Gen 14,18-20; Sal 109,1.2.3.4; 1Cor11, 23-26; Lc 9,11b-17
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacía el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
Pedro Casaldáliga
El
Evangelio que leemos en esta Solemnidad, tomado del evangelio según San Lucas,
es el de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces. Lo leemos todo
en clave de Eucaristía. La eucaristía es ese Sacramento Central de nuestra fe
que nos permite caminar por la Historia, y vivir el tiempo en un proceso de
construcción del Reino, haciéndonos pueblo de Dios, y en tanto y cuanto pueblo
de Dios, integrándonos en el Cuerpo Místico de Cristo. «La Eucaristía actúa el
Reino en el mundo, no por la fuerza del hombre, sino en virtud de la acción del
Espíritu del Resucitado.»[1] Este
proceso nos lleva de la desarticulación de individuos, del hombre masa, a la
feliz condición de Hombres Nuevos, insertos en la organicidad del Cuerpo
Místico, “pueblo ordenado”. «El don de Jesús, mucho más grande que el de Eliseo:
allá 20 panes para 100 personas (relación 1/5), aquí 5 panes para 5.000
personas (relación 1/1.000)!... esos números son una forma popular de hacer
teología: expresan la plenitud sobreabundante del don de Dios para el que
escucha su palabra. Los 5.000 están divididos en grupos 50 x 100: recuerda la
disposición de Israel ordenada por Moisés (Ex 18, 25). Por la palabra de Jesús,
la multitud desordenada se trasforma en un pueblo ordenado y bien compaginado.»[2]
«Queremos
descubrir el valor de la Eucaristía, no limitándonos a repetir todos los
domingos el rito de la Misa como un gesto fuera de la vida y de nuestras
escogencias cotidianas, sino haciéndola centro, punto de referencia y criterio
de búsqueda vocacional, de revisión de nuestra vida cristiana.»[3] Creemos
preciso poseer una especie de “mapa mental” de la Celebración para poder “navegar”
por ella, sabiendo –no sólo- por donde vamos, sino –además- a qué le apuntamos:
derrotero y meta. Sabemos que la “misa” está conformada por dos partes
principales: La liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Y dos partes
“complementarias”: antes de la liturgia de la Palabra están los “ritos
iniciales”; y, después de la liturgia Eucarística, están los “ritos
conclusivos”
Los ritos iniciales son:
la Entrada,
el Saludo, la Señal de la cruz, el Acto penitencial, el Gloria y la Oración
colecta. La liturgia de la Palabra está organizada de la siguiente manera: Primera
Lectura, Salmo Responsorial, Segunda Lectura, Evangelio, Homilía, Credo y Oración
universal. A continuación entramos en la Liturgia Eucarística que sigue los
pasos que vamos a mencionar: Rito de las ofrendas, Plegaria Eucarística, Padre
Nuestro (también llamado “Oración Dominical”), rito de la Paz, (el rito de la
Paz no es obligatorio, es facultativo del Sacerdote, quien puede decidir no
hacerlo) y Rito de Comunión: El sacerdote, parte entonces el Pan consagrado y
deposita un fragmento en el Cáliz que contiene la Sangre de Cristo, este
fragmento es conocido con el nombre de “fermentum”; procede, luego, la
doxología final: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en
la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los
siglos». Acto seguido, sucede allí mismo la “Comunión” propiamente dicha. Esta
parte culmina con la Oración Postcomunión que se pronuncia justo después de
“purificar” y “reservar”.
Acontecen luego los “ritos conclusivos” que son: Bendición, Despedida
y Envío. No debemos imaginarnos que el asunto “terminó” ahí. Por el contrario,
el envío nos compromete a ir a poner en práctica y vivir lo que hemos celebrado.
Sin esa vivencia la “misa” (palabra que significa “envío”) pierde todo su
sentido. Se podría decir que ahí es donde verdaderamente comienza la Misa. El
envío es más que una “tarea”, es el modus vivendi del cristiano, obliga e
implica.
Quisiéramos depositar toda nuestra atención en la Plegaria
Eucarística que no en vano decimos que es el “centro y culmen” de la
celebración. Esta Plegaria es exclusiva del Sacerdote. Tenemos que comprender
que la Ordenación Sacerdotal es el Sacramento que confiere a todos los
presbíteros la facultad de obrar en Persona Christi Capitis, y según el rito de
Melquisedec (¿en qué consiste el rito de Melquisedec?, como nos lo presenta la
Primera Lectura, tomada del Libro del Génesis, en el capítulo 14, versículo 18,
nos dice que “sacó pan y vino”; así el rito de
Melquisedec es un rito que consiste en la presentación, como ofrendas, de Pan y
Vino). Aun
cuando en algún momento el sacerdote dice “decimos”, eso no significa que
nuestros labios lo pronuncien, sino que la Boca de Cristo Sacerdote, como
Cabeza que es del Cuerpo Místico, al hablar, habla “colectando” nuestras voces,
e intenciones. ¿En qué consiste, pues, nuestra participación en esta Plegaria
Eucarística? En poner todos nuestros sentidos, nuestra atención, alma, vida y
corazón en lo que se está “celebrando”.
Lo primero que pronuncia el Sacerdote es el “prefacio”, palabra
esta que significa “introducción”. A continuación viene el “Santo” aclamación
que hacemos todos sumando –ahí sí- nuestras voces; a continuación viene la
“epíclesis” (esta curiosa palabra griega significa “invocación”) es el ruego a
Dios Padre para que los dones presentados sean aceptados y trasformados en el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, de ahí la expresión “Corpus
Christi”.
Viene a continuación la Narración de la institución que
acompaña la consagración, por eso, es el momento más solemne de la
Misa porque en ese momento ocurre la transustanciación que es el
misterio de la transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre,
Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Momento de adoración por
excelencia. Sin solución de continuidad ocurre la Anámnesis.
La
Segunda Lectura –tomada de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios- en dos
oportunidades nos insiste: “Haced esto en memoria mía”, en griego dice τοῦτο ποιεῖτε
εἰς τὴν ἐμὴν ἀνάμνησιν. Esta última palabra
suena anamnesin viene del sustantivo anámnesis, “en memoria”, “en
recordación”, “en conmemoración”, es “hacer reminiscencia”. Pero este memorial
no se debe tomar como un traer al pensamiento, al cerebro, los archivos de
memoria de “la institución” del Sacramento; sino, más bien, como llegarnos al
momento, por así decirlo “viajar en el túnel del tiempo” a ese momento
soteriológico.
¿Cómo entender esto? ¿Cómo es eso de “viajar en
el tiempo”? No es que nosotros vayamos físicamente al momento histórico sino
que el poder consagratorio del Sacerdote “trae” –místicamente hablando-
tanto el momento de la Última Cena, como el momento del Sacrificio cruento en
el Calvario “sacrificio puro, inmaculado y santo, pan de vida eterna y cáliz de
salvación”, así como la Pascua de la Resurrección, esos momentos de Salvación
vienen al Altar, coinciden en Él. Así como en un pliegue, un punto de la tela
que está “atrás” se dobla y viene a coincidir con otro punto mucho más “adelante”,
así la tela del tiempo se “dobla”, para que el sacrificio incruento actualice
el momento del sacrificio cruento, y aquí hemos de comprender muy vivamente que
cruento significa “con derramamiento de sangre”.
Pero este plisado de la “tela” del tiempo no se
limita a traer un punto de atrás al “ahora”, sino que también anticipa un “punto”
posterior, el momento en que Jesús Glorioso retornará, aludiendo al
cumplimiento de la promesa, ratificando nuestra esperanza. Ese Cuerpo de Cristo
que es el pan consagrado “anuncia la muerte del Señor ἄχρι
οὗ ἔλθῃ hasta que Él vuelva” (Cfr. 1 Cor 11, 26).
«… la eucaristía se convierte en un testimonio
luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en
una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende
sobre toda nuestra sociedad.»[4] El
jueves 26, en la Homilía de Corpus, dijo Papa Francisco: «Recordemos la primera
comunidad de Jerusalén: “Perseveraban [...] en la fracción del pan” (Hch2, 42).
Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma
de la vida de la Iglesia. Pero recordemos también a todos los santos y santas
–famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias
vidas, para «alimentar a los hermanos». Cuántas madres, cuántos papás, junto
con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para
criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos
responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos,
especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran
la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor
del Señor Resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: “Haced
esto en memoria mía”... responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para
hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un
gesto para “partir” nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por
esta ciudad y por el mundo entero.