Gen. 12, 1-4;
Sal 32,4-5.18-19.20.22; 2 Tim. 1,
8-10; Mt. 17, 1-9
Aquel día Pedro,
Santiago y Juan tuvieron la experiencia del Cristo del Tabor, como una
experiencia anticipada del Cristo Resucitado.
Emilio L. Mazariegos
Sólo en el contexto
de la resurrección ellos empezaran a tener las herramientas interpretativas
para llegar a comprender lo que han visto.
Michael Casey
Lo
leemos en el salmo 33(32) “el amor del Señor llena la tierra”, ¿toda ese
abundancia de amor se va a quedar en nada? ¿Haremos de todo ello un
divino-despilfarro? Cada detalle de Jesús es un destello de su luminoso amor. Y
ese resplandor del que hablamos hoy, no se quedó en el Tabor, sino que ¡llena
toda la tierra! Y, nuestros torpes ojos no llegan a verlo. Los Tres Discípulos
que Él ἀναφέρει “lideró para que ascendieran”, -y que nos
representan a todos los discípulos de la historia- pero, a la vez, -que “Él
presentó al Padre como ‘corderos’ sacrificiales”- sabían que Jesús dialogaba
con personajes que todos sabían muy pretéritos, que no habían conocido
personalmente ni sus abuelos, ni sus tatarabuelos, porque habían pasado por la
historia de la fe siglos antes: he aquí, una dosis mayor de aquella teofanía,
esos “personajes” continuaban vivos, o sea que para Dios, el Dios de Jesús, el
Dios-Padre, la muerte no existe, para Él todo es vida, “vida perdurable”.
No morirse en la esterilidad
Queremos
valernos del truco literario de la “colcha de retazos” que, eran un tipo de
cubre-lechos antiguamente muy en boga, obtenidos a partir de fragmentos textiles,
de distintos colores y de materiales muy diversos. Constituían una especie de
“reciclaje” que además de su fantástico y alegre colorido, de su tendencia
kitsch directamente emparentada con el naïve, se ponían en colaboración piezas de géneros tan
dispares en cuya contraposición se daba nacimiento a un lenguaje, a un enfoque
y a una percepción hasta ese momento no alcanzado. Era –desde el punto de vista
cultural- un descubrimiento, una revelación de una dimensión absolutamente
desconocida hasta entonces, un hallazgo trascendente, algo a lo que de otro
modo no se habría podido acceder. Fue –gracias a las obras manuales de las
abuelas- que aprendimos a ver y entendimos el valor del collage, el arte de la
yuxtaposición, del poner lado a lado lo que de por sí se halla distante y no
convive en la inmediatez sino en la lejanía.
Quisiéramos
tratar de penetrar y adentrarnos en la “transfiguración” valiéndonos de una
colcha de retazos hecha con fragmentos de tres textiles (es decir, en nuestro
caso, tres textos de muy dispar procedencia) que colocados, uno junto a los
otros dos, nos “revelen”, tal vez, una dimensión nunca antes percibida de estos
–también- Tres Personajes tan importantes para nuestra fe, que se dan cita en
el ὄρος ὑψηλὸν
“monte elevado”.
Puede
suceder que el episodio nos deje “por fuera” si en él sólo vemos un “efecto
especial”, un “montaje publicitario”, otro “truco de campaña”, una
“manipulación de la imagen” encargada al asesor de imagen para impactar y
“conseguir más votos”. Este peligro también está allí. Podemos quedarnos “por
puertas” si nos detenemos en los super-reflectores que hacían ver las ropas de
Jesús tan “maravillosamente brillantes” como si se tratara sencillamente de un
comercial de detergente que promete una blancura inalcanzable para otros
detergentes o para los jabones en barra…
Si
esto nos sucediera, la página bíblica habría quedado para nosotros estéril. Así
que, habrá que usar un acceso diferente. Otro tipo de acercamiento.
Aproximarnos a la perícopa evangélica con otro instrumental. Nosotros mismos,
nos hemos quedado otras veces atrapados en la crítica a San Pedro: “Ah, pedazo
de conformista que quería quedarse en lo alto del monte y no bajar a enfrentar
la vida”. O, “claro, ahí está pintado Pedro, siempre bocón, afanándose por
meter la pata, porque siempre que habla, dice su sandez”. Y, sin embargo, no
será tanta sandez porque Jesús lo instituye “piedra” básica para levantar su
Iglesia: Primer Pontífice, primero en la serie de los que por ahora van 266
hasta llegar al hoy en día Papa Francisco.
¡Dios dispondrá cuantos más seguirán en esta serie! Por tanto, no
podemos estancarnos en argumentos inmediatistas, procuremos -con el
instrumental sugerido- adentrarnos en el tema, al sesgo, buscando penetrar con
mayor efectividad, y más profundo alcance. Bien, vayamos sobre el primer
retazo, para mirar cómo la invitación de Jesús al “Monte Alto” puede
despilfarrarse:
«Yo
–decía el Padre José Luis Martín Descalzo- siempre he sido un pésimo ahorrador.
De dinero y de vida. Tal vez porque veo que en el mundo hay un terrible afán
por regatear esfuerzos, de afanes por dejar para mañana lo que a uno no le
obligan a hacer hoy. Hay gente -me parece- que se va a morir sin llegar a
estrenarse. Se cuidan. Se ahorran. Se «conservan». Van a llegar a la otra vida
como un abrigo siempre guardado en el ropero.
Hace
años leí una oración de Luis Espinal (el jesuita a quien asesinaron en Bolivia
en 1980) que me impresionó: «Pasan los años y, al mirar atrás, vemos que
nuestra vida ha sido estéril. No nos la hemos pasado haciendo el bien. No hemos
mejorado el mundo que nos legaron. No vamos a dejar huella. Hemos sido
prudentes y nos hemos cuidado.
Pero
¿para qué? Nuestro único ideal no puede ser el llegar a viejos. Estamos
ahorrando la vida, por egoísmo, por cobardía. Sería terrible malgastar ese
tesoro de amor que Dios nos ha dado.
Sería
terrible, sí, llegar al final con el alma impoluta, con el tesoro enterito,
pero sin emplear. Creo que fue Péguy quien se reía de los que nunca se
mancharon las manos... porque no tienen manos. O porque jamás las usaron para
nada… Era yo seminarista y vi -¿hace ya cuántos años?- aquella vieja película
titulada Balarrasa (que he revisado hace poco y me pareció malísima), que,
vista con mis veinte años, resultó decisiva para mi vida en aquella escena en
la que un personaje, muriéndose, se aterraba ante la idea de hacerlo «con las
manos vacías». Esa imagen me persiguió durante años. Y pensé que ningún
infierno peor que el de la esterilidad. Fuera lo que fuera de mi vida, yo
tendría que dejar aquí algo cuando me fuera, aun cuando se tratara solamente de
una gota de esperanza o alegría en el corazón de un desconocido.
Pienso
ahora en aquel verso de Rilke que, como supremo piropo a la Virgen, dice que el
día de la Asunción quedó en el mundo «una dulzura menos». O pienso en Juan
XXIII, de quien, el día de su muerte, dijo el cardenal Suenens que «dejaba el
mundo más habitable que cuando llegó». Pienso que es muy poco importante el
saber si dentro de un siglo se acordará alguien de nosotros -seguramente no-;
porque lo único que importa es que alguna semilla de nuestras vidas esté
germinando dentro de alguien (incluso si ni él ni nosotros lo sabemos). Porque
entonces nuestras vidas habrán sido ganadas.»[1]
Este
relato, nos da motivos para bajar del Monte, para no quedarnos a vivir en las
tres “tiendas”, para entender que en vez de “enquistarse”, es preciso “desacomodarse”,
armarse de valor y “amarrarse bien los pantalones” porque nos han habituado a
pensar y a reaccionar con mojigatería. Pedro no es menos valiente que nosotros.
También –la mayoría de nosotros preferiríamos quedarnos arriba, preferiríamos
el frasco de formol al riesgo de vivir el compromiso, de seguir al que es “la
Tienda Viviente” porque Él ha puesto su Tienda entre nosotros, ha armado su “Carpa”
con Carne, Huesos y Santa-Sangre, y es con Él con quien vale la pena vivir,
porque Él es Vida, porque Jesucristo es la vida en plenitud, porque su
vitalidad es la del Amor.
El mal puede llegar a producir frutos de bien
Vayamos
sobre un segundo retazo: Admiramos la valentía de los jóvenes que son capaces
de apostarle todo el mismo número. Y nosotros, en cambio, nos vamos llenando
–muchas veces- de pusilanimidad, y nos quedamos allí en el rincón, quieticos,
inmóviles sin hacer ruido alguno, sin chistar palabra: “No nos la hemos pasado
haciendo el bien. No hemos mejorado el mundo que nos legaron. No vamos a dejar
huella. Hemos sido prudentes y nos hemos cuidado” como decía la oración de Luis
Espinal, y por lo tanto, no habremos hecho al mundo más habitable que cuando
llegamos.
Podemos
orar para no tener que beber el cáliz amargo, siempre y cuando no pretendamos
el muy ofensivo gesto de ponerle talanqueras al Mismísimo Dios. ¡Señor, haznos
generosos para no quedarnos en el rincón, lloriqueando; para sacudirnos el
miedo, para desatarnos las alienaciones que nos condenan al quietismo, a la
inacción, a los pecados de omisión por cobardía! Permítenos, Oh Señor, la
osadía de tu Espíritu Santo para no ser resignados sino resistir el Mal, todo
mal; de seguro, Tú nos asistirás!
«…una
oración que había aparecido garabateada en un trozo de papel de estraza hallado
en el campo de concentración de Ravensburg: “Acuérdate, Señor, no sólo de los
hombres y mujeres de buena voluntad, sino también de los de mala voluntad. No
recuerdes tan sólo todo el sufrimiento que nos han causado; recuerda también
los frutos que hemos dado gracias a ese sufrimiento; la camaradería, la
lealtad, la humildad, el valor, la generosidad, la grandeza de ánimo que todo
ello ha conseguido inspirar. Y cuando los llames a ellos a juicio, haz que
todos esos frutos que hemos dado sirvan para su recompensa y su perdón”»[2]
Cuando
acusamos a Dios por permitir el mal, se nos queda en el margen, la comprensión
anterior: el mal genera mucho bien, el dolor nos permite alzarnos por sobre
nuestra fragilidad, no sólo es redentor, es también vitamina de solidaridad,
nos hace más unidos, ante él reaccionamos con lo mejor de nosotros mismos. El
mal gatilla nuestros impulsos heroicos, es –en no contadas veces- el detonante
del Amor que Dios ha depositado en nosotros, y que de otra manera, no
despertaría, sino que se mantendría amodorrado en nuestro corazón, modorra
rayana en la indiferencia. Pensemos –en este momento- en los frutos que tú
mismo has dado como resultado de tu sufrimiento.
No
que busquemos el mal, no que promovamos el mal; pero, que comprendamos que el
mal inevitable, el que –por ahora- no podemos detener, también es una ventana
hacia Dios, que sabe recoger, inclusive allí, frutos provechosos, así como los
cosechó del Árbol de la Cruz.
¿Se
puede comer la torta y guardarla?
Y,
para concluir, el tercer texto-retazo donde se nos plantea un profundo dilema
moral: También se nos ha ocurrido pensar sí ¿podríamos tenerlo todo? ¿A Jesús,
a Elías, a Moisés, las tres Tiendas y –al mismo tiempo- el descenso del monte,
ya que no podemos quedarnos arriba? ¿Parece mucho pedir? ¿Es absolutamente
imposible tenerlo todo? ¿Estamos condenados a elegir o cabe alguna astucia?
El
siguiente cuentito nos puede sugerir una alternativa viable: Se titula “Un
Dilema”:
Estás
conduciendo tu carro en una noche de tormenta terrible. Pasas por una parada y
ves a tres personas esperando el bus:
1. Una
anciana que parece a punto de morir.
2. Un viejo amigo que te salvó la vida una vez.
3. El hombre perfecto o la mujer de tus sueños.
2. Un viejo amigo que te salvó la vida una vez.
3. El hombre perfecto o la mujer de tus sueños.
¿A cuál
llevarías, sabiendo que solo puedes llevar a un pasajero en tu automóvil?
Piensa
antes de seguir leyendo… Piensa… Piensa…
Este es un
dilema ético-moral que una vez se utilizó en una entrevista de trabajo.
Podrías llevar a la anciana, porque va a morir y, por tanto, deberías salvarla primero; o podrías transportar al amigo, ya que te salvó la vida una vez y esta sería la oportunidad perfecta de devolverle el favor. Sin embargo, tal vez nunca vuelvas a encontrar al hombre o mujer de tus sueños… Piensa antes de seguir leyendo… Piensa… Piensa…
El
aspirante que fue contratado (de entre 200 aspirantes) no dudó al dar su
respuesta. Me encanto, y espero poder utilizarlo después en alguna entrevista.
¿QUÉ
DIJO?
Simplemente contestó: "Le daría las llaves del carro a mi amigo, y le dejaría que llevara a la anciana al hospital. Yo me quedaría y esperaría el bus con la mujer de mis sueños."
Debemos
superar las aparentes limitaciones que nos plantean los problemas, y aprender a
pensar creativamente»[3].
Lo
cierto es que Pedro, Santiago y Juan, al bajar con Jesús tuvieron a Moisés y
toda su ley, y aún más; a Elías y todo su profetismo; tuvieron a Jesús, el
Mesías, el Hijo de Dios; la bajada más profunda de la montaña, hasta el fondo
del Hades, hasta el martirio mismo; pero, tuvieron también la Altura de la Montaña
más Alta, la Luz y el Resplandor más enceguecedor, el destello de la
Resurrección. ¡Se puede tener todo al tiempo! Para lograrlo ¡hay que animarse a
bajar! ἀναφέρει
A subir y bajar con Él, animarse a seguirlo, ¡que sea Él quien nos tome
consigo!
[1]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Sociedad de Educción
Atenas. Madrid - España. 1985 pp. 18-19
[2] De
Mello Anthony. UN MINUTO PARA EL ABSURDO. Editorial Sal Terrae.
Santander-España 5ta ed. 1996 p. 299
[3]
Agudelo C. Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas.
Bogotá – Colombia 3ra re-imp. 2005 pp. 219-220
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