Eclo 15,
16-21; Sal 11-8, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34; 1Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37
Jesús
es el primero que vive el amor. Su justicia no es la de los escribas ni la de
los fariseos: es la “excesiva” del Hijo, igual a la del Padre, que hace entrar
en el reino.
Silvano Fausti
Es
preciso el más del amor y de la utopía
para
volver posible lo imposible
y
empezar a volar,
dejando
de arrastrarse por el suelo…
Quieres
vernos…
guiados
no por el metro o la balanza,
sino
por un amor sin medida
que
todo lo excusa, todo lo soporta,
todo
lo perdona,…
Averardo Dini
La primera Lectura nos deja ver una
fabulosa aproximación al mapa del país de la Libertad: “A ninguno ha ordenado
que sea malo, ni ha dado permiso a nadie para pecar.” Y, sin embargo, como está
dicho en esta Lectura, pone frente a nosotros las dos opciones, somos libres de
escoger, no sólo de escoger la opción que podamos preferir, sino también nos
deja claro que la elección tendrá consecuencias, porque el fuego quema,
mientras el agua refresca; el fuego daña, el agua (bueno, también puede llegar
a dañar si se usa con criterio destructivo), pero el fuego “quema”, “calcina”,
“carboniza”; el agua no; podemos hasta bañarnos en ella o beberla y más bien
nos beneficia. Los dos están allí, frente a nosotros, está en nuestra mano
optar, y la Lectura así lo afirma. Agua y fuego son elementos de comparación,
son imágenes que se refieren a la fidelidad o la infidelidad frente a los
Mandamientos, frente a la Ley de Dios.
Dios nos entregó los Mandamientos como
una especie de “señal caminera-flecha de dirección” pero la Ley con relación a
la Libertad es tan sólo como una suerte de esqueleto que da soporte y
estructura; sin embargo, la Ley misma tiende a desecar, a fosilizar, a
esclerotizar. A la Ley dura y fría hay que ponerle músculos, tejidos,
cartílagos, tendones, piel.
Dios no habría podido “esperar” nada
de nosotros si no nos hubiera dado una “pista” sobre sus “expectativas”. Por
eso, nos indicó: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del huerto, menos
del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol porque si lo
comes, ciertamente morirás” Gn 2, 16b-17. Transcribamos aquí una parrafada de
la Veritatis Splendor # 35: “Con esta imagen, la Revelación enseña que el poder
de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El
hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger
los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer
«de cualquier árbol del jardín». Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre
debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, por estar
llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del
hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación. Dios, el
único que es Bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en
virtud de su mismo amor se lo propone en los Mandamientos. La ley de Dios,
pues, no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario, la garantiza y
promueve.”
Y añadiremos un fragmento del numeral
41: “Algunos hablan justamente de teonomía, o de teonomía participada, porque
la libre obediencia del hombre a la ley de Dios implica efectivamente que la
razón y la voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de
Dios. Al prohibir al hombre que coma «del árbol de la ciencia del bien y del
mal», Dios afirma que el hombre no tiene originariamente este «conocimiento»,
sino que participa de él solamente mediante la luz de la razón natural y de la
revelación divina, que le manifiestan las exigencias y las llamadas de la
sabiduría eterna. Por tanto, la ley debe considerarse como una expresión de la
sabiduría divina. Sometiéndose a ella, la libertad se somete a la verdad de la
creación. Por esto conviene reconocer en la libertad de la persona humana la
imagen y cercanía de Dios, que está «presente en todos» (cf. Ef 4, 6);
asimismo, conviene proclamar la majestad del Dios del universo y venerar la
santidad de la ley de Dios infinitamente trascendente. Deus semper maior.
Ni estamos a ciegas, ni andamos
perdidos
La libertad es como el juego axial de
una bisagra, que a su vez depende de las hojas, el pasador y la articulación (o
gozne); estos tres últimos son la Ley. De tal manera, el conjunto de las
Lecturas de este Sexto Domingo Ordinario del ciclo A, integran un conjunto articular
cuyo eje pivota en la dialéctica libertad-ley.
A ello nos conduce el Salmo
Responsorial. Se trata de un Salmo de Suplica. Es el más largo de toda la
colección de Salmos que nos trae la Biblia. Cada estrofa está orientada y
modelada sobre una de las 22 letras del alefato (alfabeto hebreo). Entonces
estamos hablando de un Salmo de 22 estrofas; son en total 176 versos puesto que
las estrofas están organizadas en octetos. Constantemente alude a la Ley de
Dios.
¿Cómo podemos interpretar el hecho de
que sea el Salmo más largo y que gire todo él en torno a la idea de la “Ley”?
como mínimo podemos pensar que la Ley es algo muy, pero muy importante para
nuestra fe.
Si estuviera perdido en lo más denso
de un bosque, brújula y mapa serían mis herramientas más útiles, recurso para
mi salvación, para encontrarme, para des-perderme. Esa es la Ley para quien
busca y se procura los senderos de la justicia, para quien se afana por caminar
los Caminos del Señor, para todo aquel que quiere que su voluntad transite por
las misma vía que la Voluntad del Señor.
Sin Ley seríamos esclavos de la
incertidumbre, sin saber dónde estamos, ni para dónde vamos. Como el extraviado
es esclavo de su pérdida sin mapa y sin brújula. ¿Cuál es la Voluntad de Dios?,
¿Qué es lo que Dios quiere para mí? Y la respuesta está escrita en la Ley. Hay
una hermosa y a cuán más de romántica referencia que compara el Amor de una
pareja con la Ley. Lejos de ser esclavitud es dicha su cumplimiento. ¿Qué
quiere la amada que no sea motivo de dicha podérselo cumplir? ¡Pida el ser
amado y yo seré feliz accediendo a su pedido! Así, punto por punto, camina la
Ley de Dios respecto de nuestra Obediencia, ¡Dicha sin igual, dicha sin par,
poder consagrar cada latido de mi corazón a complacer a mi Señor!
El Malo te susurrará que le
desobedezcas, pero tu Ángel te besará con su dulzura ¡Sé obediente! Para que en
cada segundo de nuestra existencia toda nuestra piel, todos nuestros sentidos,
todas nuestras acciones y cada poro declaren: Hágase, Señor, tu Voluntad así en
la tierra como en el Cielo. Porque el Cielo no es un lugar, es cualquier lugar
y todos los lugares donde quien reina es Su Santa Voluntad y no la nuestra,
frágil y caprichosa, volátil y veleidosa, capaz de desvió, de traición, de
falla, débil por su “caída” que la hizo endeble, falible, factible de engaño, hecha
confundible por su fallo. «El hombre, después del pecado, por impericia y
engaño, considera que el bien es un mal y que el mal es un bien»[1]
Pero Jesús mismo, desde el Altar de la
Cruz (nos lo confirma la Segunda Lectura), por las vías sacramentales nos ha
entregado, nos legó la Luz; en nuestro fondo está el Faro. Nuestra tarea
consiste en dejar que el Faro resplandezca; como lo dijimos el Domingo anterior
glosando el Evangelio, que la pongamos sobre la repisa para que su esplendor
nos alumbre y alcance a otros (y no debajo del celemín).
«Así como Moisés, desde el Sinaí,
había dado a su pueblo el gran código para encaminarse hacia Dios, así también
Cristo, desde otro monte proclama otra ley, pero una ley más perfecta. En el
Sermón de la Montaña, Cristo establece los preceptos que rigen las principales
situaciones del hombre. Mateo nos presenta, con su compilación de varios
aspectos de la doctrina de Cristo el espíritu que anima a los que quieren entrar
en el reino de Dios, el perfeccionamiento de las leyes y prácticas del judaísmo
en cuatro puntos principales, el desprendimiento de las riquezas y consiguiente
liberación de sus ataduras, que amenazan arrastrarnos hacia abajo; las
relaciones con nuestros prójimos que sirven de seguro contraste en nuestras
relaciones con Dios; finalmente, la llamada del Reino y nuestra respuesta,…». [2]
Leyes
que modulan el amor
Continuamos este Domingo inmersos en
el Sermón de la Montaña. La página central en la vida de Moisés es aquella que
nos relata la recepción de las Tablas de la Ley de Manos de Dios, en Quien
radica por antonomasia la autoridad legislativa, Dueño como lo es del Árbol del
Bien y del Mal, cuya Ciencia, Él mismo, se reservó para Sí (Cfr. Gn 2, 11-12). Estas
leyes, que, insistimos, las “grava en piedra” Dios, las recibe Moisés para
entregárnoslas; Dios nos habla por medio de su Profeta (esto define la
función-misión del Profeta, “hablar en lugar de”).
Jesús saca las Tablas del Tabernáculo
y nos les vuelve a leer: No matar, no al adulterio, no al divorcio, no a los
falsos juramentos; en el fondo, sirviéndole de piso a todo esto se erige
glorioso el trasfondo: amar a los hermanos, a todos, a los que nos contradicen,
a los que nos insultan, a los que se arrogan el poder y nos atropellan; es lo
único que nos interesa a quienes buscamos con tesón y fidelidad el discipulado,
la comprensión, el perdón, la fraternidad, el servicio, la construcción del
reino, un Reino de Justicia y Paz. La escalera no es la altura, la ley no es el
amor, pero la una permite allegarse a la verdadera.
«Debería haber quedado claro que el
“Sermón de la montaña” es la nueva Torá que Jesús trae. Moisés solo había podido
traer su Torá sumiéndose en la oscuridad de Dios en la montaña; también para la
Torá de Jesús se requiere previamente la inmersión en la comunión con el Padre,
la elevación intima de su vida, que se continúa en el descenso en la comunión
de vida y sufrimiento con los hombres.»[3] «No
existe otro modo de evangelizar si no es asumiendo la sabiduría de la cruz. Si
el agente de pastoral no se orienta hacia Jesús crucificado, crea una
caricatura de comunidad. ..él mismo es infiel, pues se hace señor y no
servidor… impulsa en la comunidad la competencia de los fuertes en perjuicio de
los débiles.»[4]
En el Sermón de la Montaña Jesús
también “escala” para luego entregarnos la Nueva Ley, Jesús es el Moisés de la
Nueva Alianza, pero Mayor, porque es el Hijo. Nosotros haremos, junto con Él,
este ejercicio de montañismo, iniciándolo en este Sexto Domingo Ordinario (en
verdad, ya lo iniciamos cuando se nos mostraron las Bienaventuranzas), para
llegar a la Cima, a su Cumbre, al Pináculo, que es el verso 48 de este Quinto
Capítulo de San Mateo, que leeremos el próximo Domingo: “Por su parte, sean
ustedes perfectos, como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo”
(Mt 5, 48).
La Nueva Ley es el Corazón de la Nueva
Alianza, del Pueblo Nuevo conformado por Hombres Nuevos. Que no consiste en una
revocatoria de la Ley Primera, la Mosaíca; sino “en llevarla a su plenitud” (Mt
5, 17). Esto se debe tomar muy en cuenta y muy en serio, no se ha dado ninguna
abolición, no estamos en presencia de una derogatoria: ¡ojo y oído atentos!:
“En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o
una coma de la Ley hasta que todo se realice”. (Mt 5, 18). Y la Ley debe ser,
no sólo cumplida, sino además enseñada; y
esta doble prescripción constituirá la “grandeza” del creyente en el Reino
(Cfr. Mt 5, 19) «… el valor de una persona, su fineza y magnanimidad, es “hacer
y enseñar” lo que el amor dicta.»[5]. «El
Sermón de la Montaña lo pide todo, cuando pide que creamos en un Dios capaz de
trasformar la vida, de hacer nacer un hombre nuevo en el seno de nuestro
universo.»[6] Fe
es –con todos los reveces de la historia-, estar seguros que el Reino sin saber,
cuando un hombre ha echado semilla en la tierra, y duerme y se levanta, de
noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. (Cf. Mc 4,
26-29) ¡Es la semilla del Reino, la semilla del Amor!
¿Cómo operaría esta plenificación? O,
mejor aún, ¿cómo podemos participar en ella? Dirijamos nuestra atención a la
diferencia entre la vía prohibitiva y la vía exhortativa. La vía prohibitiva es
como un “paseo” donde –en ciertos puntos y en ciertos momentos- encontramos
unas vallas, donde se nos propone, realizar cierta actividad; pero en esos
momentos, dirigimos nuestra atención al código prohibitivo y recordamos que tal
“actividad” no nos conviene. La vía exhortativa, por el contrario, es la
recomendación para que, durante todo el “paseo” estemos siempre alertas para
disfrutar el paisaje, los alimentos, las flores, los aromas y tener siempre
todos los sentidos dispuestos para sumergirnos y embriagarnos con su “gozo”.
Esta vía positiva para la formulación de la nueva Ley nos mantiene siempre
alertas, siempre comprometidos con la construcción del Reino; siempre
descentrados de nuestros egoísmos: abiertos en todo momento al servicio, a la
solidaridad, al perdón, a la coherencia de vida, a esa unidad y armonía entre
nuestra moral cristiana y nuestra forma de conducirnos. Atentos en todo momento
a las necesidades de nuestro prójimo, con especial desvelo por quienes más lo
necesitan, por los más débiles y desprotegidos.
No se trata, pues, en la Nueva Alianza
de momentos puntuales, o de momentos críticos, donde tomamos decisiones; sino,
de todo el tiempo. Nos gusta decir que es una Ley que corre por nuestras venas y
compromete cada inhalación de aire y cada latido del corazón. Y en cada latido
del corazón se da una Alabanza al Señor, porque todo cuanto hacemos –desde el
acto más devoto, hasta el gesto más mínimo y corriente- estará saturado de la
Presencia de Dios-en-nosotros. «En el corazón de cada acción, la intención
religiosa. En el corazón de toda acción religiosa, el amor. En el corazón de
todo acto de amor, lo absoluto»[7] No
sólo la oración, no sólo los momentos piadosos, sino cada instante de nuestra
existencia, así cantemos o barramos, así lloremos o silbemos, así cuando
hablamos y cuando callamos, en todo estará nuestro corazón puesto en el Señor
nuestro Dios; sólo así en Dios viviremos, nos moveremos y existiremos
(Cfr. Hech 17, 28a) haciendo de nuestra fe, nuestro hábitat y de nuestra
consciencia de Dios, nuestro sentido. No basta amar, es preciso que el Amor sea
en el Santo Nombre de Dios.
«Las exigencias del Sermón de la
Montaña son absolutas y carecen prácticamente de límites. El que adopta el principio de dar una hora de
tiempo al que le pide la mitad, de privarse de lo necesario para dárselo a
quien le pide lo superfluo, ese comprueba rápidamente que ya no se pertenece a
sí mismo y que está a punto de hacerse devorar… Eso es lo que tiene de absoluto
el Sermón de la Montaña: no está hecho de rigor y de intransigencia, de una
observancia que mantener a toda costa, sino de una llamada que arrastra cada
vez más lejos…»[8]
«La norma de nuestro obrar es llegar a
ser como el Padre {v. 48}. Has de ser lo que eres: eres hijo, obra como el
Hijo, como el Padre que ama a todos. El Sermón de la montaña revisa, bajo esta
luz, nuestras relaciones con los hermanos (vv. 21-48).»[9]
Mateo, al redactar su Evangelio, quiso
poner en boca de Jesús cinco discursos para asimilarlo con Moisés para que
podemos ver en Él al Nuevo Moisés, el Moisés del Nuevo Testamento, comisionado
por el Padre para establecer la Nueva Alianza. Por otra parte, en los capítulos
5 al 9 este Evangelio nos presenta el tema de la llegada del Reino de Dios.
Nosotros estamos llegando ahora a la perícopa del capítulo 5, del versículo 17
al 48 (de la cual leemos hasta el verso 37 en este VI Domingo Ordinario, ciclo
A), donde se nos muestra la rectitud y la fidelidad de las relaciones
interpersonales según la Voluntad de Dios en el contexto de la llegada del Reino
de Dios. «La mayor parte del Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 17-7,27) está
dedicada al mismo tema: tras una introducción programática, que son las
Bienaventuranzas, nos presenta, por así decirlo, la Torá del Mesías… No se
trata de abolir, sino de llevar a cumplimiento, y este cumplimiento exige algo
más, y no algo menos de justicia,… se pone el acento en la máxima fidelidad, en
la continuidad inquebrantable, al seguir leyendo, llama la atención que Jesús
presenta la relación de la Torá de Moisés y la Torá del Mesías mediante una
serie de antítesis: a los antiguos se les ha dicho, pero yo os digo,…»[10]
«La Iglesia es una sociedad de hombres
que necesita leyes. Aunque la principal ley es la del espíritu, no todo puede
quedar a la libre decisión de cada uno, ni a la improvisación en un momento
determinado. El criterio personal sólo es válido cuando va informado por el
verdadero amor, pero el amor necesita un andamiaje previo antes de llegar a la
perfección. Cuando ha llegado a su perfección, ya no es necesaria la ley.
Porque si el amor es verdadero, nadie hará nada ofensivo a Dios ni perjudicial
al prójimo. La perfección del amor impulsa más allá de lo ordenado por la ley.»[11]
[1]
Fausti Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia 2da reimpresión 2011. p. 77
[2]
Fannon, Patrick. LOS CUATRO EVANGELIOS. Ed. Herder Barcelona-España 1970 pp.
89-90
[3]
Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. 1ª PARTE Ed. Planeta. Bogotá – Colombia 2007
p. 95
[4]
Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS
CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996pp
25-26
[5]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 2011. p. 79
[6]
Guillet, Jacques. s.j. JÉSUS DEVANT
SA VIE ET SA MORT. Aubler Paris-France. 1971 p. 101
[7] Leon Dufour, Xavier. s.j. L’EVANGILE
SELON SAINT MATTHIEU. p. 92.
[8] Guillet. Jacques. s.j. Loc Cit.
[9]
Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 83
[10]
Benedicto XVI. Op. Cit. p. 130-132
[11]
Gutiérrez, Guillermo. PALABRAS PARA EL CAMINO. Ed. Verbo Divino Estella
–Navarra 1987
Es la primera vez que entro excelente te seguiré
ResponderEliminar