sábado, 22 de febrero de 2020

קָדוֹשׁ /qadosh/: SANTO



Lev 19, 1-2, 17-18; Sal 103(102),1-4, 8, 10, 12-13; 1Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48

No basta con ser creyente, hay que ser creíble.
Pedro Casaldáliga

…la ética “natural” es por naturaleza “sobrenatural”: la naturaleza del hombre es ser como Dios.
Silvano Fausti

… van a buscar lejos las formas de hacerse “prójimo”,
Cuando estas se encuentran a las puertas de la propia casa.
Carlo Ma. Martini

¡La ternura de Dios-Padre es la maravilla de querernos sus hijos! Nos da nuestra vida no para que en ella, en algunos momentos o bajo cierto rol nos asemejemos a Él, sino que su Beneplácito está en que cada latido de nuestro corazón sea eco y reverberación de los latidos de su corazón Misericordioso. Hay un salto ontológico aparentemente enorme entre las Bienaventuranzas según San Mateo y la versión lucana. San Mateo nos pide ser perfectos, en cambio, San Lucas nos llama a ser Misericordiosos. El salmo que nos ofrece la liturgia para este Domingo nos habla de un elemento constitutivo esencial del amor, del amor misericordioso: el perdón. Es un Salmo de Acción de gracias, donde se da gracias porque Dios es un Dios compasivo, que no se ensaña con nuestras faltas, sino que siempre es prodigo en clemencia. Nada hay más ajeno al corazón de Dios que la ley del talión, muy a pesar de que generaciones de generaciones fueron educadas en una fe del dios vengativo, retaliativo y cruel; y que esa imagen subyace en la conciencia de muchos de los creyentes. En cambio, tengamos presente el verdadero rostro de Dios:

«El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias,
rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura,
Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor;
no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.
tan lejos como está el oriente del ocaso aleja él de nosotros nuestras rebeldías».

Para entender esta “identificación” entre la santidad y la misericordia conviene mirar los ## 81 y 82 de la Gaudete et Exsultate, donde Papa Francisco nos enseña:

«Dar y perdonar es intentar reproducir en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Por tal razón, en el evangelio de Lucas ya no escuchamos el «sed perfectos» (Mt 5,48) sino «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará» (6,36-38). Y luego Lucas agrega algo que no deberíamos ignorar: «Con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (6, 38). La medida que usemos para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para perdonarnos. La medida que apliquemos para dar, se nos aplicará en el cielo para recompensarnos. No nos conviene olvidarlo.

Jesús no dice: «Felices los que planean venganza», sino que llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen «setenta veces siete» (Mt 18,22). Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos sinceramente al Señor y afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas veces este reproche: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,33).

Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.»

«Es muy frecuente que tengamos nuestra propia idea acerca de los que entran, los que salen o los que encienden velas y que, bajo el pretexto de caridad, pensemos: “¡señor, Señor! ¿Cómo se atreve esa mujer a venir a tu casa, con todas las cosas que cuentan de ella? Y esa madre ¿qué hace aquí tanto tiempo? ¡Mejor haría en quedarse en su casa  y ocuparse de sus hijos!”

Estamos en la Iglesia y juzgamos sin parar. Y, sin embargo, no tenemos derecho a juzgar a nadie. Ni siquiera el Padre juzga, sino que ha dejado el juicio a su Hijo, Cristo. Además, para juzgar a alguien habría que estar dentro de él, tal vez incluso desde antes de su nacimiento… Es imposible juzgar.»[1]

Con este Séptimo Domingo del ciclo A, llegamos al término de la primera parte del Tiempo Ordinario en este año de Gracia 2020; este miércoles que llaga tendremos el Miércoles de Ceniza y el próximo Domingo –por esa misma Gracia- estaremos viviendo el Primer Domingo de Cuaresma.

Desde el IV Domingo Ordinario nos hemos venido adentrando en el Sermón del Monte, según la versión mateana -como corresponde en el ciclo A : en primer término tuvimos las Bienaventuranzas y, en seguida, un examen comparativo entre la Torá -la Ley Judía- y la profundización y plenificación que propone el Divino Maestro.  Así es como Jesús “sube” al Monte, yendo delante de nosotros, conduciendo a su pueblo, abanderando con su Enseñanza, y allí toma asiento –acción que figura su magisterio autorizado-, tomando asiento para enseñar y esclarecer nuestra relación con Dios: la Alianza.

«Las Bienaventuranzas han sido consideradas con frecuencia como la antítesis neotestamentaria del Decálogo, como la ética superior de los cristianos, por así decirlo, frente a los mandamientos del Antiguo Testamento. Esta interpretación confunde por completo el sentido de las palabras de Jesús. Jesús ha dado siempre por descontada la validez del Decálogo (cf. P.ej. Mc 10, 19; Lc 16, 17); en el Sermón de la Montaña se recogen y profundizan los Mandamiento de la segunda tabla de la Ley, pero nos son abolidos. (cf. Mt 5, 21-48); esto estaría en total contradicción con la afirmación fundamental que inicia esta enseñanza sobre el Decálogo: “No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasaran el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley” (Mt 5,17s)... Jesús no piensa abolir el Decálogo, sino que, por el contrario, lo refuerza.»[2]

En los ## 63-64 de la Gaudete et Exsultate, Papa Francisco nos explicita: «Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas…. La palabra “feliz” o “bienaventurado”, pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha.»

Así hemos llegado al meollo de la Liturgia de este Domingo VII Ordinario (A), que encontramos en el Evangelio, en el verso Mt 5, 48: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. La palabra medular es τέλειος, “perfecto”, que nos dice cómo es el Padre Celestial: ¡Perfecto!; Perfecto es aquel quien ha alcanzado la integridad de los rasgos del que le pertenece a Dios. Esa pertenencia está expresada con un principio de transitividad en la 1Cor 3, 23 2: “Todo es de ustedes, ustedes de Cristo y Cristo de Dios”. La perfección, léase “santidad” consiste en reconocer que nuestro Dueño es el Señor, que a Él pertenecemos y que nuestro programa de maduración, de ascenso a la Montaña, consiste en ir puliendo los rasgos del cristiano, configurándonos con Cristo. Perfección es en griego lo que en hebreo es קָדוֹשׁ (qadosh) lo que nosotros traducimos “Santo”.

Dice el Papa Emérito que «… las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo… El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con Él: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la trasposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Pero son válidas para los discípulos porque primero se han hecho realidad en Cristo como prototipo… las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones.»[3]

Ese mismo τέλειος está consignado en el Levítico, donde leemos: “sean santos, porque Yo su Dios soy Santo” (Lev 19, 2). Dando un pequeño salto al verso 18, nos señalará el peldaño maestro para ascender en esa vía: “Dice el Señor YHWH: Amaras a tu prójimo como a ti mismo”(Lev 19, 18).

En el VI Domingo Ordinario (A) –es decir, el Domingo pasado- tuvimos la profundización del
·         No matarás
·         No cometerás adulterio
·         Dar acta de divorcio a la mujer repudiada, y
·         No jurar en falso

En este VII Domingo, el Evangelio se ocupa de
·         La ley del Talión
·         Y, la universalización del amor al prójimo, más allá de las fronteras raciales y religiosas.

La Segunda Lectura nos viene a recordar una faceta de nuestra santidad: Somos Templos, hemos sido consagrados bautismalmente para que Dios nos habite, ¡el templo de Dios que somos es Santo! esta convergencia de Amor-santidad-perfección nos configura como existencias para la trasparencia:

Transparencia, he ahí el trasfondo existencial de la “perfección”, de la “santidad”. Se nos han entregado todos los instrumentos indispensables para tejer esa “trasparencia”. Lo contrario de trasparencia es opacidad, la opacidad del cristiano produce “escandalo”: «¿Qué es escandalizar? Es borrar la imagen de Dios para que no crean en Él… Si nosotros fuéramos hijos de Dios y lo diéramos a entender, haríamos creíble a Dios mismo… si nosotros somos trasparencia de Dios, somos la palabra de Dios caminando en dos pies… los cristianos en la Iglesia son sacramento porque trasparentan a Cristo haciendo lo que hizo Jesús. ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles: estamos lejos, ¿no?...»[4]

«… ¡somos tan tremendamente opacos…! Lo más frecuente es que ocultemos al Señor, haciendo nosotros de pantalla. El ideal sería que fuésemos transparentes, translucidos. El día en que, al mirarnos, nuestros hermanos no vieran ya nuestro pobre rostro, nuestra pobre persona, sino a Cristo, el Señor… ¡ah, sería perfecto…!»[5]

A renglón seguido conviene decir aquí lo que Papa Francisco en el # 28 de la Gaudete et Excultate: « Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora. El desafío es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo.».

Queremos concluir, con la Gaudete et Exsultate, esta vez citando el #32: «No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad.» y, en el #34: «No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos».




[1] Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander.1985 p.72-73
[2] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. 1ª PARTE Ed. Planeta. Bogotá – Colombia 2007 p. 97-98
[3] Ibid pp. 101. 102
[4] Baena, Gustavo. sj. LA VIDA SACRAMENTAL. Copia estenográfica de una conferencia dada en el Col. Berchmans. Santiago de Cali-Colombia 1998. pp. 14-15.
[5] Câmara, Helder. Op. Cit. p.73

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