Jer 31, 7-9; Sal 125,
1-6; Heb 5,1-6; Mc 10, 46-52
No es difícil
reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos
para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión
convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del
camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades
cristianas.
J. A. Pagola
¿Cómo
podremos caminar en sinodalidad? ¿Qué podemos hacer para que al recobrar la
“vista” podamos seguir al Señor sin trabas? Una de las posesiones más
engorrosas es una ideología. Tomemos el siguiente caso: interpretar “ideología”
por discurso político-propagandista. Pero muchas veces una ideología no es más
que un estereotipo, un conjunto de “rótulos” que se superponen para no ver. Una ideología en realidad está
entretejida a punta de prejuicios; no se
ve nada por la cantidad de rótulos que se han pegado, uno sobre otro, hasta
formar un abigarrado collage que tapa todo. A veces, las posesiones nuestras
son sólo amasijos de rótulos, slogans comerciales, encolados con fábulas de
cine y televisión. El riesgo está en que nosotros -muy de buena fe- los
repetimos y nos parapetamos en ellos, hasta no
ver y no dejar que otros vean.
Muchas
posesiones pueden ser un lastre que nos impida ser discípulos y se frustra así
nuestra vocación. Seguir al Señor, por el contrario, está condicionado porque
nuestras pertenencias -pocas o muchas- puedan ponerse al servicio de los pobres.
Esto fue lo que le paso a la persona que se arrodilló ante Jesús en el
Evangelio del vigésimo octavo Domingo ordinario de este ciclo B. Esa obediencia
a los Mandamientos se vio empañada, sin embargo, por el lastre de la posesión.
No se comprometió, ¡desertó!
En
el Domingo -pasado- el vigésimo noveno, los “discípulos”, los que “ya” se habían decidido al seguimiento
están totalmente ciegos, no pueden “ver”, o sea, no se pueden dar cuenta
de a quien están siguiendo, porque no van en pos de los valores que Jesús
representa, sino de otros intereses egoístas, ocupar ciertos “puestos de poder”
al lado del Mesías, perfectamente podemos asumir el discipulado pero no ir tras
Jesús, sino tras de otros intereses, tras una fantasmagoría surgida de una
falsa concepción del Salvador. No caminar tras el Señor, siguiendo sus pasos;
sino, caminar tras una ideología con tintes “cristianos”.
Cuando
Bartimeo, este Domingo trigésimo, llama a Jesús υἱὲ Δαυίδ Ἰησοῦ, ἐλέησον με, “Hijo de David ten compasión de mí”. (Mc
10, 47c), nos es lícito pensar que pese a su ceguera “física”, había oído
hablar de Jesús y le habrían dicho que era el Mesías puesto que al llamarlo
“Hijo de David” le está llamando Mesías; valga decir que Bartimeo había sido
informado que por los caminos de Judea andaba el Descendiente de David, el Mesías
que aguardaba el pueblo judío, el que restablecería el esplendor que había
tenido la nación en los tiempos de David.
¿En
qué radica la diferencia? Pues en que Bartimeo no tiene nada, mejor dicho, sólo
tiene su manto-cobija, esa es toda su posesión, y en ese tener mínimo –que prácticamente
equivalente a tener nada- radica una profunda libertad que conduce a la
disponibilidad. Nada le pesa, nada es rémora para su avance, va totalmente
“ligero de equipaje”. Va buscando al Señor, clama -de viva voz- ¡lo invoca!,
pide su ayuda, quiere que sea Él quien lo fortalezca (Cfr. Antífona de Entrada
de este Domingo XXX Ordinario del ciclo B). De este Timeo, podemos decir que
“busca siempre el rostro de Dios”. Ya Jesús había ordenado a sus discípulos no
andar con equipajes que entorpecieran su libertad para ir y venir, ni siquiera
les autoriza llevar un manto de repuesto; como lo hemos dicho antes, el
requisito es “la ligereza del equipaje”, sacudirse todo aquello que pueda impedir
andar con desprendimiento, darse, entregarse generosamente.
Bartimeo
no poseía ni siquiera un nombre, lo recordamos como el hijo de Timeo, lo que no
es un nombre “propio”, sino un nombrar a alguien nombrándolo por referencia a
su papá. Se podría aseverar que no era persona “importante” puesto que de
haberlo sido se le habría conocido por nombre propio. Así de ligero es el
equipaje de “Bartimeo”. Por eso, no le cuesta nada abandonar el manto: ὁ δὲ ἀποβαλὼν
τὸ ἱμάτιον αὐτοῦ ἀναπηδήσας ἦλθεν πρὸς τὸν Ἰησοῦν. Arrojó el manto,
se puso de pie y se acercó a Jesús. (Mc 10, 50).
Veamos
la otra diferencia garrafal: Bartimeo no está anclado a la referencia que le
han dado de Jesús, le han dicho que es el Hijo de David, pero esta “noticia” no
bloquea su apertura. Ante la pregunta de Jesús: τί σοι θέλεις ποιήσω
¿Qué quieres que te haga? (Mc 10, 51b), Bartimeo no pide ser agrandado
en títulos u honores, no pide cargos preferenciales, no pide prerrogativas para
dominar a otros ni riquezas para someter a alguien. Pide lo esencial, lo
fundamental, lo más necesario. ¿Qué puede ser lo más necesario para un ciego? ῥαββουνί, ἵνα
ἀναβλέψω. Maestro, que
pueda ver (Mc 10, 51d). Esa petición implica, además de llegar a tener la
capacidad física de ver, tener la claridad intelectual para “ver”, para darse
cuenta de la realidad, para penetrar y trasmontar las apariencias y “ver” sin
autoengaños, para ir a la Verdad, la que muchas veces queda oculta a una mirada
superficial o prejuiciosa.
Por
eso enfatizábamos que Bartimeo no se ata al prejuicio que le han dado sobre
Jesús. En otra curación milagrosa de Jesús, el Divino Maestro ordena, Éfeta. En
el caso de Bartimeo esta etapa de la curación ya está superada, Bartimeo ya
está “abierto”, disponible para aceptar la Verdad en su vida. Los propios
discípulos sufren de “cerrazón”, no aciertan a entender a su Maestro, andan con
Él sin entenderlo cabalmente, Él les dice y les enseña algo y ellos lo
tergiversan. El mismísimo Pedro, ante el anuncio de la pasión del Señor, cree
tener derecho a regañarle tratando de “corregirle” la visión a Jesús. Esa
ceguera que solemos sufrir conduce a uno de los regaños más duros del Maestro a
uno de sus discípulos: “Vade retro Satána”, y luego, “piensas como los hombres
y no según Dios”. (Mt 16, 23b.d).
En
cambio, Bartimeo, no piensa como los hombres, por decirlo de alguna manera
podríamos decir que “suspende el juicio” en espera de ser instruido: Ese es el
verdadero discipulado. El que no se hace a una imagen y se aferra a ella, sino
que se mantiene abierto a la “Revelación” dispuesto y abierto a oír y ver. Así
al conocer a alguien no se puede prejuzgar o pretender mantenernos en cierta
imagen recibida, preconcebida, sino “abrir los sensores” para un conocer
directo y no de oídas.
Queremos
poner de relieve que también a sus discípulos -regresemos al “Evangelio del
Domingo pasado- les pregunta: “¿Qué quieren que haga por ustedes?” Τί θέλετε με ποιήσω ὑμῖν. La diferencia radica en saber pedir,
saber lo que necesitamos, una de las situaciones más delicadas se desprende de
no saber lo que queremos, muchas veces -porque lo hemos pedido- recibimos
precisamente lo menos conveniente. Por eso, en la Oración Colecta, también
nosotros vamos a clamar y suplicar a Dios Todopoderoso y Eterno, que aumente en
nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y, para que merezcamos conseguir lo
que promete, le rogamos nos concede amar lo que nos manda. En el verdadero
discipulado, habremos aprendido a pedir, precisamente la fuerza y la fidelidad
para recorrer los caminos que Dios nos ofrece como sendero de Salvación y no
los caprichosos vericuetos que la mundanidad nos pinta como ideal.
ὕπαγε, ἡ πίστις σου σέσωκεν σε. καὶ εὐθὺς
ἀνεβλέψεν καὶ ἠκολούθει αὐτῷ ἐν τῇ ὁδῷ.
“Ve, tu fe te ha salvado… Al instante recobró la vista y lo seguía por el
camino.” Mc 10, 52b-d. Bartimeo no posee nada, ni prejuicios; por eso alcanza
la Gracia y la bendición de ser el último discípulo que Jesús gana antes de
entrar en Jerusalén, allí tendrá lugar el episodio conclusivo de su vida
mortal. Si Bartimeo hubiera sido un “rico”, se habría aferrado pertinazmente a
la “noticia” que tenía de Jesús; habría porfiado en su idea preconcebida. Esta
clase de ricos son los “teóricos” que se agarran a su “teoría” como un bebé se
agarra a su frazada. El discípulo debe ser “libre” para poder ver “lo que es” y
no sus ideologías. Para que al recibir la “visión”, lo primero que se
encuentren nuestros ojos sea su Rostro.
Al
disponernos a dilucidar cómo caminar juntos, como avanzar hombro a hombro, con
sentido fraternal, oremos con Papa Francisco:
Ven, Espíritu Santo.
Tú que suscitas lenguas nuevas
y pones en los labios palabras de vida,
líbranos de convertirnos en una Iglesia
de museo,
hermosa pero muda, con mucho pasado y
poco futuro.
Ven en medio nuestro,
para que en la experiencia sinodal
no nos dejemos abrumar por el
desencanto,
no diluyamos la profecía,
no terminemos por reducirlo todo
a discusiones estériles.
Ven, Espíritu de amor,
dispón nuestros corazones a la escucha.
Ven, Espíritu de santidad,
renueva al santo Pueblo de Dios.
Ven, Espíritu creador,
renueva la faz de la tierra.
Amen.
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