Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir
para acoger y vivir la esencia del Evangelio.
Papa Francisco
… no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras
1 Jn 3,18
Este
Domingo, como previmos en el anterior, forma -junto con el XXXII y el Domingo
próximo, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo- una unidad
escatológica. Los tres Domingos toman su perícopa evangélica del Capitulo 25º
del Evangelio según San Mateo. Hablábamos –en ese sentido- de un retablo, mejor
aún sería decir de un tríptico; ahora, en el Domingo XXXIII (A), preferimos
hablar de una galaxia escatológica. Para
esta vez, tomaremos de toda la galaxia sólo tres estrellas: la primera de la
perícopa del Libro de los Proverbios, se
trata de la palabra חַ֭יִל (Prov 31, 10) “de
carácter”, “fuerte”, “hacendosa”, “virtuosa”, “diligente”; la segunda y tercera
estrellas están en la perícopa del Evangelio, se trata de la palabra Πονηρὲ
que podríamos traducir como “inactivo por enfermedad”, como “invalido”,
y, por eso, “negligente”; la tercera es ὀκνηρέ “perezoso”, “holgazán”, “atrasado”, “vacilante”
(también podría tomarse por “alegre” pero eso va en otra vertiente denotativa).
La galaxia tiene un “horizonte de eventos” (no hacia un hoyo oscuro, sino hacia
un Foco de Luz Radiante) que es el versículo 20 del capítulo 31 del Libro de
los Proverbios: “Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”,
que da el sentido a este Domingo, sentido que ha hecho expreso Papa Francisco,
consagrándolo como fecha de la Jornada Mundial de los pobres, y es que la
diligencia y la laboriosidad están enfocadas y han de volcarse hacia esa
Misericordia que atiende a los pobres y se empeña en su redención porque verdaderamente
la construcción del Reino está conectada y fundamentada en la remoción de todo
aquello que des-dignifica al hombre, todo lo que impide su realización en
plenitud, ya que “la Gloria de Dios
consiste en que el hombre viva”, esa es la interpretación que damos a esta
célebre frase de San Ireneo, que entendemos como moción y exhortación a vencer
toda la cultura de la muerte y florecer rotundamente hacia una cultura de la
vida. ¡Vida en Jesús! Dice Papa Francisco: «… quise ofrecer a la Iglesia
la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades
cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de
Cristo por los últimos y los más necesitados»[1]. Que
se oferta a todos, sean o no cristianos. A nosotros se nos demanda y se impone
responder, porque ¡fue a nosotros a quienes fueron entregados los talentos! que
significa –como lo hemos visto- tener siempre listas las lámparas y tanqueadas
las alcuzas; y, para los no creyentes, la propuesta es dejarse alcanzar por esa
Luz y reconocer que liberta al hombre, que desata sus manos y sus pies para que
pueda avanzar, y se pueda levantar -la
pobreza hace inválido a quien la padece, le niega realizarse, lo postra- y
caminar hacia esferas Divinas, que de otro modo resultan inalcanzables. La
oferta es erradicar toda alienación para que cada ser humano tenga la
posibilidad de vivir en plenitud, una vida pleromizada, que es el tipo de vida
que se propone y ha de vivirse bajo la Soberanía de Dios.
Volvamos sobre la palabra חַ֭יִל si la entendemos como “diligencia” significa
el que ama, el que tiende con ardor hacia algo, el que profesa celo por algo o
alguien. Si vamos hasta la fuente etimológica encontramos las raíces dis- separar y legere recoger, elegir, cosechar, leer; que, al ensamblarlo dará “hacer las cosas con premura y pasión”.
En cambio, si la traducimos como “ser
hacendoso” tendremos por significado tener hacienda o ayudar a adquirirla;
y ¿qué es “hacienda”? una propiedad inmueble. Por lo general usamos la expresión
“hacendoso” para referirnos al cuidado esmerado al ejecutar las tareas
domésticas, pero su verdadero significado –en el origen- se refiere a cosechar
“cribando” para garantizar que lo recogido tenga la más alta calidad, y sea
todo bueno. Cuando se dice “tener o adquirir hacienda”, no vayamos a empobrecer
también el concepto de “hacienda”, que no corresponde exclusivamente a los
bienes materiales, porque hay pobreza de cultura, de principios y valores, de
consuelo y amistad, de cercanía y comprensión, de disciplina y método, de
acogida y solidaridad. La Iglesia nos ayuda a descubrir otros focos de pobreza
y des-dignificación si estudiamos detenidamente y masticando una a una las
Obras de Misericordia, en particular si detallamos lo que implican las obras de
Misericordia espirituales que muchas veces quedan como cara oculta de la moneda
(dejando sólo visible las obras de Misericordia Corporales como el lado
espectacular de la moneda) y que sin embargo no son menos apremiantes y menos
dolorosas.
Los antónimos están mencionados en el
Evangelio: negligente y haragán. El haragán es el que no quiere
trabajar. El negligente es el que no-legere.
Arriba dijimos que legere significa recoger,
elegir, cosechar, entonces neg-ligente es el que “no recoge la cosecha, o si la
recoge no selecciona, sino que echa, revueltos, los frutos buenos con los de
baja calidad”; usamos esa voz para designar al que no actúa, al indiferente, al
que carece de amor por lo que hace y por quienes lo hace -o lo debiera hacer-
ya que el amor es también diligente, y, si verdaderamente amo a mi prójimo,
¿podré ser negligente? «Invito a toda la Iglesia y a los hombres y
mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en
quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son
nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como
objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante
la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro.»[2]
Siempre está presente el riesgo de construir
una fe “aislante”, fe de sólo oratorio, encerrada en una tipo de piedad
solipsista que ignora al prójimo, que se reduce a una burbuja de indiferencia,
fe que deshumaniza endureciendo el corazón, dirigiéndonos –constante- hacia un
despeñadero de crueldad, llevándonos al vicio de inhumanidad, de ser indolentes ante el padecimiento y hacia la
ferocidad de ver bañarse en sangre o sufrimiento nuestro entorno, viendo sin
pestañear las necesidades y penurias que otros atraviesan, pensando que se
trata de una realidad distante o de una historia extraterrestre, tan remota,
que seguramente sea pura ficción. « Estamos llamados, por lo tanto, a tender la
mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para
hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano
extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y
comodidades,… »[3] No podemos incurrir en el
pretexto de la lejanía ni en el de la incompetencia, achacando que eso no nos
corresponde, que no nos compete. Cabe aquí retomar enfáticos la sentencia de
Terencio “Soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno” Y, no exclusivamente
por filantropía, sino porque el interés preocupado por el otro es Mandamiento
Divino y núcleo de nuestra fe. ¿A dónde se ha relegado –en esa “fe” a nuestros
semejantes, ocultando al otro tras la imagen del Otro-y-yo que no es más que un
ídolo egocéntrico?
Semejante ocultamiento es el ocultamiento del “Talento”
entregado y recibido. La fe del negligente, del haragán está dibujada con las palabras
de denuncia que consigna San Mateo: "Señor, sabía que eres exigente, que
siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a
esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo". Este haragán le
puso a Dios una máscara de exigencia inhumana sólo para ocultar su apatía y la
resignación y negar el compromiso que había adquirido ante el don benévolo de
haber recibido “un talento” o sea –aunque aparentemente poco- algo así como 34
kilos de oro, ¿era poco? Tengamos presente que Dios nos da ἑκάστῳ
κατὰ τὴν ἰδίαν δύναμιν a cada uno según nuestras capacidades (Cfr. Mt
25, 15). «Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la
riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con
frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad
humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la
sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni
tampoco resignados… Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y
ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las
barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del
consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin
pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen
descender sobre los hermanos la bendición de Dios.»[4]
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