sábado, 26 de octubre de 2019

¡SUÉLTALO!



Si 35, 15-17. 20-22; Sal 34(33); 2ª Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por tanto, no podemos menos de abandonarnos a Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza…
San Juan Pablo II

«El Evangelio insiste en el eterno tema: “No busquéis una justicia cualquiera: una de las tantas que habéis imaginado en contraposición a otra, sino la verdadera justicia, la primera, la de Dios que es la vuestra. Es decir, la estructural o vocacional. Pensad nuevamente en vuestro verdadero destino y realizadlo.” ¡Es esto posible sin destruir un orden?»[1] ¿Quiénes son los incrédulos? son aquellos que no están dispuestos a ceñirse a una “disciplina”; personas con problemas de autoridad que no están disponibles para desplazarse a las “periferias (existenciales), para “poner en el centro” a otro distinto de sí mismo. ¡Ay de los altaneros y de los prepotentes! Pero entre los creyentes, me imagino que muchos –si no todos- incurrimos también en el fariseísmo que denuncia el Evangelio de este Domingo XXX (caminando a pasos agigantados hacía el final de este Año Litúrgico), porque consideramos que son nuestra fuerzas y nuestras virtudes solas, las que nos conducen a “feliz puerto”, mejor dicho, que “Dios nos sale a deber”.

Dios juzga con justicia infinita
En diversas oportunidades hemos insistido en la manera como Dios se revela y se manifiesta a su criatura. Carentes de experiencias sobre las realidades trascendentes, nos habla refiriéndolas a las realidades temporales. Así, por ejemplo, nos ha mostrado su amor Infinito hablando de sí mismo como de Un Pastor. Jesús nos reveló el rostro de Dios refiriéndolo al de Un Padre. Hoy se nos alude a ese mismo Dios en la figura de Un Juez.

Ciertamente Dios no es un Pastor, un Padre o un Juez cualquiera, tendríamos que hablar de Un Pastor, o Un Padre o Un Juez “Perfecto”; o, pensando en términos platónicos, “Ideal”. Querríamos poner, para este Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo C, como columna vertebral de la liturgia de la Palabra el tema de: Dios como Juez Ideal y, por simetría arrojar un eco de esa mirada sobre, Dios como ideal de juez.

Surgió entre los Israelitas, después de la muerte de Josué, la figura de los así llamados Jueces: שֹֽׁפְטִ֑ים de שָׁפַט, se trata del verbo [shaphat] que podríamos traducir como, salvar, liberar, acaudillar, juzgar, gobernar; de todo lo anterior hay algo y mucho . Liberar porque en la historia de los jueces סֵפֶר שׁוֹפְטִים, en el Libro de la Biblia que va después de Josué, constatamos que estos “caudillos” surgían como liberadores en una situación puntual, frente a la pecaminosidad y al desvío del pueblo escogido cuyos “hechos fueron malos a los ojos del Señor” וַיֹּסִ֙פוּ֙  בְּנֵ֣י  יִשְׂרָאֵ֔ל  לַעֲשֹׂ֥ות  הָרַ֖ע  בְּעֵינֵ֣י  יְהוָ֑ה (Jue 3,12a); pero una vez cumplida su tarea, volvían a su vida corriente; eran, pues, figuras y no institución; Dios los insertaba en la historia de su pueblo como respuesta a un clamor, a una invocación del pueblo arrepentido cuya súplica contestaba.

Este “Salvador” les hacía justicia porque los libraba de la servidumbre y de la opresión. Este hacerles el “Bien”, este perdonarles, este redimirles de Dios a través de esos caudillos genera la figura de Juez que hoy nos sirve de referente. Para reconocer el atributo de Dios como justicia, liberación y salvación veamos el elenco de características del “Juez ideal” enumeradas en el Salmo 34(33):


a)    Libra de angustias y temores
b)    Los que lo contemplan quedan llenos de alegría y no tienen de qué avergonzarse
c)    Si el afligido lo invoca, Él lo escucha y lo salva de sus angustias
d)    Envía su Ángel para que acampe en torno de los que le son fieles
e)    Protege y salva a los que lo honran
f)     Nada le falta a los que temen ofenderle
g)    Los que lo honran no carecen de lo necesario
h)    Los ojos del Señor miran a quienes le son fieles
i)      Los oídos del Señor escuchan los gritos de sus fieles
j)      Él enfrenta a los que hacen el mal y borra de la tierra su recuerdo
k)    Salva y fortalece a los desanimados y abatidos
l)      Aunque le sobrevengan muchos males al fiel, su Señor y Juez lo libra de todos ellos.
m)  Cuida de todos los huesos de sus fieles para que ni uno solo le sea partido.
n)    Castiga con la muerte al que obra el mal
o)    Y cuando odian a uno que le es fiel al Señor y Juez, recibirá castigo
p)    En cambio, a sus fieles servidores los redime y salva
q)    Finalmente, promete que, quien confíe en Él, no será castigado.

El Domingo anterior vimos que Dios no es un juez a la manera de los jueces terrenales que le dan largas a una pobre viuda, sino –nos explicaba Jesús- ὁ δὲ Θεὸς οὐ μὴ ποιήσῃ τὴν ἐκδίκησιν τῶν ἐκλεκτῶν αὐτοῦ τῶν βοώντων αὐτῷ ἡμέρας καὶ νυκτός que Él les hace justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (Lc 18, 7ab) y en el verso Lc 18,8 leemos que les hará justicia pronto: ἐν τάχει. Podemos sumar este Domingo XXX nuestras voces al Salmista para decir, con el responsorio, y asegurar confiadamente que “Si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.

“Juez-justo”
Tanto la Primera como la Segunda Lecturas, prefieren contra nuestra designación de “Juez Ideal” la de “Juez-justo”. En el Libro del Eclesiástico dice que Dios es un Dios justo para afirmar a continuación que Dios no es parcial. Nosotros entendemos  que el texto dice que Dios si es parcial, que no pretende ser imparcial, sino que toma partido por el pobre. Dado que el pobre tiene su punto de partida con desventaja frente a los más favorecidos, a los ricos y a los opresores, entonces Dios inclina la balanza a favor del desprotegido para que haya justicia. De esta manera, Dios hace verdadera justicia. Como decíamos arriba, Dios no es un juez de esos que han recibido el “soborno” por debajo de la mesa, Dios es el Juez Ideal y el ideal de todo juez que sea verdaderamente ético.


Hay que reconocer que los “clientes del Señor”, huérfanos, viudas, pobres, son primeros en su Corazón Misericordioso y que, como leímos en el Salmo, Dios los ve, porque les consagra la atención de sus Miradas y los oye porque les consagra toda la escucha de su Oído. En el Eclesiástico nos ratifica que Dios, Juez-Justo les hace Justicia.

En la Segunda Carta a Timoteo, encontramos una doxología: ᾧ ἡ δόξα εἰς τοὺς αἰῶνας τῶν αἰώνων, ἀμήν. “A Él la Gloria por los siglos de los siglos”, (edades tras edades, o sea, era tras era; más fuerte que generaciones de generaciones. Pensamos que estamos bien compenetrados con la fórmula “por los siglos de los siglos” y captamos su significación de “eternidad”, “para siempre y por siempre”).


¿Cuál es el motivo de esta glorificación? Pues precisamente ese, que Dios es  ὁ δίκαιος κριτής Juez-Justo (2Ti 4, 8d). ¿Cómo le hará justicia Dios a Pablo? Dándole  la Corona del deportista que ha corrido la carrera y, de principio a fin, hasta llegar a la meta, ha corrido dándolo todo, poniendo en su correr “alma, vida y sombrero”. Esta “corona” que era el premio de los atletas en los juegos de la antigüedad, es la metáfora que se usa  en esta Segunda Carta a Timoteo para referirse al τὴν βασιλείαν αὐτοῦ τὴν ἐπουράνιον· “reino del cielo”. Se trata pues de una metáfora “olímpica” en el sentido de hacer alusión a los Juegos Olímpicos.

Desaferrarse del yo
Dios nos propone su imagen de Juez-Perfecto para que procuremos vivir en la justicia y practicarla, no para que nos creamos jueces perfectos, lo cual nos convertiría automáticamente en ególatras. El evangelio de este Domingo nos alerta contra ese riesgo de descomunales proporciones.

Uno de los temas que repetimos obsesivamente es el del descentramiento en favor de Dios, Único digno de ocupar el centro. Creemos que una de las tareas esenciales de la evangelización es precavernos del peligro de la auto-adoración, de la auto-latría. A la vez, anunciamos que el Centro, el paradigma de los paradigmas (Rey de reyes, Señor de Señores) es Jesucristo, modelo humanizado de la Divinidad, Alfa y Omega; y este tema del Omega, nos invita a estar despiertos y en conciencia de la Parusía.

El “orante” no se presenta con la “arrogancia” del deportista que llegó a la meta y se ganó la “corona”, por mérito propio, olvidando que sin la Misericordia del Señor, ni siquiera podríamos despegar del “punto de partida”, ahora sí, mucho menos, recorrer todo nuestro éxodo para llegar a la Meta. Especulamos que el siguiente cuento de Tony de Mello, titulado “Suelta el yo” nos permite adentrarnos en la grave problemática del orante:

.- El discípulo: Vengo a ti con nada en las manos.
.- El maestro: Entonces suéltalo en seguida.
.- El discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo si es nada?
.- El maestro: Entonces llévatelo contigo.
Un hombre se presentó ante Buda con una ofrenda de flores en la mano.
Buda lo miró y dijo: “¡Suéltalo!”.
El hombre no podía creer que se le ordenara dejar caer las flores al suelo. Pero entonces se le ocurrió que probablemente se le estaba insinuando que soltara las flores que llevaba en su mano izquierda, porque ofrecer algo con la mano izquierda se consideraba de mala suerte y como una descortesía. De modo que soltó las flores que sostenía en su mano izquierda.
Pero Buda volvió a decir: “¡Suéltalo!”.
Esta vez dejó caer todas las flores y se quedó con las manos vacías delante de Buda, que, sonriendo, repitió: “¡Suéltalo!”.
Totalmente confuso, el hombre preguntó: “¿Qué se supone que debo soltar?”.
“No las flores, hijo, sino al que las traía”, respondió Buda.

Ese aferrarnos con manos crispadas a nuestro propio “protagonismo” (disimulado tras la “ofrenda de flores”), en nuestro caminar hacia Dios requiere ser abandonado a favor de un “ni siquiera atrevernos a alzar los ojos” y en pos de reconocernos “pecadores” necesitados de la Misericordia de Dios. Al “abandono” en sus Manos, en su Justicia-Ilimitada- Bondad-Incomparable, que es tan Amplia que no se deja ganar y que no puede ser derrotada – pero si bloqueada por la arrogancia-.


«El hombre debe vivir buscando el Reino de Dios y su Justicia… Para vivirla es necesario aprender a aceptar ser pobres; aprender, de hecho, a negarnos lo superfluo; vigilar para que no surjan en nosotros deseos suscitados desde fuera y aprender a rechazar esas solicitaciones continuas y acosadoras. Es necesario violentarse contra la violencia de la publicidad, contra el poder opresor del capital que me fuerza a servirlo lisonjeándome con calidades, colores, sonidos y voces. Metidos en el bosque embrujado, seguiremos irremediablemente alienados si no nos libera una profunda concentración y una violenta fidelidad a nuestro existir de cristianos y de hombres del Reino.»[2]

Así pues, no sólo hay que orar sin desanimarse, continuamente, perseverantemente; como aprendimos el Domingo anterior, sino que, además, debemos revestirnos de humildad, de un espíritu sencillo, con el alma verdaderamente puesta de rodillas, figura de abajamiento que en el texto evangélico se plasma con los golpes de pecho, signo corpóreo de reconocimiento de nuestra “nada” que Dios alzará y dignificará en consonancia con El Amor de los Amores. Nada de arrogancias y complejos de superioridad, nada de altanería, de petulancia, de insolencia, no pensarnos propietarios de la salvación, sus detentadores y monopolizadores. “Sólo somos siervos que hicimos lo que teníamos que hacer” y que Dios nos de la gracia de poderlo llevar a cabo: Todo esto es preámbulo, nos prepara para el encuentro con el otro, que trasparenta al Otro.






[1] Paoli, Arturo. DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ediciones Carlos Lohlé BS.As. 1970 p. 140
[2] Ibidem p. 151

domingo, 20 de octubre de 2019

¡ORAR SIN TREGUA!



Ex 17,8-13; Sal 121(120),1-2.3-4.5-6.7-8; 2Tim 3,14–4,2; Lc 18,1-8

Levanto mis ojos a los montes
¿de dónde me vendrá el auxilio?
Sal 121(120), 1b

Nada hay tan poderoso en la tierra
 como la pureza y la oración.
Teilhard de Chardin

«La Roca
Un hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios. El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una gran roca frente a la cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas... y esta no se movía. Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a su mente: has estado empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido.


Le dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión. Satanás le dijo: por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible. Solo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente. El hombre pensó en poner en práctica esto pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: "Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro. ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? ".

El Señor le respondió con compasión: Querido amigo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujar. Ahora vienes a mi sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras. A pesar de la adversidad has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu fe en mí. Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, yo moveré la roca.

Algunas veces, cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios solo nos pide obediencia y fe en Él. Debemos ejercitar nuestra fe, que mueve montañas, pero conscientes que es Dios quien al final logra moverlas.

Cuando todo parezca ir mal... solo ¡EMPUJA!
Cuando estés agotado por el trabajo... solo ¡EMPUJA!
Cuando la gente no se comporte de la manera que te parece que debería... solo ¡EMPUJA!
Cuando no tienes más dinero para pagar tus cuentas... solo ¡EMPUJA!
Cuando la gente simplemente no te comprende... solo ¡EMPUJA!
Cuando te sientas agotado y sin fuerzas... solo ¡EMPUJA!
¡Los verdaderos amigos son difíciles de encontrar, fáciles de querer e imposibles de olvidar! En los momentos difíciles pide ayuda al Señor y eleva una oración a Jesús para que ilumine tu mente y guie tus pasos. Entrega tus miedos al Señor y pídele con una oración que Jesús te ayude a encontrar el camino que te conduzca a Él.»[1]

Muchas veces Jesús nos advirtió que debíamos permanecer vigilantes, esta vigilancia a la que Él se refería es la de la oración. Debemos guarecernos bajo el manto de la oración. La oración es no sólo un ejercicio piadoso sino una necesidad constante de nuestra vida espiritual. Si queremos estar vivos nos es indispensable orar; así como la vida física depende del oxígeno, la vida espiritual respira oración. Sin oración el ser muere y el alma se marchita, se seca.

Nuestro cuerpo físico tiene necesidad de descanso y necesitamos dormir, interrumpir la jornada física para reponer fuerzas. Pero Dios no se cansa, no necesita de sueño, Dios no duerme, ni reposa, Dios está siempre en vela cuidando  a su siervo fiel, Israel (Israel significa “el que reinará con Dios”; o “soldado de Dios” soldado que en vez de “vigilar, es cuidado, cuidado y protegido por su Dios).

Mientras dormimos, Dios vela, como Padre–Protector que cuida sus “bebés”; o, como nos lo mostró Jesús, como pastor que vela por su rebaño, inclusive por las “ovejas” díscolas.


¡Levanta tus brazos y Dios te mirará con Misericordia!
La página bíblica que da motivo a la Primera Lectura del Domingo XXIX de tiempo ordinario ilustra, a través de la persona de Moisés, al hombre que ¡EMPUJA! «Como ejemplo típico de oración y de intercesión cito el episodio en que Moisés alza las manos en el combate contra Amalec. “Mientras Moisés tenía alzadas las manos prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Se le cansaron las manos a Moisés” [realmente es fatigoso el servicio de la oración] entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. (Ex 17, 11-12). Es bellísima esta imagen de Moisés que reza hasta el atardecer: es la imagen de los grandes intercesores de la Iglesia, la imagen en la que se inspiran las almas contemplativas que interceden por la humanidad.»[2]


Recordamos vivamente cuando Adán rinde cuentas a Dios por su pecado no vacila en echarle la culpa a su pareja, a quien Dios le había dado por compañera “idónea”; Moisés obra de manera totalmente opuesta, se pone del lado de su pueblo, intercede por él, lo defiende “a capa y espada”; toma partido por ellos y no los traiciona ni los abandona. Sostiene sus brazos más allá de sus fuerzas y no se niega a sentarse en la piedra y a dejarse “manipular” los brazos  en favor de los suyos. «… cuando el pueblo llegó al fondo del abismo, bailando en torno al becerro de oro, Moisés halló todavía el modo de defenderlo: “¿Es culpa suya o tuya, Señor? Israel ha vivido tan largo tiempo en el exilio entre los adoradores de ídolos que ha sido envenenado por ellos. ¿es culpa suya si no consigue olvidarlo fácilmente?... Vemos así como Moisés se identifica de verdad con su pueblo»[3]. Lo cual nos enfoca en una forma particular de oración, la oración de intercesión, cuando no oramos por nosotros mismos, o sólo por nosotros mismos, sino que oramos por otros, abogamos por ellos, presentamos nuestros ruegos, nuestras súplicas, por sus necesidades, por sus afanes, por sus dolencias, por su salud, por su salvación. A este respecto el cardenal Martini nos enseñó una caracterización que diferenciaba la oración evangélica de la apostólica. Nos decía que «La oración evangélica esta por lo general en singular: “Señor, ten piedad de mí pecador”, el “Padre Nuestro” está en plural, presupone la conciencia de un “nosotros”, de un pueblo, de una corresponsabilidad, de una solidaridad que nos une los unos a los otros.»[4] Siempre nos sentimos obligados a poner un reflector sobre este “nosotros” que es la conciencia de no ser “islas” sino células del Cuerpo Místico de Cristo, miembros de ese Todo, hermanos, hijos del mismo Padre.

Volverá en la Parusía, buscando fe.
En el Evangelio, parece que Jesús súbitamente cambia de tema, alguien diría que viene hablando de la constancia en la oración, con la parábola del Juez impío y la viuda, y, de repente, le da por hablarnos de la fe y del futuro de la fe en la tierra, es la pregunta de si la fe sobrevivirá en un mundo de impiedad, en una sociedad sin entrañas, con corazón de piedra. Pero no hay tal salto ni tal cambio de temática. Jesús todo el tiempo está hablando de la fe porque la oración simplemente es una acción que se desprende de la fe. Si creemos que Dios existe, que está con nosotros, que nos acompaña ¿cómo podríamos no dirigirnos a Él? ¿cómo podríamos dejar de dialogar con Él? Si uno está vivo respira, le palpita el corazón; si la fe está viva, ora, se abre al Trascendente, se comunica con Él, ora.


Un dialogo verdadero no son sólo palabras que fluyen de aquí para allá, sino son además cosas que hacemos, decisiones que tomamos en consecuencia con lo hablado, acciones que vuelven realidad lo conversado, lo pactado, lo convenido. Por tanto, la oración conduce a cambiar la vida y la actitud frente a la vida. Cambiamos no sólo en lo que hacemos sino en la manera como enfocamos todo lo que hacemos: la oración conlleva conversión. «Rezaremos tanto mejor cuanto más profundamente esté enraizada en nuestra alma la orientación hacia Dios. Cuanto más sea ésta fundamento de nuestra existencia, más seremos hombres de paz. Seremos más capaces de soportar el dolor, de comprender a los demás, de abrirnos a ellos.»[5]

Los tiempos cambian el lenguaje y los recursos de Dios. San Pablo, el emisario de Dios para Timoteo, (también en muchas cosas y casos para nosotros), plantea en qué roca se sentará y qué (o mejor, Quien) le sostendrá los brazos: La Sagrada Escritura. Tanto es el apoyo que le brindará que no tiene que hablar su propio discurso, la Sagrada Escritura le dará la sabiduría; y, esa sabiduría, gracias a διὰ πίστεως τῆς ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ. “la fe que se deposita en Cristo Jesús”, es la sabiduría que salva –como dice en la Segunda Epístola a Timoteo, τὰ δυνάμενά σε σοφίσαι εἰς σωτηρίαν “conduce a la salvación”.

«MEMORANDUM DE: DIOS PARA: TI
Hoy, YO DIOS, estaré manejando todos tus problemas. Por favor recuerda que no necesito tu ayuda.


Si te enfrentas a una situación que no puedes manejar, no intentes resolverla.
Te pido amablemente que la coloques en la bandeja (AQSDPH) "Algo que sólo Dios
puede hacer". Me encargaré del asunto en Mi tiempo, no en el tuyo.

Una vez que hayas depositado tu problema en dicha bandeja no te aferres más a
él o pretendas retirarlo de allí. El aferrarte o retirar tu problema, solo hará
que se retrase la solución del mismo.

Si fuese una situación que tú consideres puedes manejar por ti mismo; te pido
no obstante, que por favor lo consultes conmigo en oración, para que puedas
asegurarte que tomarás la decisión adecuada. Debido a que yo no duermo nunca
ni me adormezco jamás.

No hay razón por la cual tengas que perder tu sueño en la madrugada a causa de
las preocupaciones. Descansa en Mí.

Si deseas contactarme, estoy a la distancia de una oración. Además considera lo
siguiente: Sé feliz con lo que tienes. Si encuentras difícil el dormir por las
noches, recuerda a las familias desamparadas que no tienen un lecho dónde
dormir.

Si te encuentras atorado en el tráfico, no desesperes. Hay gente en este mundo
para quienes tan solo manejar es un privilegio.

Quedo de ti, tu amigo de siempre.... ¡Dios!»[6]

La oración perseverante entraña una especie de paciencia, la paciencia ardua que el Malo aprovecha para debilitarnos la fe, la paciencia necesaria para esperar “el tiempo de Dios”, el momento idóneo para atender nuestras peticiones.




«Un alma enamorada, de dialogo franco con Dios, tal vez le diría ‘Dios, que paciencia hay que tener contigo’. Hay que tener paciencia y
-Aceptar su invisibilidad
-Aceptar sus silencios
-Aceptar el no entender bien sus caminos, ni las condiciones para experimentarlo.

“Aun antes de terminar la plegaria puede Dios mandar… una respuesta. Más podría darse el caso de pasar por la prueba de esperar años, de agotarse, de desilusionarse, y hasta de desaparecer. Entonces, cuando no hay nada ya que esperar, suele venir Él mismo para resucitar…, para imprimirle una nueva andadura con Él. Sólo entonces se entiende la espera, sólo entonces se entiende que Él estaba presente ‘de otra manera’»[7].




[1] Agudelo C, Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 3. Ed. Paulinas Bogotá- Colombia 2006 pp. 76-78
[2] Martini Cardenal, Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA. Ed Planeta Santafé de Bogotá Colombia 1998 pp. 152-153.
[3] Ibid.
[4] Martini Crnal., Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1995 p. 469
[5] Benedicto XVI, JESÚS DE NAZARET, I PARTE. Ed. Planeta. Bogotá Colombia 2007 p. 163.
[6] Agudelo C, Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas Bogotá- Colombia 2006 pp. 99-100
[7] Archimandrita Basilios, DEL EROS AL DESPOSORIO. LA VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS, en  “VIDA RELIGIOSA”, 66 (1989) 199. Citado por Caballero, Nicolas cmf. PARA FORMAR ORANTES. LA ORACIÓN ESENCIA DE UN PROYECTO FORMATIVO I. Ed. Publicaciones Claretianas Madrid – España 1994. P. 147

domingo, 13 de octubre de 2019

PORTADORES DE GRATITUD



2Re 5, 14-17; Sal 98(97), 1. 2-3ab. 3cd-4 (R.: cf. 2b); 2Tim 2, 8-13; Lucas 17, 11-19

El secreto de la felicidad es vivir cada momento y agradecer a Dios por todo lo que en su bondad Él nos envía, día tras día.
Santa Gianna Beretta Molla

Una carga de tierra, llevada a lomo de mula.
Cuando examinábamos la situación del Rico epulón recordábamos la sentencia de Jesús sobre la dificultad de los ricos para entrar en el Reino de los cielos (Mt 19, 24), en cambio, es a todas luces clara su preferencia por los pobres. Jesús nos enseña a enfocar nuestras preferencias, a buscar nuestros propios clientes, cuando nos aconseja “Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”.(Lc 14, 13-14).


La perícopa que conforma la Primera Lectura es el segundo fragmento de 2Re 5, 1-27 que reconocemos bajo el título de «Naamán es curado de su lepra», que podemos subdividir en 1-14, 15-19 y 20-27, a cada fragmento podemos darle un sub-título, que serían, respectivamente: “Naamán se cura con el agua del Jordán”, “Naamán se acoge a YHWH” y “Guejazí, el criado del profeta Eliseo, muestra su codicia”. Les invitamos a leer el capítulo 5 completo, para contextualizar la Primera Lectura de este XXVIII Domingo Ordinario del Ciclo C, (se echa de ver que leemos un versículo del primer fragmento, , leemos el verso 14 que pertenece al primer fragmento, para que cobre sentido la Lectura de este Domingo, por eso la perícopa elegida es  2Re 5, 14-17; y se exceptúan los versos 18 y 19, donde el general explica que tendrá que arrodillarse en adoración ante los ídolos que venera su rey). En este contexto, al leer el tercer fragmento, que no está incluido en la liturgia de este Domingo, nos encontramos con el corazón sucio de Guejazí quien queriendo aprovechar la recompensa que Naamán había ofrecido a Eliseo y que este había rechazado, sale en su persecución, pide la recompensa y como castigo, se llena de lepra. Aquí la lepra es el signo exterior de la enfermedad del corazón (la codicia), ya que cuando Naamán se ve libre de la lepra (ya no es codicioso) está afanado en desprenderse de sus bienes en favor de quien ha mediado su sanación; mientras que, Guejazí, con su corazón idolatra hacia la “riqueza”, la contrae por haber cedido a la tentación de su ambición.

Naamán quiere adorar en lo sucesivo tan sólo a YHWH, pero, como es el edecán del rey de Siria, pide a Eliseo la “venia del Señor” para poderse arrodillar cuando el Rey “se apoye en su brazo” para rendir tributo a su dios en el santuario de Rimón (cfr. 2Re 5, 18). La memoria de nuestros mártires nos enseña que ni por asomo se puede ceder a falsas religiones, al culto de ídolos o poderosos, aun cuando el secreto del corazón mantenga la fidelidad. Así nos lo mostraron, inclusive mártires niños, que fueron invitados a “salvar su pellejo” con sólo apostatar de palabra.

Más difícil de entender en la perícopa de este Domingo la asociación que hace Naamán entre la tierra  de Israel que él pueda trasportar a lomo de mula para construirse su propio altar de adoración para ofrecer sacrificios, como si Dios estuviera ligado a la tierra como lo puede estar una planta o un árbol. Sabemos a través de la Sagrada Escritura que YHWH no está atado a la tierra sino a la gente, que Dios es un Dios transeúnte, itinerante, nómada, que acompaña a su gente y a su pueblo. Recordemos como acompaña a Abrahán, cómo acompaña a Israel (Jacob) y se le manifiesta al dormir usando como almohada una piedra que él yergue y unge con aceite como Altar-recordatorio del Sueño-visión de la escala por la que los ángeles de Dios subían y bajaban; como está con su pueblo en Egipto viéndolo sufrir, sumido en la esclavitud y, precisamente por eso, designa a Moisés para que lidere la salida-liberación de Egipto y el sucedáneo vagabundeo por el desierto durante 40 años, sin perder de vista que en ese vagabundeo los acompañaba como Columna de Fuego o Nube que los iba guiando y que los alimentó y les dio de beber durante todo este tiempo, aparte de haberles mostrado todo su poder, como lo hizo con la Serpiente de Bronce que sanaba a los picados de serpiente, o aún más, cuando les permitió cruzar el Mar a pie enjuto. Por tanto, nuestro Dios va con nosotros aun cuando Naamán no alcanzaba a comprender esto y su teología lo suponía ligado a la tierra, como si dos bultos de esta Lo mantuvieran aprisionado.

Sin embargo, Eliseo, el profeta –la voz de Dios- no se lo impide, ni lo corrige, ni lo refuta en modo alguno. Podríamos afirmar que Dios le acepta este culto conforme con la teología de Naamán aun cuando no sea conforme con el culto que YHWH espera de los miembros de su Pueblo Escogido. Lo importante aquí son las manifestaciones de “gratitud” de Naamán, como reza en el adagio popular “cada quien da de lo que tiene” y desde el enfoque pagano de los Sirios de la época, este era el tributo del creyente a sus dioses, luego, le es aceptado y el Señor se los recibe, los acepta como un incienso que le es grato.

Reflexionemos sobre la rotunda negativa de Eliseo de aceptar el “regalo” que le ofrece Naamán, recordemos que todo amor –y el amor de Dios que sana, que salva es Amor-Ágape, o sea amor de gratuidad- no se compra ni se vende, ya que todo amor que se comercia, que se mercantiliza es “prostitución”; el Amor de Dios sólo se puede corresponder con nuestro culto, porque “el amor con amor se paga”.

Los clientes de YHWH.
¡Adelante, la redondez de la tierra como un canasto que se sacude!
¡Ríos, aplaudid, y que se alisten las montañas,
porque ha llegado el momento en que Dios va a "juzgar" a la tierra!
¡Ha llegado el día del rayo del sol, y de la radiante nivelación de la justicia!".
Paul Claudel

La palabra cliente parece provenir –etimológicamente hablando- de la raíz indoeuropea klei, kli, que significa “inclinarse”, “apoyarse en”, (de hecho, la palabra clínica proviene del griego kliné, que significa cama, que también deriva del indoeuropeo “inclinarse”). Entre los romanos, cuando un fuereño llegaba a Roma “apadrinado” por un patricio, ese era un cliente, y el patricio era su patronus; el que llamamos “el patrón”. Nosotros hemos venido hablando del patronato de Dios sobre unas personas a las cuales Él brinda especial protección, cuidado y defensa; los llamamos los “clientes del Señor”, se trata de los pobres, los desamparados, los marginados, los expatriados, los desplazados, los extranjeros, los explotados, los ancianos, los niños, los huérfanos, las viudas, las mujeres, en general, en tanto y cuanto han sido subyugadas por una cultura “machista”, los enfermos de toda laya, trátese de ciegos, sordos, paralíticos, leprosos, poseídos, endemoniados.


Cabe en este contexto recordar cómo escogió Dios para Rey a David, por medio de Samuel, de entre los hijos de Jesé. Ya Dios lo había prevenido, “No te fijes en su apariencia, ni en su elevada estatura, pues yo lo he rechazado…” (se refiere a Eliab, quien Samuel al verlo pensó que era el elegido de Dios). “… No se trata de lo que el hombre ve, pues el hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón.” 1Sam 16, 7b. Notemos que David era el más pequeño, ni siquiera estaba en edad de ser tomado en consideración, por eso, él no está entre los presentes en la ceremonia mientras Jesé presenta a sus hijos-candidatos.

Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor
Leemos en el verso 4 del Salmo que entonamos para este Domingo. En otras versiones leemos הריעו ליהוה כל־הארץ פצחו ורננו וזמרו׃ “Canten a Dios con alegría habitantes de toda la tierra, cántenle himnos con estallido de júbilo”. Nos encontramos con esta teología en este Salmo, es una catolicidad teñida de in-culturación, que la religión de YHWH no es exclusiva ni excluyente, permite acceso a todos, como ya empezábamos a comprender con San Pablo Οὐκ ἔνι Ἰουδαῖος οὐδὲ Ἕλλην, οὐκ ἔνι δοῦλος οὐδὲ ἐλεύθερος, οὐκ ἔνι ἄρσεν καὶ θῆλυ· πάντες γὰρ ὑμεῖς εἷς ἐστὲ ἐν χριστῷ Ἰησοῦ. “Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien es griego, entre quien es esclavo y quien es hombre libre, no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”. Gal 3, 28. Así todos son acogidos, todos pueden adorar a este Dios Misericordioso, cada uno con su idiolecto cultural propio (lo que no quiere decir que no seamos Iglesia, con un culto unificador –no uniformizador- que acoge también las expresiones propias de cada cultura, como vemos en otros ritos católicos: además del romano, está el rito copto, el maronita, el melkita, el sirio, el armenio, el caldeo). Y con canticos y danzas litúrgicas que lejos de significar desunión, respiran con amplias bocanadas, los aires de la identidad cultural y de la unidad en la diversidad.

Entonces, ¿en qué reposa la unidad? Leámoslo en el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 815: "Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:

— la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles;
— la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
— la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf UR 2; LG 14; CIC, can. 205).

Esta unidad no es un programa “imperialista” que nos llevaría a luchar por la implantación de la fe a “sangre y fuego” por todo el orbe. Y esta afirmación reviste capital importancia puesto que la nuestra no es una fe que se impone por violencia o por cualquier otro medio; nuestro único medio es el amor. El profeta Jeremías hablaba de seducción porque los medios de que se vale el Amor de Dios y el anuncio de su palabra son similares a los que usa el enamorado para alcanzar el corazón der la amada: tiernos gestos de infinita ternura, de dulce galantería. Nuestro error evangelizador, en más de una oportunidad, ha provenido de una concepción torcida de las vías evangelizadoras que se han tomado como de posible “imposición”. ¡Urge erradicar este yerro!

El salmo nos convoca, más bien, a hacer notar, a llamar la atención a ‘permitir que otros vean lo que no alcanzan a notar; que los alcance la noticia que ningún noticiario les ha hecho llegar. ¡La Buena Nueva! Por encantamiento, por enamoramiento, no y nunca por la fuerza.

Ser-Dios sinónimo de Fidelidad
En la 2da Carta a Timoteo nos encontramos enfrentados a la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo como a uno de esos puntos nodales de la profesión apostólica de fe. Ese “punto nodal” lo es hasta tal extremo que San Pablo se vio arrastrado a llevar cadenas y hasta dar su vida. Observemos, que el encadenamiento del “evangelizador” no significa el encadenamiento del “Evangelio”. Más bien al contrario, un evangelizador encadenado le pone alas al Mensaje, a la Buena Noticia, para poder compartir y hacer partícipes a otros, a muchos otros, de esta verdad salvífica, este anuncio que nos abre las puertas a la gloria eterna.

En los versos 11 y 12 se nos muestra una simetría perfecta:
a)    Si hemos muerto con Él,                              con Él viviremos
b)    Si sufrimos pacientemente con Él,               también con Él reinaremos,
c)    Si lo negamos,                                              Él también nos negará.

Pero, abruptamente, en el verso 13 se rompe la simetría: εἰ ἀπιστοῦμεν, ἐκεῖνος πιστὸς μένει,
            “Si somos infieles,…                                     Él permanecerá fiel”.

Y en el mismo verso 13 se nos da la explicación teológica porque su justicia no es reflejar nuestra infidelidad sino continuar con ese atributo de la Divinidad; es que si Él incurriera en la infidelidad sería puramente hombre-caído y no Dios. Por eso, “Él permanecerá fiel porque no puede desmentirse a Sí mismo” o sea negarse a Sí mismo, incurrir en una mentira actuando al contrario de lo que Él es, porque la naturaleza de Dios es ser Fiel.

Gratos – vs- ingratos
El asunto enfocado en el Evangelio puede ser el de la celebración del agradecimiento. Un agradecimiento que, en este caso, está dirigido a Dios: μετὰ φωνῆς μεγάλης δοξάζων τὸν Θεόν, καὶ ἔπεσεν ἐπὶ πρόσωπον παρὰ τοὺς πόδας αὐτοῦ εὐχαριστῶν αὐτῷ·  “Alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias.” Lc 17, 15b-16a. Pongamos el foco en la palabra εὐχαριστῶν eucaristón del verbo εὐχαριστέω “dar gracias”, “recibir con gratitud”, “agradecer”, ¿distinguimos alguna consonancia con la palabra Eucaristía, “Acción de Gracias”. Miremos la raíz χαρισ jaris, (χάρις, ιτος, ἡ) «este término “de la gracia” –“charitos”. Viene de “charis”, gracia, de la que deriva “chará”, alegría, y también la palabra “gratis” usada por Pablo para indicar la acción de Dios que perdona al pecador sin ningún mérito suyo»[1]


Sentimos que la gratitud no es ningún “chip” que uno ya trae en la cabeza, como se ha dado por decir ahora. La gratitud se aprende y se aprende en el hogar. Si en la casa, en el seno familiar nadie agradece los mutuos favores y servicios que constantemente nos prodigamos, pues no se aprende a agradecer, a ser agradecidos. Si todo se le da a los hijos, sin merecimiento y sin gratitud, él crecerá pensando (nosotros ni habíamos reflexionado sobre este asunto, fue escuchando a Monseñor Wilfredo Peña que vinimos a aterrizar sobre este detalle) que “es mejor que sus padres”, que “es mejor” que todos los demás. Lo más grave es que esto trae como consecuencia que piense que todos están obligados con él, que todos deben darle y hacerle todo, que el mundo y, hasta Dios mismo, están obligados a “servirle”, a tenerlo contento, a darle gusto porque si no es así… viene la pataleta (y la pataleta puede llegar a los límites del asesinato o el suicidio). A este gremio de los que piensan que “se les debe todo” pertenecían nueve de los diez leprosos. Sólo uno de ellos estaba alfabetizado en el significado de la gratitud y se sintió llamado, es más, quiso expresar, externalizar la “alegría de su corazón” por el “favor” recibido. 

Ya en otras ocasiones nos hemos referido a quienes buscan milagro con pistola, sin dudar pretenden chantajear a Dios con diversos trucos para coaccionarlo a obrar a su favor, no falta el que lo amenaza, y –alguna vez lo mencionamos- hasta desertan de la Iglesia y de su fe, porque Dios no les dio gusto.

Queremos subrayar cómo acoge Jesús esta gratitud: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. ¿Qué se entiende?, que el Samaritano tiene fe, que Jesús lee esa fe en su gratitud, que los otros nueve no tenían fe y, en consecuencia, aunque quedaron limpios no lograron nada más, lograron una cosa pasajera, momentánea, algo que no les iba a durar mucho; en cambio, el Samaritano logró un bien eterno. “La Salvación”.


Trascribimos aquí el numeral 268 de Camino de San Josemaría Escrivá: «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. Porque te da esto y lo otro. Porque te han despreciado. Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso… Dale gracias por todo, porque todo es bueno».





  








[1] Martini, Card. Carlo María. LAS CONFESIONES DE SAN PABLO Ed. San Pablo 6ta reimpresión Bogotá – Colombia 2005 p. 127