sábado, 26 de agosto de 2017

IMPLICACIONES DE RECIBIR LA LLAVE

 Is 22,19-23; Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc; Rm11,33-36; Mt 16,13-20.



¿y vosotros quién decís que soy yo?". No permite que se atrincheren tras las opiniones de otros, quiere que digan su propia opinión.
Raniero Cantalamessa OFM Capuch.

La Iglesia no es para salvarse. La Iglesia es para salvar. No es para salvarme yo, es para salvar al otro.
Gustavo Baena. s.j.

Así como la fe puede verse desde un doble ángulo, ya sea como una aceptación intelectual de los Misterios de Jesucristo –lo cual es sólo una parte de la fe-, o –además de eso- como un compromiso con el mundo para lograr su transformación, para hacer de él un mejor lugar para vivir; así también, el Evangelio puede verse como el recuento de la historia Salvífica de Jesús para ofrendar su Vida al Padre por nuestra Redención, o –sin descontar lo anterior- reconocer en el Evangelio un mensaje que se nos ha legado y que constituye la Misión de la Comunidad Creyente: La Enseñanza de Jesús, “Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos.” (Rm 11,36), un derrotero para poder cristificar nuestra vida y hacernos, –no dioses- sino, arropados en la humilde aceptación de nuestra fragilidad pero asistidos por la Gracia del Espíritu Santo que nos inhabita, lograr ser imágenes vivas del Hijo. Esa Misión nos “convoca” –y recordemos que la Iglesia es la Comunidad de los Convocados puesto que la etimología de esa palabra deriva del verbo griego “llamar”- al descentramiento de nosotros mismos, en favor del otro, del semejante, del prójimo, del necesitado, en un proceso de generosa renuncia del egoísmo en aras de darle a otros esa Herencia que nos dio el Divino Maestro.


En el Domingo XIX del Año, vimos a San Pedro procurando forzar a Jesús a darle una prueba que fuera el soporte de su fe, pero, sobrecogido y superado por sus propios temores, constató su endeblez y la necesidad de estar siempre “cogido” de la Mano de su Señor. En el Domingo XX vimos con estupor que –en muchos casos- pertenecer a la Comunidad de Fe, haber pertenecido a la Iglesia “toda la vida”, no garantiza que podamos adentrarnos en el Misterio de Jesús con mayor éxito que los foráneos, y eso nos lo mostró la cananea de fe tenaz y con humildad a toda prueba.  Ya en esa reflexión del Domingo XIX del ciclo A, nos proponíamos no juzgar con excesiva dureza a San Pedro, puesto que todos a nuestra manera y cada quien en su circunstancialidad personal, nos hemos hundido y hemos fracasado al tratar de “caminar sobre las aguas”, y más, cuando el viento de las crudas inclemencias nos ha hecho trastabillar. Si, hoy, al reflexionar el Evangelio del XXI Domingo volvemos a identificarnos con Simón-Pedro, al reconocer que Jesús nos entrega la “Llave” y nos encarga la responsabilidad “administrativa” que conlleva ser el “mayordomo”. Es así como el “compromiso” se da a San Pedro para que entendamos que se nos la dio a cada uno de nosotros y comprendamos que la Iglesia no son sus jerarcas sino que todos somos la Iglesia. [Discerniendo bien lo que se entregó a Simón-Pedro y a sus sucesores con exclusividad, por su primado]. « ¿Qué significan «comunidad sacramental» y «sacramento original»? Significan que el pueblo de los bautizados, reunidos en una misma fe y en una misma obediencia alrededor de sus jefes, los sucesores de los Apóstoles, es hoy como ayer el signo sensible y el instrumento de que se sirve el Señor para transmitir a los hombres su Vida personal y divina, para extenderla cada vez más lejos, para interiorizarla cada vez más en las generaciones humanas.»[1]

No podemos desatender la manera –a veces cicatera y encarnizada- como nos exceptuamos de ser Iglesia para descargar sobre otros nuestra responsabilidad. «…no debemos mirar la Iglesia con ojos miopes, sino con los ojos de la fe; cada uno de nosotros debe mirarse a sí mismo y a los demás con los ojos de la fe, para ver en sí mismo  y en los demás la gloria de Cristo –que ya resplandece en nosotros- con gratitud y con alegría... debemos, pues, superar la lamentación, es decir, esa actitud que capta sólo la institución exterior de la Iglesia, con todas sus inconsistencias, sus incoherencias, sus pecados (los pecados de sus miembros que somos nosotros), y sus lentitudes… No debemos mirar con ojos miopes solamente los fenómenos negativos (que son muchos y todos los conocemos y hasta podríamos enumerarlos), no debemos mirar solamente los fenómenos negativos del mar en tempestad que rodea esta nave gloriosa y que a veces nos asusta (el avanzar del secularismo, la pérdida de prestigio de la iglesia en la sociedad, etc.)… no debemos, sin embargo, desprendernos del sufrimiento y del recto juicio sobre las cosas que no están bien en la Iglesia…nos damos cuenta, con dolor, de cuánto el aspecto visible de la Iglesia deja resplandecer sólo en parte esa gloria y, por tanto justamente, sufrimos y gemimos. Y debemos orar: “Señor, venga tu reino, ¡sea santificado tu Nombre!”… estamos llamados a empeñarnos para que, en nuestra vida personal y en nuestras actitudes, resplandezca algo del fulgor de la gloria de Jesús.»[2]


Tampoco la profecía de Isaías se refiera sólo a Sebná, mayordomo del palacio, personaje tristemente célebre en la historia del pueblo escogido por desviar fondos del “erario público” para construirse una suntuosa tumba. El norte del “servidor” (un mayordomo no es otra cosa que un servidor, como es el “mayor de la casa”, tendrá que ser el servidor más comprometido), de estar encargado del bienestar del pueblo ha pasado a estar comprometido con el cuidado y el culto de la propia personalidad que no son otra cosa que idolatría, auto-idolatría. Así que Dios llama a otro, A Eliaquim (cuyo nombre significa “Dios levanta”) que sirvió en el palacio de Ezequías y figura en la genealogía de Jesús (Lc 3, 30) y quien también, como San Pedro, fue convocado para llevar en su hombro “la llave”. También él es una alusión a cada uno de nosotros.

Viene allí la explicitación del significado de “la llave”, elucidación que sirve al doble caso de Eliaquim y de San Pedro: “lo que וּפָתַח֙ abra nadie סֹגֵ֔ר lo cerrara, lo que él וְסָגַ֖ר cierra nadie lo פֹּתֵֽחַ abrirá” (Is 22, 22), o, con mayor explicites, como lo dice Jesús: “lo que δήσῃς ates en la tierra, quedará δεδεμένον atado en el cielo, y lo que λύσῃς desates en la tierra, quedará λελυμένον desatado en el cielo”(Mt 16, 19). He aquí la trascendencia de la Misión. Las obras de aquí resuenan con intensa repercusión en el Allá; no son dimensiones ajenas, excluyentes y disyuntas sino planos resonantes de la realidad-una que es la vida-empezada-aquí–continuada-Allá. Esta potestad ha sido entregada en la persona de San Pedro a la Iglesia. «Atar-desatar expresa entre los rabinos la totalidad del poder, bien sea el de prohibir y permitir (=establecer reglas), bien el de condenar y absolver (=excluir de la comunidad y admitir en ella). El poder de las llaves confiado a Pedro, pero también al conjunto d la comunidad (Mt 18,18) es por tanto un poder espiritual. Lo que constituye su peso es que Dios lo ratifica.»[3]

Así pasamos en el Evangelio de San Mateo a la Segunda Parte, capítulos 16 a 28, que se ocupa de la Comunidad, de su construcción, del cuidado especial de los discípulos para poderles encargar la obra continuadora. Desaparece de escena la gente y, permanecen –como co-protagónicos- los discípulos y los contradictores. San Pedro, toma la voz –a nombre nuestro- para declarar que Jesús es el hijo del Dios-vivo.


De esta manera y con esta declaración Jesús deja de ser un salvador en solitario, para comisionarnos portadores de la salvación, hijos de Dios porque somos hermanos de Jesús Cfr. Mt 12, 49-50. Es así que al ser Iglesia, al hacernos Comunidad de fe, nos remangamos y nos ponemos manos a la obra. No nos reducimos al aleluyatismo estéril sino que, poniendo los pies fuera de la barca, empezamos a caminar con los ojos fijos en Su Rostro. Sólo así, confiados en la firmeza de Su Mano que nos coge antes de hundirnos, que nos salva, para que salvemos, que confía en nosotros y nos encarga sus Llaves, podremos reconocerlo Señor y Dios nuestro, podremos identificarlo como el Mesías.

«Aparentemente la fe consiste en suscribir unas verdades teóricas, especulativas e ideales. Pero hay un gran peligro de querer reducir la fe a una ciencia puramente nocional y muchos parecen no superar este estadio. Contra esta posición esterilizante se ha reaccionado afirmando de infinitos modos que la fe es un compromiso,… la fe será inserción en este mundo o huida de él, o las dos cosas a la vez… No existen, pues, dos clases de fe católica: una mística e interior y otra comprometida y conquistadora. Es la misma fe teologal que a la vez busca a Dios e irrumpe en el universo para mejorarlo en su mismo orden... El compromiso temporal pone a prueba la fe, pero también pone al descubierto su autenticidad y sinceridad. La Iglesia cree hasta el punto de querer que sus hijos trasformen las instituciones deficientes, reformen el mundo, lo dispongan y abran en lo posible, a su destino total... nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos, empleándola en el esfuerzo sin desfallecimiento, por un mundo mejor. Esta continua presencia en el mundo es una viva confesión de la Verdad de la Caridad: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros (Jn 13, 35).»[4]



[1] De Bovis, André. s.j.  LA IGLESIA, SACRAMENTO DE JESUCRISTO. http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/
i_sacram_de_JC.htm
[2] Martini, Carlo María.  LA IGLESIA UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2005. pp. 14-16
[3] Le Poittevin P. Charpentier, Ettienne. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO. Ed Vebo Divino. Estella
-Navarra 1999. p. 51
[4] De Bovis, André. s. j. FE Y COMPROMISO TEMPORAL. En SELECCIONES DE TEOLOGÍA Tomo II Facultad de Teología San Francisco de Borja. San Cugat de Vallés-Barcelona. 1963 pp.296-300

sábado, 19 de agosto de 2017

DIOS REMUEVE CUALQUIER FRONTERA


Is 56,1.6-7; Sal 67(66), 2-3. 5-6. 8;  Rm 11,13-15.29-32; Mt 15,21-28

Es constante en la Iglesia la tentación de “confiscar” al señor, sustrayéndolo a las expectativas de quienes lo desean.
Silvano Fausti

Ayúdame a entregarme a ti,
también cuando das a mis preguntas
una respuesta que me incomoda.
Averardo Dino

Primero que todo, nos disculpamos por habernos extendido, en mucho, para tratar de alcanzar una completitud de aquello que precisamente anhelábamos dilucidar.

Por otra parte, resulta casi irónico que aquellos que caminaban con el Señor, tambalearan en la fe (como lo vimos el Domingo anterior); y, en cambio, aquellas personas remotas, que sólo lo conocían de oídas, ya lo han aceptado en su corazón por entero. Parece confirmarse aquello del Evangelio según San Juan (20, 21) que declara bienaventurados a los que sin haber visto creen.


Ruta hacía la inclusión
Rondan por ahí los integristas de toda laya, que no han faltado a lo largo de la historia. El integrismo se podría explicar como una forma exacerbada de la ortodoxia caracterizada por  la radicalización de un conservadurismo  para lo cual se reniega completamente de la diferenciación entre la esfera religiosa y la dimensión política y entre lo laico y la clerical. Así la ley civil y la Constitución serían idénticamente iguales a la Constitución que define un estado.  Entonces no habría democracias sino referencia a los textos fundamentales, y hemos caído atrapados en el fundamentalismo.

Esta fue la tendencia que predominó después del exilio israelita en Babilonia. Se habría depurado el monoteísmo combatiendo los residuos idolatras eliminando expresiones y tendencias politeístas y poniendo por escrito por ejemplo, la exigencia del descanso sabático, la circuncisión y las leyes de pureza ritual a lo cual aportaron los Sacerdotes que experimentaron este exilio como una especie de reedición del Éxodo por el desierto; también los Deuteronomistas quienes leyeron el exilio como un castigo por la infidelidad a la Alianza pactada con Dios y aportaron a la Biblia los Libros que van del Libro de Josué hasta el segundo de Reyes; y los Profetas entre los que vamos a mencionar a Jeremías (quien anunció de una manera muy clara que Dios castigaría las infidelidades del pueblo por medio de Babilonia y en particular por medio de Nabucodonosor) y Ezequiel.


Después del año 537 aC. -o sea al regreso del exilio- se escribió el Trito-Isaías, que abarca los capítulos 56–66 del Libro de Isaías. Se trata de un trabajo realizado por diversos autores, que algunos identifican como “discípulos del Deutero-Isaías”. La obra puede verse como muy inferior en su calidad literaria, y parece reflejar el pensamiento de los campesinos (ver a este respecto especialmente Is 58, 1-12) que encontraron allí, en la región y que durante el exilio habían estado cultivando las tierras de Israel, (como sucede también con el Libro de Rut).

Al regresar y con suma prontitud, como una medida para preservar el monoteísmo y guardarse frente a tendencias idolátricas, se fue coagulando una actitud de cierre y exclusión. Una actitud integrista. «Su estilo es más modesto, repetitivo… No obstante el clima bastante cerrado e integrista que se instaurará muy pronto entre los repatriados de Jerusalén, el profeta se revela particularmente abierto y “ecuménico”»[1]

Este ecumenismo כִּ֣י בֵיתִ֔י בֵּית־תְּפִלָּ֥ה יִקָּרֵ֖א לְכָל־הָעַמִּֽים׃ “será llamada Casa de Oración para todos los pueblos”, que aquí brilla con luces antitéticas frente a la clausura y la exclusión que distinguen al integrismo, resulta ser la columna Vertebral de la liturgia de este Domingo XX del tiempo ordinario -ciclo A.



La Primera Lectura parte de un oráculo: Hay dos cosas que están a punto de llegar. La Salvación y la Justicia (Divina). Así como Juan el bautista anunciaba la venida del Salvador proponiendo unos “requisitos” previos a esa venida, en la misma medida el oráculo está precedido de ciertas condiciones para que la “venida” se haga posible, a saber: שִׁמְר֥וּ מִשְׁפָּ֖ט וַעֲשׂ֣וּ צְדָקָ֑ה כִּֽי־קְרֹובָ֤ה יְשֽׁוּעָתִי֙ לָבֹ֔וא וְצִדְקָתִ֖י לְהִגָּלֹֽות׃

a)  Practicar la Justicia
b)  Velar por “los derechos de los demás”.

Los dos requisitos suenan como en mutua explicación: lo uno es lo otro y la segundo define a lo primero. “La Rectitud” que se pide es como pedir la exacta y pulcra aplicación de la Justicia. צְדָקָ֑ה [Sedaqah] y צְדָקָ֑ה [mishpat] se inter-compenetran en reciproca explicación. ¿Quién lo ha mandado? Es el propio יְהוָ֔ה YHWH quien lo ordena.

Llevar su Gloria más allá de cualquier frontera

Ayúdame a esconderme en ti,
de tal manera que los demás, encontrándome a mí,
te vean a ti.
Averardo Dini

Hay otra clase de disciplina que retrata para Dios la fidelidad de su criatura, distinta a las exigencias del judaísmo tradicional. Las verdaderas pautas que nos dan identidad de fe son mencionadas aquí por el trito-Isaías:
a)    Adherirse al Señor para servirlo
b)    Amarlo
c)    Darle culto
d)    Guardar el Sábado sin profanarlo
e)   Ser fieles a בְּרִית la Alianza, pero no a cualquier alianza, sino a la que YHWH pactó con nosotros, que aquí se llama בִּבְרִיתִֽי “de Mi Alianza”.
El Salmo responsorial pertenece junto con el Salmo 143 a las “peticiones de bendición”, como se puede colegir del primer versículo (que no se lee en la liturgia) y que dice: “Que el Señor tenga compasión y nos bendiga…”

Cuál es el propósito de practicar la Justicia, nosotros –anticipando lo que nos enseñó Jesús, sabemos que por esa vía se construye el Reino, se pavimenta su Segunda Venida- pero siguiendo el derrotero que nos muestra el Salmo 67(66), 2-3. 5-6. 8 vemos que, girando sobre el eje ecumenista, se enrolla el mensaje de actuar como testigos-mensajeros –hoy, después de Aparecida diríamos Discípulos y Misioneros para que nuestros pueblos tengan vida en Él-; anunciarlo desde nuestra propia vida, no sólo con acciones cultuales sino especialmente con gestos misericordiosos que trasparenten la Bondad de Dios. Para que “conozca la tierra su Bondad y su obra salvadora” Sal 67(66), 3. Y se retoma de inmediato la imagen de Dios como Ser-Justicia, Dios-de-la-Equidad.


Hay una labor de difusión que se nos encarga:
a) que alaben al Señor todos los pueblos,
b) todos juntos,
c) que le rinda honor el mundo entero,
d) que las naciones llenas de júbilo le canten.

Para ese reconocimiento de Dios se tiene que dar una causal, esta es nuestra manera de transparentarlo, de reflejar en nuestro ser cotidiano, en nuestras acciones más sencillas, el rostro de Dios y sus Ojos que nos miran con Bondad.

«…te juzgan a Ti según lo que ven en mí, por absurdo que parezca; y por eso lo único que te pido es que me bendigas a mí para que la gente a mi alrededor piense bien de ti… Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aquí abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputación por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a Ti por lo que ven en mí, y Tu Santidad por mi virtud.

Bendíceme Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos Tu Nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas….”Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”»[2]

“Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” Rm 8, 28
Οἴδαμεν δὲ ὅτι τοῖς ἀγαπῶσιν τὸν Θεὸν πάντα συνεργεῖ εἰς ἀγαθόν

Leemos en El medio divino de Teilhard de Chardin: «… la suerte común de toda energía creada; captados, violentados por vuestra irresistible energía, tentaciones y males, se convierten en bienes y avivan las brasa del amor.

Sé también que, consideradas en el vacío que produce su defección, en el seno del Cuerpo Místico, los espíritus caídos, no podrían alterar la perfección del Pleroma. Por cada alma que se pierda, a pesar de las llamadas de la gracia, y que debería estropear la perfección de la Unión común, oponéis, Dios mío,  una de estas refundiciones que en todo instante restauran el Universo y le confieren nuevo frescor y pureza renovada. El condenado no queda excluido del Pleroma, sino de su faz luminosa y de beatificación. Él lo pierde, pero él no se pierde para el Pleroma [3].


El infierno, pues, con su existencia, no destruye en nada ni en nada estropea el Medio divino, cuyos progresos, Señor, he seguido en torno a mí con entusiasmo. Siento, si,  que realiza además algo grande y nuevo. Añade un acento, una gravedad, un relieve, una profundidad que de no existir el infierno tampoco existirían. La cima no se aprecia bien si no es considerando el abismo que ella corona.»[4]

Alcanzamos a entrever una poderosa analogía con la lectura que nos ofrece la perícopa de la Carta a los Romanos. Dios se da para los Israelitas, pero estos no lo acogen, más bien lo desprecian y lo matan. Pero esto no es para pérdida, viene los paganos y lo acogen y de entre esos paganos salen grandes devotos, fieles a toda prueba; ahora que ha surgido la fe entre los que no fueron llamados, está pendiente el momento en que los “originalmente convocados” reaccionen y no sean más Adanes y Evas desobedientes sino que reciban el beneficio de la Misericordia que es –según el decir de la Epístola-   ἀμεταμέλητα “irrevocable”, palabra griega que implica que no tiene vuelta atrás, que no se ha de arrepentir, que no va a cambiar de idea, o sea que su aparente imperfección no hace mella en su Pleroma (Perfecta-plenitud).

La fe abate compuertas
La perícopa evangélica nos trae el episodio de la mujer Siro-fenicia. A quien Jesús, en un primer momento ni siquiera le dirige la palabra y, sólo en segunda instancia alude a ella con expresión escandalosamente despectiva, al tratarla de “perro”.

En todo el episodio encontramos un rastro de “integrismo” manifiesto en el eje comportamental de Jesús. ¿Por qué Jesús actúa así? ¿Por qué le contesta a la mujer Χαναναία “cananita” con “dos piedras en la mano? ¿Por qué la negativa a concederle lo que tan humildemente le pedía?


Además, hay un momento en que los discípulos abogan por ella para que la Ἀπόλυσον “despachara”, la “despidiera”, “se deshiciera de ella” (la palabra se podía usar con el significado de “divorciarse” en ese mismo sentido de alejar a alguien para ya no verlo más. Evidentemente interceden pero por las razones equivocadas, no les preocupa ella y su hija “endemoniada”; les preocupa que grite, que haga escándalo, que los ponga en evidencia, que toda la gente los voltee a mirar precisamente porque no se le concede lo pedido; ellos quieren que la atienda para que la gente los mire con beneplácito, para que los volteen a mirar como los “héroes” de la jornada. ¡Realmente no son sensibles a la “persona” con lo que ello implica, porque ser persona significa tener necesidades, también tener el derecho a manifestar lo que nos perturba, nos duele, nos molesta. A ellos no les “duele” la persona, no tienen compasión, no tienen “entrañas de misericordia”. Para ellos, esta mujer es un “dolor de cabeza” porque ἔκραζεν “gritaba”.

«si pensamos que el propio Jesús dijo a sus seguidores que el hijo del Hombre vendría durante sus vidas. El hecho de que esta expectativa constituyera una dificultad para los cristianos del siglo I ayuda  a probar que el propio Jesús la compartía. Observemos también que el cristianismo sobrevivió a este temprano descubrimiento de que Jesús había cometido un error”»(The Historical Figure of Jesus; p. 180)… Los católicos proclaman que Jesús, además de ser Dios, era plenamente humano. Y ser plenamente humano implica no conocer el futuro, lo cual no constituye ninguna imperfección… incluso para aquel que los cristianos proclaman Hijo de Dios, quizás el precio de ser plenamente humano fuera la incapacidad de predecir el futuro con exactitud.»[5]

Estas “imperfecciones” no quitan que la Sagrada Escritura sea la Palabra de Dios; tampoco hacen incompleta la Revelación, todo lo que teníamos que saber para caminar los caminos del señor nos ha sido dado. En este caso por medio de la voz de la cananita. Ella misma declara y es Voz de Dios para Jesús tanto como lo es para nosotros, que resultamos instruidos por el mismo conducto: γὰρ τὰ κυνάρια ἐσθίει ἀπὸ τῶν ψιχίων τῶν πιπτόντων ἀπὸ τῆς τραπέζης τῶν κυρίων αὐτῶν. “…también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos” Mt 15, 27b

La oposición es la de τέκνων/κυνάρια hijos(descendientes)/perros(gentiles) y la solución que Dios revela a través de esta protagonista es no excluyente, sino –como la hemos venido llamando “ecuménica”, incluyente, a favor de comunidades abiertas, incluyentes, solidarias”. Se superó la exclusividad de las “ovejas perdidas de la casa de Israel”. Esta batalla inclusiva se ganó por medio de una poderosa tenacidad en la fe, lo que nos muestra una vez más, cuán poderosa es, y hasta dónde puede llegar, porque su fuerza es tan poderosa que elimina todas las barreras. Hasta los límites que el Mismo-Dios se ha impuesto, pueden ser movidos para que sus bendiciones abarquen los más amplios espacios. Y es que Dios quiere llegar allende, pero quiere que lo inviten.

El tejido del Reino no incluye sólo hilos de nuestros correligionarios, el Cuerpo Místico de Cristo tiene células de “todos los pueblos” que también cuentan y tienen derecho a cantar las alabanzas del Señor. Esta historia empezó antes de Jesús-Encarnado, Dios mismo había llamado, comenzando en Abrahán, Isaac, y su descendencia; ahora, por boca de esta gentil, de la mujer cananita, Jesús es proclamado tres veces Señor y sus labios cantan su Señorío y Soberanía como si fuera la boca de todos los pueblos, que a lo ancho y largo del mundo lo reconocen como Piedra Angular, Hijo de David, o sea, Cristo, Salvador del Mundo.



[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1966. pp. 129. 130
[2] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 pp. 125-126
[3] En el VOCABULARIO que nos ofrece le libro de Cuénot que estamos citando, se nos ofrece una definición de Pleroma en los siguientes términos: “Organismo sobrenatural en el que el Uno substancial y lo múltiple creado se reúnen sin confusión en una totalidad que, sin añadir nada esencial a Dios, alcanzará un a modo de triunfo y de generalización del ser (la palabra es griega y está tomada de San Pablo).
[4] Teilhard de Chardin, Pierre.  El medio divino Citado por Cuénot, Claude. TEILHARD DE CHARDIN Ed Labor Barcelona-España 1966 p. 125
[5] Barry, William s.j. ¿QUIEN DECIS QUE SOY YO? ENCUENTRO CON EL JESÚS HISTÓRICO EN LA ORACIÓN. Ed. Sal Terrae pp. 62-63

sábado, 12 de agosto de 2017

PERSEVERAR EN LA FE


1 Re 19,9a.11-13a; Sal 85(84), 9ab-10. 11-12. 13-14; Rm 9,1-5; Mt 14,22-33

Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
1 Reyes 19, 11

Hoy Jesús no está entre nosotros, pero dejó a la Iglesia como continuadora de su mediación para alcanzar la fe.
Segundo Galilea

Nuestra religión no vuela en virtud del milagro, sino que se nutre de la savia de la fe. El árbol de la fe nos habla de la vida y nos enseña a vivirla. La Santa Cruz nos explica la existencia y la dota de sentido. Son sencillamente dos maderos como la vida misma, un “puente” para caminar a través del tiempo que se nos concede estar aquí, en nuestro peregrinaje por la tierra, donde no establecemos morada definitiva, sino, donde somos conscientes, sólo construimos “tiendas provisionales” סֻכָּה [sukkah], como enramadas. (Más “provisionalidad” no significa ni negligencia, ni superficialidad, ni descuido, mucho menos cuando es “el tiempo” durante el cual todo se pone en juego; más bien supone celo, devoción, aplicación y vigilancia en el sentido en que nos enseñó Jesús de “permanecer siempre alertas” cfr. Lc 21, 34). El palo vertical, el estipe, encierra  como una simbología de “antena”, nos habla de algo que viene de “arriba” y lo “capta” y –a la vez- significa nuestra respuesta al “mensaje” que nos llega; la respuesta humana  es precisamente la fe. Lo que viene de arriba hacia abajo es el Amor-Fiel de Dios por su creatura. Por eso el estipe nos habla, en esencia, de la Alianza. “Yo seré tu Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Cfr. Ex 6, 7; Jr 30,22. 32,38); lo que va de abajo hacia arriba es la fe, la respuesta comprometida del ser humano a Dios. La circulación de la sabia en el árbol de la fe es “creer”. Esa es la dinámica que liga lo terreno con lo “Celestial”. Pero, este puente es “corto”, toca la tierra pero no alcanza el “Cielo”, sólo apunta hacia Él, señalando la dirección, por eso es analógico más que con el “puente”, con la “antena”.


Pero la cruz no es puro estipe. La cruz es además patíbulo: Su dimensión horizontal. Y en ese espacio -es el espacio de una práctica, de una manera de vivir, de un estilo existencial, un “aquí” y un “ahora”. Hay varias palabras que nos definen este travesaño, en este instante estamos pensando en la Caridad, en el Perdón, en la Compasión, en la Reconciliación, en la Comunidad, en la Solidaridad, en la Fraternidad, en la Comunión; y, en aquello que lo ensambla todo para el ejercicio de esa fe, (la barca en donde van los discípulos desafiando las tempestades) en la Iglesia. «…el Dios que llama “pueblo mío” con un amor apasionado, con un grito ardiente, con una violencia celosa, que le hace comprender al pueblo que es pueblo, que es importante, que es alguien; nos hace comprender también a cada uno de nosotros que no somos una dispersión de acontecimientos sin sentido, sino que somos una persona a la que se le dice: ¡hijo, hijo mío! Entrando en la historia de cada hombre con este apelativo, afligido y poderoso, Dios reconstituye la unidad, la integridad rota por el pecado, por el desorden, por el escepticismo, vuelve a dar calor y fuerza.»[1]

¿Qué queremos decir? Que el fenómeno de la vida religiosa trasciende la toma de postura, trasciende la temporalidad, re-liga lo pasajero con lo permanente, lo caduco con lo estable, con lo eterno. Supera lo momentáneo, la brevedad del puente y alcanza lo que “todavía no”. Es el concepto de lo “escatológico”: La cruz parece acabarse en la muerte, pero –de la madera del árbol se hacen flechas- apunta hacia la Resurrección, que es su Victoria, donde la flecha, inventada para ser arma de muerte, se hace “vehículo” para alcanzar lo que el árbol no lograba tocar.


«Recorrer el camino de la vida, según la fe, es dejarse conducir por Dios. Es dejarse guiar por la Palabra de Dios, por lo cual Cristo ha dicho y dice hoy en la Iglesia, la cual no siempre coincide con lo que nos sugieren los sentidos y sentimientos y a menudo deja insatisfecha nuestra razón, pues las palabras de Dios provienen de su inteligencia, que totalmente sobrepasa a la nuestra. Al caminar y vivir por fe no comprendemos todo; por eso el compromiso de la fe requiere siempre el concurso de la voluntad: querer creer y actuar en consecuencia.»[2]

En el punto de “cruce” del par de maderos camina San Pedro sobre el agua, es decir, caminamos todos porque en este trance San Pedro nos personifica a cada uno y a todos, con nuestras dudas, que muchas veces no son desmotivadas sino que surgen ente condiciones muy reales, muy tangibles, patentes sobremanera, crudas y rotundas, como es la contundencia de “la fuerza del viento”. Si el madero vertical deja de fijarse en el rostro luminoso de Jesucristo, pierde el empuje, el impulso que anima la flecha; ahí mismo empieza el temor y se hunde. «Ha puesto el pie en el mar, en el agua, en la ola. No lo ha puesto en la Palabra de Jesús. No sabe mirar a Jesús. Desconfía de la realidad que está viviendo. No le entra en sus esquemas mentales. Y no es capaz de mantener el equilibrio en la cuerda floja. El viento es violento. Se asusta y empieza a hundirse. Se hunde con sus miedos. Se hunde en sus miedos. Ha puesto sus ojos en la violencia de la ola y ha dejado de lado a Jesús.»[3] Pero nosotros “tenemos” que fijar los ojos, es decir, enraizar la fe en Nuestro Señor Jesucristo: Es Él quien nos llamó y pronunció el “¡Ven!”.


Nosotros procedemos con nuestra propia lógica, tenemos nuestra forma de pensar adherida a nuestro raciocinio, pegada como una segunda piel, «Nosotros hacemos contratos de compra-venta, trabajo y salario, mérito y premio. Nada de esto existe en las relaciones con Dios. Sólo hay gratuidad, gracia, don. Él es de otra naturaleza, distinta de la nuestra; estamos en diferentes órbitas.»[4] Cuando le pidamos a Jesús que nos “mande caminar sobre la aguas”, no será porque queramos ensalzarnos, divinizarnos; sino porque queremos cristificarnos, pensar con su lógica –no con la humana- sino con la lógica Misericordiosa: «Actuar según la fe (ésta supuesta) no es difícil si esto nos exige poco y nuestra vida ha de seguir más o menos igual. Ello no es la prueba de una fe fuerte; su prueba es cuando por ella pagamos un alto precio y nuestra vida se trastorna.  Una cosa es creerle a Dios cuando nos dice que Él es el origen de la creación y de la vida; y otra cosa es creerle a Dios cuando nos dice que hay que compartir con los necesitados y no atesorar para nosotros. Una cosa es creerle a Dios cuando nos pide participar en la  misa del Domingo (lo cual implica reservarle parte de la mañana); y otra cosa es creerle a Dios cuando nos pide no abandonar la fe en una situación de persecución religiosa…»[5]

Las pruebas, pero especialmente las duras pruebas, acrisolan nuestra fe, o –dicho de otra manera- prolongan el alcance de nuestro “puente” facilitándonos poder llegar más allá, intensificando el “impulso” que anima nuestra “flecha”. En la Transfiguración del Señor, Dios mismo nos dirá que Jesús es su Hijo amado, que debemos escucharlo; pero si el viento arrecia, vacilamos y empezamos a hundirnos. Cuando Jesús tiende a nosotros su Mano y nos ἐπιλαμβάνομαι “agarra” (verbo emparentado con el λαμβάνω y el παραλαμβάνω, -con el “suceder” y el “acoger”- que revisábamos en nuestro artículo anterior, cuando celebrábamos precisamente la Fiesta de la Transfiguración del Señor), entonces nos “salvamos” y cuando pasa la tormenta, otra vez somos capaces de adorarlo, postrándonos y declarar convencidos que “Verdaderamente Tu eres el Hijo de Dios”.


«Faltar a la confianza deshonra a Dios, en cuanto que supone que Dios nos ha faltado, lo cual es imposible, pues somos siempre nosotros quienes no ponemos nuestra parte y colocamos impedimento a la acción de su gracia; en adelante, en lugar de faltar a la confianza, pondré una confianza humilde, segura de que cuanto más reconozca mi miseria, tanto más amplio será el campo en el cual podrá actuar su bondad”.»[6]

En estas palabras descubrimos el nombre del “impulso que anima la flecha”, se llama “gracia”. A un tiempo, descubrimos cómo podemos truncar el impulso y aprendemos que lo que frustra su alcance es la “desconfianza”. No juzguemos con dureza a San Pedro porque –como ya lo hemos dicho- él simplemente nos representa a todos en nuestros titubeos. En cambio, despleguemos las “alas” (y es que a las “flechas” se les ponen “alas” que son las plumitas que llevan “pegadas”) para mantener el curso y para prolongar el “alcance” y extender el “vuelo”.



[1] Martini, Carlo María. ITINERARIO ESPIRITUAL DEL CRISTIANO. Ed. Paulinas Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1992 p. 56
[2] Galilea, Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995. p.16
[3] Mazariegos, Emilio L.  DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 2001 pp. 99-100
[4] Martini, Carlo María. Op.Cit. p. 50
[5] Galilea, Segundo. Loc. Cit.
[6] Ibid. Citando palabras de Santa Francisca Javier Cabrini.

sábado, 5 de agosto de 2017

NO DARLE A DIOS NUESTRAS FACCIONES


 Dan 7, 9-10. 13-14; Sal 96, 1-2. 5-6.9; Pe 1, 16-19; Mt 17, 1-9

«Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.» 
Jn 8, 12b

La luz es el símbolo más apropiado de Dios: principio de creación y de conocimiento, hace que cada cosa sea lo que es y la hace ver tal como ella es.
Silvano Fausti

Para este Domingo correspondería la celebración del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, conmemoración que tiene asignadas las Lecturas de Isaías 55, 1-3; el Salmo   144, versos 8 al 18 y la Segunda Lectura está tomada de la Carta a los Romanos –como dijimos en otra parte, la Iglesia ha dedicado 16 Domingos del ciclo A, a la lectura de esta Carta- de ella se leen, en esta ocasión, los versículos  8, 35, saltamos el verso 36, y luego leemos los versos 37-39; el Evangelio correspondiente, es del capítulo 14 de San Mateo, los versos 13 al 21, es decir, “la multiplicación de los panes y peces”. Sin embargo, este año cayó el 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor en este Domingo, y la conmemoración de una Fiesta tiene Lecturas propias. Ha de tenerse en cuenta, que la ordenación litúrgica, que establece nuestra Santa Madre Iglesia, da jerarquía a ciertas conmemoraciones sobre otras. La Iglesia ha clasificado las conmemoraciones en Solemnidades, Fiestas y Memorias. Si una Solemnidad o una Fiesta llegan a caer en Domingo Ordinario, ellas tendrán precedencia sobre estos. Eso es lo que ha sucedido en este caso: La Fiesta de la Transfiguración del Señor está -jerárquicamente hablando – llamada a priorizarse sobre la celebración de Domingo Ordinario.



“Seis días después Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan”, destacamos el verbo griego “tomar” que se usa aquí παραλαμβάνω, porque no se trata de cualquier tomar, sino de un tomar con gran firmeza y decisión, donde la persona es muy consciente y donde se “elige” para tener algo muy cerca (λαμβάνω es simplemente que ocurre, que sucede, en cambio παραλαμβάνω es recibir, acoger, admitir, aceptar, captar). Así que Jesús designa para que lo acompañen a subir al Monte Tabor, a tres “testigos”, los mismos que lo acompañarán al Huerto de los Olivos; también Moisés, en el capítulo 24 del Éxodo, tomará a Aarón, Nadab y Abihú consigo, para que lo acompañen al Sinaí.

Estamos ante un suceso de “revelación”. Dios, que es para el humano “Misterio”, no se oculta sino que Se descubre para nosotros, Se hace accesible, nos recibe en el seno de su Misterio. Nuestra forma de llevar las cosas, está puesta al revés, he allí la torpeza de nuestra aproximación a Dios: Nosotros lo comparamos con algo “conocido”, alcanzamos a vislumbrar su Grandeza y lo comparamos con lo más grande que conocemos “aquí” en la tierra: un rey. Ahora bien, los “reyes” terrenales tienen poder, riqueza, ejércitos, hacen gala y ostentación, así –pues- nosotros le asignamos a Dios los mismos atributos. En cambio, nuestra manera de acercarnos al Misterio debería ser la inversa: No lo podemos conocer por medio de nuestra decisión de “explorarlo”, de “develarlo”, no podemos aplicarnos a Él tomándolo como objeto de estudio –tal como lo hacen las ciencias naturales, sino que humildes y pacientes tenemos que esperar a que Él se nos dé, es Él mismo quien descorre el velo y –sobreviene entonces- la teofanía; entonces, acogidos a su Bondadosa Revelación, deberíamos leer los rasgos que Él nos manifiesta, los que Él nos brinda.



Dios nos dice: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto, escúchenlo”, entonces, ya sabemos hacia dónde mirar, a Quien escuchar; en vez de atribuirle rasgos “humanos”, mirémoslo a Él, leamos sus rasgos y podremos saber cómo es Dios. ¿No es lógico? Si Él nos muestra a su Hijo, es porque su Hijo es la Develación del Misterio de Dios. Por eso podemos afirmar que la nuestra no es una religión mistérica, porque nuestro Dios no es un Dios que quiere permanecer absconditus, sino, por el contrario, un Dios cercano, que nos permite y nos transmite confianza, un Dios que ilumina, con su Resplandor –lo ilumina todo- y se alumbra y se aclara a Sí mismo. Así, cuando Moisés hablaba con Dios, su rostro quedaba impregnado de Luz, así hoy, Dios se nos “revela” en Su Hijo, Luminoso, Resplandeciente. No le demos a Dios los atributos que humana y caprichosamente se nos antojen. Dejemos que Dios sea Dios y –sencilla y humildemente- leamos el Semblante que Él nos manifiesta.



Una vez más, nos hallamos ante la dualidad del mesías humanamente concebido y la del Mesías vaticinado, profetizado, prometido. Una cosa, por un lado, es lo que nosotros creemos nos conviene, aquello que la carne nos infunde ansiar y perseguir, pero- recordémoslo- sólo la Palabra de Dios es Espíritu y Vida. Nuestro conocimiento no proviene de una sapiencia voluntarista, es El quien -en su Magnánima Generosidad- se abre a nosotros, se nos hace el “Encontradizo”. Nosotros también estamos llamados a transfigurarnos; ser creyentes, ser católicos implica un proceso de cristificación, puesto que Él es nuestro paradigma vital. Y, vamos trabajando en la vida para aprender a transparentarlo.

Esa manera de acogernos y disponernos a “acatar” la revelación se conecta directamente con el concepto del “primereo” que nos ofrece el Papa Francisco y que para nosotros es una idea de primer orden: «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10)(Evangelii Gaudium #24). Así, la revelación, ese salirnos al “encuentro” es un “primereo” en el Amor. Él, Misericordioso, no espera que empecemos a buscarlos, está ahí, alerta, como el padre vela por su hijo, así Dios vela por cada uno de nosotros.



Al lado de ese cuidado Paternal, está su Paciencia, su espera para que lo “aceptemos”, Él no nos va a “tomar” para que subamos al Monte Tabor con Él a la brava, Él no nos coacciona, más bien, nos atrae, nos encanta, nos fascina con su Ternura, con su Cariño, con su Sencillez, con su Amistad. Permite que la cizaña crezca lado a lado con el trigo –como lo hemos venido viendo en las parábolas del Reino-, Papa Francisco nos lo enfatiza con estas palabras: “Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados.”(Ibid). ¿Por qué sucede esta revelación en la Montaña? Porque la montaña implica un esfuerzo, Dios “está” –por así decirlo (pero recordemos que Él está en todas partes)- en lo alto, allí se pone al “alcance”, hasta allí llega a “primerear”, más, como se suele decir, es todo un Caballero, llega hasta la puerta de nuestro corazón y aguarda a que le abramos, primerea sin violencia, y aguarda paciente. Entonces, nosotros podemos admitirlo. El esfuerzo de subir al Monte no será arduo, más bien, será dulce, porque ¡su yugo es suave y su carga liviana! Es la ascesis. La ascesis es cristificativa, nos transfiguramos en Él, poco a poco para poder transparentarlo. Saturarnos de Él para poderlo comunicar: Nadie puede dar aquello que no tiene.




Aprendamos, con su Transfiguración a no caer en el desaliento. Que ni el atafago, ni las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, nos disipen, o nos extravíen. No queramos imponerle un rostro a Dios ajeno al que le es propio. No desesperemos, tampoco, con los que tienen dificultad en aceptar sus facciones tal como ellas se nos dan, y la Iglesia las atesora y las va transmitiendo. Siempre llevemos como baluarte su Luz conforme Él nos la brinda y, para bien conocerlo, dialoguemos constantes con Moisés y con Elías, con la Ley y los Profetas, con el primer y el Segundo Testamentos (como el dueño de la casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas); miremos inquebrantables el rutilante Rostro de Jesús, porque quien a Él ve, ve al Padre (Cfr. Jn 14, 9). Bajemos del Monte, con la piel de la cara radiante (Cfr. Ex 34, 29c), para comunicar lo que nos haya mandado y sólo eso.