Is
55,10-11; Sal 65(64), 10-14; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23
Si no sintonizamos
con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.
J. A. Pagola
… cada uno… está comprometido o acostumbrado a un estilo de
vida que puede volverlo incapaz de comprender lo que significa la liberación,
para descubrir finalmente, lo que es la vida humana que Dios quiere.
Ivo Storniolo
Hay
unos temas capitales en la Liturgia de este Domingo XV -del ciclo A- del tiempo
Ordinario, que como estambres de un tejido se entrelazan y entretejen su
sentido profundo, que consiste en revelarnos a Dios como un Dios que da, que
derrama hasta el derroche, que se entrega en la más generosa y efusiva
donación. Esos temas son, según nuestra óptica: las parábolas, la escatología y
la Palabra.
Si
empezamos por la Primera Lectura, es el profeta Isaías quien nos trasmite la
Palabra de Dios, y lo hace precisamente con una parábola. En ella, la parábola
se establece entre la “lluvia”, como realidad conocida y entendida, y, por otra
parte, la Palabra de Dios, que es la realidad que se quiere presentar, pero de
la que no se puede hablar directamente: Así, como nos lo explica el Padre
Gustavo Baena, s.j. La parábola “Es una similitud o comparación en forma de
narración que tomada en su conjunto describe el acontecer de Dios como Creador
del hombre, tal como Jesús lo experimentaba y del cual solo se tiene una
comprensión oscura, por medio de otro acontecer comúnmente conocido y aceptado
por el oyente, a fin de hacer tomar conciencia más clara del primero y
comprometer al oyente a asumir, frente a él, una postura vital responsable como
criatura”. Allí, en el texto isaiano, el acontecimiento comúnmente conocido y
aceptado es “la lluvia”, y aquel del cual se tiene una comprensión oscura es
“la Palabra de Dios”; cabe recordar que para el pueblo judío, era una
experiencia muy exclusiva, sólo experimentada por profetas especiales, como
Moisés, el hablar con Dios y, más bien se tenía la concepción que semejante
dialogo conducía a la muerte.
Antes
de entrar en materia, nos gustaría intentar una aproximación al significado de
este término. ¿Qué es una parábola? Para tratar
de responder, nos atrae una “definición” del Padre José Antonio Pagola, “Cada
parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco
humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos
e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando
por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?” Lo que nos hace
caer en la cuenta que las parábolas pretenden llevarnos a vivir en una realidad
“superior”, un “mundo trasformado” no por la fuerza de la violencia, de la
coerción; sino trasformado por el “hombre nuevo”, que tiene una manera de vivir
verdaderamente motivadora, que dan ganas de vivir así. El poder trasformador de
Dios es un poder que se basa en la ternura, en el convencimiento, en la
profunda convicción. Así, palabras comunes y corrientes se transforman en Palabras
que nos “revelan” realidades trascendentes, místicas. A estas realidades Jesús
las llama μυστήρια
“misterios” y no cualquier clase de misterio, sino μυστήρια τῆς βασιλείας τῶν οὐρανῶν
“misterios del Reino de los Cielos”.
“Jesús
siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas.
Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el
«corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca
captaremos su fuerza transformadora.” -nos dice Pagola.
Vayamos
sobre la Segunda Lectura. Siguiendo con la carta a los Romanos, la perícopa
inicia así: “…los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se
nos descubrirá”. Al introducir así este trozo, se nos está presentando una
disyuntiva entre el tiempo (cronológico) en que vivimos el “hoy”, y un tiempo
“esperado”, el tiempo kairótico de la “promesa”, el de la “gloria”; entramos
–así- en lo escatológico. El “tiempo” de la gloria, también los fieles, que ya
tienen en su haber de “hoy” las que, San Pablo llama, “primicias del Espíritu”,
lo aguardamos igualmente, anhelándolo, ansiándolo afanosamente, que ya
quisiéramos tenerlo entre nuestros manos; -para decirlo con las palabras que se
usan en la carta- dice “gemimos en nuestro interior”. Este texto de hoy nos
identifica y nos da a reconocer la médula de ese anhelo: “que la creación misma
se vea liberada de la esclavitud de la corrupción”. Eso nos pone de cara a una
“tarea”, la “libertad de los hijos de Dios”, cuya premisa ya quedó sentada en
el versículo 15, o sea el que precede a la perícopa de hoy: “…ustedes no
recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que
nos permite gritar: ¡Abba!”. Esa es la disyuntiva, vivir como esclavos, o vivir
como hijos de Dios. Si nos aferramos a vivir el “sólo ahora”, escogemos vivir
como esclavos, si –por el contrario- escogemos la libertad de los hijos de
Dios, podemos clamar y proclamar a nuestro Dios llamándolo Padre, como nos lo
enseña su Hijo, pero para eso, requerimos caminar con los ojos dirigidos a la
“meta”, es decir, hacia la “gloria”. «Puede ser chocante la palabra “esclavo”.
Pero ser “esclavo de la justicia” o “esclavo de Dios” es una expresión que
tiene mucha fuerza por su contraste. El cristiano tiene que ser tan
radicalmente libre que se puede decir de él que es “esclavo de la libertad”.»[1] Insistimos, en «el nivel
cósmico es la creación entera la que participa de este movimiento en que es
arrebatada la naturaleza humana. Desde ahora la creación aspira a compartir, a
su manera, la gloria de los hijos de Dios, que se manifestará en la Parusía de
Cristo»[2]
Devolvámonos
al salmo, a este himno donde Dios nos invita a la vez que nos reta: “Venid y
ved las obras de Dios” (Sal 65(64), 5). Es Otra “parábola”. Dios es el
“Agricultor”, es el “Sembrador”, es el “jardinero”, es el “Hortelano” (Gn 2, 8)
(no estaba tan despistada María Magdalena al creer que se trataba del
“hortelano” (Jn 20, 15)); que cuida su campo y atiende vigilante sobre las
semillas que ha plantado, y toma todas las medidas tendientes a garantizar la
copiosa abundancia de la mies. ¿Accedemos el reto?, ¿admitimos la invitación?,
¿si queremos ir y ver, de verdad? «No te contentes con escuchar, o leer, o
estudiar. Te has pasado toda la vida estudiando y leyendo y abstrayendo y
discutiendo. Todo eso está muy bien, pero es sólo evidencia de segunda mano…
Ven y ve. Busca y encuentra. Entra y disfruta. El Señor te ha invitado a su corte…Tus
palabras no dejan lugar a duda, y tu invitación es seria y deliberada. Sin
embargo yo me dejo llevar por la timidez, me resigno, me refugio en excusas…
prefiero seguir el camino trillado,… me contento con la espiritualidad
rutinaria… Me temo que, si de veras me encuentro contigo, mi vida habrá de
cambiar, mis apegos habrán de soltarse y mi tranquilidad se acabará… Sé que en
mí es pereza, inercia y cobardía… falta de confianza en Ti, y quizá en mí
mismo. Reconozco mi pusilanimidad, y te ruego que no retires tu invitación…
Siervos tuyos en todas las religiones hablan de la experiencia que cambia sus
vidas, la visión que satisface todas sus aspiraciones, la iluminación que da
sentido a toda su existencia. Yo, en mi
humildad, deseo también esa iluminación, y la espero de tu Rostro, que es lo
único que puede dar luz sobre su propia existencia a ojos mortales. Quiero ver,
y al decir eso quiero decir que quiero verte a Ti, que eres la única realidad
que merece verse; a Ti, que con el resplandor de Tu Rostro das luz a la
creación entera y a mi vida en ella. Ese es mi deseo y esa es mi esperanza…
Voy, Señor, Dame la gracia de ver.»[3]
Pero
ahí mismo sobreviene la tercera idea medular de esta fecha litúrgica: “La
Palabra”. Para ir y ver tengo que llegarme asiduo a la Palabra.
Con
mucha frecuencia entendemos de manera floja la transustanciación de la semilla
en la Presencia Integra de Nuestro Señor Jesucristo, como si la única
transustanciación fuera la de la semilla
de trigo, pero está también la semilla de la palabra: la parábola de hoy, la
del sembrador, de la que siempre concluimos que Jesús es el Sembrador, pero, no
sólo, sino también la Semilla. La semilla es de trigo, el trigo se hace pan, el
pan se ofrenda como hostia, la hostia se hace comida y quien se hace alimento
es Jesús. Pero, de la misma manera, la Palabra es semilla, nuestro pecho es su
tierra, fértil o llena de abrojos, o pedregosa, o borde-caminera. Quizá nuestra
“tierra” sea perezosa, cobarde, tímida, falta de confianza en Jesús, temblorosa
en su exceso de egoísmo. Y, debería ser todo lo contrario, nuestra vida
integra, debería estar iluminada y calentada por la Palabra.
«Hay
que vivir el primado de la Palabra. Ahora no se lo vive. Nuestra vida está
lejos de que se pueda decir de ella que está alimentada y regulada por la
Palabra. Nos regulamos, aun en el bien, sobre las bases de algunas buenas
costumbres, de algunos principios de buen sentido, nos referimos a un contexto
tradicional de creencias religiosas y de normas morales recibidas…
experimentamos por lo general muy poco cómo la Palabra de Dios pueda llegar a
ser nuestro verdadero apoyo y consuelo, cómo pueda iluminarnos sobre el
“verdadero Dios” cuya manifestación nos llenaría el corazón de alegría. Sólo muy
raramente experimentamos cómo el Jesús de los Evangelios conocido a través de
la escucha y la meditación de las páginas bíblicas, puede llegar a ser en
realidad de verdad “buena noticia” para nosotros… La Misa dominical pasa a
menudo sobre nuestras cabezas sin llenarnos el corazón y cambiar la vida. Nos
parece que la palabra de Dios y la crónica cotidiana constituyen como dos
mundos separados. Nuestra vida podría llenarse de luz al contacto prolongado
con la Palabra, pero nosotros la pasamos en una penumbra perezosa y resignada.
¿Por qué no sacudirnos, hacer algo para que los tesoros que tenemos entre las
manos den sus frutos?»[4]
[1]
Mesters. Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo 4ª ed. Santafé de
Bogotá-Colombia 1999. p. 41
[2] Cerfaux,
Lucien. LA TEOLOGÍA Y LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO. en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de
Teología San Francisco de Borja. Barcelona-España Ene-Mar 1967. Vol. M 6 No. 21
p. 12.
[3] Vallés,
Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander-España
8va ed. 1993. p. 123-124
[4]
Martini, Carlo María. Card. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá D.C.-Colombia 1995. pp. 440-441.
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