Sab 9, 13-18; Sal 89,
3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; Fil 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33
Enséñanos lo que
valen nuestros días,
para que adquiramos
un corazón sensato.
Sal 89, 12
¡Camina en Cristo y
canta con alegría!...,
pues el que te mandó
que le siguieses...,
va delante de ti...
El resucitó primero...,
para que tuviésemos
un motivo para esperar...
San Agustín de Hipona
Aquí
donde dice “corazón sensato” encontramos la expresión לְבַ֣ב חָכְמָֽה algo así como “dispuesto para Ti, un
corazón sabio”, la expresión “sensato”, tal vez quedaría mejor traducida por
“sabio”. También se podría traducir por “juicioso” o por “maduro”. En fin,
estamos rondando en torno a la sabiduría que conduce hacia Dios.
La
fragilidad humana, de la que renegamos con frecuencia, es un referente de
nuestro ser y de nuestra realidad. Nos permite justipreciar lo que somos,
nuestras limitaciones, la inestabilidad de nuestro estado, y –en consecuencia-
aquilatar el valor del tiempo y de la vida; nos permite ponernos frente a Dios,
nuestro Señor, y saber en qué nivel estamos. Es tal el valor de nuestra
debilidad que ella nos conduce por caminos de sabiduría. ¡No la desdeñemos!
Pero
esa sabiduría sería de dar risa si no la aplicamos en la elección de nuestras
metas, en las decisiones que hacemos, en los compromisos que contraemos.
Conocer nuestra condición nos da la posibilidad de medir –como dice Jesús en su
enseñanza- si voy a “construir una torre”, primero calcularé su costo. Así,
cualquier empresa que vayamos a acometer deberá tomar como referente las
flaquezas que nos pueden detener.
Tal
vez hay quienes –en aras de mantener la pintura de fondo totalmente rosa-
opinen que el gozo será mayor si vivo de espaldas a mi realidad. Pero entonces
perderemos la perspectiva. Muy cierto es que pesa sobre nosotros un deber de
“optimismo”, que no podemos desde el día de nuestro nacimiento vivir contando
con nuestra muerte para el día siguiente, que nuestro enfoque no puede ser el
desespero de la sinrazón en la que muchos han caído y caen (pretendidos
filósofos que se tumban pesadamente sobre su muy oscura melancolía, pensando
que, si hemos de morir nada vale la pena. Frente a ese nihilismo trágico la
mirada cristina –dicha en palabras de José Luis Martín Descalzo: “Cristo jamás
vio a la humanidad como una suma de mal irremediable, tuvo siempre la total
seguridad de que valía la pena luchar por el hombre y morir por él”). Otra
panorámica –esa es la mirada sabia- reconoce el Don maravilloso de la vida y
¡la disfruta mientras dura!
¿Cómo
–preguntan los pesimistas redomados- se puede disfrutar de la vida si ella está
tachonada de dolores, enfermedades, separaciones, tristezas y otro sin fin de
pesares? Y la respuesta es casi obvia, mirando la otra mitad del vaso (la mitad
que está llena), y no ahogándose en el medio vaso que está vacío.
Jesús
llena el vaso proponiendo una finalidad y un sentido para la existencia:
¡Seguirlo! Y, aquí cabe con la mayor propiedad recordar que Jesús, que se hizo
hombre ¡es Dios!
Por
eso hay que seguirlo. Ese “discipulado” también requiere un cálculo de costos,
amerita un “presupuesto” seriamente planeado, no porque la obra acometida no
valga la pena, no porque el seguimiento pueda estar equivocado, ¿cómo podría
ser vano ir tras lo Trascendente? No hay posibilidad de equivocarse si se sigue
a Dios; el riesgo está de la parte del discípulo: ¿Podrá el discípulo desatarse
de los “apegos” mundanos para vivir su ser en plenitud de Eternidad? ¿Somos
capaces de desligarnos de las ataduras que -dicho sea de paso- nos hemos
anudado nosotros mismos?
Si
comparáramos la vida con un tour, más o menos la metáfora nos llevaría a
preguntarnos si ¿nuestra fe es la suficiente para alcanzar a comprar todos los
tiquetes de los trenes que tendremos que trasbordar, para ir de ciudad en
ciudad hasta alcanzar el feliz término? El fondo del que se dispone para
comprar “pasajes”, el peculio que financia nuestra travesía no es oro, ni es
plata; ese fondo es la fe.
No
vamos a ocultar que la fe tiene un componente de solidez que –para efectos de
este análisis vamos a denominar- madurez de la fe. Quizás con un pensamiento
pueril nuestro “presupuesto” calcule que bastan dos moneditas para pagar todos
los tiquetes que mi travesía requerirá y ¡nos engañamos si pensamos así! Jesús
al enseñarnos no vacila en colocar un precio estimado para que podamos intuir
lo que podría llegar a costar este viaje “al rededor del mundo”, y pone en el
“cartel” este estimativo: Él pone allí la palabra CRUZ.
Puesto
los ojos en la CRUZ, (mirando al que Traspasaron) alcanzo a ver –sin engañarme-
que la CRUZ es el Trono de su Grandeza. No que la CRUZ sea un mueble acolchado
de muelle espuma forrada en terciopelo. ¡Para nada! No queremos envolver la
CRUZ en un baño de almíbar; sino mantener la claridad y sopesar la realidad de
la CRUZ. La cruz no es muerte y sólo muerte, la CRUZ siempre es muerte y
Resurrección. ¡La cruz es esa fantástica dialéctica de la Vida Eterna! Y -por
lo mismo- para asumirla y poderla vivir requiere la madurez de la fe.
¡Sí!,
atrevámonos a decirlo con todas las letras: sí tu fe ha de quebrarse ante los
tropiezos y dificultades, entonces –¡óigase bien! es mejor que no acometas la
construcción de la torre. Sigue muelle y holgazanamente apoltronado en “tus
bienes” temporales porque no te alcanza tu “tesoro” para darle “la vuelta al
mundo”; es cierto, sólo te alcanza para “entretenerte”, quizá para un algodón
de azúcar aquí y un merengue allá. Pero –tampoco se puede soslayar y mal
haríamos en ocultártelo -habrá cuartos de hora de sinsabor y cuartos de hora de
amargura- aun cuando no inicies la travesía y optes por quedarte engolosinado
en la “estación”, (porque hay quienes se empecinan en quedarse en el puerto sin
jamás zarpar). De todas maneras, el Don de la vida terrena es provisorio y
tendrá su término.
Pero
el “seguimiento” discipular (que no es exclusividad de quienes han optado por
la “vida consagrada”) es garantía de Trascendencia, esa sí que es ¡Vida Eterna!
Repitámoslo a riesgo de sonar machacones, requiere de una fe madura. Madurez en
este caso quiere decir una fe acrisolada, sometida al temple de los “tragos
amargos”. Ante ellos Dios nos responde siempre: “Aguanta un poco más, todavía
no es tiempo”
Permítannos,
contar aquí la historia de “la tacita”, para tratar de mejor explicar en qué
consiste la fe madura:
«Se
cuenta que alguna vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar
las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus favoritas era donde
vendían antigüedades; en una de sus visitas encontró una hermosa tacita. ¿Me
permite ver esa taza?, pregunto la Señora, ¡nunca he visto nada tan fino!
En
cuanto tuvo en sus manos la taza, esta empezó a hablar:
–
“¡Usted no entiende!, yo no siempre he sido esta taza que usted está
sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un montón de barro sin forma. Mi
Creador me tomo entre sus manos y me golpeo y me amoldo cariñosamente. Llegó un
momento en que me desespere y le grite: Por favor, ya déjame en paz. Pero solo
me sonrió y me dijo: Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Después
me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor. Me pregunté por qué mi
Creador querría quemarme, así que toque la puerta del horno; a través de la
ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decía: aguanta un
poco más, todavía no es tiempo.
Finalmente
mi Creador me tomo y me puso en una repisa para que me enfriara. Así está mucho
mejor, me dije a mi misma; pero apenas y me había refrescado cuando ya me
estaba cepillando y pintándome. El olor de la pintura era horrible. Sentía que
me ahogaba. Por favor detente gritaba yo, pero mi Creador solo movía la cabeza
haciendo un gesto negativo y decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.
Al
fin dejo de pintarme, pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno.
No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente. Ahora si
estaba segura que me sofocaría, le rogué y le implore que me sacara, grite,
llore, pero mi Creador solo me miraba diciendo: aguanta un poco más, todavía no
es tiempo.
Después
de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo:
Mírate, esta eres tú. Yo no podía creerlo, esa no podía ser yo, lo que veía era
realmente hermoso. Mi Creador nuevamente me dijo: Yo sé que te dolió haber sido
golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te
hubieras secado.
Sé
que te causo mucho calor y dolor, se también que los gases de la pintura te
causaron mucha molestia, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y
si yo no te hubiera puesto en el segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho
tiempo, porque tu dureza no habría sido lo suficiente para que subsistieras.
Ahora
eres un producto terminado, eres lo que tenía en mente cuando te comencé a
formar!”.
Igual
pasa con Dios, Él sabe lo que está haciendo en cada uno de nosotros y no nos va
a tentar ni a obligar a que vivamos algo que no podemos soportar. Él es el
artesano y nosotros somos el barro con el cual Él trabaja. Él nos amolda y nos
da forma para que lleguemos a ser una pieza perfecta y podamos cumplir con su
voluntad.»
Para
sobrellevar la Cruz podemos –pero con fe madura- orar como en Proverbios 30,
7-9:
Dios
mío,/antes de mi muerte/concédeme sólo dos cosas;/¡no me las niegues!/Mantenme
alejado de la mentira,/y no me hagas pobre ni rico;/ ¡aléjame de toda
falsedad/y dame sólo el pan de cada día!/Porque si llego a ser rico/tal vez me
olvide de Ti/y hasta me atreva a decir/que no te conozco./Y si vivo en la
pobreza,/puedo llegar a robar/y así ponerte en vergüenza//.
Ya
para concluir queremos subrayar que no son cuatro Evangelios, no hay sino Un
Evangelio. Evangelio significa Buena Noticia y la Única Buena Noticia para
alcanzar la Vida Eterna es Jesucristo. ¡A Él vale seguirlo!
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