Jer 38,4-6.8-10; Sal 39,2.3;4.18; Heb12,1-4; Lc 1 2,49-53
El alma más querida para mí es aquella que
cumple fielmente la voluntad de Dios.
María Santísima a
Santa Faustina
¿Cómo se explican,
entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice — según
la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la "división", o
—según la redacción de san Mateo— la "espada"? (Mt 10, 34)
Benedicto XVI
Nos
hallamos frente a una crisis de comprensión ¿Cómo vamos a entender este fuego
que Jesús ha venido a traer?
Nos
encontramos ante tres afirmaciones muy fuertes que hace Jesús en el Evangelio
Lucano (12, 49-51):
·
Vine a traer el fuego a la tierra
·
He de recibir un bautismo
·
Vine para establecer la división
¡Roguemos
al Espíritu Santo que nos asista!
Porque
fácilmente puede pasar que esta sea una perícopa clave y (como el sacerdote y
el levita pasemos de largo). Oh Espíritu Paráclito, haz que nos inclinemos ante
estas frases de Jesús como el Samaritano se supo inclinar y supo atender a su
“prójimo” con el máximo gesto de “hospitalidad misericordiosa”, para que
guardemos tu Enseñanza siempre presente en nuestro pecho. Permítenos Señor,
saborear tu mensaje y guardarlo en nuestro corazón, así como tu Santa Madre supo
conservar cada aspecto de tu vida en su Corazón Inmaculado, como se atesora
sólo aquello que tiene real valor. Lo pedimos, por Jesucristo, Nuestro Señor,
que vive y reina en unidad con el Padre, en Infinito Amor. Amén.
¡Claro
que si vino a traer fuego a la tierra! Bástenos mirar la imagen de su corazón
inflamado que –no hace mucho- habitaba tantos hogares que reconocían la
Llamarada de su Corazón como la potestad reinante en sus vidas familiares.
Llamarada de vida, Sangre y Agua derramados de su Costado que nos “incendian”
de Misericordia en la imagen del Sagrado Corazón Misericordioso, revelado a Sor
Faustina Kowalska. El Señor de la Misericordia no es otro que el Sagrado
Corazón que derrama en nosotros su sangre y agua.
Tomemos
una sencillísima frase de Sor Faustina: “"El verdadero amor a Dios
consiste en cumplir la voluntad de Dios. Para demostrar a Dios el amor en la
práctica, es necesario que todas nuestras acciones, aún las más pequeñas,
deriven del amor hacia Dios.”
Esta
humildísima aseveración nos permite intuir porque tal Llamarada de amor puede
conducir a la división. Y es que aquellos que le han apostado el corazón al
Rival, no lo soportan. A esos el corazón
les escose de ira, de rechazo; sus palabras y sus acciones le arden y le queman
como ácido. Si algo repugna el impío es escuchar o ver a alguien cuya voz o
cuyas acciones aluden al Señor. Con tal de alejarse de su voz, preferirían ser
enviados a encarnar en cerdos y desbarrancarse en el mar, para así no seguir
oyendo al que habla las palabras de Dios. Si están cerca del que apunta hacia
Dios, aquel “poseído” se encabrita, (lo he visto con estos pobres ojitos que
–como reza el dicho popular- “se han de comer la tierra”), escupen babaza
gruesa y miran con ojos inyectos; se ponen agresivos y no vacilan en atacar.
Pero
¡es muy sano que Jesús separe! La palabra griega que traducimos por división es
la palabra διαμερισμός
que se traduce con suficiente precisión como “hostilidad” y como
“separación”. Mirémoslo en la Primera Lectura, contra
Jeremías. Todo el veneno que destilan, como urden acusaciones y planes
homicidas contra el profeta. ¡Que sevicia! No sólo quieren matarlo sino que
quieren condimentar su crimen con crueldad sádica. Lo dejan en un pozo con el
piso hecho un lodazal para que se hunda poco a poco. La idea es garantizar que
sea una muerte lenta para hacerla más penosa.
Comprendamos que esta es una forma de división
distinta a la que practica el “Patas”. El Malo divide para debilitar, para
confundir, para poder reinar; en cambio, el Señor separa para preservar
inmaculado al “Justo”. Jesús separa para cuidar, para proteger; el Señor separa
porque no quiere permitir que su fiel “conozca” la corrupción. Separa
oportunamente la paja de la mies.
La dialéctica de este análisis nos obliga a
mirar la contra-cara. Ya, en ocasión anterior, descubríamos y enfatizábamos que
Jesús no es “menso”; el dicho popular lo califica “Manso” pero precisa que “no
menso”. El diccionario de americanismos nos traduce menso” por “tonto”, “bobo”.
Y efectivamente que ¡el Rey de Reyes no lo es! El ama la paz, promueve la paz,
nos conduce por caminos de paz y las semillas que siembra en nuestro ser son de
serenidad y paz. Pero, a la vez, Él sabe que el “Malo es puerco” y –aunque Él
nos propone la mansedumbre de las palomas- sabe perfectamente el Fuego que
usará llegada la Hora. Y la astucia que tendremos que desplegar.
El amor de Dios no es de frigideces, ni de
tibiezas, el Amor de Dios es de este mismo Fuego que Jesús vino a traer y a
sembrar en nuestro ser. También Él, al llegar la hora, trensará un fuete con
cuerdas y arrojará a los que venden monedas profanas en el Atrio del Templo.
El Camino de Redención, que caminó (¿o
corrió?) Jesús fue desde el principio, conocido por sus seguidores y discípulos
como “la Pasión”. Y, es que este Amor es una Amor apasionado. El amor de Jesús
es un Amor distante de tibiezas (insistimos), es vehemente, entusiasta, ¡ardiente!
Es un verdadero “Fuego”. El Fuego que Jesús vino a traernos.
Miremos ahora, bajo esta Luz, la perícopa de
la Carta a los Hebreos que constituye la Segunda Lectura de esta fecha (XX
Domingo ordinario, ciclo C). Las afirmaciones centrales y medulares en ella
son:
·
Dejemos todo lo que nos
estorba
·
Librémonos del pecado
que nos ata
·
Corramos la carrera que
tenemos por delante.
Es muy difícil correr con impedimentos
encima, más difícil todavía si estamos maniatados. A nuestra carrera de la fe
precede una etapa de “liberación”, de “desintoxicación”, un verdadero bautismo
que nos lave. Luego si estaremos listos para desenvolvernos como atletas, y
correremos desembarazados de toda clase de obstrucciones.
Esta Carta a los Hebreos nos indica también
que poseemos una Brújula infalible: “fija la mirada en Jesús, autor y
consumador de nuestra fe”. Permanecer vigilantes cosiste en ni siquiera
parpadear, los ojos muy fijos en el que “Traspasaron”.
Todo esto tiene un objetivo y el Salmo nos lo
señala: “Muchos se conmovieron al ver esto// y confiaron también en el Señor.”
El propósito de todo esto es la pedagogía del contagio por ejemplo”. Consiste
en mostrar coherencia para que otros puedan creer. El contagio es –recordemos
que dijimos que podíamos compararnos con velas- y que el Señor nos pasará
encendiendo. Ahora sabemos con qué clase de fuego nos va a inflamar: Será con
el Fuego del Amor, porque ya lo dijo San Juan: “Dios es amor” y, Santa Faustina
dijo que “Ahora comprendo bien que lo que une más estrechamente el alma a Dios
es negarse a sí mismo, es decir, unir su voluntad a la voluntad de Dios. Esto
hace verdaderamente libre al alma y ayuda al profundo recogimiento del
espíritu, hace livianas todas las penas de la vida y dulce la muerte.”.
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