Hech1,1-11; Sal 46,2-3.6-7.8-9; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53
… la desaparición de Jesús no como un viaje hacia las
estrellas sino como un entrar en el misterio de Dios.
Benedicto XVI
Su alejamiento de nosotros genera un remolino que nos lleva
hacía Él.
Silvano Fausti
καὶ ἦσαν διὰ παντὸς ἐν τῷ ἱερῷ εὐλογοῦντες τὸν
Θεόν. “… y estaban
siempre en el templo bendiciendo a Dios.” Lc 24, 53; pero en Hechos (dijimos
que era el Segundo Tomo del Evangelio según San Lucaso Evangelio del espíritu
Santo) Hech 1, 11, leemos: τί ἑστήκατε βλέποντες εἰς τὸν οὐρανόν “Qué hacen ahí plantados mirando el
cielo? Recogemos aquí el último versículo del 1er tomo y luego ponemos el verso
11 del capítulo 1 del 2do tomo: Bendecir es bueno, justo es alabar al Señor,
Quien es digno de toda alabanza; pero… no basta; mirar al cielo es dirigir
nuestra atención a Quien de por Sí, merece toda nuestra atención, pero ¡no
podemos quedarnos “congelados” en la contemplación!
Hemos
insistido –en otro lugar- que la dicotomía entre contemplación y acción es una
falsa dicotomía. Este giro del 1er al 2do tomo de San Lucas, apunta –a nuestro
modo de ver- a esa dualidad que se puede plantear mal si se formula en términos
de artificiosidad. Esta contemplación, para nosotros, se podría ver como un
acto de “carga de la pila”, para así poder con toda δύναμιν energía proceder a la acción, Dicho de otra
manera, obtener la fuerza de la contemplación para pasar a la acción
fortalecidos. La pregunta sería, entonces, ¿a qué acción?
ἔσεσθέ μου μάρτυρες ἔν τε Ἱερουσαλὴμ καὶ ἐν πάσῃ
τῇ Ἰουδαίᾳ καὶ Σαμαρίᾳ καὶ ἕως ἐσχάτου τῆς γῆς. “ser mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del orbe”. No hay
límite para nuestro accionar, testimoniar se debe en toda la tierra, allende
todas las fronteras, porque la fe no tiene “divisiones políticas”, abarca el
orbe entero; pero si hay una precisión sobre el contenido. Si queremos saber
con precisión el contenido del testimonio, debemos ir a Efesios 1, 20-23, a la
Segunda Lectura de la liturgia de este Domingo; allí –en el himno que aparece-
tocamos los fundamentos del kerigma, el
núcleo de lo que proclamamos:
a)
Cristo fue resucitado de
entre los muertos
b)
Fue sentado a la derecha
en el cielo
c)
Por encima de todo
principado, potestad y dominación
d)
Por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo sino en el futuro
e)
Y todo lo puso bajo sus
pies
f)
Lo dio a la Iglesia como
cabeza sobre todo.
g)
Ella es su cuerpo.
Hay que prestar mucha atención a esta feliz
frase paulina. Nosotros llamamos a este Domingo el de las “continuidades”:
Jesús se va, lo cual no quiere decir que nos abandona (como insistimos
rotundamente el Domingo previo); quiere decir que cambia su modo de estar con
nosotros, deja de ser Jesús-Resucitado-visible, para pasar a ser Presencia de
Espíritu Santo: «la desaparición de Jesús a través de la nube no significa un
movimiento hacia otro lugar, sino su asunción en el ser mismo de Dios…»[1]
¡Jesús “continúa presente! Lucas “continua” en su Segundo tomo –el de los
Hechos- la evangelización continuando en el Espíritu Santo la presencia que el
Hijo no muestra más. La presencia del Espíritu no es un “contentillo” tan
invisible como abstracto, nada de eso. Su presencia es ¡concreta y objetivada!
Se hace presente en nosotros con sus dones, se hace presente en la Eucaristía, especialmente
presentando los dones materiales al Padre, en la epíclesis; también se
personifica en las ministros, en los santos, en todas las personas que viven
con profunda coherencia su fe, en los mártires.
Pero, de todas estas continuidades es
particularmente esencial para nosotros que la Cabeza –Cristo- se continúa en su
Cuerpo, y ese Cuerpo es la Iglesia, somos nosotros. La Iglesia pasa a ser la
continuadora del accionar de Nuestro Señor en el tiempo post-pascual, ese es
nuestro gigantesco compromiso, nuestra misión: Jesús nos envía a ser sus
testigos.
El Evangelio nos complementa con otras dos
pautas kerigmáticas, que no se deben perder de vista:
a)
En ese Nombre se predicará
la “conversión”, es decir, que la conversión se predica en el Nombre que está
por sobre todo nombre,
b)
Y en su Nombre- se
predicará el perdón de los pecados.
Reclamamos que conversión significa un cambio
profundo, no se puede simplificar, reduciéndola a la “confesión verbal” de los
pecados. La conversión es (como decímos en aquella oración) “la enmienda de mi
vida para nunca más pecar” (nos referimos al acto de contrición). El pecado
debe entenderse correctamente para alcanzar la conversión, consiste en hacer
daño a otro; no en el quebrantamiento de una “norma”, no se empecina en la
formalidad legalista de un elenco regulativo, sino en el aspecto ético, en el
sentido de fraternidad, en la consciencia de projimidad. Ampliamos la idea
haciendo notar que el pecado es –en particular- un mal que causamos porque
perdemos de vista a nuestro prójimo, perdemos de vista que dañamos a nuestro
hermano, a nuestro prójimo y eso, no es guardar el mandamiento del Amor, cuando
amamos estamos alertas, despiertos y vigilantes para no dañar a nadie con nuestros
actos, ni con las repercusiones de nuestros actos. Y aquí hay un compromiso
ético-religioso muy profundo: el problema no es si me descubren, si saben que
fui yo, si puedo salirme con la mía porque nadie me desenmascaró. Ese no es el
punto, ¡definitivamente no! Ser descubierto o quedar impune ante los ojos
humanos no nos evita pecar. El pecado está expuesto a los ojos de Dios, y Dios
lo mira desde nuestra consciencia, que es el “santuario de Dios en nosotros”
(porque Él ha puesto su morada y habita en nosotros.
Por eso al considerar la misión debemos tener
en cuenta que «Lo importante es ayudar a nuestros hermanos a descubrir que
ellos no son cosas, que no son objetos, que no son sub-hombres, sino que son
hijos de Dios y que tienen una cabeza para pensar.»[2]
Esta es la misión, ¡a eso nos ha enviado! El encargo de aguardar en Jerusalén
hasta que el Padre nos enviara su Espíritu Paráclito, ya se ha cumplido (es la
que conmemoraremos el próximo Domingo); por eso, no podemos continuar absortos
en el firmamento, engolosinados en la contemplación quietista, aguardando “la
segunda venida”. Sino responder y comprometernos con el envío: ir a cumplir
nuestra misión, cristificarnos practicando la Misericordia. Así seremos Cuerpo
Místico al asumir la reproducción de los rasgos misericordiosos de Aquel que es
nuestro Modelo, donde “Nombre por encima de todo nombre conocido” también
significa status de modelo perfecto y “perfección en la Misericordia”. La
ascensión del Señor, más que el acto de pasar de un lugar abajo a un lugar más
alto, es la atracción que ejerce Jesús hacia nosotros y nos inspira a
perfeccionarnos a su imagen y semejanza, para lo cual Dios-Padre, al crearnos,
nos dio todas las potencialidades: nos creó capaces de Amor, idóneos para la
Misericordia y nos llamó a ser cuerpo de la Cabeza que es el Señor. Nos propuso
vivir en ascesis –no la del que quiere salvarse sólo y dejar a los otros
tirados a la vera del camino- la verdadera ascesis es ascensión moral,
espiritual, ascenso en sabiduría, practica de la misericordia y la fraternidad,
valga decir, la continua perfección evangélica.
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