Ex 17,3-7; Sal 95(94), 1-2. 6-9; Rom 5,1-2.5-8; Jn 4, 5-42
Me encanta ver a
Cristo hablar de ese modo con una pecadora, con una mujer que vivía con su
sexto hombre. Y me encanta ver a esa pecadora transformarse en apóstol: regresó
al pueblo para anunciar al Mesías. ¡Es formidable!
Dom Helder Câmara
Incapacitados para ver una salida
¿Nos
hemos descubierto –alguna vez- atrapados en una situación donde
percibimos una ausencia de control sobre el resultado de una
situación? Esta pregunta vienen al caso porque el concepto general que las
personas tienen sobre su realidad, sobre su propia historia personal es la de
encontrarse en una callejón sin salida, ciego en ambos extremos, en una suerte
de laberinto, ciego por todos los puntos donde –por mucho que se procure salir-
no se ve escape posible.
Para estos atolladeros la sicología ha acuñado dos
flamantes términos: “desesperanza aprendida” e “indefensión aprendida”. «Hoy
sabemos que en la política y en la guerra se usan estrategias para generar en
los disidentes, opositores y/o enemigos, estrategias de este tipo para
desmoralizarlos y evitar iniciativas resistentes a los abusos de poder»[1].
«Cuando
yo era chico me encantaban los circos. Y lo que más me gustaba de ellos eran los
animales. También a mí, como a otros, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza
descomunal…
Pero
después de su actuación, y hasta un rato antes de volver al escenario, el
elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus
patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin
embargo, la estaca era solamente un minúsculo pedazo de madera apenas enterrada
unos centímetros en la tierra. Y aunque
la cadena era gruesa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un
árbol con su propia fuerza, podría, de una forma muy sencilla, arrancar la
estaca y huir.
El
misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía
cinco o seis años, pregunté a algún maestro, a mi padre o a algún tío por el
misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba
porque está amaestrado.
Hice
entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, entonces ¿Por qué lo
encadenan?... No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el
tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba
cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace
algunos años descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo bastante sabio
como para encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa por que
ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño".
Cerré
los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro
de que el aquel momento el elefantito
empujó, y tiró de aquella cadena tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no lo logró. La
estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que
al día siguiente volvió a probar y también al otro sin tener buenos resultados…
hasta que un día, un terrible día para su historia el animal aceptó su
impotencia y se resignó a su destino.
Este
elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.
Él
tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente
poco después de nacer. Y lo peor es que jamás. Jamás intentó poner a prueba su
fuerza otra vez…
Cada
uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a
cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de
cosas "no podemos hacer" simplemente
porque alguna vez probamos y no pudimos.
Grabamos
en nuestro recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré'', perdiendo una
de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: La fe. La única
manera de saber es intentar de nuevo, poniendo en ello TODO NUESTRO CORAZÓN y
todo nuestro esfuerzo, como si todo dependiera de nosotros, pero, al mismo tiempo,
confiando totalmente en Dios como si todo dependiera de Él.»[2]
Sin ser esclavos propiamente, vivían esclavizados
El
pueblo de Israel que había terminado por vivir en esclavitud en Egipto, donde llegaron y fueron bien
acogidos originalmente, y se hicieron prácticamente ricos, y crecieron en gran
número, todo lo cual produjo preocupación en los egipcios que vieron en su
desarrollo una amenaza, así que les aumentaron los impuestos, y, les impusieron
mayor impuesto de trabajo, también les impusieron capataces despiadados que los
maltrataban, fue precisamente en esa situación que Moisés mató a un capataz y
tuvo que huir. Por eso también, cuando YHWH habló a Moisés le dijo: “claramente
he visto como sufre mi pueblo que está en Egipto. Los he oído quejarse por
culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren. Por eso he bajado a
salvarlos del poder de los egipcios; voy a sacarlos de ese país y llevarlos a
una tierra grande y buena donde la leche y la miel corran como el agua.” Ex 3,
7b-8c.
Toda
la historia de opresión y explotación los había llevado a sentir que no podían
ya sacudirse del yugo opresor. ¿Cuál es pues el rol de Moisés? Levantar el
ánimo de su pueblo, mostrarles que si podían “arrancar la pequeña estaca de
madera”. Moisés fue el instrumento liberador de YHWH para que su pueblo
“elegido” saliera de su lamentable condición en Egipto.
Pero
cuando se ha vivido largo tiempo la condición del explotado, podemos aplicar
aquí la imagen del elefante y decir que "El elefante del circo no escapa
porque había estado atado a una estaca parecida desde que era muy
pequeño". Esa mentalidad de explotado se ha internalizado de tal manera
que termina por amarse el servilismo, al punto que, después en el desierto,
añoran la carne y las cebollas que comían en Egipto. Viene luego el episodio
que nos narra la perícopa de este Domingo Ex 17, 3-7, donde el pueblo se queja
de sed y Dios les da agua que mana de la
roca que golpea Moisés con su vara, según las instrucciones que el propio YHWH
le había dado. Toda la escena tiene como marco espacial Masá y Meribá, lugar
geográfico de la ruta en el desierto, cuyo nombre traduce, precisamente, prueba
y querella, porque esto fue lo que hizo el pueblo: retar y querellarse con
Dios.
Nunca
será suficiente insistir que YHWH los hizo vagar 40 años por el desierto
precisamente para que se purificaran de su mentalidad servil, de su acomodo a
la mentalidad de explotados, de su conciencia de oprimidos ¡40 años de errar
por el desierto! Así sería de profunda la alienación de ese pueblo y su olvido
del valor inapreciable de la libertad. El cruce del Mar Rojo es una figura de
esa limpieza mental indispensable para salir de la condición y de la
resignación de vivir en la condición de subyugado, y así, reaprendieran la
libertad.
Fue
el duro proceso de aprender a vivir en “libertad”. Recuerdo haber visto una
película donde un ex presidiario se suicida porque ya no sabe vivir libre,
porque ya se había acomodado al ritmo de la cárcel hasta tal punto que su vida
en libertad es más penosa para él, acostumbrado al cautiverio- llegando a echar
de menos sus cadenas. La idea-imagen se puede llevar más lejos, ha habido
mujeres que llegan a extrañar las palizas de sus maridos… y, por mucho que nos
extrañe a los que detestamos las golpizas, nació aquel dicho de “porque te
quiero te aporreo”.
También
el agua bautismal alude a esta desintoxicación. Cuando nos hemos habituado a
vivir en el pecado, es preciso un proceso de limpieza mental y del corazón,
también para ser capaces de asumir el precio de vivir por fuera de él. Muchas
veces oímos del combate que dan los santos contra el Maligno que los ataca y los tortura despiadadamente
porque quiere arrastrarlos de cabeza hacia el fondo. ¡Esas son las tentaciones!
Esa es la manía de vivir apegados a las cebollas de Egipto.
Cruzar un Mar de Sangre
La
libertad tiene un precio, la libertad dignifica, pero no es gratuita. ¡Hay que
atravesar al otro lado del Mar de Sangre que derramó el Redentor!
El
Salmo celebra la Alianza. En este Salmo 95(94) se convida al pueblo a
restablecer la Alianza. Se lo llama a dejar la actitud que tuvieron en Masá-Meribá
y a reconocer que Dios es Grande, es Bondadoso, es Dios-Creador, es
amoroso-protector y defensor, Dueño de todo lo creado. Y retoma la idea de que
haber quebrantado la Alianza. ¿Cuál fue el castigo? Vagar 40 años por el
desierto, no poder entrar en el “descanso” del Señor.
La
Alianza implica una relación de toma y da-acá. Dios bendice, Dios protege, cuida
y alimenta; da de comer y de beber, pero el pueblo también tiene su parte
contractual en el pacto de la Alianza: Debe vivir su condición filial,
reconocerse hijo del Padre Celestial, asumir la obediencia, la fidelidad al
Padre; respetar sus mandatos, vivir coherentemente lo que Él le ha enseñado.
En
el año 721 a.C. , Samaria, capital del Reino del Norte, fue invadida por los
asirios. La política de dominación adoptada por Asiria era acabar con la
organización del país dominado. Ese imperio deportaba a los pueblos dominados
de una región a otra. Para poblar la región de Samaria, Asiria deportó sus
colonos de cinco regiones diferentes: Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvayím
(2 R 17, 24) Cada pueblo llevó consigo su cultura y sus dioses. Con el correr
del tiempo, esos colonos asirios se unieron con los judíos, formando un nuevo
pueblo. Los samaritanos.»[3]
«Los
samaritanos tuvieron un papel decisivo en la formación de la comunidad del
Discípulo amado. Por eso el evangelio de Juan presenta el episodio de Jesús con
la samaritana y muestra que ha llegado el final del culto que discrimina y
margina personas y grupos. La samaritana no tiene nombre, y ese detalle indica
que ella representa a todos los samaritanos, que eran considerados por los
judíos como personas impuras e idólatras»[4].
También
la Samaritana del evangelio padece una triple cadena: Es Samaritana, es decir
extranjera; es mujer, tremenda alienación en esa cultura donde la mujer era
prácticamente menos que un mueble, algo así como un burro; y la “cadena” del
amor-fetichizado, de tener “maridos” que no son “marido” porque “no eran
suyos”, eran hombres transeúntes por su vida, no compañeros de vida, no
–co-constructores de un hogar, de una familia, compañeros de una misma “lucha”.
«El corazón del hombre no puede vivir “sin un dueño”. Cuando el corazón anda de
ídolo en ídolo, de cosa en cosa, de dependencia en dependencia, al final se
siente vacío, desganado, perdido y solo. El corazón duele cuando no lo llena
quien es la medida de nuestro corazón: Dios. Al corazón no se le puede mentir.
No se le puede enmascarar. No va en juegos de mentira. Al corazón se llega sin
razones, sin manejos; se llega por la intuición. El corazón sufre cuando es
maltratado, golpeado por una vida vivida “sin corazón”. Al corazón no se le
engaña dándole a beber “aguas contaminadas, aguas sucias”. Le gusta el agua
limpia, el agua fresca y pura. Al corazón
no le van los postizos, no le cuadran los disfraces. Porque el corazón
del hombre lo creó Dios, salió de sus manos, tiene su marca, su sello, su
hechura. Y nada lo satisface sino el mismo Dios.»[5]
«Un
corazón herido es un corazón indigente. El corazón herido de Jesús, plenamente
humano, necesitaba y necesita amistad. Rechazado, necesita fe, confianza y
fidelidad. ¿No era eso lo que buscaba en sus discípulos y seguidores durante su
misión, que creyeran en Él, que demostraran su caridad amando al prójimo y
permaneciendo en su amor? ¿No eran causas de su tristeza y soledad la falta de
fe y confianza que hallaba en sus seguidores y discípulos?»[6]
אֱלֹהִֽים׃ כְּאַיָּ֗ל תַּעֲרֹ֥ג
עַל־אֲפִֽיקֵי־מָ֑יִם כֵּ֤ן נַפְשִׁ֨י תַעֲרֹ֖ג אֵלֶ֣יךָ
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca
a ti Dios mío.
Sal 41, 2
El
agua que le dará Jesús, es agua purificadora, re-dignificadora, que le enseña a
vivir al margen del pecado, a vivir libre respecto de él. La levanta; no la
discrimina[7] sino que la trata de igual
a igual. Le habla por encima de las discriminaciones raciales y de género y
también, la va como llevando de la mano, para hacerle entender que lo que ella
llama “maridos” dista mucho de serlo. «Ahora ella es una mujer diferente. Mujer
nueva. Mujer regenerada. Mujer limpia y feliz. Mujer profunda y cercana. Mujer
fuerte.»[8]
«…
todo lo que me limite, me está impidiendo llegar a esa plenitud, a esa
totalidad, a esa abundancia en la vida, en la Gracia para hacer todo lo que yo
puedo, quiero y debo ser,…»[9]
La
Segunda Lectura, de la carta a los Romanos, llegamos al capítulo V, «Hasta
aquí, el asunto central era al justificación. De aquí en adelante, el asunto
será la salvación. Fue lo nuevo que se construyó. La justificación queda en el
pasado, la salvación se abre al futuro… La justificación está unida a la muerte
de Cristo. La salvación está unida a la vida-resurrección y al Espíritu santo
que es como el “arquitecto” de esa nueva construcción.»[10] antes de pasar a
hablarnos de la liberación del pecado (5, 12 ss.), nos da una clarísima
iluminación sobre el contexto soteriológico que implica (5, 1-11). En la perícopa de hoy se reconoce que Jesús
al sacrificarse por nosotros mostró nuestro valor a los ojos de Dios. Por
encima de nuestros defectos y virtudes, tanto y tantísimo valemos para Él que,
aun cuando no seamos “justos”, Dios no escatimó a su Hijo, su Amado, en quien
tiene sus complacencias, y lo entregó por nosotros. Reflexionemos y justipreciemos cuánto nos ama y cuánto
valemos a Sus Ojos. ¡Él tiene sed, sed
de nuestro amor!
[1]
Yagosesky, Renny. LA DESESPERANZA APRENDIDA. http://www.gestiopolis.com/organizacion-talento/perdida-de-la-motivacion.htm
[2]
Agudelo C. Humberto A. VITAMINAS DIARIAS
PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia 3ra RE-IMPRESIÓN 2005
pp.263-264
[3]
Centro Bíblico Verbo LA NUEVA VIDA NACE DE LA COMUNIDAD. EL EVANGELIO DE SAN
JUAN. SUBSIDIOS PARA ENCUENTROS. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia 2010. p. 40.
[4]
Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed. San
pablo Bogotá Colombia. 2002
[6]
Galilea, Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia
1995 p. 116
[7]
Los samaritanos se dan cuenta que Cristo NO es un Mesías limitado a los
“judíos”, sino abierto a todas las razas y marginados del mundo, incluso a
ellos (Jn 4, 41-42). Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO
DE JUAN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia. 1999 p. 45
[9]
Vallés, Carlos G. sj. TESTIGOS DE CRISTO EN UN MUNDO NUEVO. Ed. San Pablo
Santafé de Bogotá 1995. p. 52
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