sábado, 15 de febrero de 2020

CONVOCADOS A LA PLENITUD



Eclo 15, 16-21; Sal 11-8, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34; 1Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37

Jesús es el primero que vive el amor. Su justicia no es la de los escribas ni la de los fariseos: es la “excesiva” del Hijo, igual a la del Padre, que hace entrar en el reino.
Silvano Fausti

Es preciso el más del amor y de la utopía
para volver posible lo imposible
y empezar a volar,
dejando de arrastrarse por el suelo…
Quieres vernos…
guiados no por el metro o la balanza,
sino por un amor sin medida
que todo lo excusa, todo lo soporta,
todo lo perdona,…
Averardo Dini


La primera Lectura nos deja ver una fabulosa aproximación al mapa del país de la Libertad: “A ninguno ha ordenado que sea malo, ni ha dado permiso a nadie para pecar.” Y, sin embargo, como está dicho en esta Lectura, pone frente a nosotros las dos opciones, somos libres de escoger, no sólo de escoger la opción que podamos preferir, sino también nos deja claro que la elección tendrá consecuencias, porque el fuego quema, mientras el agua refresca; el fuego daña, el agua (bueno, también puede llegar a dañar si se usa con criterio destructivo), pero el fuego “quema”, “calcina”, “carboniza”; el agua no; podemos hasta bañarnos en ella o beberla y más bien nos beneficia. Los dos están allí, frente a nosotros, está en nuestra mano optar, y la Lectura así lo afirma. Agua y fuego son elementos de comparación, son imágenes que se refieren a la fidelidad o la infidelidad frente a los Mandamientos, frente a la Ley de Dios.

Dios nos entregó los Mandamientos como una especie de “señal caminera-flecha de dirección” pero la Ley con relación a la Libertad es tan sólo como una suerte de esqueleto que da soporte y estructura; sin embargo, la Ley misma tiende a desecar, a fosilizar, a esclerotizar. A la Ley dura y fría hay que ponerle músculos, tejidos, cartílagos, tendones, piel.

Dios no habría podido “esperar” nada de nosotros si no nos hubiera dado una “pista” sobre sus “expectativas”. Por eso, nos indicó: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del huerto, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol porque si lo comes, ciertamente morirás” Gn 2, 16b-17. Transcribamos aquí una parrafada de la Veritatis Splendor # 35: “Con esta imagen, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer «de cualquier árbol del jardín». Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación. Dios, el único que es Bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo amor se lo propone en los Mandamientos. La ley de Dios, pues, no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario, la garantiza y promueve.”

Y añadiremos un fragmento del numeral 41: “Algunos hablan justamente de teonomía, o de teonomía participada, porque la libre obediencia del hombre a la ley de Dios implica efectivamente que la razón y la voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de Dios. Al prohibir al hombre que coma «del árbol de la ciencia del bien y del mal», Dios afirma que el hombre no tiene originariamente este «conocimiento», sino que participa de él solamente mediante la luz de la razón natural y de la revelación divina, que le manifiestan las exigencias y las llamadas de la sabiduría eterna. Por tanto, la ley debe considerarse como una expresión de la sabiduría divina. Sometiéndose a ella, la libertad se somete a la verdad de la creación. Por esto conviene reconocer en la libertad de la persona humana la imagen y cercanía de Dios, que está «presente en todos» (cf. Ef 4, 6); asimismo, conviene proclamar la majestad del Dios del universo y venerar la santidad de la ley de Dios infinitamente trascendente. Deus semper maior.

Ni estamos a ciegas, ni andamos perdidos
La libertad es como el juego axial de una bisagra, que a su vez depende de las hojas, el pasador y la articulación (o gozne); estos tres últimos son la Ley. De tal manera, el conjunto de las Lecturas de este Sexto Domingo Ordinario del ciclo A, integran un conjunto articular cuyo eje pivota en la dialéctica libertad-ley.

A ello nos conduce el Salmo Responsorial. Se trata de un Salmo de Suplica. Es el más largo de toda la colección de Salmos que nos trae la Biblia. Cada estrofa está orientada y modelada sobre una de las 22 letras del alefato (alfabeto hebreo). Entonces estamos hablando de un Salmo de 22 estrofas; son en total 176 versos puesto que las estrofas están organizadas en octetos. Constantemente alude a la Ley de Dios.

¿Cómo podemos interpretar el hecho de que sea el Salmo más largo y que gire todo él en torno a la idea de la “Ley”? como mínimo podemos pensar que la Ley es algo muy, pero muy importante para nuestra fe.

Si estuviera perdido en lo más denso de un bosque, brújula y mapa serían mis herramientas más útiles, recurso para mi salvación, para encontrarme, para des-perderme. Esa es la Ley para quien busca y se procura los senderos de la justicia, para quien se afana por caminar los Caminos del Señor, para todo aquel que quiere que su voluntad transite por las misma vía que la Voluntad del Señor.

Sin Ley seríamos esclavos de la incertidumbre, sin saber dónde estamos, ni para dónde vamos. Como el extraviado es esclavo de su pérdida sin mapa y sin brújula. ¿Cuál es la Voluntad de Dios?, ¿Qué es lo que Dios quiere para mí? Y la respuesta está escrita en la Ley. Hay una hermosa y a cuán más de romántica referencia que compara el Amor de una pareja con la Ley. Lejos de ser esclavitud es dicha su cumplimiento. ¿Qué quiere la amada que no sea motivo de dicha podérselo cumplir? ¡Pida el ser amado y yo seré feliz accediendo a su pedido! Así, punto por punto, camina la Ley de Dios respecto de nuestra Obediencia, ¡Dicha sin igual, dicha sin par, poder consagrar cada latido de mi corazón a complacer a mi Señor!

El Malo te susurrará que le desobedezcas, pero tu Ángel te besará con su dulzura ¡Sé obediente! Para que en cada segundo de nuestra existencia toda nuestra piel, todos nuestros sentidos, todas nuestras acciones y cada poro declaren: Hágase, Señor, tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo. Porque el Cielo no es un lugar, es cualquier lugar y todos los lugares donde quien reina es Su Santa Voluntad y no la nuestra, frágil y caprichosa, volátil y veleidosa, capaz de desvió, de traición, de falla, débil por su “caída” que la hizo endeble, falible, factible de engaño, hecha confundible por su fallo. «El hombre, después del pecado, por impericia y engaño, considera que el bien es un mal y que el mal es un bien»[1]

Pero Jesús mismo, desde el Altar de la Cruz (nos lo confirma la Segunda Lectura), por las vías sacramentales nos ha entregado, nos legó la Luz; en nuestro fondo está el Faro. Nuestra tarea consiste en dejar que el Faro resplandezca; como lo dijimos el Domingo anterior glosando el Evangelio, que la pongamos sobre la repisa para que su esplendor nos alumbre y alcance a otros (y no debajo del celemín).

«Así como Moisés, desde el Sinaí, había dado a su pueblo el gran código para encaminarse hacia Dios, así también Cristo, desde otro monte proclama otra ley, pero una ley más perfecta. En el Sermón de la Montaña, Cristo establece los preceptos que rigen las principales situaciones del hombre. Mateo nos presenta, con su compilación de varios aspectos de la doctrina de Cristo el espíritu que anima a los que quieren entrar en el reino de Dios, el perfeccionamiento de las leyes y prácticas del judaísmo en cuatro puntos principales, el desprendimiento de las riquezas y consiguiente liberación de sus ataduras, que amenazan arrastrarnos hacia abajo; las relaciones con nuestros prójimos que sirven de seguro contraste en nuestras relaciones con Dios; finalmente, la llamada del Reino y nuestra respuesta,…». [2]

Leyes que modulan el amor
Continuamos este Domingo inmersos en el Sermón de la Montaña. La página central en la vida de Moisés es aquella que nos relata la recepción de las Tablas de la Ley de Manos de Dios, en Quien radica por antonomasia la autoridad legislativa, Dueño como lo es del Árbol del Bien y del Mal, cuya Ciencia, Él mismo, se reservó para Sí (Cfr. Gn 2, 11-12). Estas leyes, que, insistimos, las “grava en piedra” Dios, las recibe Moisés para entregárnoslas; Dios nos habla por medio de su Profeta (esto define la función-misión del Profeta, “hablar en lugar de”).

Jesús saca las Tablas del Tabernáculo y nos les vuelve a leer: No matar, no al adulterio, no al divorcio, no a los falsos juramentos; en el fondo, sirviéndole de piso a todo esto se erige glorioso el trasfondo: amar a los hermanos, a todos, a los que nos contradicen, a los que nos insultan, a los que se arrogan el poder y nos atropellan; es lo único que nos interesa a quienes buscamos con tesón y fidelidad el discipulado, la comprensión, el perdón, la fraternidad, el servicio, la construcción del reino, un Reino de Justicia y Paz. La escalera no es la altura, la ley no es el amor, pero la una permite allegarse a la verdadera.

«Debería haber quedado claro que el “Sermón de la montaña” es la nueva Torá que Jesús trae. Moisés solo había podido traer su Torá sumiéndose en la oscuridad de Dios en la montaña; también para la Torá de Jesús se requiere previamente la inmersión en la comunión con el Padre, la elevación intima de su vida, que se continúa en el descenso en la comunión de vida y sufrimiento con los hombres.»[3] «No existe otro modo de evangelizar si no es asumiendo la sabiduría de la cruz. Si el agente de pastoral no se orienta hacia Jesús crucificado, crea una caricatura de comunidad. ..él mismo es infiel, pues se hace señor y no servidor… impulsa en la comunidad la competencia de los fuertes en perjuicio de los débiles.»[4]

En el Sermón de la Montaña Jesús también “escala” para luego entregarnos la Nueva Ley, Jesús es el Moisés de la Nueva Alianza, pero Mayor, porque es el Hijo. Nosotros haremos, junto con Él, este ejercicio de montañismo, iniciándolo en este Sexto Domingo Ordinario (en verdad, ya lo iniciamos cuando se nos mostraron las Bienaventuranzas), para llegar a la Cima, a su Cumbre, al Pináculo, que es el verso 48 de este Quinto Capítulo de San Mateo, que leeremos el próximo Domingo: “Por su parte, sean ustedes perfectos, como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo” (Mt 5, 48).

La Nueva Ley es el Corazón de la Nueva Alianza, del Pueblo Nuevo conformado por Hombres Nuevos. Que no consiste en una revocatoria de la Ley Primera, la Mosaíca; sino “en llevarla a su plenitud” (Mt 5, 17). Esto se debe tomar muy en cuenta y muy en serio, no se ha dado ninguna abolición, no estamos en presencia de una derogatoria: ¡ojo y oído atentos!: “En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se realice”. (Mt 5, 18). Y la Ley debe ser, no sólo cumplida, sino además  enseñada; y esta doble prescripción constituirá la “grandeza” del creyente en el Reino (Cfr. Mt 5, 19) «… el valor de una persona, su fineza y magnanimidad, es “hacer y enseñar” lo que el amor dicta.»[5]. «El Sermón de la Montaña lo pide todo, cuando pide que creamos en un Dios capaz de trasformar la vida, de hacer nacer un hombre nuevo en el seno de nuestro universo.»[6] Fe es –con todos los reveces de la historia-, estar seguros que el Reino sin saber, cuando un hombre ha echado semilla en la tierra, y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. (Cf. Mc 4, 26-29) ¡Es la semilla del Reino, la semilla del Amor!

¿Cómo operaría esta plenificación? O, mejor aún, ¿cómo podemos participar en ella? Dirijamos nuestra atención a la diferencia entre la vía prohibitiva y la vía exhortativa. La vía prohibitiva es como un “paseo” donde –en ciertos puntos y en ciertos momentos- encontramos unas vallas, donde se nos propone, realizar cierta actividad; pero en esos momentos, dirigimos nuestra atención al código prohibitivo y recordamos que tal “actividad” no nos conviene. La vía exhortativa, por el contrario, es la recomendación para que, durante todo el “paseo” estemos siempre alertas para disfrutar el paisaje, los alimentos, las flores, los aromas y tener siempre todos los sentidos dispuestos para sumergirnos y embriagarnos con su “gozo”. Esta vía positiva para la formulación de la nueva Ley nos mantiene siempre alertas, siempre comprometidos con la construcción del Reino; siempre descentrados de nuestros egoísmos: abiertos en todo momento al servicio, a la solidaridad, al perdón, a la coherencia de vida, a esa unidad y armonía entre nuestra moral cristiana y nuestra forma de conducirnos. Atentos en todo momento a las necesidades de nuestro prójimo, con especial desvelo por quienes más lo necesitan, por los más débiles y desprotegidos.

No se trata, pues, en la Nueva Alianza de momentos puntuales, o de momentos críticos, donde tomamos decisiones; sino, de todo el tiempo. Nos gusta decir que es una Ley que corre por nuestras venas y compromete cada inhalación de aire y cada latido del corazón. Y en cada latido del corazón se da una Alabanza al Señor, porque todo cuanto hacemos –desde el acto más devoto, hasta el gesto más mínimo y corriente- estará saturado de la Presencia de Dios-en-nosotros. «En el corazón de cada acción, la intención religiosa. En el corazón de toda acción religiosa, el amor. En el corazón de todo acto de amor, lo absoluto»[7] No sólo la oración, no sólo los momentos piadosos, sino cada instante de nuestra existencia, así cantemos o barramos, así lloremos o silbemos, así cuando hablamos y cuando callamos, en todo estará nuestro corazón puesto en el Señor nuestro Dios; sólo así  en Dios viviremos, nos moveremos y existiremos (Cfr. Hech 17, 28a) haciendo de nuestra fe, nuestro hábitat y de nuestra consciencia de Dios, nuestro sentido. No basta amar, es preciso que el Amor sea en el Santo Nombre de Dios.

«Las exigencias del Sermón de la Montaña son absolutas y carecen prácticamente de límites.  El que adopta el principio de dar una hora de tiempo al que le pide la mitad, de privarse de lo necesario para dárselo a quien le pide lo superfluo, ese comprueba rápidamente que ya no se pertenece a sí mismo y que está a punto de hacerse devorar… Eso es lo que tiene de absoluto el Sermón de la Montaña: no está hecho de rigor y de intransigencia, de una observancia que mantener a toda costa, sino de una llamada que arrastra cada vez más lejos…»[8]

«La norma de nuestro obrar es llegar a ser como el Padre {v. 48}. Has de ser lo que eres: eres hijo, obra como el Hijo, como el Padre que ama a todos. El Sermón de la montaña revisa, bajo esta luz, nuestras relaciones con los hermanos (vv. 21-48).»[9]

Mateo, al redactar su Evangelio, quiso poner en boca de Jesús cinco discursos para asimilarlo con Moisés para que podemos ver en Él al Nuevo Moisés, el Moisés del Nuevo Testamento, comisionado por el Padre para establecer la Nueva Alianza. Por otra parte, en los capítulos 5 al 9 este Evangelio nos presenta el tema de la llegada del Reino de Dios. Nosotros estamos llegando ahora a la perícopa del capítulo 5, del versículo 17 al 48 (de la cual leemos hasta el verso 37 en este VI Domingo Ordinario, ciclo A), donde se nos muestra la rectitud y la fidelidad de las relaciones interpersonales según la Voluntad de Dios en el contexto de la llegada del Reino de Dios. «La mayor parte del Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 17-7,27) está dedicada al mismo tema: tras una introducción programática, que son las Bienaventuranzas, nos presenta, por así decirlo, la Torá del Mesías… No se trata de abolir, sino de llevar a cumplimiento, y este cumplimiento exige algo más, y no algo menos de justicia,… se pone el acento en la máxima fidelidad, en la continuidad inquebrantable, al seguir leyendo, llama la atención que Jesús presenta la relación de la Torá de Moisés y la Torá del Mesías mediante una serie de antítesis: a los antiguos se les ha dicho, pero yo os digo,…»[10]

«La Iglesia es una sociedad de hombres que necesita leyes. Aunque la principal ley es la del espíritu, no todo puede quedar a la libre decisión de cada uno, ni a la improvisación en un momento determinado. El criterio personal sólo es válido cuando va informado por el verdadero amor, pero el amor necesita un andamiaje previo antes de llegar a la perfección. Cuando ha llegado a su perfección, ya no es necesaria la ley. Porque si el amor es verdadero, nadie hará nada ofensivo a Dios ni perjudicial al prójimo. La perfección del amor impulsa más allá de lo ordenado por la ley.»[11]
                                                                                                                                                                                                                                                                                       
                                                                                                                                            





[1] Fausti Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2da reimpresión 2011. p. 77
[2] Fannon, Patrick. LOS CUATRO EVANGELIOS. Ed. Herder Barcelona-España 1970 pp. 89-90
[3] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. 1ª PARTE Ed. Planeta. Bogotá – Colombia 2007 p. 95
[4] Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996pp 25-26
[5] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2011. p. 79
[6] Guillet, Jacques. s.j. JÉSUS DEVANT SA VIE ET SA MORT. Aubler Paris-France. 1971 p. 101
[7] Leon Dufour, Xavier. s.j. L’EVANGILE SELON SAINT MATTHIEU. p. 92.
[8] Guillet. Jacques. s.j. Loc Cit.
[9] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 83
[10] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 130-132
[11] Gutiérrez, Guillermo. PALABRAS PARA EL CAMINO. Ed. Verbo Divino Estella –Navarra 1987

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