Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Sal
50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17; Rm 5, 12-19; Mt 4, 1-11
El cristiano no se
arrastra bajo el peso de la ley; corre libremente impulsado por el amor.
Florentino Ulibarri
La libertad es gozo y
tormento al mismo tiempo. A cada rato tengo que escoger…entre el polvo de las
estrellas y el lodo de la tierra.
Averardo Dini
La Cuaresma no es el
momento de derramar moralismos inútiles sobre la gente, sino de reconocer que
nuestras miserables cenizas son amadas por Dios
Papa Francisco
Entramos
en Cuaresma, se trata de abordar la ruta de la Conversión, o sea, se
trata de corregir el derrotero y optar por el seguimiento fiel, por el
discipulado aceptado con obediencia, con la docilidad del hijo que escucha el
pedido que le hace el Padre. Es muy
frecuente que nos reclamemos cristianos católicos hasta llegar a esta frontera: el desierto. Estamos afirmando
que hay un cristianismo cómodo, que asume la fe como un talismán, simplemente
como una defensa “mágica” contra todo aquello que nos pudiera “des-confortar”.
¡Sí! Así es, como reza el adagio popular, “unas son de cal, otras son de
arena”, para indicar que nunca se podrá aislar la existencia aspirando a que
todo en ella sea “color de rosa”; que no nos pase desapercibido que también
está el “desierto” con sus tintes ora arenosos, ora rojo oxidado, ora
terroso-resecos; y en él encontraremos un Masá, un Meribá, y allí, está la
“tentación”, el “retar a Dios”: La Cuaresma nos lleva –es el Espíritu quien nos
conduce hasta allí- para que revisemos en el fondo de nuestro corazón dónde
están las fuerzas, el empuje, la fortaleza que nos permita acoger, con la
dulzura de María, el pedido que nos va presentando Dios, y que va mudando, a
cada paso de la vida, según su Santa Voluntad, según lo requiera la Economía Salvífica.
El Árbol de la Vida
Disyuntiva,
dilema, alternativa, dualidad, opción, elección, todas estas palabras nos ponen
en contacto con una misma realidad humana, tan humana que no estamos exentos de
afrontarla y que no podemos evadir. No hace mucho que leíamos (VI Domingo
Ordinario, ciclo A) en el Libro del Sirácida 15, 15-20, (16 de febrero), como Dios nos pone frente “el agua y el fuego” y un versículo anterior
afirma que Dios, en el principio, cuando creó al hombre, lo hizo sujeto a su
propio albedrío, que le dio libertad de tomar sus decisiones, (cfr. Sir 15,
14). Inclusive, cuando pretendemos no decidir, no elegir, estamos eligiendo “no
elegir”, “no optar” esa también es una decisión, y la tomamos nosotros muchas veces
por nuestra falta de firmeza para optar o por la negligencia de esforzarnos en
dilucidar por qué lado debemos irnos, esta pereza es a veces la pereza de
informarnos, de ilustrar nuestra conciencia para saber decidir.
Es
en el juego de las opciones donde el ser humano se juega todo. «Las cenizas
recuerdan dos caminos: el camino de nuestra existencia, del polvo a la vida. Y
el camino opuesto, que va de la vida al polvo»[1] El hecho de tener libertad
para decidir y no decidir simplemente por pulsiones, por instinto, está a la
raíz de nuestra definición como humanos, hace de nosotros seres éticos, con
responsabilidad; responsabilidad por nuestros actos, pero también por nuestras
omisiones, responsabilidad por nuestro propio ser y por nuestras relaciones
interpersonales. Responsabilidad social y responsabilidad ecológica.
Responsabilidad ante nosotros mismos, ante nuestra comunidad de “prójimos” y
responsabilidad ante Dios, aun cuando pretendamos ignorarlo, aun cuando lo
negamos. «El hombre es el único entre todos los seres animados que puede
gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: animal dotado de
razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de
su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha sometido todo» (Tertuliano,
Adversus Marcionem, 2, 4, 5). Así vamos avanzando por el camino de nuestra
existencia: decidiendo.
Al
avanzar por el camino de la vida, a cada paso encontramos alguna bifurcación,
¿cómo decidimos por cuál tomar? ¿Acaso tomamos la decisión a la “loca” o a la
“ciega”? No, si ese fuera el caso no seríamos verdaderamente libres, seríamos
absolutamente esclavos de nuestra ignorancia y esclavos de las consecuencias de
nuestras acciones. Al contrario, Dios nos creó y acto seguido –al ponernos en
un contexto, porque dice el relato bíblico que nos creó afuera y luego nos puso
en el huerto del Edén que Él había plantado con toda clase de árboles hermosos
y apetecibles (cfr. Gn 2, 8-9)- nos señaló lo que podíamos hacer y nos llevaba
al bien, nos daba vida y también nos prohibió aquello que nos dañaba, que nos
mataba. Este “mapa” para saber en cada bifurcación del camino por donde nos
conviene optar estaba condensado en la regla maestra: “Sólo del fruto del árbol
que está en medio del jardín nos ha dicho Dios ‘no coman de él, ni lo toquen
siquiera, bajo pena de muerte” (Gn 3, 3). O sea que desde el primer momento nos
faculto para saber discernir y así poder tomar opciones a ciencia y conciencia.
Momento oportuno para visitar el catecismo de la Iglesia Católica y leer el
numeral 1950: «La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede
definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de
Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la
bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y
de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas».
Ejercitarnos
optando y optando bien nos fortalece, nos hace más sólidos, nos acrisola. De la
misma manera que optar por la senda alternativa nos debilita, nos hace cada vez
mejoras víctimas del error; como cuando decimos que una mentira lleva a otra
mentira, así cada desviación, no sólo la mentira sino todo “pecado” nos inclina
a pecar más, digamos que, en la medida en que practicamos el pecado nos vamos
convirtiendo en especialistas de la pecaminosidad, nos vamos pervirtiendo.
Así,
podemos decir que Dios estampó en
nosotros un mapa de las sendas por las que debemos ir y aquellas que nos
dañaran para que fuéramos verdaderamente libres al optar. Volvamos al Catecismo
de la Iglesia Católica para recordar unas deliciosas palabras de León XIII a
este respecto: «La ley natural [...] está inscrita y grabada en el alma de
todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el
bien y prohíbe pecar. Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener
fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que
nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos» (León XIII, Carta
enc. Libertas praestantissimum).
Dios se solidariza
plenamente con el hombre
La
vida de la Gracia, es decir la vida donde decidimos aceptar la Ley de Dios –no
perdamos de vista ni por un instante que al decir Ley de Dios estamos
refiriéndonos a una ley amable, a la vía de la felicidad verdadera, aun cuando
no sea la ruta aparentemente más cómoda, si es la ruta más feliz- es un
derrotero trazado con Amor, con Amor Paternal. De esta misma manera, es Dios,
en la Persona del Espíritu Santo –como lo dijimos arriba- quien nos conduce al
desierto y nos pone en la vía de la tentación.
Esto
puede sonar infinitamente absurdo. ¡Cómo puede un Padre amoroso, un Dios Bueno
ponernos en la ruta de la “amenaza”! Y ponemos signos de admiración y no de
interrogación porque esto nos deja completamente atónitos. También, cuando
éramos niños, nos dejaba atónitos que papá o mamá nos llevaran al Colegio o al
jardín Infantil y nos dejaran allí “abandonados”;
o que nos llevaran al médico, donde una persona muy “cruel” nos inyectaba – ¡uy!
Las jeringas, ese terrible aparato de torturas infantiles que arrancaba de
nosotros los más atronadores gritos- o, tener la impiedad de llevarnos al
odontólogo, esas también eran para nosotros conductas infinitamente absurdas.
Y, sin embargo, “el Espíritu conduce a Jesús al desierto ¡para que sea tentado
por el Diablo!”, pero ¿qué es esto? ¿Es este el Dios que Jesús llama Padre?
Nuestra
sorpresa es equiparable a la que nos producen otros dos apartes bíblicos:
Abrahán llevando a su hijo para sacrificarlo, e imaginarlo alzar el cuchillo
sobre Isaac; y, Dios Padre entregando a su Hijo, el Tres veces Santo, a una
muerte de cruz… Es cierto, nuestro entendimiento se muestra impotente ante los
amorosísimos designios de Dios. ¿Cómo podría nuestra pobre mente alcanzar la
Infinita sabiduría del Señor?
Revisando
la perícopa de este Primer Domingo de Cuaresma, ciclo A, en su contexto, nos
encontramos que está inserta en el Evangelio según San Mateo, inmediatamente
después del Bautismo de Jesús; Dios acaba de abrir las puertas del Cielo para
manifestar de Propia Voz su paternidad respecto de Jesús, acaba de reconocerlo
como Hijo suyo y, acto seguido, ¡purrumpun!, tome, las tentaciones. Ese es el
contexto de esta perícopa. Cuando leímos la perícopa del bautismo nos
encontramos con otro inexplicable: ¿Para qué se hace bautizar Jesús si Él no es
un pecador? Él no tiene de qué arrepentirse, no necesita conversión y sin
embargo se bautiza. Tratando de penetrar este “misterio” nos dimos de frente
con una categoría de la Misericordia Divina: La solidaridad. Él se hace
bautizar para solidarizarse con nosotros.
Cuando
leíamos a los clásicos, y llegábamos a esas páginas homéricas donde los héroes
Odiséicos iban a la guerra y sus “generales” combatían al lado y hombro a
hombro con los soldados rasos, vislumbramos con sorpresa esa solidaridad que
los llevaba a exponer su propio pecho en primera fila de combate. También, en
el mundo laboral, admiramos esos “ingenieros” que se embarran junto a sus
obreros y se ponen las botas de trabajo y no se emperezan de estar coco a codo
con su brigada de trabajo. De manera simétrica, nos decepcionan los que sólo
trabajan desde su escritorio, tanto como nos desalientan los sacerdotes que
predican y no aplican y no viven el espíritu de sus propias homilías; fue así
como nació el proverbio popular del “cura predica pero no aplica” "Los
escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo
lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que
dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras
que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.(Mt 23, 2-4). Visto esto,
podemos empezar a aproximarnos a este concepto de solidaridad: Porque Dios se
hizo verdaderamente hombre: «No se puede afirmar que la tentación de Jesús
tenga un sentido moralizante: algo así como “Jesús no fue tentado, sino que
hizo como si hubiera sido tentado para dar ejemplo al hombre; en esta forma la
persona y la obra de Jesús serían una apariencia, una comedia, Jesús no habría
sido un hombre verdadero. Equivaldría a imponer al evangelio un preconcepto sobre
la forma como es y debe actuar y presentarse Jesús, una imagen preconcebida de
lo que debe ser el Hijo de Dios. Es no correr el riesgo de que Dios se acerque
al hombre hasta la identidad total con él y hasta el amor que, porque respeta y
acepta la contradicción que padece la creatura, se compromete totalmente en el
amor y se solidariza en la ambigüedad de lo humano para salvarlo desde lo
interior del hombre.»[2]
Así
que Jesús, el Dios-humanado, en virtud de su infinita Bondad, se abaja, se pone
la camiseta y la suda, no la suda aparencialmente, la suda de verdad-verdad; se
pone las botas con sus obreros y se embarra, no se embarra de “mentiritas” sino
que se pone hombro a hombro y codo a codo, a nuestro lado y de nuestra parte.
No se disfraza de hombre, sino que se hace hombre. Para rescatarnos ofrece
todo, lo entrega todo, se presenta Él para estar de rehén en vez de nosotros y,
¡paga con su Preciosísima Sangre todas nuestras culpas!
De
esta forma, si Él no hubiera sido tentado, sería un hombre de mentiras. ¡Dios
no se habría humanado! Esta es la sustancia esencial del concepto de solidaridad cuando se refiere a Dios respecto al
hombre, que Él se hizo en todo igual al hombre, excepto en el pecado, y esa es
la única excepción. Y en eso estriba el Plan Salvífico de Dios para redimirnos.
El meollo de la salvación es la Divina Solidaridad con nosotros, con nuestra
fragilidad, con nuestra debilidad, con nuestra imperfección.
Acrisolados
La
tentación es un proceso que nos purifica, nos fortalece, nos robustece. Nos
hacemos fuertes rechazando la tentación. Podríamos resumirlo diciendo de forma
muy breve: La tentación en sí misma no es mala, lo malo de la tentación está en
ceder a ella.
Observemos
en primer término que el Malo, al tentar a Jesús, entra en un verdadero tenis
escrituristico con Él. También él hace gala de conocer la Sagrada Escritura y
de conocerla muy bien. ¡Caray! Entonces no basta con conocer la Escritura, ni
siquiera basta con conocerla perfectamente y declamarla al pie de la letra. Así
es. Porque está escrito: “… la letra mata,
más el espíritu vivifica.” (2Cor 3, 6c).
Así,
el Malo usa de la Palabra torciendo su espíritu, desvirtuándola, insertando en
ella sus embustes. Notemos que cuando engaña a Eva le dice que Dios prohibió, y
eso es verdad, que comieran algún fruto de algún árbol, lo cual también es
verdad, pero la falsedad que él introduce consiste en decir que “no coman de ningún” (Gn 3, 1b) Eva es consciente
que está mintiendo y lo corrige precisando que sólo les prohibió un árbol, el que está en medio del huerto. ¡De la
espléndida variedad a disposición, la limitación se reduce al límite mínimo!(Gn
3, 3).
Después
de la tentación Jesús estará listo para iniciar su vida pública, habrá salido
airoso de la prueba, no se ha dejado engañar con la apetitosa hermosura del
“fruto” ofrecido, viene a magnifica colación unas palabras que Papa Francisco
pronuncio en su homilía del Miércoles de Ceniza : “… la necesidad de no dejarse
dominar por las cosas que tienen apariencia: lo que cuenta no es la apariencia;
el valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino
de lo que tenemos dentro”.[3]
«En
las tres tentaciones se presenta, de un modo orgánico el pecado de Adán, que es
el mismo de Israel, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: robar lo que ha
sido regalado. Dios es don: la posesión representa el antidios, principio de
des-creación, origen de todos los males… Los ídolos del tener, el poder y del
aparecer son la estructura misma del mundo: su “nulidad nulificante”, a la cual
Dios responde respectivamente con el dar y servir con amor y humildad. Jesús
realizó la opción del Hijo: la solidaridad con los hermanos. Ahora existe un
choque entre dos caminos de salvación: el suyo, que lleva a unirse a los otros
y el diabólico, que lleva a distinguirse de ellos mediante la riqueza, el honor
y la arrogancia. El camino de Dios, que es amor y es compartir, es opuesto al
de Santanas, que es egoísmo y división. Es una oposición interna que atraviesa
el corazón de cada hombre.»[4]
Roguemos
–con el salmo penitencial por excelencia- al Espíritu Santo para que frente a
cada tentación su Luz nos ilumine permitiéndonos distinguir su oferta de
aquella del Enemigo; e imploremos también la asistencia de su fortaleza para que
sepamos optar y mantenernos. Sabemos que seremos tentados, no tres sino miles
de veces; pero no con pesimismo sino con la alegría de los redimidos,
enfrentemos el combate, sabiendo que saldremos airosos apoyados en Aquel que
llevó su solidaridad con nosotros hasta identificarse con la debilidad humana
en todo menos en el pecado:
Oh Dios,
crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu
firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu Santo Espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.[5]
[1]
Papa Franciso. HOMILIA EN LA SANTA MISA, CON EL RITO DE LA IMPOSICIÓN DE LAS
CENIZAS. Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino de Roma, 2020
[2] Zea, Virgilio s.j. JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Ed. USTA
Facultad de filosofía de la Universidad Santo Tomás de Aquino. Bogotá- Colombia 1989 pp. 57-58.
[3] HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO Basílica de
Santa Sabina Miércoles 5 de marzo de 2014.
[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE
MATEO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2da re-impresión 2011 pp. 49-50