porque es nuestro deber, porque creemos en lo que estamos diciendo.

 

Como es lógico, todo el que proclama una idea lo hace para que esa idea penetre en sus oyentes; pero el que se desanima porque sus pensamientos no son oídos o seguidos, es que no tiene suficiente fe en lo que piensa y en lo que hace. La utilidad, el puro fruto, no puede ser el único baremo de nuestras acciones. Y, sobre todo, si esos frutos se esperan de inmediato, se está uno ya preparando al desaliento.

 

Cambiar el mundo, por lo demás, es cosa muy difícil. Casi imposible, y en todo caso, el sembrador no suele llegar a ver el fruto de su siembra, porque en el mundo son rápidos los cambios de las modas, de todo lo accidental, mientras que los corazones cambian con freno y a veces con marchas atrás y adelante.

 

Esto lo puede entender cualquiera que contemple con ojos agudos qué lentamente cambia su corazón, cuánto nos cuesta a todos evolucionar, qué despacio nos crece dentro la madurez y la paz del alma.

 

Pero todo esto no encadena ni al verdadero profeta ni al auténtico trabajador. Porque no se es ni auténtico ni verdadero si no se tiene terquedad y paciencia.»[6]

 

¿Cuál es esa idea que hemos sido llamados por el propio Jesús a proclamar? El anuncio del Reino, se nos dice en el Evangelio: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”. (Mt 4, 17) y también en el verso 23 (el último de la perícopa que leemos en este Domingo): “Y recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia” (Mt 4, 23).

 

«Al ser vencido Satanás (después de tentar a Jesús), llega el Reino. Existe una contraposición entre los reinos programados por el enemigo y el que quiere el Señor: es la misma que existe entre el Cielo y la tierra, entre el hombre y Dios. Los reinos de la tierra son los de Adán, que ponen como principio de vida los propios temores -y los realizan-; el reino de los cielos es Jesús, que tiene como principio el Padre de todo y su Palabra.»[7]

 

«De las Vidas de los Padres del Desierto:

El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: ““Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?”.

 


En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tornaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo: “Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego”.»[8]

 

 

 



[1] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 211-212

[2] Galilea, Segundo. Razones para la alegría (cuaderno de apuntes II). Ed. Sociedad de Educación Atenas. Madrid-España 2ª Ed. Julio 1985. pp. 8-10

[3] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 181-183

[4] Balabanián, José Manuel. EL DIOS ESCONDIDO. CUENTOS Y REFLEXIONES DE LA CIUDAD. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 1ª re-impresión 2001 pp. 14-15

[5] De Mello, Anthony CONTACTO CON DIOS. CHARLAS DE EJERCICIOS. Ed Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1992 p. 208

[6] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ediciones Sígueme. Salamanca- España 2000.  p. 85.

[7] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia.  2da.  re-impresión 2011. p. 56.

[8] De Mello, Anthony. LA ORACIÓN DE LA RANA I. Ed Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1988 p. 8

sábado, 14 de enero de 2023

QUE SEAMOS INSTRUMENTOS DE TU AMOR EN EL MUNDO

 


EL CORDERO DE DIOS ES DIOS ENCARNADO

Is 49, 3. 5-6; Sal 40(39), 2. 4ab. 7-8a. 8b-9. 10; 1Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34

 

El siervo es Jesús, pero es también el pueblo, este pueblo sufriente, que imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.

Carlos Mesters

 

(El bautismo) … hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).

CEC #1265

 

La Primera Lectura nos viene del Deuteroisaías, se dio en el contexto del destierro, cuando el pueblo estaba desesperanzado, muchos habían claudicado y se habían entregado a los opresores, traicionando su fe se plegaron a las deidades babilónicas cayendo en el más abyecto politeísmo. Lo que nos brinda la historia consiste en que esta desazón no brotó de la noche a la mañana, sino que fue preparada durante un largo periodo en el cual los líderes corruptos entre los que se contaban falsos profetas, miembros de la casta sacerdotal y hasta el propio rey abrieron paso a estas ideas «la fe en Dios quedó abatida, el pueblo perdió la confianza en sí mismo, olvidó las cosas grandes de su propio pasado, quedó sin memoria, perdido en medio de la historia…¿Cuál fue la idea errada sobre Dios que desequilibró la vida del pueblo? Fue la idea de un Dios cuyo favor y protección pueden ser comprados por medio de promesas, ritos y sacrificios; un Dios que la gente sólo usa mientras sea útil y fácil. Una idea así es como un comején: va comiendo la fe por dentro. A la hora de la desgracia, lo que queda de ella en la cabeza del pueblo, es la imagen muerta y distorsionada de un Dios distante que se aparta del pueblo…»[1] Lo que nos propone el Deuteroisaías es la misión de liderar la recomposición y el retorno, no de la comunidad Israelita, sino “luz de las naciones… hasta el confín de la tierra”. «En la nueva situación en la que estaba el pueblo, allá en el cautiverio, el “Proyecto de Dios” ya no podía ser sólo para el pueblo de Israel. Tenía que alcanzar necesariamente a los otros pueblos.»[2] ¿Está dirigido este llamado a un gran personaje histórico? O, ¿está dirigido el llamado al pueblo? Observemos cómo inicia la perícopa para poder responder este cuestionamiento: “Tú eres mi siervo, Israel…” Esto se comprende mejor si tomamos en cuenta la fórmula para la Oración Colecta que se nos propone como alternativa: “… en Cristo, Cordero Pascual y Luz de las gentes, llamas a todos los hombres a conformar el pueblo de la Nueva Alianza…” «Este canto muestra la MISIÓN del Siervo, tuvo que pasar mucho tiempo para que el pueblo tomara consciencia del llamado de Dios…. La misión del siervo se aclara cada vez más en el llamado para establecer de nuevo la justicia, una llamada que sobrepasa a Israel como pueblo, ahora se entiende lo que significa ser luz de las naciones… en la que se tenga en cuenta la historia vital y la tradición de la comunidad.»[3]

 


La Segunda Lectura, nos viene de la Primera a los Corintios. La situación de Corinto no era menos grave, menos crítica que la de los israelitas en el exilio. Corinto era la cepa de la vida disoluta, la sexualidad desordenada y del politeísmo desenfrenado; con su templo principal consagrado a Afrodita, donde se practicaba la “prostitución sagrada” con un sinfín de mujeres dedicadas a este quehacer. «Los cristianos de Corinto eran pocos. Tal vez no pasaban de cien personas, y no tenían ni una misma raza, ni un mismo origen…desde el punto de vista social, la mayoría de ellos estaban marginados: esclavos, mujeres, gente sin acceso al “saber” intelectual; como dice la misma Carta, gente considerada loca, débil, despreciable, vil y sin ningún valor (cf. 1, 27-28) … la comunidad de Corinto se vio luego rodeada de tensiones y conflictos. Fue ciertamente la comunidad que más problemas le trajo a Pablo»[4] En este caso, ¿A quién se refiera la Carta? ¿A quién está dirigida? ¿Se trata de un mensaje a un cierto personaje histórico? Vayamos directamente a la perícopa: “… escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús, a los santos que Él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. ¡Una vez más, resalta el universalismo abarcador del enunciado! El vocativo se dirige al “pueblo de la Nueva Alianza”.

 


Hay en el Evangelio una triple mención del bautismo, a la vez que una contrastación entre el bautismo que prodiga Juan y el que dará el “Cordero de Dios”: 1) “he salido a bautizar”, 2)… “el que me envió a bautizar con agua”,  3) “Ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Este “Cordero de Dios” recibe una designación clarificadora al cierre de la perícopa donde Juan lo testifica “Hijo de Dios”. El bautismo –cuya importancia y trascendentalidad en nuestra vida de fe estamos lejos de asumir- no solamente nos incorpora a la Iglesia, haciéndonos miembros de la Comunidad, sino que además nos in-corpora al Cuerpo Místico de Cristo, nos cristifica, nos hace co-corporeos con Jesús. «El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano.»[5]

 

Tratemos de examinar un poco más esta designación como “Cordero de Dios”: Joachim «Jeremías llama también la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea talj significa tanto “cordero” como “mozo”, “siervo” (ThWNT I 343). Así, las palabras del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al siervo de Dios que, con sus penitencias vicarias, “carga” con los pecados del mundo; pero en ellas también se le podría reconocer como verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo»[6]. Así que en Jesús se suma su ser Hijo de Dios con la manera cómo va a realizar la Redención: ofreciéndose Él mismo como Cordero Sacrificial.

 


«Mucha gente se pregunta: ¿quién es el siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es Jesucristo? ¿Es alguno de los profetas? ¿Somos nosotros?... al hacer los canticos, la preocupación mayor de Isaías Junior… era… presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios.»[7]

 

En la celebración del Bautismo de Jesús, el domingo anterior, hablamos de la identidad de Jesús, en este Domingo, empezando allí mismo, avanzamos hacia su Misión, para pasar a entender que su misión es la nuestra, que la incorporación en el Cuerpo Místico –por el Sacramento del Bautismo- nos convoca al seguimiento discipular, como sacerdotes, profetas y reyes: El llamado está activo hoy para nosotros, somos comunidad creyente, Iglesia de Dios, miembros del Cuerpo Místico. La Universalidad de la convocación nos incluye. En medio de la crisis de increencia –estamos llamados a resistir, a perseverar en el discipulado- la fe nos llama a asumir nuestro triple compromiso bautismal como Sacerdotes, Profetas y Reyes.

 


«… los evangelistas no sólo vinculan a Jesús con el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, sino que subrayan la intención de vincular al Hijo con la figura del Siervo Sufriente, que será clave para entender todo el sentido de la muerte de Jesús. El Hijo en quien se complace Dios será el siervo, en completa identificación con los sufrientes y excluidos de la historia. Lo que aquí se descubre es el carácter kenótico de la venida del Hijo. Es decir, es tal el amor de Dios a los hombres que asume su condición para indicarles el camino de salvación. Dios se expresará, no en el tener fórmulas prefijadas y seguras de salvación, no en la consciencia tranquila ni en el camino asegurado, sino en el riesgo de vivir humanamente asumiendo la tarea que le corresponde al hombre en su historia concreta por llevar a cabo la Voluntad de Dios, expresada en el “Reino de Dios”: este es el bautismo con “Espíritu Santo y fuego.”»[8] «El evangelio de Juan nos quiere decir que está por realizarse un nuevo éxodo y un nuevo paso de la esclavitud a la tierra de la libertad y de la vida. En el pasado, el pueblo había atravesado el Jordán y había entrado en la Tierra Prometida guiado por Josué; ahora, con su práctica de vida, Jesús guiará al pueblo, conduciéndolo a la vida en plenitud.»[9] «Es importante la indicación “al otro lado del Jordán”, el rio que marca el límite de la tierra prometida. El bautismo de Juan se da todavía en las afueras: para entrar es preciso atravesar el Jordán, al que se compara con el Mar Rojo (Cf. Jos 4, 23), con un nuevo éxodo. Su bautismo conduce a las puertas de la tierra y predispone a entrar en ella.»[10]

 


«El que no admite su bautismo (el de Juan, bautismo de conversión), no puede conocer quién es Jesús (cf. Mc 11, 27-33p). El bautismo en el agua –reconocimiento de su condición limitada de creatura y del propio pecado, pero también del deseo de renacer a la vida nueva- es el lugar de la verdad de todo hombre, puesto como centinela entre lo finito y lo infinito. En este umbral toda carne encuentra la “Palabra” hecha carne.»[11]

 

 

 



[1] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CANTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS.  Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 2ª ed. 1993 p. 39

[2] Ídem.

[3] Arango Alzate, Oscar Albeiro. JESÚS DE NAZARETH LA VÍCTIMA.INOCENTE-CRUCIFICADA-RESUCITADA QUE REVELA A DIOS-PADRE-MISERICORDIOSO. Ed. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Teología Bogotá 2007 p. 196-197

[4] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1996. pp. 13-14

[5] Benedicto XVI. JESUS DE NAZARET. 1ª Parte. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2007 p. 46

[6] Ídem. p. 44.

[7] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p.13

[8] Arango Alzate, Oscar Albeiro. Op. Cit. p. 99

[9] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE VIDA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002. p. 25

[10] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 2008. Pp 33-34

[11] Ibid p. 35

sábado, 7 de enero de 2023

MISIONEROS, COMO PEQUEÑAS Y ALEGRES ESTRELLAS



Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Ef 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12

 

Señor, soy un hombre que viene desde lejos,

que recorrió caminos soleados,

rutas difíciles, golpeadas por la tempestad.

Soy, Señor, un hombre inquieto,

Insatisfecho de lo que soy y de lo que tengo,

siempre en busca de algo

capaz de dar sentido a mi vida y a mi esperanza.

Averardo Dini

 

En nuestra amistad con Dios, en nuestro proceso de discipulado hay al menos dos etapas esenciales: conocer al Unigénito y llegar a contemplar su hermosura infinita. La Oración Colecta de este Domingo, nos conduce a este enfoque; le da un sentido -no sólo a la fecha litúrgica- sino a la trayectoria que vamos a compartir a lo largo del Año. Hagamos pasar esa petición doble, a través del prisma del Concilio Vaticano II. Confrontemos con la Sacrosanctum Concilium: para la Iglesia se trata de celebrar, a través del año, la obra Salvífica desarrollando todo el misterio de Cristo, su Encarnación, su Natividad, hasta la Ascensión, Pentecostés y, proyectarse hacia la Parusía, para ofrecernos los méritos santificadores de manera continuada a todos los miembros que pertenecemos a la Esposa Mística y alcanzar su Gracia. (Cfr. SC #102)

 

Dios ha escogido encarnarse en un momento histórico preciso y en un lugar geográfico determinado. Jesús, el Mesías anunciado, ya en la Sagrada Escritura se mostraba como una promesa para todos los pueblos; su reinado no habría de tener límites, “…de mar a mar se extenderá su reino y (desde el Rio Éufrates hasta) [de un extremo] al otro de la tierra.” Sal 72(71), 8.

 


San Pablo en su carta a los Efesios, dice: “…por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y participes de la misma promesa en Jesucristo, que no es patrimonio judío exclusivo, sino herencia universal. San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).

 

San Agustín nos dice sobre la epifanía de Dios a través de su Creación: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo [...] interroga a todas estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es su proclamación (confessio). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Pulcher), no sujeta a cambio?" (Sermo 241, 2: PL 38, 1134). Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre -criatura caída- experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:

 


«A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, Humani generis: DS 3875).

 

Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf. Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.).


 

Podemos resumir diciendo que Dios se nos revela y se manifiesta a través de la creación, sin embargo, nuestra visión se haya como “entorpecida”, como “incapacitada” por el pecado; en su Misericordia Él ha establecido otros “canales” para que nos podemos acercar, para que lo podemos conocer, porque Él no quiere esconderse, no quiere burlarse de nosotros ocultándose; por el contrario, Él “primerea” como dice el Papa Francisco con su neologismo, Él se da a conocer, se ofrece, nos sale al encuentro. Ese hacerse el encontradizo es una “epifanía” permanente.

 

Jesús es la mayor revelación que Dios ha hecho a la humanidad, y Jesús vino al mundo y vagó por las aldeas y ciudades, por los campos y por las calles, de Él podemos decir –al leer los evangelios- que se hacía el encontradizo, que le salía al paso a las personas. Se encontró con la Samaritana y charló con ella en el brocal del pozo, se “encontró” con Mateo y lo llamó, se encontró con Andrés y con Pedro, también con Felipe, al día siguiente. Se hizo el encontradizo con Zaqueo, que esperaba verlo pasar subido en un árbol. Se hizo el encontradizo con los leprosos, con la mujer que sufría de hemorragias, con los paralíticos y con los ciegos, que lo llaman a gritos: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” Mc 10, 47; y, así podríamos continuar, porque Él se deja encontrar, como lo hemos dicho antes, Él no se esconde, no da la espalda, Él nos ha sido entregado.

 


El Sacramento central, el eje de nuestra vida, es la mismísima Eucaristía - nuestro Belén sacramental porque Belén es “Casa de Pan”- en Ella Él se nos entrega: la suya es entrega inerme, entrega total, para que lo devoremos. Cuando –algunas personas lo reciben en la mano- al tenerlo en el cuenco de nuestra mano, lo descubrimos totalmente Inerme Indefenso, Dominado, Víctima. Tratemos de recordarlo cuando ha estado así en “nuestras manos”, en ese momento de absoluta docilidad parece decirnos: “haz conmigo lo que tú quieras”, o “trátame como tu voluntad decida”. Enlacemos con la perícopa del Evangelio que leemos en esta fecha: en primer término, Jesús, que nos ha sido dado; luego Herodes, unos μάγοι ἀπὸ ἀνατολῶν “magos de oriente”, los sumos sacerdotes, los escribas, y María. Jesús y María están allí juntos, entregados, juntos inermes, juntos ofrecidos. María, como siempre, al cuidado de su Hijo. Bajo amenaza, condenados -desde ya- a persecución y a desplazamiento forzoso.

 


Herodes por su parte, se siente amenazado, dice hipócritamente querer saber dónde está el Mesías para ir a “adorarlo”, este es Herodes el “sobresaltado”, junto con todo Jerusalén. Si el Recién Nacido es Rey de los Judíos entonces representa para él una amenaza, una “competencia”: «En el año 7 a.C., Herodes había hecho asesinar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo porque presentía que eran una amenaza para su poder. En el año 4 a. C. había eliminado por la misma razón también a su hijo Antípater (cf. Stuhlmacher, p. 85)»[1]

 

Por su parte los Sacerdotes y los escribas al ser consultados dan perfectamente las señas de la cuna del Mesías, pero –parece increíble- «Estos tiene la respuesta exacta. Mueven los ojos sobre las Escrituras, pero estas no mueven sus pies hacia el Señor.»[2] El paralelismo en nuestras vidas es –como mínimo- alarmante. ¿Cuántos de nosotros conocemos las Escrituras, sabemos las respuestas exactas, pero no se nos mueven los pies, ni las manos, ni el corazón?... nos hallamos ante esta dualidad entre vida y conocimiento; el conocimiento ha sido esterilizado, se la ha amputado cualquier “fertilidad”, la mente maneja datos, pero los datos no generan vida, son información muerta; o, muchas veces, aún peor, generan quietismo, son freno, generan alienación, letargo, indiferencia.

 

Están, por otra parte, los Magos de Oriente, «No pertenecían al pueblo de Israel y por tanto no estaban entre el pueblo elegido y privilegiado del que tanto se valían los fariseos para discriminar a los que no eran de su raza. ¡Pero eran buscadores! Ni toda la ciencia, ni todo el conocimiento que habían acumulado en sus vidas, les habían servido para darle esperanza y propósito a sus vidas; ahora estaban frente a un misterio: un rey hecho niño. Estos sabios representan a los inquietos de hoy, a los que buscan, a los que se dejan sorprender por lo pequeño y sencillo, a los que aún tienen capacidad de asombro ante los milagros que suceden todos los días frente a nuestros ojos…»[3]

 


Estos sabios son una modelo, un tipo para nosotros. Nos hacen una propuesta, una oferta. Ellos buscan en las estrellas, en la naturaleza en la creación; pero también buscan en las Escrituras: han visto surgir su estrella (en la naturaleza, señal cósmica) pero saben que es el rey de los judíos (lo cual han sabido por las Escrituras). Por eso ellos describen al “buscador”. Sin embargo, ellos no se limitan a buscar verdades “científicas”, buscan las “verdades” más trascendentes, están buscando al Mesías, al Anunciado, al Vaticinado, al Esperado, buscan tener “el encuentro”. Y, a diferencia de los sacerdotes y los escribas, ellos se ponen en camino, se desinstalan, se desacomodan, se toman molestias, viajan grandes distancias en un momento histórico en el que viajar requería “fastidiarse”, “correr riesgos”. Aquí vienen a cuentas y se acomodan perfectamente unas palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: #20. “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «A dondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera…”

 


Más adelante, en el numeral 23, nos dirá que: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera». Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo» (Ap 14,6).”

 

Jesús, los reyes magos, buscando entre las estrellas,

descubrieron la tuya y la siguieron.

Haznos descubrir tu presencia en medio del ruido

y de nuestros ajetreos cotidianos.

Jesús, muéstranos tu estrella,

danos fuerza y valor para seguirla.

Jesús, ayúdanos a ser pequeñas y alegres estrellas

para guiar y conducir a otros hasta ti. Amén.

 



[1] Benedicto XVI, LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta, Bogotá – Colombia 2012. p.113

[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2ª reimpresión 2011. p. 27

[3] Pulido, Luis Alfredo . mccj. UNA NAVIDAD CONTRACORRIENTE. En revista IGLESIA SINFRONTERAS. # 361. Dic 2012. pp. 46-48