Lev
19, 1-2, 17-18; Sal 103(102),1-4, 8, 10, 12-13; 1Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48
No
basta con ser creyente, hay que ser creíble.
Pedro
Casaldáliga
…la
ética “natural” es por naturaleza “sobrenatural”: la naturaleza del hombre es ser
como Dios.
Silvano Fausti
… van a buscar lejos las formas de hacerse “prójimo”,
Cuando estas se encuentran a las puertas de la propia
casa.
Carlo Ma. Martini
¡La ternura de Dios-Padre es la maravilla de querernos sus
hijos! Nos da nuestra vida no para que en ella, en algunos momentos o bajo
cierto rol nos asemejemos a Él, sino que su Beneplácito está en que cada latido
de nuestro corazón sea eco y reverberación de los latidos de su corazón
Misericordioso. Hay un salto ontológico aparentemente enorme entre las
Bienaventuranzas según San Mateo y la versión lucana. San Mateo nos pide ser
perfectos, en cambio, San Lucas nos llama a ser Misericordiosos. El salmo que
nos ofrece la liturgia para este Domingo nos habla de un elemento constitutivo
esencial del amor, del amor misericordioso: el perdón. Es un Salmo de Acción de
gracias, donde se da gracias porque Dios es un Dios compasivo, que no se ensaña
con nuestras faltas, sino que siempre es prodigo en clemencia. Nada hay más
ajeno al corazón de Dios que la ley del talión, muy a pesar de que generaciones
de generaciones fueron educadas en una fe del dios vengativo, retaliativo y
cruel; y que esa imagen subyace en la conciencia de muchos de los creyentes. En
cambio, tengamos presente el verdadero rostro de Dios:
«El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus
dolencias,
rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura,
Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de
amor;
no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras
culpas.
tan lejos como está el oriente del ocaso aleja él de nosotros
nuestras rebeldías».
Para entender esta “identificación” entre la santidad y la
misericordia conviene mirar los ## 81 y 82 de la Gaudete et Exsultate, donde
Papa Francisco nos enseña:
«Dar y perdonar es intentar reproducir en nuestras vidas un
pequeño reflejo de la perfección de
Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Por tal razón, en el evangelio de
Lucas ya no escuchamos el «sed perfectos» (Mt 5,48) sino «sed misericordiosos
como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no
condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os
dará» (6,36-38). Y luego Lucas agrega algo que no deberíamos ignorar: «Con la
medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (6, 38). La medida que usemos
para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para perdonarnos. La medida
que apliquemos para dar, se nos aplicará en el cielo para recompensarnos. No
nos conviene olvidarlo.
Jesús no dice: «Felices los que planean venganza», sino que
llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen «setenta veces siete» (Mt
18,22). Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados.
Todos nosotros hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos
sinceramente al Señor y afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas
veces este reproche: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero,
como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,33).
Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.»
«Es muy frecuente que tengamos nuestra propia idea acerca de
los que entran, los que salen o los que encienden velas y que, bajo el pretexto
de caridad, pensemos: “¡señor, Señor! ¿Cómo se atreve esa mujer a venir a tu
casa, con todas las cosas que cuentan de ella? Y esa madre ¿qué hace aquí tanto
tiempo? ¡Mejor haría en quedarse en su casa y ocuparse de sus hijos!”
Estamos en la Iglesia y juzgamos sin parar. Y, sin embargo,
no tenemos derecho a juzgar a nadie. Ni siquiera el Padre juzga, sino que ha
dejado el juicio a su Hijo, Cristo. Además, para juzgar a alguien habría que
estar dentro de él, tal vez incluso desde antes de su nacimiento… Es imposible
juzgar.»[1]
Con este Séptimo Domingo del ciclo A, llegamos al término de
la primera parte del Tiempo Ordinario en este año de Gracia 2020; este
miércoles que llaga tendremos el Miércoles de Ceniza y el próximo Domingo –por
esa misma Gracia- estaremos viviendo el Primer Domingo de Cuaresma.
Desde el IV Domingo Ordinario nos hemos venido adentrando en
el Sermón del Monte, según la versión mateana -como corresponde en el ciclo A :
en primer término tuvimos las Bienaventuranzas y, en seguida, un examen
comparativo entre la Torá -la Ley Judía- y la profundización y plenificación
que propone el Divino Maestro. Así es
como Jesús “sube” al Monte, yendo delante de nosotros, conduciendo a su pueblo,
abanderando con su Enseñanza, y allí toma asiento –acción que figura su
magisterio autorizado-, tomando asiento para enseñar y esclarecer nuestra
relación con Dios: la Alianza.
«Las Bienaventuranzas han sido consideradas con frecuencia
como la antítesis neotestamentaria del Decálogo, como la ética superior de los
cristianos, por así decirlo, frente a los mandamientos del Antiguo Testamento.
Esta interpretación confunde por completo el sentido de las palabras de Jesús.
Jesús ha dado siempre por descontada la validez del Decálogo (cf. P.ej. Mc 10,
19; Lc 16, 17); en el Sermón de la Montaña se recogen y profundizan los
Mandamiento de la segunda tabla de la Ley, pero nos son abolidos. (cf. Mt 5,
21-48); esto estaría en total contradicción con la afirmación fundamental que
inicia esta enseñanza sobre el Decálogo: “No creáis que he venido a abolir la
Ley o los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud. Os aseguro que
antes pasaran el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra
o tilde de la Ley” (Mt 5,17s)... Jesús no piensa abolir el Decálogo, sino que,
por el contrario, lo refuerza.»[2]
En los ## 63-64 de la Gaudete et Exsultate, Papa Francisco
nos explicita: «Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo
cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el
carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la
pregunta: “¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?”, la respuesta es
sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón
de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos
llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas…. La palabra “feliz”
o “bienaventurado”, pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la
persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la
verdadera dicha.»
Así hemos llegado al meollo de la Liturgia de este Domingo
VII Ordinario (A), que encontramos en el Evangelio, en el verso Mt 5, 48: “Vosotros,
pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. La palabra
medular es τέλειος, “perfecto”, que nos dice cómo es el Padre
Celestial: ¡Perfecto!; Perfecto es aquel quien ha alcanzado la integridad de
los rasgos del que le pertenece a Dios. Esa pertenencia está expresada con un
principio de transitividad en la 1Cor 3, 23 2: “Todo es de ustedes, ustedes de
Cristo y Cristo de Dios”. La perfección, léase “santidad” consiste en reconocer
que nuestro Dueño es el Señor, que a Él pertenecemos y que nuestro programa de
maduración, de ascenso a la Montaña, consiste en ir puliendo los rasgos del
cristiano, configurándonos con Cristo. Perfección es en griego lo que en hebreo
es קָדוֹשׁ
(qadosh) lo que nosotros traducimos “Santo”.
Dice el Papa Emérito que «… las Bienaventuranzas expresan lo
que significa ser discípulo… El discípulo está unido al misterio de Cristo y su
vida está inmersa en la comunión con Él: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo
quien vive en mí” (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la trasposición de la
cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Pero son válidas para los
discípulos porque primero se han hecho realidad en Cristo como prototipo… las Bienaventuranzas
son señales que indican el camino también a la Iglesia que debe reconocer en
ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si
bien de modo diferente, según las diversas vocaciones.»[3]
Ese mismo τέλειος está consignado en el Levítico, donde leemos: “sean santos,
porque Yo su Dios soy Santo” (Lev 19, 2). Dando un pequeño salto al verso 18,
nos señalará el peldaño maestro para ascender en esa vía: “Dice el Señor YHWH:
Amaras a tu prójimo como a ti mismo”(Lev 19, 18).
En el VI Domingo Ordinario
(A) –es decir, el Domingo pasado- tuvimos la profundización del
·
No matarás
·
No cometerás adulterio
·
Dar acta de divorcio a la mujer repudiada, y
·
No jurar en falso
En este VII Domingo, el Evangelio se ocupa de
·
La ley del Talión
·
Y, la universalización del amor al prójimo, más allá de las
fronteras raciales y religiosas.
La Segunda Lectura nos viene a recordar una faceta de nuestra
santidad: Somos Templos, hemos sido consagrados bautismalmente para que Dios
nos habite, ¡el templo de Dios que somos es Santo! esta convergencia de
Amor-santidad-perfección nos configura como existencias para la trasparencia:
Transparencia, he ahí el trasfondo existencial de la
“perfección”, de la “santidad”. Se nos han entregado todos los instrumentos indispensables
para tejer esa “trasparencia”. Lo contrario de trasparencia es opacidad, la
opacidad del cristiano produce “escandalo”: «¿Qué es escandalizar? Es borrar la
imagen de Dios para que no crean en Él… Si nosotros fuéramos hijos de Dios y lo
diéramos a entender, haríamos creíble a Dios mismo… si nosotros somos
trasparencia de Dios, somos la palabra de Dios caminando en dos pies… los
cristianos en la Iglesia son sacramento porque trasparentan a Cristo haciendo
lo que hizo Jesús. ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un
Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles: estamos
lejos, ¿no?...»[4]
«… ¡somos tan tremendamente opacos…! Lo más frecuente es que
ocultemos al Señor, haciendo nosotros de pantalla. El ideal sería que fuésemos
transparentes, translucidos. El día en que, al mirarnos, nuestros hermanos no
vieran ya nuestro pobre rostro, nuestra pobre persona, sino a Cristo, el Señor…
¡ah, sería perfecto…!»[5]
A renglón seguido conviene decir aquí lo que Papa Francisco
en el # 28 de la Gaudete et Excultate: « Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de
aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora. El desafío es vivir
la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico
y nos identifiquen más y más con Jesucristo.».
Queremos concluir, con la Gaudete et Exsultate, esta vez
citando el #32: «No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o
alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando
te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las
esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad.» y, en el #34: «No
tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas
miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos
humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En
el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no
ser santos».
[1]
Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander.1985
p.72-73
[2] Benedicto
XVI. JESÚS DE NAZARET. 1ª PARTE Ed. Planeta. Bogotá – Colombia 2007 p. 97-98
[3]
Ibid pp. 101. 102
[4]
Baena, Gustavo. sj. LA VIDA SACRAMENTAL. Copia estenográfica de una conferencia
dada en el Col. Berchmans. Santiago de Cali-Colombia 1998. pp. 14-15.
[5]
Câmara, Helder. Op. Cit. p.73
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