ACRECENTAMIENTO DEL MUNDO
Hech15, 1-2. 22-29; Sal
67(66), 2-3. 5. 6 y 8; Ap 21, 10-14. 22-23; Jn14, 23-29
… debo buscar
no ponerme a discutir
sobre quien tiene la razón o
la culpa,
sino darle cada día la mano a
mi hermano
y sonreírle como haces Tú
conmigo, Señor.
Averardo
Dini
La
Liturgia de la Iglesia usa de una ternura pedagógica y nos va llevando,
afectuosamente hacía la Ascensión y luego hacia Pentecostés. Se entiende que es
muy importante asimilar que cuando Jesús se ausenta físicamente de la tierra,
no enfrentamos el abandono, Él sigue siendo en medio de nosotros, Dios con
nosotros; sólo que ahora, su Presencia
revitaliza y energiza sus enseñanzas, su amor, su Mandamiento de Amor,
de otra manera, de una manera definitivamente espiritual, donde se revalida la
bienaventuranza para los que creen sin ver.
Apertura universalista
“Pues ahora, ¿por qué
tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros
padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar?
Hech 15, 10
«Son
los hombres los que levantan muros y ponen cercas creando así divisiones y
límites. Y todo aquel que llega a conocer a Dios termina por perder el
“espíritu de clan”: el universo entero se convierte en su hogar y todos los
seres llegan a constituir su familia.»[1] En el capítulo 11 de los
Hechos de los Apóstoles, leemos que en Antioquía la Iglesia empezó a llamarse
cristiana (cfr. He 11, 26); pero ahora estamos estudiando, al seguir leyendo
los Hechos, cómo la Iglesia llego a hacerse católica, es decir, universal.
Quizás
nos cuesta dimensionar hasta qué punto era difícil y durísimo abandonar la
circuncisión. Para nosotros simplemente es una palabra, tal vez sabemos el
significado, pero no estamos compenetrados del valor esencial que tiene para el
judaísmo, para quienes representaba un elemento de identidad cultural. Se trata
de un “carnet” grabado en la carne.
De
otra parte, para los judíos, este rito se practicaba a la semana del
nacimiento, pero si un adulto gentil
quería adherirse al judaísmo y hacerse prosélito, debía a ese edad, practicarse
la circuncisión, con toda la incomodidad y los posibles riesgos profilácticos
que en aquellas circunstancias históricas, debían presentarse. Aun cuando se
diga que el prepucio no pasa de ser un pedazo de piel sin importancia alguna,
para las “gentes” ajenas al judaísmo representaba una especie de “amputación”;
tan es así que en la perícopa que leemos
en este VI Domingo de Pascua (He 15, 1-2. 22-29) se le denomina “carga” y se
nos narra cómo fue considerada “innecesaria” o “dispensable” para los
cristianos (Cfr. He 15, 28).
Al
examinar este episodio de la historia de la Iglesia -en sus primeras
comunidades- reconocemos que no se operaba por el principio de “sola
Escritura”; la dificultad se dirimió planteándola a las “autoridades” que en
este caso eran los Apóstoles y los “presbíteros”, es decir los ancianos
(reunidos para esta pregunta en el que llamamos el Concilio de Jerusalén; aun
cuando esta sección de la perícopa no se lee, es precisamente He 15, 4-21),
como hoy lo hacemos consultando a los Obispos. Vemos pues que este estilo de
referencia a quienes la propia Iglesia ha colocado a la cabeza, no carece de raíces
en la continuidad de la Comunidad de Fe instituida por nuestro Señor Jesucristo
en cabeza de sus discípulos y sucesores.
Pero,
y este tema no es de poca monta, la decisión no se emite en el exclusivo apoyo
de esos “jerarcas”, hay una Persona que ratifica esa “autoridad” y es –nada más
ni nadie menos- que Dios mismo en la Persona del Espíritu Santo. Para el
incrédulo, esto no pasara de ser una frase para respaldar las decisiones en la
Gracia de Dios; para nosotros, los fieles de la Iglesia, constituye un hecho
permanente de nuestra historia de vida, cada decisión que hacemos, está puesta
en oración, llevada a los pies del Señor, e iluminada por su Resplandor. No es
que la “Palomita” baje y aletee o grazne indicando la respuesta, no se trata de
eso. Se trata de orar, con profunda fe, y colocar el discurrir de nuestra vida
y sus peripecias, en la Manos Providentes del Señor. Y no dudamos que el Señor
“Sopla” su Espíritu e hincha el velamen de nuestras embarcaciones
conduciéndolas siempre a puerto seguro. El Espíritu Santo nos conduce y nos
responde por “signos” que requieren de nuestra apertura, de nuestra
disponibilidad; apela a nuestra respuesta, que en términos bíblicos suena así:
Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad, y que en labios de Santa María siempre
Virgen sonó “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Viene
al caso decir –frente a quienes se escandalizan ante la palabra “esclava” que
la esclavitud de este “Amo” no restringe ni un ápice nuestro albedrío. En otra
parte destacamos que Dios no obliga a la Virgen Santísima a cumplir un
“designio”, va donde su criatura, y por medio del Arcángel solicita la anuencia
de María. Este detalle bien visto –usemos aquí una frase de cajón- vale más que
mil palabras.
Siguiendo
a Michel Gourges diremos que «este relato es uno de los más elaborados del
libro de los Hechos. Se pueden distinguir en él tres partes.
·
El
problema (15, 1-5)
·
Discusión
y adopción de una solución (15, 6-21)
·
Trasmisión
de la resolución a las comunidades (15, 22-35)»[2]
Que
el Señor bendiga todos los pueblos y todas las criaturas
Los
estudiosos del salterio nos han brindado 13 categorías distintas para
clasificar los salmos, teniendo en cuenta, no tan sólo el género y la forma
sino, también, la aplicación ritual que tenían dentro del culto. Una de esas
categorías es la petición de bendición. Lo que nos parece llamativo es que de
los 150 salmos, en esta categoría sólo caen dos salmos: el 66 y el 143.
Este
Domingo VI de Pascua, nos ocupamos del Salmo 67(66). Cuyo sentido universalista
(como decíamos arriba, catolizante) es indudable. Propone que todos los pueblos
de la tierra sean bendecidos por el Señor; o sea, que el salmista también es
consciente que la fe que se depositó en manos del pueblo judío se le entregó,
no para acapararla sino para diseminar la semilla y atraer a otros para que se
sumen y se pongan bajo la bendición protectora de Dios.
Al
llamar a todos los pueblos se incluye el llamado a todas las criaturas, como el
Padre Teilhard de Chardin subrayó: «Una vez más, Señor, no en los bosques de la
Aisne sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, pero
pasaré por encima de los símbolos hasta alcanzar la pura majestad de lo Real, y
te ofreceré, yo mismo, tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el
trabajo y las penas de los hombres”.
“El
sol acaba de iluminar la franja extrema del oriente. Una vez más, bajo el manto
agitado de su resplandor, la superficie de la tierra se estremece y reanuda su
estremecedora labor. Pondré sobre mi patena, oh Dios mío, la esperada cosecha
de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que
serán hoy triturados”.
“Mi
cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas
las fuerzas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos de la
tierra y converger en el Espíritu... Ahí está la materia de mi ofrenda a Dios
en esta Misa celebrada sobre el mundo”»[3]. Es una liturgia en la que
interviene la calidad sacerdotal de la criatura: las viñas y los granos de
trigo, se unen concelebrando desde el repollo hasta las alcachofas, están
presentes las aceitunas, los higos, las manzanas, los exóticos frutos aportan
su voz a la masa coral y, con sus cantos gregorianos y sus voces cultivadas en
el bel canto, alaban y se postran para pedir –también ellos- ser benditos y ser
admitidos en el unísono y en la unanimidad de los que alaban y dan gracias.
Nadie en la naturaleza quiere exceptuarse, las bestias doblan sus patas
delanteras y los peces, vienen todos a la superficie y con el rítmico abrir y
cerrar de sus boquitas, se aúnan a los que alaban. Contemplemos las olas y cada
gota del basto mar ensayar su ballet de milimétrica coreografía en una danza
litúrgica para celebrar esta Eucaristía Universal.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges al mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
Ha
quedado dicho, Dios no es patrimonio exclusivo de ningún pueblo y de ninguna
cultura; ni podrá ser acaparado por ninguna raza ni por partido alguno. Es Dios
de todos y de todo lo creado.
Revelación
Tanto
el Salmo como la Segunda Lectura tomada del Apocalipsis se refieren a
realidades que ya pero que todavía no.
El salmo clama para que algo llegue. Apocalipsis (palabra que no podemos
olvidar que significa Revelación) nos trasporta a la montaña para que podamos
ver más allá, al otro lado del presente, hacia el futuro; nos deja así entrever
desde ya, lo que “todavía no”. Parecido a la Transfiguración, el Espíritu
Paráclito, nos da una muestra, un anticipo, una saboreada para que sepamos
desde ya, y así apuntalar nuestra fe. El Espíritu Santo sabe cuánto lo
necesitamos para sostenernos en medio de realidades que defraudan, realidades desalentadoras,
descorazonadoras. Entonces el Espíritu viene con su “vitamina” y nos deja
constatar, lo que de otra manera nos está velado.
¿Qué
hay detrás de la montaña?, es decir, ¿qué hay más allá del presente inmediato?
¡Son los ojos de la fe los que pueden ver! Jerusalén, la Ciudad Santa. Y ¿cómo
es? Como un verdadero diamante fulgurante. ¡Es la Iglesia en ejercicio de su
liderazgo¡ ¿Cómo podemos reconocer en esta Ciudad de la Paz (Ieroshalen
significa la Ciudad de la Paz) a la
Iglesia? Sencillo, ¿sobre qué está fundada su “muralla”? ¡Observemos!,
sobre los nombres de los Doce “Apóstoles del Cordero”. Cabe alguna ambigüedad,
quien no lo ve es porque no lo quiere ver.
¿Otro
poquito de prueba? ¿Quiénes están sobre las Doce Puertas? Doce Ángeles, con
Doce Nombre escritos. ¿Cuáles? Los de las Tribus de Israel. El Pueblo escogido
recibió la herencia y le cupo la gloriosa responsabilidad de aportar los
primeros Discípulos, los que habían de construir la “Muralla”, la Primeras
Comunidades, responsables de la trasmisión al mundo entero.
Sin
embargo, no se trata de un Templo, el Templo es exclusividad de la realidad
previa, de la antigua Jerusalén. Pero, donde está el Cordero no se necesita
Templo, El Cordero es el Templo y su Luz reemplaza todas las velas y todos los
cirios del Universo; Él mismo es el Cirio Pascual Viviente, cuya Cera Arderá
por toda la Eternidad. Brilla más que el Sol porque su resplandor es el del
Justo.
«Al
no haber Templo en la nueva Jerusalén… Desaparece… la separación entre santo y
profano, entre sacerdote y laico, entre cristiano y no cristiano. Ahora toda la
ciudad es santa, todos son sacerdotes, todos ven a Dios y llevan su nombre en
la frente.»[4]
Recibiremos la ayuda del
Paráclito
¿Por
qué se nos revelan anticipadamente sucesos que sólo después acaecerán? Jesús
nos lo explica en la perícopa del Evangelio de San Juan que leemos en este VI
Domingo de Pascua. “Se lo he dicho ahora, antes de que suceda para que cuando
suceda, crean” (Jn 14,29), es decir, la revelación de lo venidero se da para
fortalecer nuestra fe.
¿Y
cómo pasamos a ser parte de esa muralla de la Nueva Jerusalén? También a este
interrogante responde el Evangelio: “El que me ama cumplirá mi Palabra y mi
Padre lo amará y haremos en él nuestra morada” aparecen dos palabras
importantísimos en esta perícopa: Por una parte el verbo ἀγαπάω que en diversas ocasiones hemos
considerado, se trata del verbo amar, hemos comentado también que se trata de
ese amor desinteresado que no busca reciprocidad, amor misericordioso, amor
divino. De otra parte, μονή,
sustantivo que hemos traducido morada, habitación, cuarto, alojamiento.
Nuevamente,
así como en la Primera Lectura, el Espíritu Santo, el Paráclito que envía el
Padre es el que guía, el que orienta; en la perícopa evangélica nos dice Jesús
que “el Espíritu
Santo nos enseñará todas las cosas y nos recordará todo cuanto yo les he
dicho”.
Así
vamos entrando en conciencia de Pentecostés que estaremos celebrando el ya
bastante próximo Domingo 9 de Junio. «Esta es la mayor explicación del Espíritu
Santo en toda la Biblia. Él ayuda a la comunidad a descubrir en tiempos y
lugares diferentes, el camino del proyecto de Dios, que es libertad y vida para
todos.»[5] Nos queda un claro legado:
la Iglesia no se construye poniendo trabas y complicando el asunto sino con
acogida, con cálida fraternidad-sororidad, debe ser -como lo ha enfatizado Papa
Francisco- ¡una Iglesia en salida!
[1] Storniolo,
Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San
Pablo Santafé de Bogotá – Colombia. 1998. p. 144
[2] Gourges, Michel EL EVANGELIO A LOS PAGANOS Hch 13-28.
Cuadernos Bíblicos #67. Ed. Verbo Divino Navarra- España 1991. pp. 29-30
[4] Richard, Pablo. APOCALIPSIS RECONSTRUCCIÓN DE LA
ESPERANZA Colección Biblia 65 Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico “Verbo Divino”
3ª ed. 1999. Quito Ecuador p. 227
[5] Bortolini,
José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed San Pablo Bogotá
Colombia 2002. p. 156
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